Tu, la recóndita niña
De la recóndita flor
y la recóndita muerte
Constas de flor y muerte
Tú, la recóndita niña
De nuestra flor y muerte,
Tú, la breve sentencia
De la lúcida muerte,
Que pones con el llanto
La recóndita flor,
Y la recóndita muerte.
“Los agrios Soplos de la locura” Jacobo Fijamn
Quiero trasmitir una experiencia -ya olvidada en sus detalles- que me ocurrió hace ya muchos años. Desde ella podremos reflexionar acerca de las manifestaciones de la locura y su relación con las instituciones de Salud Mental.
Cursaba los primeros años de la carrera y trabajaba en el PAMI (cuando esta institución se iniciaba en los años setenta). En esa época conceptos como psicosis, locura, marginación, poder psiquiátrico y manicomio me parecían fáciles de entender aunque todavía estaban alejados de mi experiencia personal. Una circunstancia permitió que conociera por primera vez “los agrios soplos de la locura”.
Se presenta en la oficina de servicio social del PAMI una mujer manifestando que quería internar a su cuñada. Relata que esta vivía sola en su casa sin salir ni dejar entrar a nadie desde hacía varios meses. Piensa que está loca y solamente puede lograr sobrevivir en esa situación gracias a la ayuda de algunos vecinos que le dejan comida en la puerta.
Como sus padres habían fallecido la cuñada cobraba una pensión, permitiendo de esta manera que la internación se realizará a través del PAMI. El problema consistía que no se sabía si ella tenía el carnet de afiliada. Como era estudiante de psicología fui el responsable de realizar tan importante tarea ¡Averiguar si la señora tenía el carnet de afiliación!.
Mientras viajábamos en taxi hacia la casa, la mujer me manifiesta -entre otras cosas- que su situación económica se solucionaría si su marido logra declarar “insana” a la hermana. De esta forma podrían vender la casa donde ella está viviendo. Al escuchar estas palabras comencé a sentirme incomodo. Me daba cuenta que estaba ayudando a poner en funcionamiento los mecanismo de un poder donde “insania” implicaba la pérdida de todos los derechos civiles.
Cuando llegamos me encuentro con un amplio chalet cuyas ventanas y puertas estaban totalmente cerradas. Una vecina comenta que desde hace varios días no escucha ningún movimiento en su interior. La mujer sobresaltada me dice que ella no va entrar pues teme que su cuñada esté muerta. Decido ingresar por la puerta del garaje que se encontraba abierta. Este tenía muy poca luminosidad pero puedo observar que hay una puerta que comunica con el interior de la casa. La misma estaba trabada desde el interior por lo que tuve que romperla con gran esfuerzo. Al entrar me invade una sensación de terror que me paraliza : una mujer de mediana edad me observaba con una mirada muy fija sentada en el suelo y recostada contra la pared ; alrededor de ella había acumulado mesas, sillas y otros muebles a modo de trinchera. Su piel blanca como un papel contrastaba con la suciedad y oscuridad que había en toda la casa. Al desorden en que se encontraban dispuestos todos los objetos se le sumaban restos de comida y una gran cantidad de botellas con agua de formas y tamaños diferentes. Para completar el cuadro un gato flaco como un escarbadiente emitía leves sonidos que parecían salir de una película de terror.
Era evidente que no estaba mirando una película por lo tanto tenía que decir algo. Como un bombero que en medio de un incendio comienza a leer un libro pregunto -¿Usted está afiliada al PAMI?-. La mujer me contesta como si hace años que estuviera sentada en ese lugar esperando que alguien le hiciera exactamente esa pregunta : -El carnet de afiliación está en el comedor. Puede pasar y buscarlo en mi cartera. Si me la alcanza se lo puedo mostrar. Tenga cuidado porque me han cortado la luz y en este desorden puede tropezar con algún mueble-.
Mientras buscaba la cartera en medio de la oscuridad me preguntaba ¿Quién está más loco, ella sentada tranquilamente o yo entrando violentamente en su casa para averiguar si tiene un carnet de afiliada al PAMI?. De esta manera lo único que podía lograr era institucionalizar su locura para que reciba el beneficio que las instituciones estatales otorga a los que internan en los manicomios : marginalidad y violencia.
Conversamos más de una hora. Lucidamente se daba cuenta que querían robarle su casa y dignamente se resistía en un intento fallido de resolución individual. Su locura era el agrio camino por el que avanzaba con su “recondita flor y su recondita muerte”, tratando de conseguir lo que no pudo lograr por otros medios : solidaridad, compresión y afecto.
Finalmente tomé una decisión : le pedí una caja de herramientas, arreglé la puerta y me despedí de ella. Cuando salí mandé a la mierda a su cuñada.
Con el tiempo me di cuenta que esta actitud también había sido un fallido intento de resolución individual. Resolver el problema de la locura requiere modificar una política sanitaria sostenida por una cultura que descalifica al “loco” con el encierro, la marginación y su cronificación en los hospicios psiquiátricos. Actualmente debemos agregar los chalecos químicos producidos por los psicofármacos de última generación a partir de la hegemonía del neopositivismo psiquiátrico.
También pude aprehender que, sin mitologizar el sufrimiento psíquico que implica volverse loco, en este proceso vamos a encontrar -si nos atrevemos a escuchar no solo con el oído sino con todo el cuerpo- momentos de dignidad y lucidez en el camino de un drama que laboriosamente debemos recorrer para poder entenderlo. Es que toda teoría que quiera comprender la locura debe dar cuenta del lugar que esta ocupa en la cultura donde se desarrolla. De lo contrario podemos realizar conceptualizaciones coherentes en el interior de la teoría mientras que como profesionales nuestra acción terapéutica estará determinada por una política institucional al servicio del poder.
En este sentido una de los planteos más lucidos que he leído acerca de lo que estoy afirmando lo he encontrado en Jacobo Fijman. Este fue un poeta marginado y olvidado por sus amigos y compañeros del periodismo y la literatura que pasó sus últimos treinta años de su vida encerrado en Hospital Borda. Allí siguió escribiendo y produciendo una de las obras de poesía más importantes de nuestro país. En un reportaje realizado por Vicente Zito Lema este le pregunta:
¿Cual es esa demencia que se invoca en su poesía?
“Es la demencia en sentido total. Hay formas que obedecen a los nervios centrales. Y otras a los nervios periféricos. Y puede ser también un castigo.
El que va a nacer elige ser bueno o malo. Eso también pasa hasta con las vacas. Ahora bien, la mayoría de los demonios tienen la médula desviada.
Cualquier enfermedad, aún el cáncer, es estado de locura.
Los médicos tendrían que seguir realmente las enseñanzas de Hipocrátes, que hasta curaba con el fuego.
Y hay incluso gente que se alegra de estar loca.
La demencia debe ser vista desde un punto de referencia moral. Y a esa gente que esta en el hospicio habría que darle buena comida; la comida es mala. Enseñarle a sentarse en la mesa, a no robar, a no blasfemar. Y cambiar fundamentalmente la higiene.
En mi poesía invocaba la locura.
Aquí se conoce la locura.”
¿Jacobo Fijman : se siente un enfermo mental ?
“No.
Rotundamente no.
En primer lugar porque tengo intelecto agente y paciente.
Y mis obras prueban que no solo soy hombre de razón, sino de razón de gracia.
A pesar de este sitio, que como cualquiera se dará cuenta, no es el más adecuado para trabajar, he continuado mi tarea : escribir poesía.
Y es mi razón lo que hace que entienda fácilmente las cosas sobrenaturales.
Los médicos no entienden esas cosas. Se portan fácilmente bien.
Pero no pueden ser lo que no son.
Simplemente toman la temperatura de la piel. Dan pastillas, inyecciones, como si se tratara de un almacén. Y olvidan que en el fondo es una cuestión moral.
Y es que no existe nadie que pueda entender la mente.
Sin embargo no los odio. Hacen lo que pueden.
Lo terrible es que nos traen para que uno no se muera en la calle.
Y luego todos nos morimos aquí...”
Muchos años después comencé a realizar una experiencia que se denominó Plan Piloto de Salud Mental y Social (La Boca-Barracas). Allí pude crear un equipo de atención en situaciones de crisis y psicosis dentro de la comunidad. La misma se continuo en la cooperativa de trabajo Servicio de Atención para la Salud (SAS). En más de diez años de trabajo se fue conceptualizando la tarea y crear lo que denominé un dispositivo “Topicoanalítico” de atención en crisis. Las características especificas del mismo no las puedo relatar en el breve tiempo de esta exposición. Lo importante que quiero señalar es que este dispositivo permite que el paciente pueda atravesar su situación de crisis para así poder simbolizar su historia. (Enrique Carpintero, Registros de lo Negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos, Topia editorial, Buenos Aires, 1999.)
Cuando alguien me preguntaba que hacíamos para resolver una situación de crisis mi respuesta era: nada. Nada que impidiera que la crisis se pudiera desarrollar dentro de lo que denomino un “espacio soporte”. Esto es lo más difícil ya que requiere de un equipo de profesionales que pueda generar un espacio para soportar la emergencia de lo pulsional. De esta manera se van realizando acciones terapéuticas (sesiones individuales, familiares, de pareja, control psicofarmacológico, etc.) que permiten disminuir el dolor psíquico. Este es un trabajo no exento de riesgos por las resonancias contratransferenciales que el mismo tiene. De allí la importancia de trabajo de supervisión de al tarea. Pero nuestra experiencia me permite afirmar que un equipo reducido de profesionales puede atender un número significativo de situaciones de crisis evitando internaciones innecesarias.
Para finalizar quisiera recordar una frase de Hipocrátes “El tratamiento es en definitiva lo que revela la naturaleza de la enfermedad”.