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Psicoanálisis a distancia

 

Un intento de análisis postal

Los interrogantes generados a partir de ciertas propuestas de análisis a distancia, me llevaron a revisar el tratamiento de una paciente que dejé de atender hace tiempo. Se trataba de una mujer de mediana edad cuyo motivo de consulta estaba centrado en sus reiteradas crisis de angustia. Casada con un diplomático extranjero, llevaban ya largo tiempo radicados en nuestro país.

Después de un par de años de análisis la paciente debió trasladarse de manera repentina porque su marido fue nombrado en un importante cargo en la cancillería de su país. Aunque había tenido una evolución muy favorable, aún persistían algunos de los síntomas que la habían traído a la consulta, razón por la cual no resultaba conveniente la interrupción del proceso analítico en ese momento. Me propuso entonces continuar el tratamiento por carta (aún no se había generalizado el uso del correo electrónico). Acepté complacido la sugerencia pues me interesaba explorar esa situación inédita para mí.
La correspondencia, muy frecuente al principio, le permitió controlar la angustia provocada por su traslado y en ese sentido podemos decir que produjo efectos beneficiosos. Pero la frecuencia de las cartas se fue espaciando notablemente y con el paso del tiempo quedó reducida de manera notable.
Algunos años después regresó de visita a nuestro país y tuvimos una larga entrevista, luego de la cual revisé con cuidado la correspondencia de la paciente y mis intervenciones postales. Con respecto a éstas últimas podría asegurar que lo escrito no difería de las interpretaciones que hubiese podido trasmitirle en persona y sin embargo el efecto de las mismas resultó muy diferente.
Pese a mis predicciones en contrario, al evaluar el estado de la paciente, debí reconocer serias falencias en el supuesto “psicoanálisis postal”.
Quizá mi intención de dar continuidad a un tratamiento desarrollado de manera exitosa hasta su interrupción, me llevó a suponer que podría sostenerse la relación analítica a través de la correspondencia. No tuve en cuenta en ese momento la posición central de la presencia en la clínica y las consecuencias de mediatizar el contacto.
No pretendo emplear esta experiencia puntual como demostración de la imposibilidad del análisis postal, pero vale como ejemplo de un intento fallido.
Sé que muchos de mis colegas han tenido largas relaciones epistolares con algunos de sus pacientes y probablemente objetarán mis conclusiones en tanto pueden exhibir resultados exitosos. Conozco además la importancia otorgada a la correspondencia entre Freud y Fliess, a la cual algunos le atribuyen el carácter de análisis del padre del análisis. Quizá tomando en cuenta la función de la presencia podamos revisar algunas de las afirmaciones al respecto.
El voluminoso epistolario de Freud constituye un valioso aporte para la comprensión de muchos conceptos psicoanalíticos que pueden vincularse con las vicisitudes de la vida de su autor. Pero sería completamente ridículo intentar el psicoanálisis de Freud a partir de las inferencias que pudieran extraerse de tales escritos, no sólo por una cuestión de respeto hacia él; existe una imposibilidad concreta de desplegar un análisis fuera de un dispositivo capaz de permitir la generación en tiempo presente de un vínculo transferencial apropiado.
En una imaginaria situación inversa, suponiendo que hubiésemos tenido la posibilidad de ser contemporáneos de Freud, tampoco él con toda su genialidad hubiese podido analizarnos por correspondencia. Quizá el impacto de recibir una carta del creador del psicoanálisis produciría una conmoción capaz de modificar alguna conducta, pero seguramente él no intentaría lograr por escrito alguna modificación a nivel inconsciente.
Por correspondencia sólo se intercambian conceptos y éstos, por más sabios que fuesen, nunca podrían alcanzar la eficacia de una interpretación analítica en sesión.
El desarrollo de una transferencia mediatizada puede en algunos casos brindar ayuda en ciertas situaciones (tal el caso de mi paciente en los primeros momentos de su traslado), pero resulta necesario diferenciarla de los efectos de la transferencia dentro del dispositivo analítico.
La palabra pronunciada o escrita tomada como medio de trasmisión de conceptos posee la capacidad de enviarse a distancia y si se asienta en una grabación o en un texto puede perdurar en el tiempo. El registro de dicha palabra, más allá de su función específica de enunciación de conceptos, puede en algunos casos dejar al descubierto ciertos efectos de la verdad inconsciente. Pero el psicoanálisis intenta producir las condiciones para el complejo desocultamiento de dicha verdad y esto requiere un manejo muy particular.
Sorprendente y evasiva, esa verdad puede ser captada en muy diferentes situaciones (tal como los cotidianos actos fallidos); pero si pretendemos emplearla en un proceso analítico, necesitaremos incluirla dentro de una relación transferencial sostenida en tiempo presente con la presencia efectiva de los partícipes de la experiencia. De lo contrario quedaría el psicoanálisis reducido a un interesante trabajo intelectual, mediatizable pero ineficaz al intentar su aplicación en una cura analítica.

 

La prioridad de la oferta

El Psiquiatra, su “Loco” y el Psicoanálisis, extraordinario libro de Maud Mannoni, fue en su tiempo una de las lecturas más influyentes en mi formación como psiquiatra.
Alejada de las posturas fanáticas de la antipsiquiatría, pero con una crítica lúcida y precisa sobre las instituciones manicomiales, la autora de la obra citada realiza un recorrido por las condiciones de la internación psiquiátrica y sus efectos devastadores sobre aquéllos en quienes recae el siniestro diagnóstico de “loco”.
Recuerdo de aquella obra una frase muy significativa y que siempre tengo presente a la hora de indicar un tratamiento:
“El modo en que la locura se despliega es función del marco en que se la recibe”1.
Esta frase, en apariencia sencilla, encierra los fundamentos de una perspectiva absolutamente original con respecto a los diagnósticos y espacialmente a los pronósticos de las enfermedades mentales.
Como la misma autora aclara: “no se trata de decir que la enfermedad mental no existe”2, tal como lo postulaban por aquel entonces algunos antipsiquiatras, sino de atender a las condiciones de su recepción, las cuales influirán de manera decisiva en su desarrollo.
Esta propuesta lleva a cuestionar la aparente “evolución natural” de los cuadros descriptos en los manuales de psiquiatría, en tanto las coincidencias en los procesos patológicos corresponderían a cierta uniformidad en el (mal) trato ejercido sobre los enfermos mentales dentro de las instituciones psiquiátricas.
Haciendo extensivo este planteo al campo de las neurosis, también podríamos afirmar que la presentación y evolución de la patología neurótica depende del “marco en que se la recibe”. Dicho marco esta constituido por las condiciones propuestas para el desarrollo de un tratamiento.
La demanda de análisis de un sujeto se encuentra directamente vinculada a la oferta, teniendo ésta una posición prioritaria. Invertimos en este caso un ordenamiento que en apariencia colocaría la oferta como respuesta a la demanda y entendemos esta última como consecuencia de lo ofrecido, en una suerte de respuesta constitutiva de la pregunta.3
Con respecto a esta anticipación temporal de la respuesta, Piera Aulagnier escribió:
“Para nosotros, hay petición (demanda) desde que existe alguien que responde. Así como hemos demostrado la preexistencia que hay que dar a la oferta, desde que uno se pregunta por el sentido del enunciado de una petición (demanda), esta prioridad la encontramos en el orden temporal... No sólo es en y por la respuesta como el sujeto descubre lo que no sabía pedir, sino que es el objeto que se le ofrece el que se convertirá en soporte de un primer soporte identificatorio”.4
Si aceptamos esta anticipación temporal de la oferta, colocada en el lugar de verdadera matriz sobre la que se moldeará la demanda, las características de la petición variarán de acuerdo al tipo de tratamiento ofrecido.
La propuesta de un tratamiento a distancia (por internet, por teléfono o por carta) producirán un paciente tan virtual como la oferta planteada y tanto su diagnóstico como su pronóstico estarán muy alejados de aquéllos gestados en un análisis donde analista y analizado se juegan con su presencia.
Al hablar entonces de tratamiento a distancia con un paciente, sería prudente considerar si puede definirse esa relación como psicoanalítica o estamos generando un vínculo cualitativamente diferente del desarrollado en una cura analítica tradicional.

 

Enrique Loffreda
Psicoanalista
eloffreda [at] intramed.net

Notas

1  Mannoni, M., El psiquiatra, su “loco” y el psicoanálisis, Siglo XXI, Buenos Aires, 1976, Pág. 55.
2  Id. # 39. Pág. 53
3  Lacan J., “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos I, Siglo XXI, México, 1978, Pág. 248-249.
4  Aulagnier, P., citado en Lacan en castellano de Garate, I. y Marinas, J., Quipu, Madrid, 1996, Pág. 139.

 

N. de la R.: Las preguntas sobre este artículo no pueden ser respondidas por el autor debido a que ha fallecido.

 
Articulo publicado en
Marzo / 2008