Lo que se denomina neoliberalismo define las formas actuales en que el capitalismo ejerce su dominación. Para ello construye una subjetividad sometida al capital donde naturaliza sus características presentando su política económica ajena a intereses particulares, es decir, desvinculándola de cualquier referencia a las relaciones de producción; no hay modo de producción capitalista y su obvio conflicto de clases, género y generación.
Para sostener sus creencias niega que se basan en una concepción ideológica desde donde construye sus mitos. Uno de ellos es que el Estado representa al conjunto de la población. El poder de la clase dominante puede sostener este mito cuando concede algunas reformas reales, pero si se entra en una situación de crisis las demandas sociales se despolitizan desplazando su responsabilidad en las supuestas fuerzas “automáticas” y “naturales” del mercado. De esta manera niega que la “única fuente de todos los ingresos es el trabajo presente en la producción de mercancías” y sustenta la idea que es la “ganancia” del capital la fuente de la inversión que va a generar empleos. Para lograrlo hay que dejar que los mercados se “autoregulen”protegiendo los beneficios de los capitales, bajando los salarios e imponiendo la “flexibilización laboral”. De esta forma se crean los “trabajadores pobres”; es decir, aquellos que tienen un trabajo precario, temporal, inseguro y con contratos basura. Esto lleva a la tremenda concentración económica y desigualdad social que impera en nuestro país y en el mundo; como demuestran muchos estudios y estadísticas, la renta y la riqueza se acumulan en los percentiles más altos a partir de la transferencia desde abajo y desde el centro hacia arriba. La expansión de la pobreza y la desigualdad es consecuencia de una organización social y económica condicionada por los poderes económicos a partir de las modalidades de contratación en el mercado laboral. De allí que las políticas “progresistas” que atemperan sus costos no pueden tener efectividad, si no se plantean una perspectiva anticapitalista.
Las políticas “progresistas” que atemperan sus costos no pueden tener efectividad, si no se plantean una perspectiva anticapitalista
Ahora bien, lo que queremos preguntarnos es ¿cuáles son los efectos en la subjetividad de estos mitos ideológicos ante una realidad que la desmiente?
En principio debemos señalar que Freud presenta la relación de la subjetividad con la realidad en términos de displacer-placer. Lo que denomina “principio de realidad” no constituye un principio en sí mismo, sino un regulador del “principio de displacer-placer”. Es decir, el “principio de realidad” transforma por renuncia de lo pulsional el “principio de displacer-placer”. El sujeto al imponerse el “principio de realidad” ya no busca los caminos más rápidos para su satisfacción pulsional, sino a través de rodeos, respetando las condiciones del mundo exterior. Varias preguntas se plantean: ¿Cómo escapa el sujeto del apremio de la realidad, de la renuncia del placer inmediato? ¿Qué ocurre cuando el mundo “objetivo” no facilita la satisfacción? O, por lo contrario, cuándo ese mundo propone que la satisfacción debe ser inmediata. La respuesta es que el sujeto se refugia en su mundo fantasmático donde la renegación se afirma en la escisión del Yo. Aquí nos encontramos con una especificidad del descubrimiento freudiano: la realidad psíquica. Ésta es la realidad del deseo inconsciente y de los fantasmas que se organizan en torno a él. Desde aquí utilizamos el concepto de corposubjetividad donde se establece el anudamiento de tres espacios (psíquico, orgánico y cultural) que tienen leyes específicas al constituirse en aparatos productores de subjetividad: el aparato psíquico, con las leyes del proceso primario y secundario; el aparato orgánico, con las leyes de la físico-química y la anátomo-fisiología; el aparato cultural, con las leyes económicas, políticas y sociales. En este sentido los procesos singulares de subjetivación devienen de los múltiples anudamientos de los tres espacios que, en el caso de la producción de un síntoma, requiere delimitar la complejidad del entramado que lo causa. Es decir, la subjetividad se construye en la intersubjetividad, en la relación -como dice Freud- con un otro humano (nebenmensch) en una cultura determinada. Por ello todo síntoma es de época.
En términos generales, en la actualidad, los seres humanos son más ricos, más altos, más libres, más sanos, tienen más movilidad y tienen más ocio que en ningún otro período de la historia. Sin embargo, esta situación beneficia a una minoría de la población, ya que la tremenda desigualdad es la condición necesaria para el desarrollo de las fuerzas productivas: no se puede prosperar mientras se pasa hambre o no se puede satisfacer las necesidades básicas. Como dice Terry Eagleton: “El hecho de que el comercio y la prosperidad también han ido de la mano de la esclavitud, los sweatshops, el despotismo político y el genocidio colonial se pasa prudentemente de alto.”
En este sentido los mitos que sostienen la política neoliberal destacan el aumento de la prosperidad, de la libertad y del consumo. Claro, se olvidan de decir que esa prosperidad va fundamentalmente a una minoría de la población mundial; que la supuesta libertad está condicionada por los múltiples dispositivos sociales que determinan nuestras elecciones y que el consumo se ha transformado en un consumismo donde las necesidades de la mayoría quedan insatisfechas. Además “las especiales características del tiempo en el neocapitalismo han creado un conflicto entre carácter y experiencia, la experiencia de un tiempo desarticulado que amenaza la capacidad de la gente de consolidar su carácter en narraciones duraderas”. De allí las preguntas: ¿Cómo pueden perseguirse objetivos a largo plazo en una sociedad a corto plazo? ¿Cómo sostener relaciones sociales duraderas? ¿Cómo puede un ser humano desarrollar un relato de su identidad en una sociedad compuesta de episodios y fragmentos?
La tremenda desigualdad es la condición necesaria para el desarrollo de las fuerzas productivas: no se puede prosperar mientras se pasa hambre o no se puede satisfacer las necesidades básicas
La cultura se ha transformado en competitiva e hiper-individualista, la ganancia es el principal objeto de deseo, de allí que el sujeto se ha transformado en una mercancía que se intercambia en el mercado. El predominio de este individualismo lleva a construir una subjetividad que se basa en un individuo aislado, separado de sus relaciones sociales. El individuo tiene un valor independiente de las necesidades sociales. La sociedad se transforma en una suma de individualidades que es supuestamente regulada por la “mano invisible del mercado”.
Esta falacia lleva a la ruptura del lazo social donde predomina lo que denominamos un exceso de realidad que produce monstruos. Allí el sujeto encerrado en su narcisismo consume mercancías para soportar su desvalimiento primario que es consecuencia de la propia cultura. Su resultado es que el consumo como centro de la subjetivación y de las identificaciones del sujeto conlleva al predominio de sintomatologías efecto de la pulsión de muerte: la violencia destructiva y autodestructiva, la sensación de vacío, la nada. Es así como las patologías que dominan nuestra época refieren a la negatividad donde encontramos lo que denominamos factores psicoentrópicos propios de la depresión, la anorexia, la bulimia, adicciones, suicidios, etc.
El consumo como centro de la subjetivación y de las identificaciones del sujeto, conlleva al predominio de sintomatologías efecto de la pulsión de muerte
Ésta se basa en la práctica privada dejando en un lugar secundario la Salud pública. Mientras la Salud pública está en manos del Estado y sirve a los intereses del conjunto de la población, la privada responde a las leyes de costo-beneficio donde solo pueden acceder a sus servicios aquéllos que pueden pagar. Cuando hablamos del sector privado debemos reconocer que éste ya no está constituido por los consultorios y las pequeñas empresas médicas. Ahora es hegemonizado por las grandes empresas que realizan su inversión en salud bajo la expectativa de la ganancia económica. Los principios de su participación en salud son ajenos a las ideas de lo comunitario y a la prevención de riesgos. Para la perspectiva liberal conservadora o la liberal progresista, lo público es sinónimo de intervención del Estado. En ambas se mantiene la consideración de lo privado de la salud, reservándose la intervención de lo público para aquellos individuos o grupos que no pueden valerse por sus propios medios.
La importancia de dar cuenta de la singularidad del sujeto no implica establecer que la práctica del psicoanálisis refiere al “uno a uno”
Si nos referimos específicamente en el campo de la Salud Mental, la asistencia difiere según sea pública o privada. En la privada las posibilidades terapéuticas varían según la capacidad económica del grupo familiar. La pública se centra en el hospital psiquiátrico donde priva el sistema custodial sobre el curativo. En ambas no se actúan sobre los determinantes sociales que producen el malestar subjetivo y, por lo tanto, se reducen a lo curativo. De esta manera la Salud Mental pública confunde las acciones comunitarias con la pobreza y la exclusión. Al mismo tiempo asistimos a un retorno del modelo asilar, no ya por vía de las internaciones masivas en hospicios, sino por el modelo de relación asistencialista que se va imponiendo en las instituciones de salud del Estado, que abandonadas las premisas de la prevención y los principios comunitarios, responden a la demanda con la prescripción de medicamentos.
En este sentido una serie de factores que fueron esenciales para el proceso de reconversión de los sistemas de atención en Salud Mental son molestos para los principios económicos de las empresas privadas. Por ejemplo, la comprensión comunitaria de los problemas de Salud Mental que exigiría dar cuenta de la complejidad de la determinación de las patologías para la utilización de estrategias comunitarias en los tratamientos; la participación de los propios pacientes y las familias en los tratamientos; el desarrollo de las acciones preventivas; los principios del método psicoanalítico. Resulta claro que el problema del proceso de privatización no afecta solamente al financiamiento de la atención, no se trata solamente de quién y cómo se paga, sino que cuestiona los principios y conocimientos propios de las diversas disciplinas que intervienen, de sus métodos en los tratamientos y de los criterios de sus profesionales.
El campo de la Salud Mental es interdisciplinario e intersectorial. Define su objeto de intervención como un sujeto cuya subjetividad esta atravesada por múltiples determinaciones sociales, políticas y económicas. Desde la hegemonía de la psiquiatría biológica se lo reduce a estímulos neuronales cuyo objetivo es medicalizar la vida cotidiana. Tampoco el psicoanálisis recubre con su intervención la totalidad de los problemas del padecimiento subjetivo. Si uno tiende a medicalizar y psiquiatrizar la Salud Mental desde ciertas perspectivas psicoanalíticas, limitan su práctica a una metafísica del deseo que deja de lado una intervención crítica de la subjetividad en un trabajo interdisciplinario. La importancia de dar cuenta de la singularidad del sujeto no implica establecer que la práctica del psicoanálisis refiere al “uno a uno”. Debemos diferenciar el concepto de singularidad con el de individuo. Esta confusión es el mito liberal por excelencia, ya que no tiene en cuenta los anudamientos de la singularidad donde no hay cura individual, ya que ésta se potencia o disminuye en la relación con el otro humano. Desde el psicoanálisis damos cuenta de la singularidad de un sujeto sobredeterminado por el deseo inconsciente en diferentes dispositivos: “diván-sillón”, en grupo, familia, comunidad, institución, etc. Desde allí el “ser psicoanalista” se construye en acto, haciendo; ya que no es un dispositivo particular el que lo define, sino las características específicas de su intervención. Esto nos lleva a enunciar brevemente el concepto de singularidad que proviene de una perspectiva espinoziana.
Debemos diferenciar el concepto de singularidad con el de individuo. Esta confusión es el mito liberal por excelencia ya que no tiene en cuenta los anudamientos de la singularidad donde no hay cura individual ya que ésta se potencia o disminuye en la relación con el otro humano
Según Spinoza el ser humano es un modo de la Sustancia que llama Dios o Naturaleza. La Sustancia es lo que es en sí, lo que no necesita de otra cosa para ser. Es una causa sui, eterna e infinita. La Sustancia tiene infinitos atributos que, a su vez, son infinitos. Nuestro entendimiento que es finito sólo capta dos atributos: el modo pensamiento y el modo extensión. No podemos concebir singularidades que no sean extensión (cuerpo) y pensamiento (mens). El ser humano -en tanto que pensamiento- es un conjunto de ideas que expresan estados del cuerpo. El cuerpo es nuestro modo de ser en tanto extensión, donde sus estados son el objeto de expresión de las ideas. Somos composiciones de estados del cuerpo y de asociaciones de ideas ya que somos composiciones de otras singularidades, pues los “cuerpos afectan y son afectados” en el colectivo social. Por ello hablamos de individuación como la composición singular que se manifiesta en el conatus (deseo-necesidad). Las composiciones se expresan como grados de potencia ya que como sostiene Spinoza: “Cada cosa se esfuerza, en cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser” y agrega: “El esfuerzo con que cada cosa intenta perseverar en su ser no es nada distinto de la esencia actual de la cosa misma.” Esta esencia consiste en el conatus que se expresa de manera singular.
En el sujeto la potencia es la de obrar y de pensar. En este sentido, los estados del cuerpo (extensión) y de los pensamientos (mens) son afecciones efecto del obrar de otros cuerpos (causa externa) o efecto de la acción del propio cuerpo (causa interna). Los estados del cuerpo se van sucediendo según las afecciones donde se produce un aumento o disminución de la potencia. Por ello, vamos a encontrar básicamente tres afectos: el deseo, que es expresión del conatus; la alegría, que es un aumento de la potencia; y la tristeza, que es una disminución de la potencia.
El conatus lo lleva a perseverar en su ser y a transformarse continuamente. De allí que los seres humanos son considerados singularidades en constante movimiento. Por eso, el conatus es una potencia de ser productiva. Pero el ejercicio efectivo de la potencia y de la impotencia se realiza por medio de la apropiación de los modos de existencia ya que el sí mismo está determinado por la singularidad de los procesos de subjetivación en el interior de una cultura.
En el pensamiento occidental patriarcal aparece el dualismo jerarquizado mente-cuerpo. Así como la oposición binaria individuo-sociedad. De allí que la subjetividad puede ser entendida perteneciendo al campo de la conciencia como pretende la filosofía tradicional o como equivalente a fantasías inconscientes en una relación de extraterritorialidad con las contingentes formaciones histórico-sociales como la interpretan las perspectivas psicoanalíticas estructuralistas.
Por lo contrario, como venimos afirmando en otros artículos, entendemos que la práctica del psicoanálisis no se realiza exclusivamente sobre la realidad del mundo interno (intrasubjetivo), tampoco sobre los comportamientos del mundo externo (inter y transubjetivo). Se realiza en el lugar de encuentro en que la realidad externa constituye al sujeto y éste con sus determinaciones inconscientes a dicha realidad. Este lugar lo denominamos un “entre” . En este “entre” la subjetividad no es ni pura interioridad, ni pura exterioridad.
De esta manera entendemos que toda producción de subjetividad es corporal en el interior de una determinada organización histórico-social. Es decir, toda subjetividad da cuenta de la singularidad de un sujeto en el interior de un sistema de relaciones de producción. Por ello todo síntoma debe ser entendido desde la singularidad de aquél que lo padece. Pero también en todo síntoma vamos a encontrar una manifestación de la cultura donde en el campo de la Salud Mental se plantea el trabajo interdisciplinario. Es aquí donde el psicoanálisis, al no pretender transformarse en una cosmovisión, se encuentra con otros saberes.
Bibliografía
Carpintero, Enrique (compilador), “La medicalización de la subjetividad. El poder en el campo de la Salud Mental” en La subjetividad asediada. Medicalización para domesticar el sujeto, editorial Topía, Buenos Aires, 2011.
Carpintero, Enrique, El Erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, (disponible en ebook) editorial Topía, Buenos Aires 2014.
Eagleton Terry, Esperanza sin optimismo, editorial Taurus, Buenos Aires 2016.
Sennett, Richard, La corrosión del carácter. Las consecuencias del trabajo en el nuevo capitalismo, editorial Anagrama, Barcelona 1998.
Spinoza, Baruch, Ética, editorial Aguilar, Buenos Aires, 1982.