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¿Qué haremos con las imágenes?

 

Un enjoyado seno que desata la gresca entre los niños
en los oscuros patios de la bastardía

Tempestad apenas. Aldo Oliva

¿Qué haremos con las imágenes? Vivimos envueltos en su multiplicidad multiplicante y como sucede siempre que un orden de producción social alcanza niveles maquinales, aumenta la posibilidad del asedio, del atentado contra su soporte subjetivo.

El siglo XXI se inauguró con transformaciones; ninguna revolucionaria, todas transitivas, radicalizaciones cuantitativas de lo ya gestado, transformaciones y transgresiones importantes aunque de apariencia incontundente, todas mudanzas en los límites. Una de las más significativas es, quizás, el relevo casi completo que la imagen digital logra por sobre cualquier otro medio de captura y composición de imágenes. Digitalización, entonces, de casi cualquier superficie y retroiluminación (pantalla). Esto es algo que inicia el siglo con sigilo. El cambio experimentado en el lugar socialmente concedido a la imagen, la sienta en la punta de la mesa chica de la micropolítica más extendida. Prácticamente no hay fenómeno social que no se determine desde ahí en algún aspecto.

El panorama que observan estas reflexiones lo dan las redes sociales -internet- y la hipervigilancia como fenómenos últimos, pero así mismo la ya reconocida Sociedad del Espectáculo y el despliegue sostenido de lo que a partir de los años 1940 se presentara como Industria Cultural, como mainstream. También ocupa un lugar importante la medicina basada en imágenes y, en particular, las nuevas formas de resonancia cerebral, con las que se habría conseguido un modo de objetivar la mente. Contexto entonces definido por el tráfico de cualquier tipo de mercancías, pero, sobre todo y más que nunca, de imágenes capturadas en una desproporción tal que el cambalache de diseños visuales se presenta como el único fondo indesgarrable, el medio ambiente sobre el que todo tráfico fluye.

A mediados de 2012 la cifra conocida de fotos expuestas diariamente, sólo en Facebook, era de 350.000.000, es decir, unas 10500 millones de imágenes al mes. Estas variables no han dejado de aumentar desde entonces y su curva se acentúa, según los especialistas, en la nueva asociación de redes tipo Instagram con redes tipo Twitter, reduciendo así el uso de palabras en aras de la inmediatez. Estos números extraordinarios son registrables gracias a la misma tecnología que los produce. Habrá, por tanto, que interrogarlos desde otro lugar. Lo cuantitativo, que es la esencia misma de la computación, tienta la pereza del espíritu analítico a través de la cual una incuria suicida y un poco misteriosa nos ha llevado a hablar de inteligencia y hasta de pensamiento artificial.

Desde el psicoanálisis haríamos bien en proponer un programa que nos permita conocer mejor los efectos de la llamada Cultura de la Imagen.

Nunca ha sido concluyente el trabajo teórico sobre el tema de la figurabilidad de la vida de las imágenes en la vida psíquica, pues presenta problemas de extrema algidez para su formalización, tanto desde el abordaje semiótico como lingüístico y parece orientado a la carnadura más esquiva del psiquismo.

Sin embargo, estamos aprendiendo a pensar que la imagen es a la vez pre-semiótica (anterior, más directa, más veloz, más indeterminada que el signo) y pro-semiótica (tiende y conduce a la articulación simbólica), mientras que siempre puede desmarcarse de estos registros y replegarse en el mutismo excedente de ser sí misma.

Asunto que nos lleva a retrabajar en una nueva clave los grandes cuerpos teóricos. En Freud todavía parpadea un rescoldo no insumido. Gravita alrededor de La Interpretación de los Sueños. Veremos si al abrirlo sobre nuestro presente no se apaga. En Klein, el tema de la plasticidad es basto, pero se cierra en torno al mundo interno de la phantasy. Otros autores han hecho aportes desde obras menos sistemáticas, pero de indicios incitantes, como es el caso de J. B. Pontalis o de Cesar Botella. En Lacan, por ejemplo, encontramos a uno de los autores que menos ha comprendido el tema de la figurabilidad (plasticidad, imaginación, proceso primario, representación cosa); y a su vez encontramos al teórico que mejor abordó lo especular y casi el único que pensó la pulsión escópica. Por eso, nos queda particularmente corto para abordar lo imaginal en su complejidad, pero es una referencia mayor para empezar a comprender la basculación actual de la imagen (narcisística) que no promueve sino la captación por la superficie y la lisura. Más allá de estos grandes autores del psicoanálisis, habrá que enhebrar la aguja con otros hilos.

Es momento de que pensemos qué hacer con las imágenes, con la infinidad de imágenes, antes de que lo único visible, en el clímax de la peor pesadilla alumbrada por Marx (fetichismo de la mercancía), sea qué hacen ellas con nosotros.

 

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Articulo publicado en
Agosto / 2015