Publicado en Clepios, una revista de residentes de Salud Mental Número 20, junio 2000
En la entrega anterior enumeré rápidamente las experiencias de Comunidades Terapéuticas en la Argentina de los 60. Dada su importancia y lo poco que se sabe hoy de ellas merecen un lugar propio, por fuera de David Cooper y su historia argentina.
Esas experiencias cayeron en el olvido. Sólo se conservan algunos recuerdos vagos, como la llamada “Asamblea”. En algunos casos se realizan cosas innombrables en su nombre.
¿Qué es y cómo comenzó la Comunidad Terapéutica? Un nombre: Maxwell Jones. Un lugar y un tiempo: Inglaterra de la posguerra. Una intención: considerar que todo lo que hace el paciente en su internación psiquiátrica sea terapéutico. La participación de los pacientes en la vida comunitaria es el factor esencial de la resocialización. La Asamblea de toda la comunidad, por la cual pasan todas las decisiones, es el dispositivo básico. Como ya atisbará el lector, la concepción de las comunidades terapéuticas fue (y es) el núcleo operativo de toda reforma manicomial. Las experiencias de Maxwell Jones, Ronald Laing, David Cooper y muchos otros fueron los inicios. Para ver el impacto en EEUU bien vale releer el texto de nuestro Emilio Rodrigué Biografía de una comunidad terapéutica, relatando su experiencia allí.
La Argentina es un país extraño por varios motivos. Sobre la desmemoria me he referido largamente. Las contradicciones son otro caso. Las ideas de trabajar con este modelo proliferaron bajo un gobierno militar. En ese momento convivieron proyectos progresistas en Salud Mental debido a complejos motivos que exceden estas líneas. Concretamente la dictadura de Onganía, que comenzó en 1966, nombró en el Instituto Nacional de Salud Mental al Coronel Médico Esteves, Coronel del Ejército y Médico Neurólogo. Este propulsó el Plan de Salud Mental de 1967 que tenía como objetivos privilegiar la externación de los Hospicios llenos de pacientes, y a la vez propulsar la formación de Servicios de Psicopatología en Hospitales Generales. En los dos casos se trató descentralizar de los manicomios la atención. En el primer caso se adoptó la forma de trabajo de Comunidades terapéuticas en nuevas Colonias del interior del país, y hasta en los propios manicomios. Para el segundo, por ejemplo, se nombró a Mauricio Goldenberg en la ciudad de Buenos Aires para organizar Servicios en Hospitales Generales.
Las experiencias de Comunidades terapéuticas se realizaron en distintos puntos del país. Wilbur Ricardo Grimson en el Hospital Estévez de Lomas de Zamora (Provincia de Buenos Aires); Luis César Guedes Arroyo en el Hospital Neuropsiquiátrico Roballos de Paraná (Entre Ríos); Julio J. Herrera en el Hospital Psiquiátrico “El Sauce” (Mendoza); Raúl Camino en Colonia Federal (Entre Ríos), por mencionar sólo algunos nombres y lugares en los que se comenzó a trabajar con esta metodología. Recomendamos al lector el texto Sociedad de locos de W. R. Grimson donde se relata puntualmente la experiencia en el Estevez.
Tomaremos la experiencia de Raúl Camino como ilustración de lo sucedido con este trabajo. Por un simple motivo: Camino fue residente de la primera residencia de psiquiatría en el Hospital Borda que comentamos hace algunas entregas. Al terminarla realizó una experiencia en la Antártida en la que obtuvo grado militar. Con 28 años fue designado por Esteves para llevar adelante la experiencia en Federal. El lugar contaba con edificios abandonados de un cuartel del Ejército de Caballería. Se lo acondicionó para funcionar como Colonia. Se presumía tendría presupuesto para todo un equipo de profesionales para realizar la tarea, residentes incluidos. Finalmente los números redujeron el proyecto. Al comenzar Camino se convirtió prácticamente en el único psiquiatra para casi 400 pacientes, hombres y mujeres, provenientes del Moyano, del Borda, y de la propia provincia de Entre Ríos. Eran pacientes crónicos con muchos años de manicomio. Se excluyeron oligofrenias y demencias. Los pacientes de Buenos Aires llegaron en trenes especialmente preparados para el traslado. La experiencia comenzó con una larga Asamblea de pacientes, hasta con vecinos de Federal de espectadores. Estas se realizaron tres veces por semana puntualmente a lo largo de la experiencia. En poco tiempo se organizaron distintas actividades para los pacientes, que comenzaron su actividad productiva a cambio del peculio.
Raúl Camino, en una entrevista que realizamos junto con Enrique Carpintero enumeró los efectos terapéuticos: “Para mí, primero, el paciente era una persona. Y segundo, esta persona tenía palabra. Y no era una palabra en el vacío, sino una palabra valedera. Yo funcioné de alguna manera como ‘padre’ en la institución. Pero un padre como benévolo. Y el personal eran los ‘otros padres’. También creo funcionaron de alguna manera como modelo de identificación que los pacientes habían perdido. Además había una cierta horizontalización muy acentuada. Un grado de igualdad. El paciente integraba la institución. Tenía un grado de participación, y ese grado era asentado.”
Alguien podrá preguntar cuál era la eficacia de funcionar de este modo. Camino contestó: “Tuvimos un 82 por ciento de altas. Esa es la estadística en bruto. Una estadística más fina debe considerar al paciente que reingresa varias veces en el año. Así que en concreto fue un nivel de 49 por ciento anual...Además no fue una experiencia costosa desde el punto de vista hospitalario, porque al trabajar los pacientes este disminuía.”
Este trabajo comenzó en 1968 y Raúl Camino estuvo hasta 1976, fecha en que por sucesivos problemas políticos pidió el traslado. Sus sucesores no mantuvieron el lugar funcionando como Comunidad Terapéutica. En todos los casos mencionados anteriormente se volvió a funcionar como manicomio. La no continuidad de la política de los funcionarios de turno y la asociación de la estrategia de comunidades terapéuticas a ideologías revolucionarias fueron motivos suficientes para que las diferentes administraciones y la inercia manicomial fueran destruyendo lo construido trabajosamente. Hasta hoy se mantienen “Asambleas de Pacientes” en medio de algunos manicomios como síntomas de un pasado pisado por la historia.
No sólo los presupuestos son magros hoy. Creo que dilapidamos nuestro capital. Raúl Camino trabaja en el Hospital Alvear. Muchos de los que supieron hacer estas experiencias viven y trabajan aquí, en el país del olvido.