“El futuro está en nuestro pasado”. Traducción aproximada del viejo póster familiar impuesto en una de las paredes de la habitación de mi infancia. La imagen era extraña: una vieja vasija de barro, algo dañada. En su interior veía a través de rajaduras y partes faltantes, un recipiente de vidrio con un líquido azulado intenso y moderno tan atrayente como misterioso, se fue quedando en el mismo lugar, rodeándose luego de novedades adolescentes efímeras. Vivió el mismo tiempo que yo en ese lugar. Nunca supe el por qué de su permanencia y menos su destino. Hasta hoy.
Llevamos más de dos años de investigación sobre historia reciente de la salud mental en la Argentina (1957-1983) junto con Enrique Carpintero. Me encontré con varios hallazgos insólitos. El revisar teorías y prácticas en psicoanálisis y salud mental es una experiencia insólita para quien tiene ‘treinta y pico’. La mayoría de mi generación supone que se avanza velozmente a través de las ‘novedades’ circulantes. Nuevas drogas, Nuevos nombres, Nuevos tratamientos, Nuevos Seminarios, Nuevos sacerdotes, Nuevas patologías, Nuevos conceptos. No quedarse en lo viejo, sinónimo de inservible. Plan Canje mediante, todo debe ser novedad. Nuevas formas de consumir; y de ser consumido por las buenas nuevas. Deglutir informaciones y deformaciones que la mayoría de las veces vienen de un primer mundo que tiene la virtud de llegar primero a todo.
Pero en la lenta y trabajosa lectura de antecesores empecé a sentir escalofríos. Esas ‘antigüedades’ se mostraban operativas para pensar y operar en la actualidad. De pronto, viejos conceptos devenían novedades absolutas para hoy. Autores que habían sido despreciados e ignorados por la mayoría de mis docentes y supervisores de grado y posgrado. Autores ridiculizados. Autores ‘desaparecidos’. De golpe me muestran su utilidad. Valgan unos ejemplos:
Las ideas de Enrique Pichón Rivière brindan múltiples instrumentos para pensar la complejidad de la práctica de hoy. El trabajo en equipo, los abordajes grupales, la propia interdisciplina. Un analista con cintura que no estaba atado a su sillón. Aunque algunos lo quieran ubicar como “psicólogo social”. Cuántas ideas hay en los pocos textos de Mauricio Goldenberg para pensar en como organizar un Servicio de Psicopatología en un Hospital General. En sus propuestas para quienes trabajan y la comunidad que se atiende. Y qué poco se usan hoy.
El variado trabajo con grupos terapéuticos parece algo de la historia o de la TV, gracias a los ‘Vulnerables’ de Suar. Tanto hecho y tanto escrito, y tan poco aprovechado. Cómo puede haber listas de espera para ser atendido aún hoy (salvo alguna honrosa excepción). Hace más de 20 años ya existían ‘grupos de espera’, que permitían que quien sufre tuviera admisión, contención y derivación en el mismo día.
Quizá José Bleger fue demasiado optimista en sus esperanzas antes de morir: “La pérdida de status económico y del prestigio de los psicoanalistas y la ‘proletarización’ de la profesión puede ser el mejor remedio para que sólo vengan al psicoanálisis los profesionales con vocación”. No imaginó el grado de alienación que implicaría. Y además, el ‘Neocolonialismo en Salud mental’ del cual se hablaba en los ‘60 ya es Viejo Colonialismo, y con mayoría de edad. Casi desmantelada la ‘Industria Nacional’ psi, con Universidades que se convirtieron en shoppings, con ‘trabajadores de salud mental’ más trabajadores argentinos que nunca.
Pienso que no tenemos que rompernos la cabeza en ‘inventar la pólvora’. Para dar cuenta de los problemas de hoy es necesario apropiarse de nuestra historia, trabajarla y re-inventarla para construir caminos que puedan responder a los nuevo desafíos. Esta historia habita en libros y experiencias. Son herramientas que no se venden en el Mercado. Son las memorias para un futuro que ya llegó.
El enigma del viejo póster se aclara. Como dice Eduardo Galeano: “Cuando de veras está viva, la memoria no contempla la historia, sino que invita a hacerla”. Manos a la obra.
Alejandro Vainer
Psicoanálista
alejandro.vainer [at] topia.com.ar