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El porvenir de la supervisión

 
(en acompañamiento terapéutico)

En tiempos de abundancia siempre resulta oportuno detenernos y analizar qué tenemos entre las manos, cómo aquello cae por nuestros dedos, qué aromas y manchas nos deja. Hoy, la abundancia en ofrecimiento de supervisiones y formaciones en la materia se hacen evidentes. Nos convocan a interrogarnos, a escuchar, a tomar un posicionamiento.

No existe el Saber Supervisar. El saber queda ligado a la transmisión y ésta al acto terapéutico de la experiencia propia, de su labor como profesional

Tres son los interrogantes iniciales le dan origen a este ensayo: ¿Qué es supervisar? ¿Por qué supervisamos? ¿Quién supervisa? Para el primero diremos que supervisar se construye como un acto de entrega, es la puesta en juego de la intimidad de la praxis y del narcisismo del agente. Para nuestro segundo interrogante, será necesario saber que supervisamos para encontrarnos con lo propio, lo hacemos en aquella apelación a una terceridad. Lo hacemos en la búsqueda del encuentro con nuestra posición en la escucha y el decir; en la pesquisa de nuestra propia implicación ante lo que acontece. Por último, sabremos que supervisa quien es capaz de ofrecerse como causa, como motor. Quien pueda producir un encuentro con nuestra propia posición -como agente y como sujeto. Supervisa quien pueda dar cuenta de una transmisión; transmisión que sólo es posible en el anclaje mismo de su propia experiencia en la clínica.

LA POSICIÓN ANTE EL SABER

El saber siempre se encuentra del lado del supervisante, jamás del lado del supervisor. El supervisor interroga, conmueve, trastoca y genera incomodidad ante el saber coagulado. Pone en duda, interlocuta con interrogantes que sean causa ante el saber del agente. El supervisor no instruye ni realiza recomendaciones, debe abstenerse con todo su ser de ocupar este lugar.

Supervisar conlleva un acto de lectura y donación, pero no donamos saber, donamos preguntas

No existe el Saber Supervisar. El saber queda ligado a la transmisión y ésta al acto terapéutico de la experiencia propia, de su labor como profesional. Supervisar conlleva un acto de lectura y donación, pero no donamos saber, donamos preguntas.

A buena hora resulta necesario decir que no existe la formación y las habilitaciones formales que avalen a un profesional como supervisor, en tanto no se trata de formas, justamente, aquí se trata de producir una fractura a la forma y entregarse al acontecimiento. Toda insignia con el sello que diga “supervisor/a certificado/a” es reducir el acto analítico a un saber tecnocrático donde hay un fondo estandarizado del ser acompañante terapéutico y hacer acompañamiento terapéutico; empujándolo a lo procedimental, a lo rutinario, a la ecuación donde los resultados están gravados de antemano.

No se trata, bajo ningún punto, de quitar valor a la formación constante y al incursionamiento de las distintas temáticas que sean de interés para los profesionales. El acento está puesto en la distinción entre aval y el habilitarse en los términos subjetivos y profesionales.

El supervisante llegará con todas sus dudas, con todas sus certezas, con todos sus temores y malestares; llegará por la senda de la búsqueda, una búsqueda que decantará en su decir. Quien supervisa toma una posición ante lo que llega, ante quien llega y ante ese recorte que pretende ser una elucubración de su quehacer, es allí donde el supervisor marcará tiempos que puedan funcionar como localización, hará preguntas, devolverá algo, una lectura, una refracción de la huella. Tomará distancia de cualquier sanción. Intentará encontrar un lugar de cierta simetría, pero teniendo en cuenta que a su lugar se dirigió una demanda que supone un saber, el Saber Supervisar. De antemano la relación de poder imprime una marca, es inaugural en concreción de ese espacio que se produce entre el supervisante y el supervisor, pero este último deberá estar advertido de esto y actuar en consecuencia de la ética, siendo capaz de moverse hasta aquel punto donde la distancia pueda ser solidaria con la eficacia terapéutica, pues no se trata de otra cosa más que de la terapéutica misma, con todos los avatares que ello confiere.

SUPERVISIÓN. DE LA FUNCIÓN DEL DISPOSITIVO AL BOMBARDEO MARKETINERO

En torno a la supervisión se ha consolidado una artillería desde la ingeniería mediática. Esta artillería se ve conformada desde: convencimiento a través de las redes sociales; creación de una necesidad de dependencia; frases y contenidos desde una seudo-análisis que pretenden captar la imagen; producción de demanda de formación ligada a la tecnocracia y la eficiencia de resultados; banalización del dispositivo; violación del secreto profesional como método de enganche de nuevos clientes, llevando a una corrupción de la ética en favor del clientelismo; captación de la totalidad del saber con una apropiación de la totalidad de los significantes y reducción del otro a sus migajas de significados únicos: el ser certificado como entidad de existencia.

En torno a la supervisión se ha consolidado una artillería desde la ingeniería mediática [...] banalización del dispositivo; violación del secreto profesional como método de enganche de nuevos clientes, llevando a una corrupción de la ética en favor del clientelismo.

¿Por qué pensar la supervisión como dispositivo? Si bien podemos mencionar algunos elementos indispensables a la hora de supervisar, debemos estar advertidos que no se supervisa con todos del mismo modo y que no es algo estandarizado que se repite. Aún más, una de las funciones principales de la supervisión es producir un corte con la cadena de repetición, justamente en el momento en que la cadena pasa a ser círculo.

Creamos el espacio para supervisar una y otra vez, para cada ocasión, y lo creamos a partir de lo que trae el supervisante, con lo que puede decir, con lo que podemos escuchar y con eso que emerge en el entre. Supervisar tiene la función del dispositivo y responderá a su finalidad, que será la que se instaure en el fondo de la demanda de supervisión.

La supervisión no es un recurso para cuando la cosa no marcha, también apunta a interrogarnos cuando todo marcha demasiado “bien”. Supervisar debe ser solidaria con una puesta en acto de la ética profesional; muy distante del imperativo moral del marketing en el deber.

Sería fácil instruir, dar técnicas, recomendar. Sería fácil hacer crecer el dinero en la cuenta, pero todo sería en perjuicio de la terapéutica. A quien esto no le produzca rechazo, con todo y gloria hará de esto una religión, edificará iglesias y sus mesías recorrerán el mundo llevando la palabra del supervisor.

 

Tal como he mencionado, la masividad de ofertas a través de las plataformas de medios sociales de comunicación, en particular redes sociales como Instagram, Facebook, spotify, youtube, entre otras, han favorecido a la accesibilidad de contenidos varios y, dentro de ellos, aquellos que hacen al campo del acompañamiento terapéutico. Pero, mayor accesibilidad no implica mejor calidad, implica, de cierto modo, democratizar la divulgación y tener una oferta que se amarre a los tiempos que corren: mayor celeridad, masividad de contenidos, la puesta en escena por sobre el contenido y la veracidad y calidad del contenido signada por el número de followers, likes y viwers. Desde este punto la legitimidad se encuentra al alcance de un clic.

No pretendo deslegitimar las estrategias de enganche de otro, aún más, no soy ni somos ajenos al atravesamiento epocal y su modalidad de construcción de lazo social. Aquí pretendo que se produzca una pregunta que genere una suerte de resonancia respecto a ¿qué se busca transmitir y desde dónde? ¿Qué valor tiene para la clínica? Es una invitación a deconstruir lo que nos viene y lo que hacemos con ello.

NO HAY INSTRUCCIONES, PERO SE REQUIERE DE CONDICIONES

Lauriña, C. nos va a traer el requisito que figura Freud para poder sostener y desplegar una supervisión, al mencionar el trabajo que éste y Edoard Weiss realizaban: el acuerdo y el deseo, ya que sin ello la entrevista resultaría “(…) inútil o, incluso, perniciosa” (pág. 29)

El acuerdo y el deseo, ya que sin ello la entrevista resultaría 'inútil o, incluso, perniciosa

Debemos advertirnos que quien decide tomar una posición como supervisante deberá estar dispuesto al encuentro con otro decir. Podríamos pecar de ingenuos si se nos presenta alguien con aquel semblante, pero en la búsqueda de una confirmación de su posición narcisista en tal o cual acompañamiento. Dejarse habitar por la pregunta del supervisor será una tarea que se deberá dar quien desee supervisar.

De lo que pueda acontecer en ese espacio, dará cuenta la posición del propio supervisante y su clínica posterior. Pero, también advertimos que ello podrá producir efectos en la propia posición del supervisor, pues no es inmune al espejo, donde algo de lo externo es posible de ser incorporado en la dinámica transferencial.

El “Sin comprometerlo a Ud. a nada” que nos trae la autora respecto al intercambio epistolar entre Freud y Weiss sobre la supervisión, nos enfrenta a otro de los principios fundamentales de la supervisión: no se trata de convencer al supervisante de nada, no se trata de imponer un saber por sobre el suyo; se trata de producir un hueco, abrir un espacio para que lo posible sea puesto en consideración, para funcionar como causa de interrogación sobre las lecturas e intervenciones, sobre la dirección del tratamiento, con todas nuestras estrategias.

La supervisión es distinguible y separable de la llamada “co-visión”. El supervisor no forma alianza con el supervisante, no hacen lecturas juntos y tampoco se deja entrampar por las capturas imaginarias de las escenas. Para que un supervisor pueda producir eficacia se requiere de cierto grado de extranjería, producir un borde que mantenga separadas las lecturas y que no produzca efecto de convencimiento. No se busca una interpretación de dos o más sobre una escena, como ya lo hemos dicho, buscamos ser causa. No buscamos co-ver un recorte y construir algo en conjunto, eso queda más del lado del trabajo interno que pueda darse un equipo interdisciplinario. En nuestra función no está el ver juntos algo, nos abriremos paso en la dirección de que el supervisante escuche algo en su decir. Seré insistente en esto.

Como las preguntas pueden tener cierto efecto convocante y revelador, a buena hora podríamos preguntarnos si la práctica de la co-visión, como corrimiento de la supervisión, no es tan solo un esfuerzo desesperado de instalarse con el sombrero del “soy cool” y una roja nariz del clientelismo. El “pensemos juntos” produce un anulamiento de la propia condición y derecho de pensar-se del supervisante. No pensamos juntos, intentamos generar las condiciones para que aquel se deje habitar por la pregunta y, a posteriori, que pueda producir un nuevo reordenamiento en su clínica.

Existe otra movida muy en auge sobre quién supervisa y una fuerte impronta del “at x at”. ¿quién puede supervisar? Esto nos lleva nuevamente a los postulados del inicio bajo los cuales intento arribar a una aproximación de la praxis: ¿Qué es supervisar? ¿Por qué supervisar? Y ¿Quién supervisa? Bajo estos interrogantes podemos retomar lo que se instaura como axioma: podrá supervisar quien ubique en el supervisante un decir, quien pueda escuchar, quien no tenga la captación del saber.

La supervisión no es exclusiva ni excluyente de un saber profesional. Estoy convencido de que lo inherente a la especificidad profesional viene de la propia profesión. Con esto quiero decir que nadie sabrá más de acompañamiento terapéutico que el propio profesional acompañante terapéutico, pero no cualquiera, ya que no se trata de un título per-se, se trata de una posición, de un saber hacer en el acompañamiento terapéutico. En una supervisión con un colega se puede producir un encuentro con lo propio, con una lectura lo más cercana a la transmisión. Pero, no siempre lo propio es lo más necesario para repensar nuestros casos clínicos y las intervenciones. Habrá situaciones donde un “saber externo” será necesario, allí donde algo de la especificidad profesional escapa al caso y se hace evidente las huellas del pensamiento interdisciplinar.

Si ubicamos en un primer momento el qué queremos supervisar y el por qué, nos llevará a acercarnos al a quién demandarle esa supervisión, ya sea un profesional acompañante terapéutico o de otra profesión, ya sea individual o de todo el equipo terapéutico.

Afirmo y sostengo -en términos clínicos y de la profesionalización- de que sea un acompañante terapéutico quien supervise en quehacer del acompañamiento terapéutico de otro colega. Aun así, no descarto la relevancia que pueda tener, cuando la situación lo requiera, recurrir a otras profesiones para supervisar nuestra práctica y la de todo el equipo, siendo en aquellos casos en que lo central no está puesto sobre el saber de nuestra especificidad profesional, sino que, en la posibilidad de vislumbrar aquella lectura que escapa al saber parcelado que de entrada aparece en todas las formaciones. Así mismo, siendo coherente y sosteniendo el mismo criterio, considero igual de válida la demanda de un acompañante terapéutico como supervisor de otra profesión o de un equipo interdisciplinar. De no habilitarse esto, sólo caeríamos en una posición de deficiencia del acompañamiento terapéutico en relación a otras disciplinas.

Valcarce, L. al referirse a la supervisión nos va a decir que no es una experiencia de aprendizaje, no se trata de aprender -ni de aprehender-, sino que, la supervisión genera marcas de aprendizaje en quien supervisa su caso. A esto debe apuntar, a sabiendas de que el hecho mismo de supervisar no garantiza que algo de esto se dé.

Iremos al encuentro con aquello que pretendemos supervisar, no existiendo un molde de datos prefigurados que deberemos presentar. Armaremos el caso con aquel recorte que pretendamos transmitir, allí donde la cronología no será el orden rector de la temporalidad, donde la lógica produce un recorte de esa persona con la cual trabajamos y permite localizar algo de nuestra propia posición. Este recorte, que construye un caso, será el analizador sobre el cual se abrirán paso los interrogantes.

Ricardo J. Schmidt
​​Técnico en Acompañamiento Terapéutico
Licenciado en Psicología
ricjes [at] outlook.es

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Articulo publicado en
Julio / 2024