Hay algo que se desarrolla paralelamente al fetichismo de la mercancía estudiado por Marx (1867/2014). Ese algo, que he denominado fetichismo de la psique en otro lugar (López-Ríos, 2020), proporciona las coordenadas de la dominación capitalista en las últimas décadas. Lo que se había argumentado hasta entonces, era un desplazamiento de lo teorizado por Marx al campo de lo psicológico y la psicologización, consideradas estas últimas como armas de sometimiento. Sin embargo, he quedado más que convencido que hizo falta aportar algo más, y es que, si se habla de lo psíquico y de la crítica a la psicología (que sostiene y hace posible tal fetichismo psíquico), no se puede pasar por alto a Freud. Pretendo en esta ocasión, complementar lo que tal vez dejé incompleto y que solo podría encontrar a través de la fórmula Marx-Freud.
El marxismo, que ya es en sí subversivo, no puede ignorar las repercusiones que el sistema actual tiene en la vida individual de los sujetos; de esto Marx estaba bastante enterado. No obstante, limitarnos al marxismo podría, no solo dejar de lado aspectos importantes de las vidas individuales, sino también, nos conduciría a cobijarnos en un dogmatismo que ni Marx o Engels hubieran concebido
El marxismo, que ya es en sí subversivo, no puede ignorar las repercusiones que el sistema actual tiene en la vida individual de los sujetos; de esto Marx estaba bastante enterado. No obstante, limitarnos al marxismo podría, no solo dejar de lado aspectos importantes de las vidas individuales, sino también, nos conduciría a cobijarnos en un dogmatismo que ni Marx o Engels hubieran concebido. Pero también hemos visto, que la subjetividad no se puede abordar desde la psicología, puesto que esta juega con la parte más superficial de nosotros, a saber, con lo consciente, lo yoico.
Es por lo anterior por lo que se ha propuesto, desde el siglo pasado, la articulación marxismo-psicoanálisis. En concordancia con lo mencionado por Reich (1934/1986) y Vainer (2009), el marxismo podría darle a la teoría del inconsciente el elemento de la realidad actual, y el psicoanálisis, por su parte, podría dar cuenta de cómo esa realidad se instaura en la vida psíquica, en nuestra subjetividad. Así, nuestro intento complementario en este espacio pretende también aportar (aunque sea de manera incompleta) a la reivindicación de lo que se ha denominado izquierda freudiana, en los que encontramos importantísimos autores del siglo pasado como Reich, Fenichel, Bernfeld, Fromm, Marcuse, etc., así como autores de este siglo, tales como Carpintero, Vainer, Pavón-Cuéllar, Páramo Ortega, entre otros no menos importantes.
¿Qué entendemos por “psique”? o más bien, ¿qué nos han enseñado que es la “psique”? Resulta bastante problemático responder a estas interrogantes, pero, increíblemente, hay quienes se han empeñado en contestarlas sin mayor dificultad y sin mayor explicación, entre ellos podemos invocar a los psicólogos, a los psiquiatras y a uno que otro gurú de motivación o coach de inteligencia emocional.
Lo que solemos entender por psique, en el sentido común actual, es bastante simple. Es algo (sin una definición clara) que se encuentra “en la cabeza” (quién sabe dónde, pero ahí está), o que tiene su expresión en la “conducta observable” y, por ende, la psique es sin lugar a dudas, “objetiva”: se puede medir y también se puede evaluar con alguna escala de inteligencia o de depresión, incluso con resonancia magnética. Eso es nuestra psique: una psique individual que tiene por objeto la consecución de tareas abstractas y concretas, algo que de vez en cuando, tal como lo señala Fernández Christlieb (2019), se reúne con otra psique individual para conversar e intercambiar estados emocionales, resultados de pruebas psicométricas, o algún trastorno padecido.
Somos entonces, por un lado, individuos con “algo” (que no sabemos realmente qué es) en nuestra cabeza (que tampoco sabemos dónde está exactamente), que contiene nuestras emociones (?), nuestros deseos (?), nuestro lenguaje (?); por otro lado, somos individuos “objetivos” porque tenemos una conducta que expresa eso que no sabemos qué es y que no sabemos en dónde se encuentra.
“¡Ese eres tú!” dice el neuropsiquiatra o neuropsicólogo al señalarle a su paciente las zonas cerebrales activadas por algún estado emocional o alguna conducta realizada (suya, por supuesto). ¡Eso es nuestra psique! Un cúmulo de zonas cerebrales activadas, emociones expresadas en conductas y un cierto C.I. que nos dice qué tan inteligentes somos. Así, todo es sencillo. Llegamos a una (absurda, pero bastante consensuada) conclusión: la psique es independiente de lo exterior.
Algunos profesionales del dispositivo psi podrán objetar de manera instantánea: “¡Es que la psique recibe estímulos externos!” Efectivamente, recibe estímulos, pero al considerarlos como tal, como estímulos, es algo pasajero, algo que la misma psique puede moldear a su gusto, desechar con facilidad, y recibir otro estímulo, así una y otra vez, un movimiento circular en el que la psique sigue estando intacta a la luz de lo “externo”, de lo real (Pavón-Cuéllar, 2014). Esta, podríamos afirmar sin temor a equivocarnos, es la concepción que domina, precisamente, nuestra psique (lo cual resulta bastante irrisorio).
Lo que podemos observar en esta descripción de lo que se entiende, comúnmente y en gran parte del gremio académico psicológico (y no psicológico), por lo “psíquico”, es que está estrechamente relacionado con la parte perceptiva consciente, es decir, nuestra psique es la que percibe, la que desecha y recibe estímulos de manera selectiva, a nuestra propia conveniencia. Bajo esta concepción, no es ello lo que elige por nosotros, sino el yo. No es el más allá (sin caer en algo metafísico), sino el más acá. Veremos esto más a detalle.
Mucho se ha hablado de que todos tenemos un yo. Podríamos decir que es prácticamente la base de la psicología moderna. No hay que complicarnos tanto en este momento para explicar este yo: basta remitirnos a la manera en la que hablamos. Siempre emitimos enunciados en la primera persona del singular, ya sea con un pronombre personal o posesivo: “Mi trabajo es para que yo esté bien”. Nuestro yo es lo que efectúa cualquier acción, tal como lo vimos anteriormente con la psique. En estas conceptualizaciones del sentido común del mundo en el que nos encontramos (aquí nos empezamos a poner más serios) podemos decir que psique y el yo son uno mismo: el yo es lo psíquico y viceversa, o, en otras palabras, nos encontramos frente a un yo consciente.
El que habla en la primera persona del singular produce ciertos efectos psíquicos como emociones y activa ciertas zonas cerebrales que hacen notar que hay algo (quién sabe qué cosa), al mismo tiempo que estas emociones y zonas iluminadas en la resonancia magnética, presentes y accesibles en la consciencia-percepción del yo, hace que se exprese bajo la forma yoica: “¡Ese de ahí soy yo!”. Visto de esta manera, la cosa es muy sencilla y no exige mayor examen. Es, como ya lo dije, la forma del sentido común para entender-nos como individuos (el uso de esta palabra es provisional).
La cosa se torna complicada cuando alguien introduce un corte en la línea argumentativa de lo que entendemos por el yo, o, en otras palabras, es como si algo cortara al yo directamente. Esto ya es, en sí, bastante problemático para quienes, hasta ahora, habían concebido al que habla en la primera persona del singular como ente independiente con su psique consciente localizada anatómicamente y expresada en actos del habla. Podemos decir, que los que introducen este corte son Marx y Freud, pero detengámonos en el segundo.
En efecto, fue ni más ni menos que Freud el que dio cuenta que en este yo consciente que tanto se alaba hoy en día y al que se dirigen los medios de comunicación, las redes sociales, etc., no es lo único psíquico (Freud, 1923/2012), y al no ser lo único, entonces, debe haber algo más en la malentendida psique que hasta ahora hemos descrito. Si antes con el yo y su psique estábamos más acá, con el corte freudiano (y marxista) nos posicionamos más allá. Si lo consciente es lo positivo, es decir, lo que está y que podemos ver como tal, debe existir su contrario, su negativo, aquello de lo que no podemos dar cuenta. Existe entonces, lo inconsciente que opera y tiene efectos en y sobre el yo consciente (Freud, 1915/2010). Lo que vemos activado en nuestro cerebro cuando somos sometidos a una resonancia magnética o cuando hablamos en la primera persona del singular, es solo una parte de nosotros, sigue siendo lo consciente, nuestro yo, es decir, es el efecto de lo que no se ve.
Con el corte freudiano quedaría claro que no hay un yo absoluto, y que hay “algo” o “alguien” más que ejerce cierta influencia en nosotros, en nuestra manera de hablar, en nuestras acciones
Es en el yo en el que recaen las acciones no vistas, no percibidas, y, por tanto, no es un ente totalmente activo como se piensa, es decir, el yo no vive, es vivido (Freud, 1923/2012). Es como si existiera alguien o algo más que nos controla sin nosotros saberlo. En este sentido, el yo queda, de cierta manera, sometido al proceder de lo inconsciente. La psique, entonces, se escinde (si me permiten hacer uso de esta palabra), y, por tanto, la verdad del yo tal como lo conocemos se va desplomando.
Con el corte freudiano quedaría claro que no hay un yo absoluto, y que hay “algo” o “alguien” más que ejerce cierta influencia en nosotros, en nuestra manera de hablar, en nuestras acciones (lo veremos más adelante). Incluso sería un poco extraño utilizar la primera persona del singular o del plural: ¿realmente somos nosotros los que hablamos? ¿son nuestras las acciones que llevamos a cabo? ¿realmente mi trabajo es para que yo esté bien? Podemos decir que es gracias a Freud que descubrimos la ficción del yo, ese yo con el que la psicología fantasea. El propio Freud nos dice que debemos “emanciparnos” del “síntoma conciencia” (Freud, 1915/2010). Como síntoma no representa nada por sí solo, no es la realidad, es algo ficticio, un velo que encubre, en este caso, lo inconsciente.
Es cierto que, gracias al descubrimiento de lo inconsciente, en el sentido freudiano, nos abrimos paso al más allá del yo. Pero también debemos proceder con cautela, para no incurrir en el mismo error que se ha cometido en la psicología al concebir lo psíquico-social como una charla entre psiques (ahora ya concebida como aparato en el que existen sistemas, a saber, lo inconsciente y lo consciente), es decir, como psiques independientes que se juntan de vez en cuando. De ahí entonces que tengamos que partir desde Marx y el marxismo.
Decíamos en líneas más arriba, que algo o alguien ejercía acciones en nosotros de manera inconsciente. Podemos decir que en este inconsciente existe una “estructura pulsional” que ha sido heredada a lo largo del tiempo, es decir, que es constante (Fenichel, 1934/2017). Esto no es falso, por supuesto, pero nos atrevemos a decir que una concepción de lo inconsciente como algo simplemente pulsional, interno, biológico y constante sería caer en un error muy grave (al menos para nuestro objetivo). A la par de esta estructura constante, se presenta una determinación de las condiciones reales de vida, es decir, de la realidad objetiva de producción; esto es, el mundo social en el que el individuo se encuentra (él/ella y su psique). Esto no es ni siquiera nuevo, ni una idea original de los que podemos ubicar en el freudomarxismo o en la izquierda freudiana. La idea la podemos encontrar directamente en Marx.
Marx, en conjunto con Engels, responden a las preguntas formuladas anteriormente: “no es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia”
Antes de pasar a la exposición de lo anterior, me quiero detener en una parte de un tuit que el mexicano multimillonario y cínico, Ricardo Salinas Pliego1, escribió hace unos días: “…estamos como estamos, porque somos como somos”. Para el lector marxista o freudomarxista, la frase anterior no representará dificultad alguna. Lo que la frase escrita por Salinas expresa es bastante sintomático y es un reflejo de lo que hasta ahora hemos venido desarrollando. Lo que nos deja ver la frase es que lo que soy yo determina la situación social actual; no hay que hacer ninguna explicación rebuscada a la frase: estamos así (socialmente hablando) porque somos (del ser, del yo) así, o en otras palabras más sencillas: el yo antecede a lo social. Si nos ponemos freudianos, podremos decir que hubo algo de su inconsciente que se manifestó en esa frase. Pero la pregunta que nos queda ¿qué clase de inconsciente es? ¿el freudiano lleno de pulsiones? Esta es una respuesta que no se puede dar exclusivamente desde el psicoanálisis.
Marx, en conjunto con Engels, responden a las preguntas formuladas anteriormente: “no es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia” (Marx y Engels, 1846/2012). Si en vez de “conciencia” remplazáramos por aparato psíquico, la cosa no cambia, es solo una modificación conceptual para adecuarla a lo que hemos venido trabajando. En este sentido, lo inconsciente explorado por Freud, quedaría también determinado, en última instancia, por la vida real, por el modo de producción. Lo inconsciente ya no sería únicamente pulsional, sino también social. Esto no quiere decir que sea un inconsciente compartido por todos y todas, sino que más bien, al estar determinado por lo social, por la vida real, se piensa, se habla, se bromea, se olvida de cierta manera, acciones que responden a los intereses del mundo actual.
Lo inconsciente explorado por Freud, quedaría también determinado, en última instancia, por la vida real, por el modo de producción. Lo inconsciente ya no sería únicamente pulsional, sino también social
La cita de Marx y Engels, si la consideramos de manera aislada, no tiene mayor dificultad. El problema es que, esa vida a la que se refieren ambos, es la vida de producción capitalista, del capitalismo. El yo consciente y lo inconsciente, pasan a formar parte de la estructura real, o, mejor dicho, pasan a formar parte de la superestructura. La ficción aquí no se ha ido, pero le hemos concedido otro valor más importante. La ficción de la que hablábamos anteriormente se limitaba al nivel individual: un yo que era pura ficción porque su verdad se hallaba en lo inconsciente. Ahora, la fórmula conserva su esencia, pero con una adición: el yo ficticio como efecto de lo inconsciente y lo inconsciente propiamente, son incluidos en el todo social. Ahora el yo como efecto del inconsciente, deviene en el síntoma perfecto, puesto que encubre dos cosas en una sola: el inconsciente pulsional del que no da cuenta sino a través del síntoma neurótico o de los lapsus, y lo social que también tiene efectos sobre lo inconsciente, manifestándose entonces, como actividad del habla en la forma de la primera persona del singular, sea en pronombre personal o posesivo. Si pudiéramos expresarlo resumidamente y de manera puramente provisional y quizá erróneamente, quedaría más o menos así:
Capitalismo →|(Icc: P-R-NR) →/ Yo consciente(FP)|
Siendo Icc lo inconsciente, P lo pulsional, R lo reprimido, NR lo no reprimido; las flechas indicarían el efecto sobre lo posterior. La diagonal (/) que se encuentra después de la flecha que va hacia el yo consciente responde a la ficción que hemos venido enfatizando desde el corte freudiano, lo que, a su vez, da como resultado lo ya analizado anteriormente y que denominé como la producción del fetichismo de la psique representado por FP (entendida la psique como en la primera parte de este escrito y lo criticado líneas más arriba). Las barras laterales en vertical (||) que comprenden del Icc al yo consciente, representa la noción de sujeto, que veremos más adelante.
El problema de “dónde” podemos encontrar a la psique se ha esclarecido en gran medida. Primero, con el corte hecho por Freud, entendemos que lo que hasta ahora se ha conceptualizado por psique o psiquismo, no es sino una parte sintomática, puesto que hacía referencia exclusivamente al yo consciente. Segundo, y esto resuelve la duda principal sobre el “lugar” de la psique, decimos que aun incluyendo lo inconsciente como parte de lo psíquico, estos no pueden ubicarse dentro del individuo en un sentido restringido o exclusivo, y, por lo tanto, lo psíquico es social, está fuera de nosotros, y no dentro. Si es necesaria una aclaración, sería únicamente para decir que no estamos diciendo que lo psíquico se encuentra en un lugar propiamente tópico ubicado fuera de nosotros.
Lo psíquico es el resultado de las condiciones de existencia, y al mismo tiempo, el “individuo” psíquico puede modificar sus condiciones dentro de los límites dados por la sociedad capitalista, llegando así a una reproducción de lo psíquico capitalista y el capitalismo simultáneamente
Frente a cualquier interpretación idealista de lo anterior, sostenemos junto con Marx (1845/2012) que la psique es práctica, determinada por el modo de producción: desde el momento de nacer, nuestro psiquismo se irá determinando por la clase de nuestra familia, por la división del trabajo, por cuánto gane el padre o la madre; no venimos al mundo con una cabeza aislada que se constituye por sí misma. Lo psíquico es el resultado de las condiciones de existencia, y al mismo tiempo, el “individuo” psíquico puede modificar sus condiciones dentro de los límites dados por la sociedad capitalista, llegando así a una reproducción de lo psíquico capitalista y el capitalismo simultáneamente.
Volviendo al ejemplo de Salinas Pliego, vemos entonces que su posición social, es decir, su posición en la producción capitalista, a saber, dueño de Grupo Salinas, el segundo (o tercer) hombre más rico de México, determina su yo consciente, ese que escribió esa parte del tuit que revisamos anteriormente. Aquí ocurren dos cosas. En primer lugar, en tanto psique práctica, es decir, un psiquismo determinado por las condiciones reales, deja ver su posición en la división social del trabajo bien explicada por Engels (1876/2008), al pensar que bastaría con cambiar lo que somos para cambiar las condiciones actuales o que todo sería producto del ejercicio intelectual o de los axones, somas y neurotransmisores. Segundo, se fetichiza lo psíquico, pero esto último entendido como en la primera parte de este texto, a saber, lo psíquico conocido, lo consciente, lo yoico: es gracias a la cultura de la psicología, de su saber, de la psicologización, que permite reforzar este fetichismo, ocultando así el orden existente. Como es sabido, el yo siempre será un orgulloso, pero en su orgullo estriba su ignorancia de lo real, de la determinación por lo inconsciente, y en última instancia, por el capitalismo.
La manera de expresarse de Salinas puede ser examinada por el psicoanalista, siempre y cuando este tenga presente que no es únicamente el inconsciente (freudiano) lo que se manifiesta en el habla común. Su expresión “estamos como estamos porque somos como somos” no es exclusivamente síntoma de un inconsciente puramente pulsional, sino social y económico.
Ya adelantamos que la psique, desde el punto de vista marxista-freudiano, no puede ser sino un producto de las condiciones reales de existencia que el yo no puede percibir sin los elementos necesarios, es decir, en las condiciones dadas para él o ella. El problema es que esta ficción no nos lleva a otra cosa que al sometimiento y dominación de todos y todas por el capital.
Si decíamos que el individuo-yo-consciente es el síntoma perfecto puesto que se encuentra producido por y en el capitalismo, ya no hablamos entonces de un individuo, porque no es alguien aislado; hablamos entonces, de un sujeto, un sujeto interpelado, como nos recuerda Althusser (1970/1974). La interpelación que se le hace al sujeto no es más que una orden para adquirir una identidad necesaria (pero falsa) para el capital, es decir, la interpelación ideológica “proporciona-solicita los documentos de identidad al interpelado” (Althusser, 1966/1996): le exige ocupar un lugar en la producción. En un movimiento particularmente interesante, esta interpelación produce un efecto-inconsciente (Althusser, 1966/1996), aunque con esto no quiera decir que produce el inconsciente como tal, es decir, no es la génesis del inconsciente propiamente estudiado por Freud, sino que más bien, es una articulación, y a su vez, ese inconsciente produce el desconocimiento del sujeto interpelado porque existe en lo “vivido” del discurso ideológico (Althusser, 1966/1996).
Luis Pablo (quien escribe) ya está interpelado en el capitalismo desde el momento de su nacimiento, produciendo así un efecto-inconsciente que se articula con mi discurso ideológico (mi yo) y mantiene ciertos efectos a su vez en ese discurso. Podría decirse, que uno queda preso del capitalismo y de lo inconsciente. Uno se convierte en sujeto capitalista con un psiquismo capitalista2, y sí, la única distinción que habría entre nosotros, todos sujetos capitalistas, es la clase en la que uno se encuentra determinado: proletario o burgués, aunque como sabemos, y como nos lo recuerda Fenichel (1934/2017), el yo consciente del primero casi siempre se parece, en sus valores, al segundo, como ya lo adelantaba Marx y Engels (1846/2012): las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en la sociedad.
El sujeto (siervo del capitalismo y de lo psíquico producido en este sistema) no podrá dar cuenta de su condición de sujetado. Esto es así porque, es un hecho que cada vez más, como lo dijimos anteriormente, los medios de comunicación, las redes sociales, los comerciales, las frases como la de Salinas y otros, todo eso, se dirigen siempre al yo e indirectamente a lo inconsciente, reforzando así el lugar que teníamos asignado desde nuestro nacimiento. Asegurado todo por el capitalismo, quedamos en un total desconocimiento, desconocimiento que nos lleva a nuestra miseria.
La ficción del yo lleva consigo la condición necesaria para que exista la dominación. Lo único que está sucediendo es una reproducción incansable de lo psíquico entendido como lo consciente y lo yoico, tal como sucede en el movimiento circular y vicioso del capital (Marx, 1867/2014). Las repercusiones son claras. El yo, ahora sujeto capitalista con un psiquismo capitalista, se encuentra encerrado en su sentido común y psicológico que presume inocente y suyo. Es un ser, pero no siendo. Un siervo que lo tratan como de la familia real para que no se vaya de ahí. Su deseo no es su deseo, su emoción no es suya, su lenguaje no es suyo: son todos del capital. Volviendo a la frase de “Mi trabajo es para que yo esté bien”, en la realidad, significaría todo lo contrario: no es mi trabajo, sino el trabajo que necesita el capitalista, y no es mi vida la que estará bien, sino la vida del vampiro capitalista. Está por demás decirlo, pero es necesario: el sujeto capitalista no sabe que es sujeto capitalista. Es decir, el hecho de que demos cuenta que existe un psiquismo capitalista, no cambiaría mucho la cosa, puesto que los que están en el poder no irán por la vida diciendo que es un psiquismo capitalista; de ahí que recurran a la fetichización.
El fetichismo de la psique producido por el discurso ideológico, por la palabra del yo consciente, reforzado por la psicología, la psiquiatría, las resonancias magnéticas, los manuales diagnósticos de trastornos mentales, los gurús de motivación o inteligencia emocional, impide la revolución, impide la toma de conciencia de clase, puesto que la única conciencia existente es la psicológica y capitalista: aquella que promete un bienestar que nunca llega, y que en la realidad genera miseria.
Lo psicológico se determina por las relaciones de producción capitalistas
Lo que aquí se escribió no es sino un complemento a lo ya expuesto en otro lado, quizá hasta repetido. Podemos decir, a diferencia de los que radican cómodamente en el dispositivo psi, a saber, psicólogos, psiquiatras y gurús de motivación, que lo psíquico no está al margen de lo social, o, en otras palabras: lo psicológico se determina por las relaciones de producción capitalistas. Es por esto que el problema de la subjetividad en nuestro sistema no pueda ser abordado por la psicología: en primer lugar, porque la psicología es también un síntoma del capitalismo; en segundo lugar, al ser un síntoma del sistema, encubre lo real al solo abordar lo yoico, el discurso ideológico, fetichizando lo psíquico consciente, a saber, los “diagnósticos”, las emociones “internas”, los coeficientes intelectuales, entre otros. De ahí que se tenga que pensar en otra cosa que no sea psicología y que no descuide ni el sistema real-evidente ni lo propiamente psíquico. La alternativa se encuentra en la articulación Marx-Freud, marxismo-psicoanálisis.
Lo más importante que se puede rescatar en este breve ensayo, es lo ya iniciado hace un siglo: el freudomarxismo o la izquierda freudiana. Tal como lo menciona Páramo Ortega (2009), los primeros freudomarxistas fueron los propios Marx y Freud. Y es que, por más divergente que pueda parecer su pensamiento, ambos se compenetran. Esta compenetración es la que necesitamos hoy.
Por un lado, pienso que el marxismo, por sí mismo, es de fácil acceso para la clase proletaria, lo que implica una gran ventaja para todos y todas, ya que nos lleva inmediatamente a comprender el todo social y el mundo en el que vivimos; por el otro lado, el psicoanálisis pienso que se ha encerrado en su burbuja muchas veces (una característica de los burgueses, a saber, es formar élites socioeconómicas en la que solo entran unos cuantos), negando así, el acceso a su comprensión, otras veces siendo reaccionario y por ende, rechazando la articulación con el marxismo. Pero tacharlo de burgués no es sino descartar el potencial crítico que tiene consigo, e incluso, tacharlo con ese adjetivo sería de lo más infantil. La sensibilidad política y teórica marxista puede darle eso que le falta al psicoanálisis, pero también este, tiene mucho para ofrecernos a los marxistas, eso que a veces se nos ha escapado: es esto lo que nos ha ofrecido la izquierda freudiana. Así, en acuerdo con Pavón-Cuéllar (2019), el psicoanálisis puede convertirse en un medio para el marxismo, un medio para la revolución, para la subversión en el sistema capitalista, tanto a nivel individual como social.
Luis Pablo López-Ríos
luispablolr [at] gmail.com
Psicólogo por la Universidad de Guadalajara, México. Interesado en el marxismo, psicoanálisis y la psicología crítica
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Fernández Christlieb, P. (2019). Todos los psicólogos sociales: recapitulación de cuatro o cinco décadas. Athenea Digital, 19(1), 1-25.
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Notas
(1) En el contexto mexicano, Ricardo Salinas Pliego se ubica entre el segundo o tercer lugar de los más adinerados del país (tan solo unos cuantos miles de millones de dólares debajo de Carlos Slim Helú). Dueño de Grupo Salinas (que controla la segunda televisora más grande de México y un banco), Salinas Pliego se ha caracterizado en los últimos meses por polemizar en Twitter. Según algunos testimonios en redes sociales, el multimillonario ha puesto en riesgo la salud de sus trabajadoras y trabajadores sin importarle la situación sanitaria actual, pero sí que le importa mantenerse en la lista de los más ricos. Algunos de sus tuits han expresado que en la pandemia “la vida no puede detenerse, hay que salir a luchar para detener esta tempestad económica”. Por si fuera poco, uno de sus presentadores más vistos de noticias a nivel nacional, difundió un mensaje diciendo que ya no se siguieran las medidas sanitarias propuestas por el gobierno. Fuentes: https://elpais.com/internacional/2020-04-18/ricardo-salinas-pliego-el-millonario-mexicano-que-niega-la-pandemia.html y https://aristeguinoticias.com/2503/mexico/los-dichos-de-salinas-pliego-que-incendiaron-las-redes-azteca-borra-video/
(2) Al utilizar las denominaciones “sujeto capitalista” y “psiquismo capitalista”, hago referencia a las dos posibilidades de subjetivación dentro del capitalismo, a saber, como proletario o como burgués. Siguiendo la línea althusseriana, algunos estarían interpelados para ser la fuerza de trabajo explotada, y otros adquirirán las habilidades para explotar.