En este número nuestra revista cumple 25 años. De allí que quiero recorrer algunas ideas que fueron apareciendo como notas editoriales durante estos años referidas a los procesos de subjetivación en la actualidad de nuestra cultura.
En el editorial del primer número señalaba: “El hecho de iniciar una publicación que dé cuenta de la teoría y la práctica del psicoanálisis juntamente con el análisis de los problemas que presenta la actualidad de nuestra cultura, es porque pensamos que no es posible entender las crisis individuales, familiares o institucionales por fuera de una cultura que también esta en crisis.” Esto implica una toma de posición en relación a entender que la subjetividad se construye en la intersubjetividad en el interior de una cultura. Dicho de otra manera, la singularidad da cuenta de simbolizaciones que son histórico-sociales. Lo singular lo entendemos desde un plural: cuando nacemos somos singulares en potencia ya que necesitamos de un Primer otro para que nos encontremos con otros otros.
Esta perspectiva va a contramano de algunos espacios intelectuales académicos y no académicos donde predominan las teorías “post”: lo postestructuralista, lo postmarxista, lo postcapitalista, la postpolítica. Allí todo se transforma en un análisis de discurso donde no hay sujeto. Solo desorden lingüístico y predominio de lo imaginario donde la sociedad y el sujeto son entendidos solamente como pura representación. Desde allí la subjetividad tiene una relación de extraterritorialidad con las contingentes formaciones histórico-sociales. Como lo interpretan aquellos que abrevan en las diferentes corrientes del psicoanálisis estructuralista.
El concepto de corposubjetividad me permite apropiarme de la ontología spinoziana y del modelo pulsional freudiano para entender la subjetividad desde una conceptualización que plantea una ruptura con la idea de algo interior opuesto a un mundo de pura exterioridad. Es decir, reducir la subjetividad como sinónimo de aparato psíquico.
Lo singular lo entendemos desde un plural: cuando nacemos somos singulares en potencia ya que necesitamos de un Primer otro para que nos encontremos con otros otros
La corposubjetividad alude a un sujeto que constituye su subjetividad desde diferentes cuerpos. El cuerpo orgánico; el cuerpo erógeno; el cuerpo pulsional; el cuerpo social y político; el cuerpo imaginario; el cuerpo simbólico. Cuerpos que a lo largo de la vida componen espacios cuyos anudamientos dan cuenta de los procesos de subjetivación. En este sentido, definimos el cuerpo como el espacio que constituye la subjetividad del sujeto. Por ello, el cuerpo como metáfora de la subjetividad se dejará aprehender al transformar el espacio real en una extensión del espacio psíquico. Desde aquí hablamos de corposubjetividad donde se establece el anudamiento de tres espacios (psíquico, orgánico y cultural) que tienen leyes específicas al constituirse en aparatos productores de subjetividad: el aparato psíquico, con las leyes del proceso primario y secundario; el aparato orgánico, con las leyes de la físico-química y la anátomo-fisiología; el aparato cultural, con las leyes económicas, políticas y sociales.
De esta manera entendemos que toda producción de subjetividad es corporal en el interior de una determinada organización histórico-social. Es decir, toda subjetividad da cuenta de la singularidad de un sujeto en el interior de un sistema de relaciones de producción.
La cultura consistió en un proceso al servicio del Eros que a lo largo de la historia fue uniendo a la humanidad toda. A este desarrollo se opone como malestar -como plantea Freud-, la pulsión de muerte que actúa en cada sujeto. Es por ello que la cultura permite crear un espacio-soporte intrasubjetivo y transubjetivo donde se desarrollan los intercambios libidinales. Este espacio ofrece la posibilidad de que los sujetos se encuentran en comunidades de intereses, en las cuales establecen lazos afectivos, imaginarios y simbólicos que permiten dar cuenta de los conflictos que se producen. Es así como este espacio se convierte en soporte de los efectos de la pulsión de muerte.
Toda producción de subjetividad es corporal en el interior de una determinada organización
histórico-social
En este sentido sostengo que el poder es consecuencia de este malestar en la cultura: las clases hegemónicas que ejercen el poder encuentran su fuente en la fuerza de la pulsión de muerte que, como violencia destructiva y autodestructiva permite dominar al colectivo social. Esta queda en el tejido social produciendo efectos que impiden generar una esperanza ya que llevan al sujeto a la vivencia del desamparo.
Las características de la cultura dependen en cada etapa histórica de los sectores sociales hegemónicos que establecen una organización económica, política y social cuyo objetivo es reproducir las condiciones de dominación. De esta manera ejerce una “dominación simbólica” para reproducir el orden social hegemónico en el reconocimiento y desconocimiento de la arbitrariedad que lo funda.
Esta “dominación simbólica” se basa en una cultura donde la crisis del tejido social y ecológico produce un imaginario social donde el futuro es vivido como una catástrofe, el pasado no existe y solo queda la perpetua inestabilidad del presente. Desde allí el desvalimiento estructural que nos constituye como humanos se encuentra con el imaginario de una cultura que lleva al sujeto a la incertidumbre, la angustia y el miedo; ya que lo único que puede ofrecer es la ilusión de la utopía de la felicidad privada. La felicidad se puede comprar en cómodas cuotas mensuales. El consumo es la medida de nuestro bien-estar. Por ello la subjetivación se realiza por lo que uno tiene y no por lo que es o lo que hace. Es decir, intenta producir un sujeto-mercancía pasivo a los dictados del “mercado” a partir de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías. De esta manera el poder de la cultura hegemónica se inscribe en nuestra subjetividad de manera invertida. Es decir, la fuerza del poder no potencia nuestro ser, por lo contrario, nos lleva a la impotencia al transformarnos en mercancías. Como escribe Marx: “La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas.”
El problema de la alteridad es uno de los grandes temas de la actualidad. Rechazar al otro implica no asumir que el otro es la base de todas nuestras esperanzas
En este sentido, la corposubjetividad da cuenta de la cultura y de la singularidad del sujeto. Por ello la cultura hegemónica actual produce los procesos de subjetivación y a su vez constituye la singularidad a partir de una subjetividad in-corporada donde el exceso de realidad produce monstruos que refieren a una subjetividad construida en la ruptura del lazo social. Es aquí donde el sujeto en la vivencia del desvalimiento queda encerrado en sí mismo ya que no puede encontrar un procesamiento simbólico acumulando mercancías. Mucho menos tomando al otro como mercancía. Por el contrario, la cultura al ofrecer el consumo como modelo de subjetivación lleva a formas de la singularidad donde la identificación se sostiene en las pasiones tristes.
Aclaremos. Si el consumo es necesario para satisfacer nuestras necesidades, el consumismo es un deseo irrefrenable de consumir que al quedar siempre insatisfecho activa permanentemente el circuito. El consumismo nos atrapa en mecanismos compulsivos. Los agentes del mercado saben muy bien que la producción de consumidores implica la producción de nuevas angustias y temores como estudian los expertos en neuromarketing. Por ello en la actualidad el motor del consumismo no es el goce en la búsqueda de un deseo imposible, sino la ilusión de encontrar un objeto-mercancía que obture nuestro desvalimiento originario, ya que se repite compulsivamente en la búsqueda de poder resolver esa carencia y que la actualidad de la cultura la pone en evidencia.
El capitalismo mundializado necesita para su reproducción de una sociedad que se sostenga en el consumismo donde se cosifica al sujeto y se fetichizan las mercancías que adquieren características mágicas. Esto lleva a la hegemonía de los valores simbólicos de una cultura donde aparece que la plenitud del consumidor significa la plenitud de la vida. Compro, luego existo; caso contrario me transformo en un excluido social.
De esta manera, los importantes desarrollos técnicos no están al servicio del conjunto social, ya que su objetivo es que el sistema se autoperpetúe. Dicho más claramente, no es la técnica lo que genera este circuito, sino la necesidad de seguir sosteniendo el sistema capitalista. Esta racionalidad de la sociedad consumista se construye sobre la base de una subjetivación en la que se ofrecen mercancías cuyo “valor de cambio” generan la ilusión de una certidumbre tranquilizadora ante las mociones desligantes y destructivas de la pulsión de muerte. El mercado de consumo promete una supuesta seguridad; caso contrario están aquellos que tienen trabajos precarizados y los excluidos del sistema que muestran un futuro posible. Su costo es el sometimiento de un poder que se sostiene en la ruptura del lazo social. De un poder que necesita de un sujeto solo y aislado.
En la sociedad del capitalismo tardío lo que importa es el rendimiento: el “tú debes” ha sido reemplazado por el “tú puedes”; “We can” nos dice la publicidad de una ropa deportiva. No hay límites en aras de conseguir el objetivo que nos venden y, gustosamente compramos. De esta manera el capitalismo elimina la alteridad al someter todo al consumo. Por ello creemos que el problema de la alteridad es uno de los grandes temas de la actualidad. Rechazar al otro implica no asumir que el otro es la base de todas nuestras esperanzas. El otro genera Eros y es precisamente el Eros el que permite una razón apasionada. Una razón que da cuenta de uno mismo y de los otros en el colectivo social. Ahora bien, rechazar al otro no remite simplemente al narcisismo donde el sujeto queda atrapado en el juego del yo-yo; sino -deberíamos decir fundamentalmente- el que lo lleva al narcisismo primario en la búsqueda de una totalidad perdida. Allí, al no existir el otro humano, desaparece como sujeto de sus necesidades y deseos.
El consumismo como centro de la subjetivación y de la identificación de la singularidad conlleva interiorizar el sometimiento
De esta manera el consumismo como centro de la subjetivación y de la identificación de la singularidad conlleva interiorizar el sometimiento. El sujeto se ha transformado en su propio explotador en la búsqueda de un éxito que siempre resulta inalcanzable. El disciplinamiento social sostenido en los sectores sociales hegemónicos lo obliga a competir con el otro: yo o el otro. Cualquier medio es validado socialmente. Pero en esta búsqueda de la ilusión de la felicidad privada, el sujeto se transforma en verdugo y víctima de sí mismo lanzado a un horizonte cuyas consecuencias son el fracaso. De allí los síntomas característicos de esta época que encontramos en nuestros consultorios en los que aparecen los aspectos más angustiantes y dolorosos, lo más sufriente del sujeto producto de significaciones que no se pueden poner en palabras; es decir, los síntomas del desvalimiento y el desamparo: adicciones, depresión, suicidios, anorexia, bulimia, etc.
El sujeto se ha transformado en su propio explotador en la búsqueda de un éxito que siempre resulta inalcanzable
Los sectores de la clase social dominante crean sus instrumentos de poder, de civilización y de cultura, así como los medios para realizarlo. En este sentido el poder no se agota en los aparatos del Estado, los grupos económicos, los partidos políticos y las instituciones sociales sino se encuentra en como se relacionan los sujetos en la sociedad. Es aquí donde la visibilidad del poder se hace invisible. Es decir, “El capitalismo es una relación social”. Y para que esta funcione el poder ejerce su dominación generando formas de control social cuyas características dependen de cada etapa histórica. En la actualidad el imperio del capital financiero necesita para su reproducción mundializada de estados nacionales que se subordinen y de un sujeto solo y aislado de su clase social. Esta lógica política, social, económica y cultural genera una contradicción y lucha entre el capital y el trabajo que no tiene precedentes en la historia. Su resultado ha sido que la lucha de clases no sólo no se ha extinguido, sino que adquiere una complejidad donde los dominados también son controlados desde su subjetividad. Es así como la forma en que el poder nos domina no está solamente afuera sino dentro de nosotros mismos, organizando en nuestra subjetividad su aparato de dominación.
¿De que manera lo logra? Separando la subjetividad de nuestra experiencia individual, familiar y social. Su resultado es lograr en una gran parte de la población indiferencia y tolerancia a la sociedad capitalista en sus diferentes versiones. Esto lleva a que el sujeto se encierra en el individualismo donde el otro es visto como competidor y la facultad de pensar es reemplazada por los valores de la cultura dominante.
Para sostener esta situación los envoltorios ilusorios del capitalismo mundializado proponen que nada puede ser cambiado. Lo posible es reformar algo para que todo siga igual. Todos debemos comportarnos “reflexivamente” ante las consecuencias de un sistema social y político con un obrar destructivo. No se pretende alcanzar una nueva forma de sociedad más allá del mercado y del Estado. En el fondo su objetivo es simplemente intentar componer la supresión de las obligaciones sociales por medio de limosnas privadas o estatales y una moral desprovista de un sentido crítico.
En este sentido, frente a la propuesta de fragmentación subjetiva, las luchas sociales tienen que ver con la posibilidad de tomar conciencia de las experiencias e intereses comunes. De allí la importancia de las luchas para producir comunidad.