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Radiografía de un endemoniado

 
Estudio social y clínico de un ceremonial religioso

Es frecuente escuchar entre colegas del ámbito de la salud mental cómo la histeria ha cambiado sus formas clínicas en este “nuevo milenio”. Es un hecho cotidiano encontrarse con profesionales que afirman que los síntomas han cambiado de tal forma que las parálisis, las cegueras o los mismos ataques de histero-epilepsia ya no se producen; que fueron propios de otra época. Al hacer la residencia de psiquiatría en un hospital general (Teodoro Álvarez) e interesarme por los pacientes neurológicos que asistían a consultorios externos, rápidamente percibí que en tal caso esos pacientes no llegaban al ámbito geográfico de la salud mental.

Los neurólogos ven casi cotidianamente casos de parálisis sine materia, de cegueras, de analgesias y de dolores resistentes a todo tratamiento así como también paresias o disminución en la motricidad sin explicación aparente. Los neurólogos con años de clínica, derivan a estos pacientes a salud mental y, naturalmente, éstos, convencidos de su enfermedad física (“y no psiquiátrica”) casi nunca llegan. Quizá esta realidad ponga en tensión los dichos de algunos psiquiatras y psicoanalistas respecto a si se ven o no ciertos síntomas y cuadros. Me refiero a esto: ¿Que no llegue al ámbito de la salud mental es sinónimo que algo no exista? Dejo por un momento sin contestar esta pregunta. Una película que no pasará a la historia del cine por su calidad, pero que considero interesante ver es El exorcismo de Emilie Rose; trata sobre una adolescente en un pueblo agrario de los Estados Unidos que murió en un ritual de exorcismo a cargo de un cura, que luego fue condenado y encarcelado. La película tiene un componente interesante: no se juega por ninguna de las hipótesis que se barajan como causantes del cuadro de la protagonista (visiones, presencias, voces alucinatorias, comportamientos bizarros) ¿Es una posesión? ¿Una epilepsia temporal? ¿Una esquizofrenia? Son preguntas que formula la película y, cosa rara en un largometraje americano, no intenta responder. Para los médicos (neurólogos y psiquiatras) era básicamente una epilepsia, para el cura y la familia (que dio consentimiento al exorcismo) una posesión.
Emilie Rose fue un caso real.
Recientemente he encontrado en la televisión (en el limbo de la sorprendente e impune trasnoche televisiva) ceremonias religiosas en donde se realizan rituales de exorcismo. A partir de estos fortuitos hechos comencé a preguntarme si tales procedimientos podían ser enmarcados en una dimensión psicopatológica o no. ¿Eran posesiones reales? ¿Eran simuladores pagos representando una comedia? ¿Era en serio? Con estas inquietudes me dirigí a un templo de la Ciudad de Buenos Aires que cuenta con una amplia difusión en medios televisivos. Participé en una ceremonia de libre acceso y luego escribí a modo de testimonio el relato que compartiré con ustedes, sin perder nunca de vista cuál era mi posición: la de un observador con sesgos propios y una visión intencionada. Fui como psiquiatra a estudiar un hecho social y clínico, un tipo de ceremonial específico. Ceremonias que tienen un común denominador: intensos rituales emocionales donde la invocación de espíritus y las prácticas de exorcismo son corrientes y, muchas veces, la herramienta más seductora y convocante. Ceremonias que reúnen algunas características: bombardeo frenético de estímulos visuales y sonoros, actividad física rítmica por tiempo prolongado, hiperventilación, contacto corporal directo entre oradores y/o auxiliares y público, ambiente festivo y de alta carga emocional. Prácticas religiosas que proponen una idea simple y efectiva: las circunstancias adversas o negativas de la vida (pobreza, desempleo, enfermedad, muerte de seres queridos, etc.) obedecen o son causa de “malos espíritus” o de “poco compromiso espiritual”. Asistí al templo en dos ocasiones, en el mes de junio del año 2006 y volví este año en el mes de febrero, acompañado por otro psiquiatra, el Dr. Luis Herbst, con el que escribimos un artículo1 sobre las manifestaciones psicopatológicas que encontramos en los asistentes durante el transcurso de la ceremonia. Si en mi primer contacto tuve la sensación de haber presenciado un dispositivo bien armado, en mi segunda oportunidad me quedé totalmente convencido que el ritual se enmarca y sostiene en un procedimiento, estudiado sistemáticamente, con el fin de provocar un estado de alteración de la conciencia entre sujetos susceptibles. Alteración de la conciencia que alcanza grados variables entre los miles de asistentes voluntarios y que lleva a un porcentaje menor de los mismos, aunque logrando un efecto impresionante, a estados de disociación mental que completan y dan sentido al mismo ritual. Exorcismos, imposición de manos, milagros, “recuperación” de cuadros psiquiátricos como psicosis o depresiones graves, ocurren al ritmo de la música y las palmas. Hipnosis, fenómenos de masa, sugestión, síntomas histéricos al estilo de las primeras descripciones de Charcot; pero sobre todo, la instrumentación de un efectivo dispositivo diseñado para producir fenómenos de trance e hipnosis, son algunas de los hechos que pude observar.

La experiencia

La entrada es cuidadosamente bien iluminada. Un auditorio de miles de personas. Desde el mismo comienzo un hombre gestual y carismático habla, hace pausas, ríe y arenga. Hombres y mujeres de mediana edad, algunos de clase media, amas de casa, desempleados. Al mirar hacia adelante me llama la atención que el escenario era inusualmente alto, quizá un metro y medio por encima del público. El orador habla de Satanás, del egoísmo, de los demonios. También de la ambición, de la salud y de la enfermedad. Habla de la energía negativa que tienen algunos hombres y de la posibilidad de vencer a los espíritus negativos y lograr así la plenitud espiritual y material. Está perfectamente musicalizado por melodías contagiosas y festivas. El discurso tiene mensajes claros, por momentos básicos, brindando la ilusión o la posibilidad concreta de resolver cualquier tipo de problema: desde una adopción hasta evitar la quiebra del negocio. Existen los demonios, los malos espíritus que causan los padecimientos físicos, espirituales y económicos. Es interesante la importancia predominante que se da al dinero y a los problemas concretos de los hombres, es decir, al dinero en sí mismo pero también a la salud y al desempleo. Cada vez que el orador pregunta respecto a estos temas obtiene una clara respuesta del público, que poco a poco comienza a ser menos individual. Con el correr de los minutos los hombres y mujeres entran en sintonía con el clima y la propuesta escénica. Muchos están conmovidos, inmersos en una suerte de éxtasis.

Los “Obreros” del Señor

Desde los primeros minutos de la reunión de oración, pude ver cerca de 60 ó 80 jóvenes vestidos de igual manera, atléticos, atractivos, pulcros, con vestimenta simple y prolija. Seguían al orador desde un costado del escenario y se movían con disciplina. Este los llamó desde el mismo inicio “obreros” y su función se fue haciendo más clara con el correr de los minutos. Cuando había pasado una hora de discurso y canciones, los “obreros” guiados por la perspectiva visual que tenía el orador (con su escenario un metro y medio por encima del público que le ofrecía la oportunidad de ver todo el auditorio) se acercaban a pocos centímetros de personas del público. A aquéllos que no podían esconder su emoción, los “obreros” les pedían que cerrasen sus ojos. Luego ponían su mano en la frente y comenzaban a rezar o a decir frases en los oídos. De cerca de 2000 personas, se formaron con los minutos aproximadamente 80 parejas: “obrero”/ asistente del público. La elección no fue realizada al azar. Por un lado el orador seguía con las oraciones y los “obreros” trabajaban simultáneamente con los elegidos. Freud en Psicología de las masas y análisis del yo (1920) al referirse a las masas artificiales como el ejército prusiano o la Iglesia Católica, señala que en estas dos estructuras el individuo tiene una doble ligazón libidinosa: con el conductor y con los otros individuos de la masa. Esta doble ligazón estaba aquí puesta de manifiesto por un trabajo sincronizado y efectivo, dos engranajes de una misma máquina. La imagen era impresionante. Primero algunos, cinco, diez, veinte, ochenta... Corrían los minutos y llegó a suceder que todos los “obreros” habían elegido a alguien para realizar ese ritual. La mano en la frente, el susurro en el oído, los ojos cerrados. El orador de fondo. Llantos en algún lugar. Voces y susurros. Algún alarido contenido. Los “obreros” una vez que tomaban contacto con algunas personas del público y mientras desarrollaban su procedimiento (idéntico en todos los casos), comenzaban a llevar a algunos de éstos hacia el escenario. Todo era hecho con extrema profesionalidad. No había movimientos bruscos. No había improvisación. Se comenzó a dar una imagen impresionante: cerca de 20 ó 30 “obreros” llevando a personas en algún tipo de trance hacia el escenario. Los iban acercando de a uno, siempre con los ojos cerrados y hablándoles al oído. Una de las cosas más llamativas era el completo dominio que tenían los “obreros” sobre esos hombres y mujeres. En un estado de hipnosis eran manejados a discreción. Los elegidos por los “obreros” llegaban al escenario producto de un intenso trabajo en la penumbra, con una voz que les hablaba “sólo a ellos” en su oído en forma ininterrumpida y con una mano en la frente, indicando que el contacto corporal no es un detalle. No hay sugestión sin cuerpos. Los asistentes llegaban al escenario en un estado de hipnosis, luego de la implementación de un dispositivo, sistemático y estudiado en cada detalle para provocar el trance. Un dispositivo infalible. No sólo el clima y la multitud favorecían un tipo especial de emoción, de afectación, también estaba la música, las palabras del orador y en ciertos casos (los sujetos elegidos) el contacto con un “obrero”. El auditorio en los minutos finales se dividió en dos: por un lado los que permanecieron en las butacas, con un nivel de emoción variable y un segundo grupo de sujetos, algunos en silencio y posición fetal, otros paralizados, otros hablando en lenguas extrañas. Hombres paralizados, personas que “volvían a caminar” luego de meses, personas que “dejaban de sentir dolor”... y allí también estaba una mujer, gritando desesperada que le saquen el diablo de adentro. Todos rodeados y custodiados por decenas de “obreros”, satisfechos por la tarea realizada. El orador en esos minutos, además de varias “curaciones”, exorcizó delante de dos mil personas a esa joven que lo insultaba con voz ronca, que lo escupió cuando se acercó a ella y que se negaba en los primeros minutos incluso a mirarlo.

-¿Quién eres?-, preguntó el orador.
-Soy la hija de Satán-, dijo con voz gruesa.
-Te echamos en nombre del Señor-, exclamó el orador.

El ritual duró varios minutos durante los cuales todo el mundo allí presente estaba pendiente de los diálogos entre esta mujer y el orador, que lejos de estar inquieto o ansioso o sentirse amenazado, estaba seguro de lo que hacía. Los “obreros” sujetaban a la mujer de sus brazos y torso. Los gritos eran de verdad, esa mujer se sentía poseída, no había nada de “como si” o de actuación ni de simulación. Al menos esa fue mi impresión. Salió de ese estado de “posesión” luego de varios minutos y como si se hubiese despertado de una pesadilla, abrió sus ojos y se sintió sorprendida por la mirada de todos. Todos lentamente volvieron a su estado, algunos, quizá en un trance más profundo, tardaron más que otros, pero en los últimos minutos, dedicado a las “contribuciones” económicas todos habían recuperado la lucidez y cordura. La música seguía sonando de fondo y el pastor realizó la invitación a la siguiente reunión. La mujer exorcizada fue felicitada por otras personas.
Se la notaba sorprendida y aliviada.
Ese fue el fin de la ceremonia.

Palabras finales

Es posible que ninguno de los asistentes a la ceremonia llegue a un consultorio de salud mental. Un posible tema de debate podría ser si esas personas, con estados de trance, posesión y bajo los efectos de masa, son o no pacientes, independientemente de asistir a la ceremonia de forma voluntaria. Estoy seguro de haber visto floridos cuadros sintomáticos, no puedo asegurar que sean personas que necesiten tratarse e incluso, quizá para algunos de los que allí van, sea un sitio de catarsis y contención.
Pero no tengo dudas respecto a un punto: más allá de las creencias religiosas que posea cada uno, observé un dispositivo para provocar ex profeso el trance, para manipular sujetos permeables y susceptibles. O sea, observé un dispositivo pensado a priori para provocar un estado con un fin estratégico. Las personas en estados de trance constituían la prueba material de que todo lo que allí se afirmaba era real. Encontré cuadros psicopatológicos disociativos (a primera impresión transitorios) provocados por dicho mecanismo de sugestión. Me refiero a síntomas histéricos de diversa índole, justamente esos síntomas que muchos colegas dicen que ya no se producen. Aquí mi respuesta a una de las pregunta con la que comencé este escrito.
Creo que tales acontecimientos clínicos y sociales, por fuera de la órbita de nuestra práctica cotidiana, tienen que ser un campo de estudio y análisis crítico de nuestra disciplina.

 

Federico Pavlovsky
Médico psiquiatra
fpavlovsky [at] yahoo.com.ar

1 Herbst, Luis y Pavlovsky, Federico, “Secuencia de un Trance”, en Vertex, Revista Argentina de Psiquiatría (en prensa).

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Articulo publicado en
Marzo / 2008