¿A qué nos referimos cuando hablamos de pornografía o decimos que algo es pornográfico?
Éste es uno de esos términos o “conceptos” que hablan más del sujeto clasificador que de los objetos o sujetos que son clasificados. En este sentido la socióloga Raquel Osborne señala que existen tantas definiciones de pornografía como personas deseen proponer una, de este modo “se habla de obscenidad, erotismo, pornografía o indecencia para referirse a las mismas cosas, dependiendo de quién use estos términos.”[1] Algunas definiciones apuntan al contenido del material: toda representación - texto, imagen- de sexo explícito no simulado, destinada a ser consumida por el público. Otras más en términos funcionales: el material que apunta a estimular la fantasía con el fin de provocar reacciones corporales y emocionales de placer sexual. Hasta llegar a afirmaciones que develan el carácter polisémico y moralizante del término como la del escritor francés Alain Robbe-Grillet: “la pornografía es el erotismo de los otros”. El intento de distinguir entre “erotismo” y “pornografía” ha sido una tarea controvertida a lo largo de la historia del cine. Dependiendo del censor o el ente calificador, determinado film ha sido permitido, prohibido, censurado o calificado como “X” o “condicionado”. ¿Las películas “El imperio de los sentidos” (Nagisa Oshima), “Calígula” (Tinto Bras) y “Emanuelle” (Just Jaeckin) son eróticas o pornográficas? Hacerse esta pregunta en la actualidad puede llevarnos a una respuesta obvia; pero ¿qué habrían respondido distintos sectores sociales en la década del 70, cuando fueron estrenadas? Sin dudas, la respuesta nos lleva a darle crédito a la irónica frase que postula que la pornografía de hoy no es más que el erotismo de mañana.
Pierre Bourdieu tilda de “hipocresía esencial” la oposición entre pornografía y erotismo, ya que “enmascara, gracias a la primacía concedida a la forma, el interés otorgado a la función, y lleva a hacer lo que se hace como si no se hiciera.”[2] La operación de distinguir estos dos campos demuestra el esfuerzo por legitimar ciertas expresiones socio-culturales sobre otras, siguiendo la lógica de la jerarquización de las diferencias (“la distinción”) de esas mismas expresiones, teniendo como objetivo el logro y mantenimiento de cierto capital cultural y social.[3] La misma lógica de jerarquización podemos observarla en la idealización de la sexualidad heterosexual genital en detrimento de las diversas formas de sexualidad y de erotismo no heterosexuales y/o no genitales que históricamente fueron expulsadas de la bendita “normalidad” a las tinieblas de las “perversiones”.
En la línea que venimos argumentando, el sociólogo brasileño Jorge Leite Jr. advierte que lo importante no es si algo es erótico o pornográfico, sino más bien la representación de la sexualidad como un negocio, tanto la perteneciente a la élite empresarial y culturalmente valorada (“arte erótico”) como las provenientes de sectores populares que comúnmente son consideradas inferiores, vulgares u obscenas (pornografía). Y propone una definición de pornografía centrada en la sexualidad como producto de consumo: “toda clase de producción escrita, musical, audiovisual o plástica orientada a un mercado específico y que tiene como principal objetivo el logro de beneficios económicos mediante la excitación de sus consumidores.”[4] [5]
Si bien los investigadores coinciden en fechar el surgimiento de la pornografía en el Renacimiento, ubicando que una gran parte de la producción de obras pornográficas de esta época tenían como finalidad el cuestionamiento y la crítica a las autoridades políticas, militares y religiosas, y burlarse de los valores morales de la burguesía[6]; entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX se produce un alejamiento de la crítica político-social al tiempo que con el afianzamiento del capitalismo y el desarrollo de la cultura de masas y la industria del entretenimiento se acrecienta el valor del sexo como un producto en el mercado del placer.[7] No es la primera vez en la historia (ni la última) que un movimiento crítico, instituyente es agenciado por el poder instituido.[8] Beatriz Preciado ubica que luego de la Segunda Guerra Mundial comienza a operarse otro cambio en la “subjetividad sexual”, cuyos indicadores paradigmáticos son la píldora anticonceptiva y la revista Playboy. Se trata de la instauración de un capitalismo que designa como fármaco-pornográfico, con este adjetivo hace referencia a una economía que funciona con el despliegue simultáneo e interconectado de la producción de cientos de toneladas de esteroides sintéticos, la difusión global de imágenes pornográficas, la elaboración de nuevas variedades psicotrópicas sintéticas legales e ilegales y la extensión a la totalidad del planeta de una forma de arquitectura urbana en la que vastos sectores que viven en la extrema pobreza conviven con nudos de alta concentración de capital.[9] Como señala Enrique Carpintero, una cultura caracterizada por la ruptura del lazo social donde “el ‘individualismo negativo’ ha transformado el deseo sexual en una obligación que debe ser vendido según las leyes del mercado capitalista.”[10] La sexualidad pasó de ser algo privado y secreto a ofrecerse como un producto más y al igual que con cualquier mercadería u objeto, el otro se vuelve descartable, se pueden tener infinidad de relaciones sexuales, pero no intercambios intersubjetivos. “La verdad del sexo no es desvelamiento, es sex design.”[11]
Asimismo, el origen y evolución de la pornografía está en estrecha relación con la satisfacción de los deseos sexuales de los varones heterosexuales.
El investigador chubutense Daniel Jones a través de una investigación sobre sexualidades adolescentes realizada en Trelew encuentra que ver pornografía grupalmente es algo frecuente entre varones de 12 a 15 años, no así en las mujeres, a quienes no les interesa, la rechazan y si lo hacen lo ocultan por el rechazo social que implica. Parte de los varones entrevistados afirma que lo hace por la curiosidad típica de esa edad y para divertirse, mientras que otros valoran la pornografía como fuente de conocimientos, ya que se aprenden “cosas que no te cuentan” en la familia o en la escuela: “el cuerpo completamente desnudo de una mujer (en una actitud erótica), el sexo oral y el sexo anal, las diferentes posiciones para tener relaciones y otros asuntos relativos al placer.”[12]
¿Qué tipo de sexualidad se “aprende” al ver una película porno tradicional?
En primer lugar: sistemas de valores de género. Como lo denuncian infinidad de agrupaciones y autoras feministas, las actividades sexuales que expone y difunde este género de películas degradan, someten y/o cosifican a las mujeres. Sus contenidos, pensados por y para varones heterosexuales, responden a una lógica de erotismo masculino reproduciendo valores de género tradicionales. Imágenes femeninas estereotipadas con grandes pechos y en actitudes de sumisión, docilidad y de admiración de la conquista y la agresividad masculinas. Centralización de la escena y de los planos en el pene -siempre en erección-, la eyaculación -siempre afuera- sobre el cuerpo de la mujer por lo general la cara o la boca-, la performance masculina y en segundo lugar en rostros –siempre en éxtasis-. Si bien la pornografía hegemónica no inventa estos valores, los reproduce y los refuerza, interviniendo en la construcción de sistemas de valores sexuales y de género de los varones que la consumen. A éstos -como muestra la investigación de Jones- lo que más les gusta de tener relaciones sexuales “coincide con cuestiones que conocieron a través de estas películas: recibir sexo oral y experimentar diversas posiciones en las relaciones sexuales.”[13]
Como observa Lynn Hunt la pornografía es una “categoría de pensamiento, de representación y de regulación”[14] que constituye uno de los engranajes del dispositivo[15] de producción de sexualidades descripto por Foucault. En este sentido se trata de un dispositivo sexo-político-social más que opera -al igual que la medicina, las instituciones familiares, etc.- sobre la construcción del género, portadora de una ideología y un discurso sobre el sexo que actúa “pedagógicamente” modelando prácticas sexuales, nos dice qué tipo de sexo es placentero o gozoso y -nos enseña- cómo tener sexo, de qué manera, con quién, etc.
La contra-sexualidad de los abyectos
La forma más eficaz de controlar la sexualidad no es ni a través de la fuerza, ni de la censura, ni de la prohibición, sino a través de una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social: determinados discursos acerca del sexo, el placer y el deseo; y –a la vez- hacer que otros sean impensables. Así todo desvío de la “norma” será considerado, despreciable, vergonzante, patológico, esto ha ocurrido a lo largo de la historia con las histéricas, los llamados perversos[16], los homosexuales, las travestis, etc. Pero así como Foucault plantea la productividad del poder instituido en el dispositivo de sexualidad, también propone la posibilidad de resistencia y la creación de nuevas formas contra-hegemónicas: las “elecciones sexuales deben ser al mismo tiempo creadoras de modos de vida. Ser gay significa que esas elecciones se difunden a través de toda la vida, y es también una manera determinada de rechazar los modos de vida propuestos, hacer de la elección sexual el operador de un cambio de existencia… Diré que uno tiene que usar su sexualidad para descubrir, inventar nuevas relaciones... no hay que ser homosexual sino empeñarse en ser gay.” Lo personal es político.
Este perfil adquiere el movimiento queer que, a partir de la década del 80, lleva adelante la re-apropiación subversiva de los dispositivos de producción de las identidades sexuales, poniendo en escena lo construido y arbitrario tanto del sexo como del género. Desde esta perspectiva, Judith Butler propone la subversión a través de la “actuación paródica del género”, que en su intento por repetir “lo original”, como en el caso del transformismo,[17] las Drag Queens[18] o el travestismo, “muestra que esto no es sino una parodia de la idea de lo natural y lo original.”[19] O también mediante la inversión de términos degradantes, como “marica”, “puto”, “queer”, a través de modificar las posiciones de enunciación, de “dar nueva significación a la abyección de la homosexualidad, para transformarla en desafío y legitimidad”. No se trata de un “discurso inverso” sino de politizar la abyección, lo despreciable. Así por ejemplo, “puto” pasa de ser un insulto proferido por los sujetos heterosexuales para marcar a los gays como “abyectos”, para convertirse en una autocalificación contestataria y productora de un grupo de “cuerpos abyectos” que toman la palabra y reclaman su propia identidad. Dando un paso más, Beatriz Preciado propone una “proliferación de diferencias” -de raza, de clase, de edad, de prácticas sexuales no normativas, de discapacidad- “una multitud de cuerpos: cuerpos transgéneros, hombres sin pene, bolleras lobo, ciborgs, femmes butchs, maricas lesbianas... para hacer de ello lugares de resistencia al punto de vista ‘universal’, a la historia blanca, colonial y hetero de lo ‘humano’.”[20] En su insistencia en el papel del capitalismo en la producción de sexualidades y géneros contemporáneos, concibe que un objetivo de la multitud queer es desterritorializar tanto el espacio corporal como el urbano, de esta forma Preciado no solo habla de resistencia a la normalización, sino que formula la reconversión de las “tecnologías” productoras de cuerpos normales y heterosexuales -como la medicina y la pornografía. La puesta en acto de la contra-sexualidad se daría a partir de prácticas contra-sexuales que permitan otras exploraciones de placer más allá de la penetración genital naturalizada como lo que “es” una relación sexual.[21]
Pospornografía
Desde esta perspectiva la pospornografía irrumpe como posible forma de resistencia a la pornografía hegemónica, a través de la subversión de los estereotipos sexuales y de género y que se propone trabajar en la desgenitalización del placer. Películas en las que se experimenta con nuevas formas de placer a partir de objetos o partes del cuerpo en situaciones no convencionales, intentando desplazar lo genital como único lugar posible del placer sexual; sexualidades y placeres polimorfos. Para Preciado el antídoto frente a la pornografía hegemónica no es la censura, sino la producción y circulación de propuestas alternativas, desterritorializando el cuerpo sexuado.[22] Annie Sprinkle fue quien por primera vez se valió en 1990 de la expresión del artista Wink van Kempen “pospornografía” en una de sus performances: The Public Cervix Announcement[23] en la que invitaba al público a explorar el interior de su vagina con la ayuda de un espéculo.[24] El término remite a un tipo de producción audiovisual que contiene elementos pornográficos, no sólo con el fin masturbatorio de la pornografía hegemónica, sino también con fines políticos, humorísticos o críticos.[25]
La pospornografía se propone conquistar la función pedagógica que ha cumplido el porno durante años, explorando representaciones de sexualidades divergentes que subviertan los estereotipos sexuales y de género. Con este objetivo se organiza, por ejemplo, la Maratón Posporno realizada en junio de 2003 en el MACBA de Barcelona donde en el programa se afirma que la sexualidad es siempre representación, siempre performance.[26] Por lo tanto, se trata de evitar el monopolio de la representación, de resistir al discurso normativo de la pornografía que se hace pasar por la verdad “natural” de la sexualidad. En este sentido, registra prácticas sexuales que no queden atrapadas en la genitalidad, ni que tengan solamente como hilo conductor el inicio, desarrollo y desenlace de la eyaculación (masculina).[27] Se centra, por ejemplo, en escenas sadomasoquistas (S & M) sin la exhibición de genitales y destacando el carácter consensuado, cooperativo y gratificador de estas prácticas.[28]
Si bien es indiscutible el valor de estas propuestas al des-naturalizar las representaciones y prácticas hegemónicas de producción de sexo y género en el mismo campo de la pornografía, subvirtiéndolo. Por otro lado, corren el riesgo de convertirse en otro mandato, jerarquizando ciertas prácticas al señalarlas como “subversivas” y, por eso, “más deseables”. En este sentido ¿qué lugar quedaría para la singularidad erógena de cada quien aunque ésta incluya modos de gozar “tradicionales”? Y por último, la pospornografía ya ha entrado en el circuito comercial, muchas de las productoras principales lucran y comercializan películas consideradas “hard” o “bizarras”, pero creando sellos o marcas especiales y diferentes de aquellos con los cuales distribuyen la filmografía tradicional porque éstas podrían “perjudicar” la imagen de la empresa, asociándola a ese tipo de material.[29] Judith Butler alerta que “las prácticas subversivas corren siempre el riesgo de convertirse en clichés adormecedores a base de repetirlas y, sobre todo, al repetirlas en una cultura en la que todo se considera mercancía, y en la que la ‘subversión’ tiene un valor de mercado."[30] En este caso la llamada pospornografía ya está siendo penetrada y fagocitada por el mercado; ya es partícipe de la conspicua orgía de consumo.
Carlos Alberto Barzani
Psicoanalista
carlos.barzani [at] topia.com.ar
Notas
[1] Osborne, Raquel, La construcción sexual de la realidad, Madrid, Cátedra, 1993, p. 28.
[2] Bourdieu, Pierre (1979), La distinción. Criterio y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus, 1998, p. 198.
[3] Bourdieu, op. cit. p. 198.
[4] Leite Jr, Jorge, Labirintos conceituais científicos, nativos e mercadológicos: pornografia com pessoas que transitam entre os géneros, Cadernos Pagu, N° 38, Campinas, Enero 2012, 99-128, p. 101. Si bien no se sabe exactamente el tamaño que tiene este gran mercado y distintas fuentes dan cifras muy dispares, según el sitio web estadounidense Business Pundit un estimativo en 2006 indicaba que la industria global de pornografía generaba ganancias por 97 billones de dólares y es el sector comercial más activo de internet el cual ha tenido un rol relevante en el crecimiento de esta industria. Ese mismo sitio estimaba en que cada segundo había una media de 28.000 usuarios consumiendo porno en la web sólo en Estados Unidos.
[5] Desde una perspectiva psicoanalítica hablar de consumo de pornografía o de erotismo no depende tanto del material en cuestión, sino del sujeto que lo consume. Las mismas imágenes pueden ser utilizadas como parte de los juegos eróticos de un sujeto o una pareja y como motor del deseo, a lo que podríamos llamar erotismo, o bien, puede tratarse de un consumismo compulsivo y repetitivo propio de la pulsión de muerte; es decir, angustia automática que se libera en forma de “descarga sexual” y que tiene resonancias con la compulsión a la repetición.
[6] Por ejemplo, García Rodríguez, Amaury, “Desentrañando ‘lo pornográfico’”, Revista Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, México, UNAM, Vol. XXIII, N° 79, 2001, 135-152; Leite, Jorge, “A pornografia ‘bizarra’ em três variações: a escatologia, o sexo com cigarros e o abuso facial” en Díaz Benítez, Maria Elvira y Fígari, Carlos, Prazeres Dissidentes, Río de Janeiro, Garamonde, CLAM, 2009, 509-536.
[7] Leite, Jorge, op. cit., 2009, p. 510.
[8] Por ejemplo, “Lo que a fines del siglo XIX y principios del siglo XX constituyó un ‘logro’ -despenalizar las prácticas de sodomía- a lo largo del siglo XX fue agenciado por los sectores reaccionarios y antihomosexuales para justificar la discriminación, la exclusión, las terapias aversivas y en algunos casos el encierro (manicomial).” Cf. Barzani, Carlos: “Homofobia”, Revista Topía, Buenos Aires, Nº 51, Noviembre 2007, p. 23.
[9] Preciado, Beatriz (2008), Testo Yonqui, Paidós, Buenos Aires, 2014, p. 34. Este contraste podemos visualizarlo en la Ciudad de Buenos Aires con el hacinamiento y superpoblación de la villa 31 ubicada a pocas cuadras del obelisco y entre Puerto Madero y Recoleta, los dos barrios más exclusivos y lujosos de la ciudad.
[10] Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, Buenos Aires, Topía, 2014, p. 85.
[11] Preciado, Beatriz op. cit., p. 36. La autora se refiere a la capacidad de la ciencia para crear subjetividades. “…ya no se trata de revelar la verdad oculta de la naturaleza, sino que es necesario explicitar los procesos culturales, políticos, técnicos a través de los cuales el cuerpo como artefacto adquiere estatuto natural.”
[12] Jones, Daniel: Sexualidades adolescentes: amor, placer y control en la Argentina contemporánea, Buenos Aires, CICCUS - CLACSO, 2010, Cap. 2.
[13] Jones, Daniel, op. cit. pp. 34 y 77.
[14] Hunt, Lynn, The Invention of Pornography: Obscenity and the Origins of Modernity, 1500-1800. New York: Zone, 1996, p. 10.
[15] “El dispositivo, antes que todo, es una máquina que produce subjetivaciones y, por ello, también es una máquina de gobierno.” Agamben, Giorgio: “El dispositivo”, Revista Sociológica, México, N° 73, mayo de 2011, pp. 249-264, p. 261.
[16] Nos referimos a las llamadas perversiones sexuales -que en rigor de verdad son las diversas variantes del erotismo humano- y no a la perversión en referencia a una sexualidad sostenida en el sometimiento y la destrucción del otro. Cf. Carpintero, op. cit. Cap. 7.
[17] El transformismo es una expresión artística en la que una persona se comporta y transforma su aspecto adaptándolo al que se considera socialmente del género contrario. El transformismo usualmente es una práctica teatral o lúdica que no implica una orientación sexual concreta ni implica identificación con el género que usa para su expresión y que suele exagerar o parodiar determinadas características genéricas. Más allá de las definiciones que puedan intentarse el punto es justamente resaltar lo construido y arbitrario tanto del sexo como del género.
[18] Se trata de un varón que se viste y actúa como el estereotipo de una mujer de rasgos femeninos exagerados, con una intención primordialmente histriónica que se burla de las nociones tradicionales de la identidad de género y los roles de género. Es una variante de transformismo.
[19] Butler, Judith (1999), El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Paidós, Barcelona, 2007, p. 95.
[20] Preciado, B. (2003), “Multitudes queer. Notas para una política de ‘los anormales’”, disponible en www.topia.com.ar, Original en francés en Revista Multitudes, N° 12, París.
[21] Para profundizar en la conceptualización de contra-sexualidad consultar Preciado, Beatriz, Manifiesto contra-sexual, Opera Prima, Madrid, 2002.
[22] “Para liberar la sexualidad del control biopolítico actual… se trata…de inventar otras formas públicas, compartidas, colectivas y copyleft de sexualidad que superen el estrecho marco de la representación pornográfica dominante y el consumo sexual normalizado.” Preciado op. cit., 2008, p. 206. El copyleft es un término que se utiliza en contraposición al copyright. Consiste en el ejercicio del derecho de autor con el objetivo de permitir la libre distribución de copias y versiones modificadas de una obra u otro trabajo, exigiendo que la libre distribución sea preservada en las versiones modificadas.
[23] “El anuncio público del cuello uterino”
[24] De esta forma, Sprinkle lleva el imperativo categórico de ver más y más (en cuanto a los genitales femeninos) del porno tradicional a niveles disparatados.
[25] Ibídem, p. 184, nota 8
[26] Disponible en http://www.hartza.com/posporno.htm. En otros partipan Beatriz Preciado, Javier Sáez y Annie Sprinkle
[27] Se refieren tanto al porno hetero como gay “tradicionales” donde el circuito es erección-penetración-eyaculación, donde el eje narrativo es el pene.
[28] Javier Sáez diferencia “sadomasoquismo” de la “cultura S & M”. El primero alude a la violencia, a la tortura y/o está en referencia a una sexualidad sostenida en el sometimiento y la destrucción del otro (ver nota 15). En la segunda “se abandona lo genital como lugar esencial o principal de la sexualidad, y ésta se ve desplazada a todo el cuerpo como lugar posible de experimentación de placer.” Sáez, Javier, “El macho vulnerable: pornografía y sadomasoquismo” en http://www.hartza.com/fist.htm, MACBA, Barcelona, 6 de junio de 2003. Las prácticas S & M también son mencionadas por Beatriz Preciado como ejemplo de prácticas de contra-sexualidad.
[29] Díaz-Benítez, María Elvira, “Sexo que vende: economía de la producción de películas porno” en Corrêa, S.; Parker, R. (Org.), Sexualidade e política na América Latina: histórias, interseções e paradoxos, Rio de Janeiro, ABIA, 2011, pp. 259-275, p. 272-3.
[30] Butler (1999) op. cit. p. 26.