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LA HOMOSEXUALIDAD A LA LUZ DE LOS MITOS SOCIALES

 
ALGUNAS PUNTUALIZACIONES ACERCA DE LOS CONSTRUCTOS "HOMOSEXUALIDAD" Y "HOMOFOBIA" PREVIAS AL ABORDAJE DE PACIENTES CON ELECCION DE OBJETO HOMOSEXUAL

1. Introducción

 

Uno de los objetivos de la actividad científica a lo largo de la historia ha sido abordar los “enigmas” que se le han ido presentando a fin de construir teorías que superen dialécticamente las anteriores, es decir, producir nuevas síntesis a partir del conocimiento existente1.

En referencia al área psicosocial en particular, la mayoría de los obstáculos con los que ha chocado y sigue chocando la investigación científica están conformados por afirmaciones y/o proposiciones pretendidamente científicas sustentadas por el prejuicio y la eficacia de discursos míticos. Tales discursos suelen estar sostenidos por dispositivos y/o estructuras de poder dogmáticas, provenientes ya sea de las distintas religiones, o bien de diferentes posturas ideológicas totalitarias.

En relación con la temática de la diversidad sexual se ha arribado a muy diversas conclusiones de acuerdo a los distintos recorridos y posturas filosóficas. Desde la más acérrima condena moral -llegando en muchos casos a castigarse con la muerte- pasando por un rotundo e irracional rechazo o por la psicopatologización hasta el reconocimiento y aceptación de que hay tantas formas de sexualidad como sujetos.

El objetivo de este trabajo es arrojar luz sobre algunos dispositivos, en gran parte sutiles, que sostienen el rechazo, la condena y/o la patologización de la homosexualidad y sus posibles efectos en la subjetividad de las personas homosexuales e indagar la presencia de la homofobia en la clínica psicoanalítica actual2. La relevancia de nuestro recorrido está justificada en el análisis de tres situaciones:

a. bibliografía que aún sigue considerando la homosexualidad como una patología;

b. psicoanalistas que realizamos nuestra práctica en esta sociedad y en este momento histórico, internalizando la homofobia social, con los consecuentes efectos sobre nuestras prácticas;

c. sujetos cuya elección de objeto es homosexual y, por diversos motivos, demandan un psicoanálisis.

La postura sustentada en este trabajo es que la conducta sexual manifiesta no viene abrochada a determinada estructura u organización subjetiva. Por lo tanto, lejos de postular algún pattern psíquico ideal “normal” el trabajo se aboca a indagar algunas formaciones discursivas cristalizadas que funcionan como “obstáculo” tanto en el trabajo clínico como en la formación de los analistas.

 

2. La homosexualidad y cierto Psicoanálisis

 

La categoría “homosexual” apareció a mediados del siglo XIX3; antes de esto la así llamada “sodomía” era una conducta capaz de ser practicada por cualquiera y no, como suele creerse, una categoría que califica a la persona (Cf. Barzani, 1998).

Muchas teorías se inventaron para dar cuenta de la homosexualidad centrándose en la pregunta por la génesis. Sin embargo, lo que todas ellas tienen en común es que siempre se ha partido del supuesto que esta conducta era patológica o al menos no era “normal”.

En la Argentina contemporánea podemos encontrar muchos ejemplos de esto que decimos.

Sin ir más lejos, podemos consultar parte de la bibliografía con la que nos formamos los psicólogos y comprobaremos que en ella se cataloga la homosexualidad como “perversión” y/o patología. Se afirma, por ejemplo, que es “normal” que el hallazgo de objeto esté caracterizado por una “Búsqueda del goce sexual orgástico, al servicio de la reproducción” (Quiroga & otros, 1987: 2, 136, etc.). Asimismo, se insiste en la necesidad de hallazgo de objeto heterosexual como condición para entrar dentro de los parámetros de “normalidad”4. Como veremos e intentaremos demostrar, esta es la posición que sustentan varias escuelas psicoanalíticas del país y es lo que muchas veces se transmite desde diferentes medios periodísticos y de comunicación. Es notable que mientras la OMS sostiene que la “la orientación sexual, per se, no puede ser considerada un trastorno mental” (OMS, 1992: 367)  distintas instituciones y medios públicos continúen sustentando posiciones anacrónicas o sin fundamento científico frente a la temática de la homosexualidad.

A mi entender, el mecanismo de las escuelas mencionadas consiste en tomar como punto de partida lo que es “normal” para el establishment y, a partir de allí, intentan pesquisar por qué algunas personas se apartan de dicha “norma”.

El procedimiento demuestra claramente la eficacia del dispositivo de poder montado por el sistema machista y patriarcal, que se hizo “texto” en las teorizaciones de dichas escuelas, de modo que les impide visualizar el mecanismo que las atrapa y en el cual están enredadas. Lo que hace que desde puntos de partida particulares y restringidos, se pretenda llegar a conclusiones universales5.

 

3. El poder y el imaginario social

 

Foucault enfatizó la capacidad del poder de producir comportamientos y no tanto la de inhibir las conductas; el poder es capaz de generar motivaciones para la acción. Estas motivaciones constituyen instrumentos más eficaces que las amenazas o sanciones. En este sentido, señala que la noción de represión es totalmente inadecuada para dar cuenta de lo que hay de productor en el poder. Porque si se definen los efectos del poder por la represión se da una concepción puramente jurídica del poder; se identifica al poder con una ley que dice no, privilegiando la fuerza de la prohibición. Ahora bien, si el poder no fuera más que represivo, si no hiciera nunca otra cosa que decir no, se lo resistiría. Lo que hace que se lo acepte es que no pesa solamente como una fuerza que dice no, sino que de hecho produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos, conforma sujetos; es preciso considerarlo como una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social más que como una instancia negativa que tiene como función reprimir (Foucault, 1978: 182-3). Esto no quiere decir que el poder no reprima, sino que aún en el caso en que sea ejercido con la intención de reprimir, es productivo (Díaz, 1993: 40).

En referencia a los dispositivos de poder, Enrique Marí (1988) señala que los mismos exigen como condición de funcionamiento y reproducción del poder la confluencia de tres instancias articuladas entre sí. La “fuerza” como elemento constitutivo; el “discurso del orden” caracterizado como el lugar de emisión de los fundamentos, ya sean divinos o racionales, que permiten dar homogeneidad y legitimidad al sistema instituido así como las técnicas de coerción y sanción de las conductas no deseables a través de las cuales se produce la obediencia y el control social. Pero estas dos instancias exigen, además, el montaje de técnicas más sutiles: prácticas extradiscursivas, mitos, creencias, rituales, tabúes, que “hablan a las pasiones” y que en consecuencia hacen que los miembros de una sociedad sientan como propios deseos y necesidades que son impuestos desde el Poder. Este universo de significaciones - el imaginario social- disfraza el poder de forma tal que más que a la razón interpela a las emociones y sentimientos, suministrando también la forma que tendrán los comportamientos de agresión, de temor, de seducción e instituyendo de esta manera, las formas de relación social y estableciendo lo que las personas que conforman esa sociedad discernirán como lo bueno y lo malo, lo lindo y lo feo, lo moral y lo inmoral, lo cuestionable y lo imposible de ser siquiera pensado. Se anudan de este modo los deseos al poder.

El poder es un tipo de vínculo propio de la condición humana promovido por la situación de indefensión del neonato. Este carece de “poder” -en la acepción verbal del término- esto es, carece de la capacidad para simbolizar sus necesidades, pulsiones e interacciones. Es esta ausencia de “poder” en el neonato, lo que determina un tipo de estructura vincular con el adulto, prototipo y génesis del poder como categoría social. Su sentido es evitar la angustia, es decir, la desorganización intersubjetiva del psiquismo. “En este vínculo se produce una operación por la cual, quien se halla en el polo estructurado es ordenado, dirigido, por el otro, quien por ello mismo ocupa el polo estructurante. El primero obtiene organización psíquica, pero a cambio de desresponsabilizarse, transfiere al otro el acto de pensar o dirigir su vida.” (Benbenaste, 1992: 12)

Asimismo, como todo sujeto es objeto de este “bombardeo” desde que nace, ello lo conduce a percibir al mundo social como “dado”, como “natural”, incluyendo los parámetros que deciden las conductas y atributos que serán catalogados como masculinos o como femeninos; y cuáles serán “normales” y cuáles “anormales” o “patológicos”; perdiéndose así conciencia de que la sociedad fue “construida” por los seres humanos y por ende puede ser re-hecha por éstos.

4. Freud, lo “perverso” y la relatividad cultural

 

Con relación al término “perverso”, en el Diccionario de la Real Academia Española pueden encontrarse las siguientes definiciones; perverso: del lat. perversus// Sumamente malo, que causa daño intencionadamente// Que corrompe el orden o estado usual de las cosas. Como bien señala Stubrin (1993: 25), resulta sumamente ilustrativo y movilizante que en estas definiciones no encontremos el componente sexual, salvo que lo ubiquemos en “la corrupción del orden o estado usual de las cosas”.

Por el contrario en el Diccionario Vox latino – español encontramos; perversus: torcido, vuelto del revés. Si se descompone la palabra, per: a través de, por medio de, y versus: vuelta, giro. Esto es, a través de una vuelta, por medio de un giro. Tenemos, entonces que la perversión se trataría de una sexualidad que se expresa por medio de un giro, de un rodeo.

Intentaremos discernir, entonces, si los a-priori presentes en estas definiciones se hacen “texto” en el discurso psicoanalítico acerca de lo perverso.

Veamos a continuación cuál de ambos aspectos de la concepción de perversión están presentes en el texto freudiano. Repasemos la definición que hace de este término en una de las conferencias que dio en la Universidad de Viena en 1917; allí advierte sobre el “error” de considerar  la función de la reproducción como núcleo de la sexualidad dejando de esa forma prácticas como el beso o la masturbación fuera de ella:

(...) el carácter común a todas las perversiones es que han abandonado la meta de la reproducción. Justamente, llamamos perversa a una práctica sexual cuando ha renunciado ha dicha meta y persigue la ganancia de placer como meta autónoma. (...) de igual modo todo lo que se ha sustraído a él [el propósito de la reproducción], lo que sólo sirve a la ganancia de placer, es tildado con el infamante nombre de “perverso” y es proscrito como tal.” (subrayado mío) (Freud, 1917: 289)

De este párrafo se desprende la visión que tenía Freud de lo “perverso” muy alejada del sentido peyorativo que se le atribuye socialmente hoy día, y desde luego en la época de Freud. (Freud, 1905: 146)

Si la confusión y el “apriorismo” pueden entenderse en el lego, en el caso de los psicoanalistas pasa a ser grave, puesto que el término perversión termina siendo equivalente a “maldad” o a “desviaciones” de la conducta sexual “ideal”. Desde luego, aquí cabe la pregunta: ¿“ideal” para quién? Ideal para un sector determinado de los seres humanos. Se advierte entonces que la “concepción” se sustenta en un particularismo.

Evidentemente, lo que se confunde es una práctica sexual “perversa” pasible de ser practicada por un neurótico, un perverso o un psicótico6 y la estructura subjetiva perversa que conceptualiza Jacques Lacan. Pero sin profundizar en sus desarrollos, puedo justificar mi afirmación en dos citas de Freud. La primera, del artículo sobre Leonardo da Vinci a quien considera un homosexual manifiesto (Freud, 1910: 68, 82, etc.) y, a su vez, lo describe como un neurótico obsesivo (Freud, 1910: 98, 125). La otra, de Tres ensayos de teoría sexual: “La psiconeurosis se asocia también muy a menudo con una inversión manifiesta” (Freud, 1905: 151 nota). Las correlaciones que establece Freud entre homosexualidad y neurosis obsesiva, por una parte, y con la psiconeurosis por la otra, permiten ver claramente que  homosexualidad no es sinónimo de perversión.

Asimismo, es digno de hacer notar que Freud sí había podido visualizar el carácter relativo de lo cultural, y podemos corroborarlo:

*- Por un lado, en 1905 adjudica a Iwan Bloch el “mérito” (sic) de haber cambiado “sus puntos de vista patológicos por los antropológicos en la concepción de la inversión” (Freud, 1905: 127; 1917: 280).

Freud considera insuficiente un abordaje de la homosexualidad que se sustente solamente en la experiencia clínica, y refuta la hipótesis de la “degeneración” argumentando que la inversión fue un fenómeno frecuente en los pueblos antiguos en el apogeo de su cultura, y que en sociedades contemporáneas “salvajes y primitivas se halla muy difundida”7.

Se podrían mencionar cientos de culturas en las que las prácticas sexuales entre sujetos del mismo sexo forman parte de la vida cotidiana, pero lo relevante es que independientemente de la actitud de una cultura determinada con respecto a la homosexualidad la sexualidad de sus miembros estará “normatizada” y lo natural o normal variará de acuerdo a la singularidad de la misma. Estableciendo los tabúes, prohibiciones y reglas que regirán las prácticas, conductas y relaciones entre sus miembros.

También debemos ser prudentes en el uso de la categoría “homosexual” al describir las costumbres de otras sociedades, ya que como dijimos más arriba, la homosexualidad tal como la conocemos en la actualidad tiene su origen en la sociedad occidental a mediados del siglo XIX; y para que algo pueda ser aceptado o rechazado, prohibido, permitido o incentivado tiene que haber sido categorizado. Sin embargo, aunque los diversos tipos de contactos entre sujetos del mismo sexo en las diferentes culturas no puedan homologarse a la concepción de homosexualidad de occidente, eso no implica que las relaciones sexuales entre sujetos del mismo sexo sean o hayan sido inexistentes.

Mientras hace casi un siglo Freud estaba convencido de que no podía ignorar los estudios antropológicos, en la actualidad existen escuelas psicoanalíticas que parecen desconocerlos, tal como se registra en un número considerable de publicaciones y bibliografía de circulación frecuente consultada por esta investigación. Esto hace que insistan en preguntarse por qué algunas personas encuentran atractiva la actividad homosexual. Mientras que a la luz de dicha perspectiva cobra visibilidad una pregunta más pertinente: ¿Por qué en algunas sociedades tantas personas le temen y/o la consideran detestable y aborrecible mientras que otras la integraron a su forma de vida cotidiana?

*- Por otro lado, es esclarecedora la lectura de El Malestar en la Cultura donde encontramos pasajes como el que sigue:

Primero, desde un abordaje antropológico postula un mecanismo “universal” de funcionamiento, común a toda cultura humana.

“Por medio del Tabú, de la ley y de las costumbres, se establecen nuevas limitaciones que afectan tanto a los varones como a las mujeres. No todas las culturas llegan igualmente lejos en esto; la estructura económica de la sociedad influye sobre la medida de la libertad sexual restante. Ya sabemos que la cultura obedece en este punto a la compulsión de la necesidad económica; en efecto, se ve precisada a sustraer de la sexualidad un gran monto de la energía psíquica que ella misma gasta. Así la cultura se comporta respecto de la sexualidad como un pueblo o estrato de la población que ha sometido a otro para explotarlo. La angustia ante una eventual rebelión de los oprimidos impulsa a adoptar severas medidas preventivas.”(...)(Freud, 1929: 102) (subrayados míos)

Luego, a la luz de las condiciones históricas que moldean la manifestación de estos mecanismos en las distintas épocas y culturas, describe la forma particular que adquieren en la cultura occidental del siglo XX:

“La elección de objeto del individuo genitalmente maduro es circunscrita al sexo contrario, la mayoría de las satisfacciones extragenitales se prohíben como perversiones. El reclamo de una vida sexual uniforme para todos, que se traduce en esas prohibiciones, prescinde de las desigualdades en la constitución sexual innata y adquirida de los seres humanos, segrega a buen número de ellos del goce sexual y de tal modo se convierte en fuente de grave injusticia.” (Freud, 1929: 102) (subrayados míos)

La extensión de la cita es necesaria ya que, nos permite ver cómo la mirada freudiana no se queda en una simple descripción de lo “normal” y lo supuestamente patológico, sino que apunta a centrar el cono de luz en el mecanismo que subyace a esta clasificación particular, que en los prefreudianos había permanecido bajo un cono de sombra.

 

5. El imaginario social y la homofobia: lugares en los que se textualiza

 

Con relación a los grupos humanos homofóbicos, cabe preguntarse acerca de la motivación de dicha hostilidad. Freud sostiene que la pulsión agresiva es inherente al sujeto humano, que existe “una predisposición al odio” (Freud, 1921a: 97). Pero puntualiza que esta agresividad desaparece en la formación de masa, para ser reemplazada por la hostilidad a una minoría que sea diferente, en algún rasgo, a la comunidad de la masa. Llamó a este fenómeno “narcisismo de las pequeñas diferencias”, y postuló que allí se produce “una satisfacción cómoda e inofensiva de la inclinación agresiva, por cuyo intermedio se facilita la cohesión de los miembros de la comunidad” (Freud, 1929: 111), siendo complementarios el amor y la solidaridad hacia los pares, y la agresión y el odio hacia los diferentes.

Para un análisis más profundo del odio y/o el rechazo hacia las personas homosexuales considero pertinente recordar algunas consideraciones que hace Freud acerca de la vida sexual de los seres humanos:

“En la vida anímica inconciente de todos los neuróticos (sin excepción) se encuentran mociones de inversión, de fijación de la libido en personas del mismo sexo” (Freud, 1905: 151) (subrayado mío)

A raíz de que son inconciliables con la “conciencia moral”, el yo reprime estas mociones de deseo homosexual. Pero ante la emergencia de estas, la Proyección aparece como uno de los mecanismos de defensa posibles. Frente a estas excitaciones internas, que por su intensidad se convierten en displacenteras, el sujeto las proyecta al exterior, lo que le permite huir y protegerse de ellas, tratándolas como si no vinieran desde el interior sino desde el exterior. Entonces, como en una fobia, se establece un objeto fóbico exterior: el/la homosexual, desplazando un “peligro” interno hacia el exterior. Un peligro del que no se puede huir, hacia uno del cual se podría estar a salvo a través del establecimiento de medidas protectoras como puede ser el asco, el rechazo y cierto temor respecto del objeto fobígeno.

 

5.1 Discurso social

5.1.1 Apuntes para una mirada microfísica de la homofobia

 

Desde un punto de vista descriptivo, la homofobia puede definirse como la aversión y el temor a la homosexualidad y a los homosexuales.

Trataré ahora de ilustrar con ejemplos, algunos mecanismos a través de los cuales ciertos “mitos sociales” logran ser eficaces en el disciplinamiento social y, por lo tanto en la legitimación y naturalización del orden instituido 8.

En primer lugar, los mitos se reconocen porque repiten sus narrativas en forma insistente, reiterando la misma trama argumental con pequeñas variaciones y en forma difusa y reticular:

· Hemos visto cómo diversas ramas psicoanalíticas califican la homosexualidad como “perversa” y, por ende, patológica.

· Siguiendo la misma línea, el discurso religioso pregona que las prácticas sexuales no procreativas son “pecado”.

· Cierto discurso médico-biologicista afirma que la homosexualidad es una desviación de la naturaleza o bien, que es “antinatural”, ignorando por un lado, las conductas de cópula macho-macho y hembra-hembra que se manifiestan en casi todas las especies animales (Denniston, 1965) y por otro, algo fundamental, que la sexualidad humana es en sí misma antinatural. Si nuestra “naturaleza” fuera la animal, deberíamos comer los alimentos crudos y no vestirnos, ya que nacimos “naturalmente” desnudos.

· Algunos investigadores – por ejemplo Simon Levay- afirman haber descubierto una diferencia en el tamaño del hipotálamo de los homosexuales. Lo que nos recuerda las investigaciones que justificaban la inferioridad de la mujer y de los negros apelando al tamaño de sus cerebros.

· Los “edictos policiales” usados hasta el año 1998 en la ciudad de Buenos Aires para detener homosexuales en bares y la vía pública; y eventualmente para chantajearlos9.

 

Comprobamos entonces, una repetición insistente del discurso antihomosexual u homofóbico desde diferentes focos: religioso, jurídico, médico, psiquiátrico, psicoanalítico, reforzados por el bombardeo a través del cine, el teatro, la TV y la literatura, dónde sólo vemos parejas heterosexuales que después de algunos rodeos y vicisitudes se casan, tienen hijos -preferentemente dos-, son felices y “comen perdices”. Pocas veces se ve en estos medios una pareja homosexual, a no ser que aparezca como enfermiza, “perversa”, criminal o con “bajos instintos”, cuando no haciendo una burda caricatura. (Schifter, 1989: 52)

Dos encuestas, una realizada por alumnos del último año de un profesorado de Educación física del conurbano bonaerense (Alicino - Tessari - García, 1993.) y otra en el marco de una investigación llevada a cabo por la facultad de Ciencias Sociales de la UBA (Kornblit y otros, 1998), ilustran la eficacia del dispositivo que estamos describiendo.

El objetivo de la primera era indagar acerca de la información que poseían los docentes y estudiantes de Educación Física sobre la temática homosexual.

    ALUMNOS ENCUESTADOS: Varones 61   Mujeres 76   Total: 137

    INSTRUMENTO DE REGISTRO: Encuesta  Semiabierta.

Tomaré solamente el primer ítem del cuestionario que nos da una idea de la visión que tienen los encuestados sobre la orientación sexual que nos convoca (cabe aclarar que los porcentajes que se obtuvieron en el caso de varones y mujeres son similares, por lo tanto, no discriminaré por sexo al verter los resultados:

 

* La homosexualidad es una...:                              Cantidad             Porcentaje

Enfermedad, patología. o desviación:                       100                           73  %

Elección de vida u Orientación Sexual normal:          28                           20,4%

 No sabe/No contesta/ otras:                                       9                             6,6%

 

* De las 191 encuestas entregadas para la muestra de campo solo 137 fueron contestadas. El 28,3% restante (cantidad de 54 encuestas) en su mayoría fueron rechazadas o entregadas en blanco; 10 encuestas fueron destruidas en el momento de ser leídas. Esto nos demuestra la gran dificultad y rechazo que acarrea la temática homosexual en dicho instituto en particular, donde no sólo se manifestó en actitudes discriminatorias a nivel verbal sino que, una minoría demostró actitudes violentas o agresivas como gritar y alterarse emocionalmente según lo revelaron los/as alumnos/as que administraron las encuestas.

Se extraen los siguientes resultados (sobre el porcentaje total de encuestados - cantidad: 137-):

* El 73% de los alumnos que respondieron la encuesta consideran la homosexualidad como una enfermedad o desviación de la conducta sexual relacionada con traumas o complejos adquiridos en la infancia o con problemas a nivel estructural y funcional del organismo (hormonal y cromosómico).

Considero que no podemos extender estos resultados a toda la población, pero en alguna medida nos llevan a la reflexión teniendo en cuenta que los encuestados ya son docentes y otros lo serán en un futuro no muy lejano.

En consonancia con estos resultados, la encuesta realizada entre los porteños por la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA obtuvo que de los 450 encuestados el 40,7% consideraba que la homosexualidad era una enfermedad y el 22,9% la consideraba “peligrosa” y aprobaba que se la reprimiera.

Otro ejemplo que ilustra lo que digo, es el caso  de la película Otra historia de amor por televisión, a la cual se le modificó el final, que originalmente era “feliz” para inventarle un final “trágico”, invirtiendo de esta forma el “mensaje” que el autor tenía la intención de transmitir.

Otra modalidad más pintoresca es la de los talk shows, dónde el gay o la lesbiana son mostrados a través de una intervención melodramática, pidiendo desesperadamente el reconocimiento, ser aceptados y excusándose por ser lo que son. El broche de oro lo brinda la conductora de turno escarbando y haciendo énfasis en la accidentada historia infantil del personaje expuesto, en la que siempre se encuentran un padre ausente y una madre “castradora” o “posesiva”, escenas de abuso y maltrato, etc.

La pregunta que se nos impone es la siguiente: si la heterosexualidad exclusiva y excluyente es  normal o natural, ¿por qué moviliza tanta militancia y proselitismo?

Por otra parte, resulta importante destacar la naturalización de los roles sexuales; ésta conduce a estereotipar los atributos de género. Cuando hablamos de género nos referimos a lo que social y culturalmente se estipula como femenino y masculino, asociando determinadas actividades y características psíquicas como inherentes, naturalmente, al hombre y la mujer. No hay ningún condicionamiento de tipo biológico que establezca que la mujer “debe ser” femenina y el hombre “debe ser” masculino, por lo tanto, el género, como toda construcción cultural varía en el tiempo y de acuerdo a la sociedad.

De este modo, la naturalización provoca que los diversos posicionamientos del hombre y la mujer, surgidos de la estructura de este sistema, se visualicen como obvios e incuestionables -Don Juan-prostituta, fuerte de carácter-castradora; delicada-afeminado, comprensiva-débil-.  El investigador costarricense Jacobo Schifter advierte que el/la homosexual con su sola existencia se sitúa cuestionando lo que “debe ser” un hombre y lo que “debe ser” una mujer, ya que tanto gays como lesbianas demuestran que se pueden tener cualidades de uno y otro género -se puede ser mujer y ser independiente, tener agallas y ser una hábil dirigente; se puede ser hombre y ser sensible y tierno-. Otra cuestión digna de mención es que la mayoría de los/as homosexuales pasarían inadvertidos/as respecto de sus pares heterosexuales, ya que los estereotipos de hombre afeminado y mujer machona, se sostienen en una lógica binaria que conlleva la oposición y/o complementariedad de lo femenino y lo masculino; y son una de las vías por la cual se ridiculiza al homosexual y al mismo tiempo se "amenaza" al que se “atreva” a sentir atracción por otra persona del mismo sexo (Schifter, 1989: Cap. 1). (Cf. infra 5.1.2)

Los “mitos sociales” operan por deslizamientos de sentido. Por ejemplo: en el caso del sexo masculino convierte en sinónimos “ser hombre” con el hecho de “ser heterosexual”, lo cual lleva a preguntarse: si para ser “hombre” hay que ser heterosexual, si se es homosexual, ¿qué se es? Lo que no extrañaría que conduzca a un conflicto de identidad. Entonces, cuando se dice que un/a homosexual es una persona conflictuada “por naturaleza”, tal expresión oculta la naturaleza discursiva del conflicto, el modo en que el imaginario social, vía los mitos, colabora en la construcción de la identidad homosexual como conflictiva. El mito del homosexual “conflictuado” niega además, la naturaleza conflictiva del propio  ser humano, que, al menos desde la perspectiva del psicoanálisis, condicionado por su  prematuro nacimiento y la dependencia de otro para sobrevivir, tendrá que atravesar todas las vicisitudes del Complejo de Edipo para constituirse como sujeto y este derrotero no podrá sino ser conflictivo.

A partir de las consideraciones precedentes, cobran visibilidad algunas cuestiones:

·         Las dificultades en su plena realización social, y sobre todo psicológica, que causaría a las personas con deseos homosexuales la etiqueta de “enfermedad o trastorno mental”10.

·         En el caso de los psicoanalistas que sostienen una concepción homofóbica, hay que considerar los profundos efectos que producirían sus propias expectativas, prejuicios y creencias relativos a la temática sobre su entorno, sus alumnos (futuros psicólogos) y , en particular, sus pacientes.

 

5.1.2 Visibles y Tapados

 

En este apartado me detendré en ciertos efectos que se producen en la subjetividad de gays y lesbianas echando mano de algunos ejemplos tomados, en su mayoría, de la experiencia de coordinación de grupos de reflexión11.

Al poseer un deseo “reprobado” socialmente, el sujeto debe ocultarlo, debe simular que es “otra cosa” lo que desea. Desde el Psicoanálisis sabemos que todo sujeto tiene deseos que “debe” ocultar y otros tantos que reprime. Pero lo propio del caso que estamos cosiderando es la conformación de una categoría de persona a partir del deseo (manifiesto) de objeto homosexual. Dicho deseo estigmatiza a su poseedor y al mismo tiempo define, por oposición, a los que serán llamados “normales”.

En relación con el concepto de estigma12 Goffman(1963) plantea una diferenciación entre el estigmatizado “desacreditado” y el “desacreditable”. Efectivamente, distintas son las circunstancias de los/as homosexuales cuyos atributos de imagen pertenecen a los asociados culturalmente al sexo contrario, es decir, los varones “afeminados” y las mujeres “masculinas”, de los/as que poseen atributos de imagen que se corresponden con el género esperado socialmente. Los primeros son víctimas de portar un estigma visible, debiendo manejar situaciones sociales difíciles y/o de tensión.

Tal el caso de una lesbiana que relata lo que le sucedió cuando estudiaba en un Profesorado de Educación Física del interior de la Provincia de Buenos Aires, mientras descansaba en un campamento organizado por dicho instituto:

“...una noche dormíamos en una carpa cuatro chicas, vinieron unos tipos, nos patearon...y empezaron a gritarme a mí, eramos cuatro, pero a mí,...‘¡tortillera de mierda!, ¡forra!, ¡loca!’...” (Argañaraz 1996, 31)

O de Damián, un joven gay de 23 años que en un grupo de reflexión, mientras hablaba sobre una experiencia de su adolescencia contó:

“...en la escuela secundaria...no podía hablar, cualquier cosa era motivo para que me agredieran..., me pegaban trompadas, me tocaban el culo,..., me gritaban ‘ ¡puto!, ¡trolo!, ¡maricón!’,(...) a la mañana trataba de pelearme con mi hermana para no entrar junto con ella a la escuela por miedo a que me insultaran o cargaran delante de ella...”

En el caso de los desacreditables, llamados tapados en Buenos Aires, su condición de diferentes no es perceptible ni resulta evidente en el acto, pero pueden devenir desacreditados si dicha condición sale a la luz. Por tal motivo, deben hacer un manejo particular de la información referida a sí mismos, y al mismo tiempo, afrontar cierto monto de angustia frente a la posibilidad de ser descubiertos. Goffman considera tres fenómenos producidos por el constante disimulo y el auto-encubrimiento:

1-  El elevado nivel de ansiedad que ocasionaría al sujeto el llevar una vida que se “puede derrumbar en cualquier momento”, es decir, si el entorno descubre su estigma.

2-  Esto a su vez, llevaría a que la persona preste atención a situaciones y cosas que para otros pasarían desapercibidas.

En otra reunión del grupo mencionado Fabio (25 años) decía:

“...antes de entrar a un boliche [gay] miro para todos lados...tengo muchos conocidos que viven en la zona de los boliches...me late el corazón a mil, siempre está la posibilidad de que me vean entrar... ¡sería un desastre!, no sé que haría, ni que diría...mis amigos y mi familia son ‘re-mata-putos’...me echarían de mi casa...”

3-  El sujeto puede no sentirse totalmente parte cuando está en un entorno en el que encubre su identidad, en especial, en relación a la actitud que se tiene hacia las personas homosexuales. Con mayor razón, si la internalización de la homofobia no resultó ni tan “masiva” ni tan “perfecta”, es probable que el sujeto se sienta impotente así como despreciable, por no poder contestar a los dichos y actitudes ofensivas referidos a gays y/o lesbianas, más aun si considera peligroso no adherir a dichas manifestaciones.

Así lo muestra Andrés (26 años), estudiante avanzado de Medicina, participante de otro grupo de reflexión:

“Ayer en el hospital un compañero no quiso atender a un paciente enfermo de sida, pero no porque fuera ‘sidótico’, porque otras veces había atendido a otros...cuando se enteró que el pibe era homosexual dijo que le daba asco y que no iba a atenderlo y que, además, tenía sida porque se lo había buscado...yo no sabía cómo reaccionar ni que decirle, ninguno de mis compañeros o compañeras dijo nada; ante otras discriminaciones, hasta el mismo flaco hubiera saltado...si yo decía algo iba a quedar en evidencia...lo único que pude decirle fue que él era médico y debía actuar profesionalmente y dejar a un lado los sentimientos ...después me sentía mal por no haber podido contestarle con algo más, no haber podido jugarme con algo más fuerte...”

Vemos, entonces, que tanto en el caso de los “visibles” como en el de los “tapados” o “encubiertos”, el temor a ser agredidos o a recibir un trato “diferente” debido a “su estigma” puede producir  que el sujeto se sienta inseguro en el contacto con gente considerada “normal” y reaccione angustiándose a causa de un peligro “objetivo”. La posibilidad de ser agredidos tanto en los visibles como en los desacreditables más la contingencia de ser “descubiertos”, en el caso de los segundos (Cf. Freud, 1929: Cap VII) configuran algo así como cierto malestar específico de la subjetividad de -gays, lesbianas, bisexuales- que concurren a los grupos de reflexión antes mencionados.

Lo formulado y ejemplificado en relación al manejo de la información referida a sí mismos que deben hacer los sujetos “tapados”, se refiere a la actividad significante “voluntaria”, es decir, la emitida a través de símbolos verbales o sustitutos. Pero también puede obtenerse información de un sujeto de una manera indirecta, es decir, ya no a través de lo que dice, sino de lo que “emana de él”, la conducta expresiva involuntaria (Goffman, 1959: 14). La mayoría de los sujetos “visibles” no adoptan adrede los atributos de imagen del género opuesto, sino que dichas actitudes son espontáneas. Y es justamente, a través de los otros que se anotician de dicha “inversión” de género. Para evitar las situaciones de tensión mencionadas anteriormente el sujeto puede “trabajar” en el control de su conducta expresiva “involuntaria” o espontánea para devenir “tapado” con las consiguientes consecuencias en su subjetividad. Este trabajo de “control de la conducta expresiva involuntaria” remite a un mecanismo (inconciente) de defensa para preservarse.

Es el caso de Damián citado anteriormente, quien relata que durante su infancia y adolescencia lo retaban (sus padres) o lo cargaban (sus compañeros y parientes) por ser “amanerado”. Algunos de los efectos de ese trato podrían inferirse. Damián recuerda haber dejado de participar en clase, dejado de hacer chistes y haber empezado a caminar y moverse con “control”: tenía terror de que se burlaran de él o lo agredieran. En efecto, al ingresar al grupo tenía una apariencia varonil, era tímido, callado; le costaba contar sus experiencias y más aun participar en una dramatización o role-playing. Después de diez meses de iniciado el grupo, sus compañeros y compañeras en una actividad referida a la imagen que cada uno tenía de sus compañeros lo describieron como “espontáneo, jodón, carismático”. Para la misma época, una compañera del grupo, Silvia, lo había acompañado a un casamiento al que Damián tenía que ir por compromiso. En la reunión grupal siguiente, ella contaba sorprendida: “el del casamiento familiar era un Damián diferente, se parecía al de los comienzos del grupo”. El sujeto había logrado revertir el trabajo de control de su “conducta expresiva involuntaria” en un entorno dónde podía mostrarse espontáneo sin temor a ser agredido, cambio que no había podido efectuar en el medio familiar.

A la luz de estos comentarios y recordando la época en que ingresó al grupo Damián expresa:

“Recuerdo que antes de ingresar al grupo sentía que no era auténtico, que no había vivido, para mi no tenía mucho sentido vivir de esa manera, es como si hasta ese momento hubiese estado suspendido en el tiempo...Tenía que encontrar un lugar donde pudiera ser yo mismo, aunque no sabía quién era...cuando ustedes pedían mi opinión sobre algunos temas, no es que no quisiera darla, sino que no la tenía. Sé que cuando estoy acá soy otra persona, pero ni yo mismo sabía que tenía dentro mío las cosas que fui descubriendo con ustedes...las primeras reuniones sentía un miedo bárbaro; los escuchaba y los envidiaba, que pudieran expresar lo que sentían y que quisieran vivir su homosexualidad plenamente, yo ni me imaginaba que eso pudiera ser posible...”

Considero interesante para la comprensión de este punto, la articulación con el concepto de self genuino o verdadero [true self] y self falso de Winnicot, para quien la función defensiva del self falso consiste en ocultar y proteger de agravios al self genuino, la que es lograda sometiéndose a las exigencias ambientales (Winnicott, 1960: 172/3, 177). La existencia de un self falso produce una sensación de irrealidad o un sentimiento de futilidad, mientras que el self genuino remite al sentimiento de autenticidad (Winnicot, 1960: 179). Podría conjeturarse que Damián sentía que el entorno de su infancia y adolescencia no le había permitido ser informe; sino que había sido moldeado y cortado en formas concebidas por otros, mutilando de este modo su potencialidad creadora (Winnicott, 1971: 55).13

En referencia a las relaciones interpersonales entre los/as homosexuales, los que tienen apariencia o actitudes consideradas socialmente del sexo opuesto son pasibles de ser rechazados por aquellos en los que su condición homosexual no es evidente. Si como hemos visto, el sujeto desacreditable “debe” encubrir su condición de estigmatizado, se ve expuesto al “dime con quien andas...” del refrán; razón por la cual, evitará toda situación en que pueda ser visto con alguien en quien dicha condición sea evidente. Eludirá la circunstancia de tener que saludar a un varón “afeminado” o una mujer “masculina” y exponerse a que un tercero le pregunte quién era y de dónde conoce a esa persona, seguramente aludiendo a algún atributo de imagen asociado culturalmente a la homosexualidad.

 

5.2 El discurso psi

 

Para abordar las diferentes teorizaciones psicoanalíticas que categorizan la homosexualidad como una patología partiremos de considerar que toda teoría o campo disciplinario demarca sus áreas de visibilidad e invisibilidad, sus enunciados y sus silencios, sus preocupaciones teóricas y aquellas regiones que han permanecido impensables. Parafraseando a Ana Fernández (1989) diremos que lo invisible dentro de una teoría es el resultado necesario y no contingente de la forma en que se ha estructurado dentro de ella el campo de lo visible, por lo tanto, aquello que una teoría “no ve” es interior al “ver”, en tal sentido sus invisibles son sus objetos prohibidos o denegados.

Comencemos, entonces, por explorar el concepto de “normalidad”. Algunos autores afirman que una de las condiciones de la "normalidad" entendida como la salud psíquica, es el hallazgo de objeto externo heterosexual caracterizado por una "Búsqueda del goce sexual orgástico, al servicio de la reproducción". (Quiroga & otros, 1992: 2, 136, etc; Aberastury & Knobel, 1971: Cap.2)

Teicher (1980: 547) excluye de su definición el fin de la procreación, argumenta que si no, el coito con anticonceptivos sería una “perversión”. Define el acto sexual “normal” como "el coito dirigido a obtener el orgasmo por penetración genital, con una persona adulta del sexo opuesto con la que se mantiene una relación madura, sublimada." (Teicher, 1980: 552)

En términos estadísticos, se llama normalidad a la caída de una variable dentro de ciertos límites de la curva de Gauss; es decir, que no supere cierto desvío respecto de la media de una población determinada.

En este sentido, siguiendo a Stubrin (1993) me pregunto si el no caer dentro de la uniformidad basada en un criterio estadístico o en una serie de normas constitutivas de un ideal son efectivamente los parámetros que debe tener en cuenta el psicoanálisis para discernir entre salud psíquica y patología.

 

Podrían dividirse las teorizaciones que categorizan la homosexualidad como una patología en dos grandes grupos. Ambos la catalogan como una perversión, unos ponen énfasis en el desafío o la transgresión de la ley; y otros, desde una mirada más evolutiva, la explican como una regresión o una detención en el desarrollo, existiendo autores que plantean ambos aspectos.

Para Dacquino (1970) representante del segundo grupo, la homosexualidad constituye "una forma erótica inmadura porque importa la permanencia en el adulto de sexualidad infantil" y sostiene, "el homosexual es incapaz de comunicación con el mundo de los adultos, especialmente con el femenino, se contenta con intercambios afectivos que se realizan solamente con sus coetáneos psíquicos (...) en los cuales se ve reflejado y se busca. El compañero no es nunca un verdadero otro sino un alter ego."

Aberastury y Knobel (1971) plantean la necesidad de pérdida de la bisexualidad en el adolescente "normal" para acceder a una sexualidad "adulta" y encuentran la raíz de la homosexualidad en la ausencia o la no debida asunción de roles por parte del padre. Esto produce que tanto el varón como la mujer se vean obligados a mantener la "bisexualidad infantil" como defensa frente al incesto.

Al tomar como punto de partida la necesidad de "pérdida" de la bisexualidad en el adolescente "normal", queda necesariamente invisible una pregunta: si el abandono de ésta es "universal" y necesario o es la  consecuencia de una suerte de mandato de la estructura del sistema sostenido por una sociedad particular.

En otro párrafo estos autores afirman:

 

"En ocasiones, la única solución puede ser la de buscar lo que el mismo Erikson ha llamado también "una identidad negativa", basada en identificarse con figuras negativas pero reales. Es preferible ser alguien perverso, indeseable, a no ser nada. Esto constituye una de las bases del problema de las pandillas de delincuentes, los grupos de homosexuales, los adictos, etc. La realidad suele se mezquina en proporcionar figuras con las que se pueden hacer identificaciones positivas y entonces, en la necesidad de tener una identidad, se recurre a ese tipo de identificación, anómalo pero concreto."

 

A la luz de esta cita cobra visibilidad cuál es el mecanismo que puede predominar en algunos adolescentes en su búsqueda de una identidad. Pero hay que destacar la poco feliz elección de los ejemplos; ya que se vislumbra que para estos autores los homosexuales están situados al mismo nivel que una pandilla de delincuentes o drogadictos. Considero importante destacar el desplazamiento de carga negativa que se produce sobre el sintagma "grupo de homosexuales" al haber sido ubicado en la cadena sintagmática, entre "pandilla de delincuentes y "adictos". Queda así al descubierto otro a priori de la teorización: que la homosexualidad es una “identidad negativa”.

Desde otro marco teórico, Maeso (1988) incluye a la homosexualidad dentro de las perversiones, y concluye que lo que caracteriza a los homosexuales se aloja en el acto sexual.

"(...) se encargan de afirmar que son hombres en una sociedad de hombres.""Es ahí donde se legitima la perversión al hacer imposible la creación de nuevas alianzas de parentescos. Se trataría de alejar en el acto sexual la escena edípica(...)" "Evitan alcanzar el goce pleno de la madre, ese goce que como lo muestra el mito tiene como límite la castración."(...) "El homosexual...desea preservar el goce fálico y no lo puede poner en peligro con la mujer que goza más allá de él. Entonces, la desmentida, la renegación o el repudio representan el intento de desconocer el efecto de ese signo menos, aquel que interesó a un hombre y una mujer, en un acto, de cuyo accidente, él es el producto. De ahí que intente instalar una sociedad sin descendencia." (Maeso, 1988: 33-4)

Harari (1993) sugiere que reivindicar una "insignia que como la de homosexual "segrega" querulancia, cifrando así un destino quejoso y resentido" hace a "un trazo de la estructura perversa que, al comenzar por desafiar el cuerpo recibido, transfiere fantasmáticamente dicho desafío a la escena social, a cuyo respecto el sujeto cree ser pasivo instrumento de su goce." (Harari, 1993: 3)

En otra línea, Bertelloti (1993) habla de "posición homosexual" desestimando su inclusión como estructura. La sitúa como una fachada, y la vincula con los procesos tóxicos;

"...en ese sentido una de las metas debería ser desinvestirla de modo que pueda surgir el proceso tóxico que a la manera de las estructuras psicosomáticas unas veces, adictivas otras y en general con conductas sexuales promiscuas y riesgosas para la integridad corporal (SIDA, (...)), hacen su aparición en la escena clínica de hoy."(...) "Tanto en adicciones como en perversiones se articulan como defensas la desmentida y la desestimación y el yo se ofrece como objeto masoquista a un superyó sádico. Existe una sutil distinción en el tipo de desafío o en el tipo de ley que transgreden; mientras el perverso va en contra de la práctica heterosexual, el adicto, omnipotente, descree de su mortalidad. En ambos la mayoría de las veces el masoquismo se consuma en la autoaniquilación" (Bertelloti, 1993: 5). (subrayado mío)

En el mismo sentido, Khan señala que: "la experiencia homosexual es menos destructiva para el yo y menos ajena al yo en la mujer que en el hombre" y agrega que el homosexual masculino siente la compulsión de "involucrar a la sociedad y obligarla a respaldar su defectuoso ajuste con tolerancia y adulación."(Khan, 1963: 122)

Con respecto a la homosexualidad femenina Aisemberg afirma que la egodistonía es de "buen pronóstico". Plantea que existe una escisión del yo fundamentada en que para una parte del yo la homosexualidad es conflictiva (pudor, ocultamiento) y para la otra no ya que la actúa. Señala que "la homosexualidad en sí misma, observada microscópicamente, funciona como un delirio", el juicio de realidad en cuanto al mundo masculino se encuentra perturbado y en lo que concierne a la transferencia las "interpretaciones rebotan" (Aisemberg, 1980: 56).

Marranti y otros (1980) sostienen que en las perversiones y en especial en la homosexualidad el narcisismo adquiere una cualidad arrogante y omnipotente.

"El narcisismo arrogante homosexual se satisface en desmentir la lógica consensual (2 y 2 son 5, ¿¡y qué!?) y se adjudica omnipotentemente la posesión de una verdad superior. A nivel profundo se detecta un trastorno del pensar causado por una intolerancia básica al dolor psíquico (angustia de castración), que es renegado maníacamente.(...) Haciendo del defecto virtud, proclama una supuesta superioridad del goce homosexual y pregona el triunfo sobre el destino biológico de complementariedad con el otro sexo." (Marranti y otros, 1980: 390-1)

Afirman, además, que en algunos sujetos la actividad homosexual es egosintónica. “El narcisismo indómito coarta la formación del Ideal del Yo, distorsiona o atrofia el Super Yo." En cuanto a la clínica, manifiestan que los tratamientos son arduos y que las manifestaciones de los sujetos que acuden al tratamiento son poco confiables ya que "no consideran negativa a la homosexualidad."

"El paciente puede desplegar una campaña proselitista de la práctica homosexual. Busca encontrar fisuras en la estabilidad psíquica y mental del analista, parasitarlo excesivamente, evidenciar la propia homosexualidad del mismo y certificar que él poseía la "verdad" (Perversión de la transferencia).(...) El fracaso de su ofensiva corruptora le depara un daño narcisístico.(...) La desilusión  y la frustración transferenciales son difíciles de contener y activan defensas maníacas: hay incremento de actuaciones homosexuales que tratan de destruir los insights que se hayan logrado" (...) "no son raras las interrupciones bruscas" (Marranti y otros, 1980: 394-6)

El objetivo del tratamiento es que la arrogancia inicial evolucione a "una egodistonía vergonzante y elusiva", ya que "el problema no es reducir la severidad del Super Yo sino reorganizar el sistema de valores total del Ideal del Yo - Super Yo" (Marranti y otros, 1980: 395)

Con relación al concepto de perversión me parece interesante preguntarnos por la ley que transgredirían los/as homosexuales. ¿Se trataría de una ley universal o de una ley efímera? Esta última alude a lo particular de un recorte o conjunto social en un periodo determinado, la primera implica la jerarquización de lo intersubjetivo en lo macrosocial, y el correlato de una vida cotidiana cuya riqueza simbólica permite y recibe los aportes de los estilos singulares.

En este sentido, podemos pensar que en nuestra sociedad, muchos homosexuales se encuentran frente al conflicto de Antígona. ¿Acatar la ley del deber-ser del Creón moderno o ser fiel a su singularidad, a su deseo? Antígona desafía a Creón y defiende la libertad de la persona ante el Estado. ¿La ética del psicoanálisis no apunta, acaso, a una ética del deseo, y a un reconocimiento de la singularidad?

El deseo de preservar el goce fálico, el desafío del cuerpo recibido, las llamadas conductas sexuales promiscuas y riesgosas para la integridad corporal, la autodestructividad, la proclama de una superioridad del goce homosexual y el desafío a la sociedad se presentan seguramente en algunos sujetos homosexuales, pero no es pertinente la generalización a todos, por otro lado, también lo visualizamos en algunos de nuestros pacientes heterosexuales. Estas caracterizaciones clínicas no dependen del tipo de elección de objeto, sino de complejos procesos que dependen del sujeto singular.

En cuanto a las actuaciones, las interrupciones bruscas de los tratamientos, las “interpretaciones que rebotan” diremos que “no hay otra resistencia al análisis sino la del analista mismo.” (Lacan, 158: 575). En el mismo sentido, aunque desde un marco teórico diferente, Winnicott señala que “la interpretación fuera de la madurez del material es adoctrinamiento y produce acatamiento (...) la resistencia surge de la interpretación surgida fuera de la zona de superposición entre el paciente y el analista que juegan juntos. (...) Ese juego tiene que ser espontáneo, no de acatamiento o aquiescencia, si se desea avanzar en la psicoterapia.”(Winnicott, 1971:76)

En cuanto a los objetivos del analista Freud se opone a que se proponga como meta “limitar todas las peculiaridades humanas a favor de una normalidad esquemática” (Freud, 1937: 251) y desecha de manera terminante que el analista permita que el paciente lo ponga en el lugar de su ideal del Yo, dejándose llevar por la tentación de jugar el papel de salvador, profeta o redentor del paciente; o cuando pretende transformarse en maestro, modelo e ideal creando hombres a su imagen y semejanza (Freud, 1919).

Se me podrá objetar que algunos de los textos citados fueron escritos hace unos años, es posible, pero como veremos en el parágrafo siguiente, estos decires se hacen carne en la práctica actual.

 

5.3 Los analistas vistos por sus pacientes

 

Con el objetivo de explorar qué de lo teorizado se vehiculiza en un análisis realicé una serie de entrevistas individuales semi-dirigidas a diez personas homosexuales de diferente extracción social y diferente grado de integración en los ámbitos gays y lésbicos. Los entrevistados fueron buscados con la siguiente consigna: personas que creyeran que los prejuicios de su psicólogo habían influido en su terapia. La pregunta disparadora era: ¿Por qué piensa que los prejuicios de su psicólogo o psicóloga influyeron en su terapia? A continuación reproduciré algunos párrafos de cuatro de ellas.

1.

E1: A los 16 años concurrí a una psicóloga, por motivos de mi inclinación sexual. A mi me gustan los hombres, y como en ese entonces tenía bastante miedo (...) Me tocó una psicóloga, y me influyó mucho, porque la psicóloga consideraba que era una "supuesta" inclinación sexual por ausencia de la figura paterna. En mi casa se vivió mucho el clima de esta demanda de figura paterna.

E (entrevistador): ¿Cómo sabés que pensaba eso?

E1: Porque cuando mis padres concurrían cada dos meses a la psicóloga, cuando volvían mi padre me lo reprochaba mucho en la cara. Me decía que la psicóloga le reprochaba que mi padre estaba ausente como figura paterna. Y era algo que mi viejo me lo tiraba mucho en la cara. Ella lo hacía responsable de lo que yo sentía en ese momento. Hasta que yo decidí que se cortara el hecho de darles una evaluación a mis padres con respecto al análisis que yo estaba haciendo; si no dejaba la terapia. Porque ya me estaba causando bastantes daños a nivel personal. Vivía un clima demasiado tenso en mi familia y también tenso en el mismo análisis, porque yo quería intentar hablar de las cosas que yo sentía con los hombres y aparte del miedo que yo tenía de hablar de este tema, no sentía confianza para hablar sobre ello. Una vez le conté una fantasía, estaba re-nervioso y ella era como si no escuchara lo que le estaba diciendo, no hizo ninguna intervención. Y cada vez que yo intentaba hablar sobre lo que sentía con relación a mi homosexualidad, ella me traía el tema de la relación con mi padre. Sin escuchar lo que yo sentía con respecto a los hombres, independientemente de la relación con mi padre. No era que yo no quisiera hablar de la relación con mi padre, sino que además de hablar de ello, también necesitaba hablar sobre mis sentimientos con respecto a mi sexualidad, que sentía que era mal vista a nivel social. Y ella me cambiaba de tema. Luego yo dejé este análisis, porque como no podía hablar de lo que me había llevado al análisis, que era mi inclinación homosexual, decidí yo conducir el análisis, diciéndole durante casi un mes, que me empezaron a gustar las chicas. Empecé a hacerle un verso sobre que me empezaban a gustar las chicas y que me sentía atraído sobre una chica especial de mi división, con la que ibamos a ir de viaje de Egresados a Bariloche. Y cuando volví decidí cortar el análisis porque veía que no podía en ningún momento canalizar nada de lo que yo deseaba.

E: ¿Por qué pensás que no podías decir nada de tu inclinación sexual?

E1: Porque continuamente todo estaba teñido de un supuesto prejuicio que mi orientación sexual estaba en relación a la ausencia de figura paterna, por parte de mi padre. Que mi padre no estaba presente y, por lo tanto, yo no tenía un modelo para copiar socialmente. Entonces, según ella les dijo a mis padres, yo estaba buscando en esa inclinación sexual homosexual una figura paterna que estaba carente en mi casa. Y como me cansé que la psicóloga tuviese este presupuesto del que ella partía, decidí yo cortar el análisis, haciéndole un verso que me gustaba una chica de la división. Fue para darle un corte no tan abrupto, debido a que yo era menor de edad y no quería que ella les transmitiera nada a mis padres, ni les solicitara una entrevista, decidí inventar esto para que se quedara contenta y que pensara que había cumplido su rol profesional: el volverme heterosexual.

E: ¿Qué te hizo pensar que su objetivo había sido ese?

E1: Sus actitudes. Y me lo confirmó cuando le inventé la historia de la chica. Puso una cara como de alivio. Y se había entusiasmado y me incentivaba para que siguiera adelante con esa historia.

2.

E2: Cuando consulté tenía 19 años. En ese entonces tenía una gran dificultad para conectarme con la gente, debido a que no encontraba gente que pudiera sentir como yo, me sentía que estaba muy excluido, sólo en el mundo, entonces decidí ir a una psicóloga. Tenía una gran necesidad de poder hablar sobre la temática sexual y sobre mis propias vivencias. Y sentía mucha curiosidad de conocer, y me sentía sólo y mal. Empecé a concurrir y a hablar directamente sobre lo que me llevaba al análisis, hablar de mi problemática sexual. Por más que a mi me costaba, contaba mi preocupación acerca de que me gustaban los hombres y no conocía a nadie que fuera homosexual. Y que tenía deseos de conocer gente homosexual.

E: ¿Cuál era tu preocupación?

E2: Conocer gente homosexual básicamente, y no sentirme tan solo. También un poco el hecho de poner un poco más en claro lo que estaba sintiendo en ese entonces. Como no podía encontrar a nadie como referente y poder encontrar gente que pudiera conocer y poder hablar sobre lo que estaba sintiendo, me sentía muy solo y no podía explicarme todo aquello que estaba sintiendo, entonces necesitaba conectarme con gente. Es más, en un momento de la terapia yo le pedí si ella hacía o conocía grupos de apoyo, o grupos de reflexión o grupos de análisis, donde trabajaran con homosexuales porque yo deseaba ir. Y ella en ese momento me contestó que no era necesario porque me dijo que yo no era homosexual. Eso lo recuerdo bien porque, ahí hubo algo que se rompió en ese momento, y yo me quedé como pensando, porque no sabía en ese momento qué contestarle. Y me acuerdo que ese mismo día, cuando salgo de la terapia, voy al video club y alquilo dos clases de películas porno. Una hetero y una gay. Y bueno, me las puse a ver, era la primera vez que yo alquilaba una película porno. Y las vi, y me calentaron los hombres... punto; a la mujer ni le di bola, entonces yo dije esta psicóloga no va más porque no quiere realmente tratar el tema al cual yo me sentí convocado para el análisis. Entonces, empecé a orientar el análisis a mi orientación vocacional, en ese entonces estaba teniendo un poco de disturbios, no sabía qué seguir estudiando en la facultad. No me interesaba ninguna carrera en especial, entonces orienté el análisis a encontrar cuál era mi vocación. Y dejé de lado nuevamente la temática sexual  porque con esta psicóloga me era imposible poder hablar de ello, debido a que cada vez que intentaba retomar el tema de lo sexual, hablando lo que podía sobre esa temática, ella constantemente lo eludía, diciendo que yo no era homosexual, que era tímido, que me faltaba conocer más gente. Me decía que saliera y tratara de probar con alguna chica, pero en ningún momento me ayudó para poder canalizar lo que yo sentía. Parecía que yo tenía que hacer aquello que ella deseaba, o que ella sentía que yo era. No lo que yo era. Ella no estaba viendo lo que realmente yo era. Yo era homosexual y me gustaban los hombres y ella no quería en ningún momento tratar ese tema. Y siempre se escapaba por las tangentes. Siempre anteponía algo. O algo que yo le había contado en otro momento, o bien directamente, me decía que yo no era realmente homosexual.

E: ¿Ella cambiaba de tema?

E2: Sí, lo cambiaba ella. Como que hacía un viraje buscando una palabra en esa frase, y hacía todo un viraje. Y yo quería tratar ese tema, no quería tratar otros temas, no me interesaban los temas que le interesaban a ella. No eran mis preocupaciones. Al final me cansé de que ella no quisiera hablar de estos temas y dirigí el análisis a la orientación vocacional. Le dije en forma explícita que yo quería analizar el tema de qué carrera me gustaría seguir. Finalmente decidí estudiar Educación Física, pero nunca más se trató el tema de la sexualidad, porque yo decidí no tocarlo más. El tema por el cual yo fui convocado al análisis, ni siquiera pudo ser mínimamente hablado. En todo momento fue cortado, entonces yo decidí hacerle el corte. Después no hice análisis hasta hace 1 año. Le pregunté a un amigo y su analista me lo recomendó.

3.

E3: Yo tenía 24 años. Más que influir en la terapia, yo te diría que influyó para que dejara la terapia. Yo creo que no hubo terapia. Yo acudí con muchos miedos.

E: ¿Por qué motivo fuiste?

E3: Yo era maestro, y había trabajado durante un año en una escuela rural, habíamos viajado con un compañero (G.) del Magisterio. A mi me gustaba mucho y como dormíamos en la misma habitación, una vez me animé a tocarlo. Franeleamos y después me pidió que lo masturbara. Lo repetimos muchas veces, pero siempre pasaba lo mismo, una vez que él tenía el orgasmo, sentía culpa y decía que lo que hacíamos estaba mal, que era pecado. Cuando volvimos, él no quiso verme más. Me dijo que se quería casar y tener hijos y que lo que nosotros habíamos hecho era antinatural. El siempre había dicho eso, pero cuando estaba excitado me pedía que me pasara a su cama y después volvía a sentir culpa. Al final se casó y se fue a vivir a un pueblito. Yo fui al psicólogo porque todavía no había podido superar la relación con G. y por otro lado, porque quería decírselo a mis viejos...

E: ¿Decirles qué?

E3: Que era homosexual. A mi hermana y mi hermano ya se los había contado, pero a ellos no sabía muy bien como decírselo. Entonces, en una sesión yo estaba hablando de este tema y analizando a quién se lo diría. Yo quería sincerarme con las personas más cercanas, mis amigos, mis viejos. Y él bastante agresivamente, me interrumpió y me dijo: ¡Pero usted se lo quiere decir a todo el mundo! Yo me fui bastante mal porque me jodía tener que mentir y ocultar cosas.

Otra vez, estaba hablando del tema de G. y yo le comentaba que me sentía conforme con cómo yo había encarado las cosas. Que a diferencia de G., sentía que yo había sido más valiente, que había decidido conocer los boliches gays y hacer lo que sentía, no reprimirme, mientras que él se había escondido en ese pueblito lejos de las "tentaciones". También acá me interrumpió y me dijo: ¡Yo no digo que a usted haya que fusilarlo, pero ¿usted quiere que le den una medalla?! También dijo que no estaba mal lo que había hecho G. Quiero aclararte que mi postura era bastante “apichonada”, yo recién me había animado a ir a algunos boliches, tampoco había leído nada sobre el tema, ni había ido a ningún grupo gay. Me fui y después, entre que yo estaba bastante reacio a analizarme, supongo que lo usé esto un poco como excusa, para no ir a otro. Recién volví a ir a un analista hace 3 meses, pero esta vez fui por referencia de un amigo para no tener una experiencia como la anterior. Si me hubiese pasado esto ahora hubiese ido a quejarme a la Obra Social...

4.

E4: (...) Yo con este psicoanalista prejuicioso estuve yendo 6 meses. Sus prejuicios influyeron en el sentido que decidí cortar... Y logro ubicar esas influencias en mi terapia actual.

E: ¿A qué edad consultaste al primero y a cuál el segundo o la segunda?

E4: Con el primero a los 18 años, y a los 20 años con mi analista actual, una mujer. Con respecto a este primer psicoanalista del Hospital A.que además era psiquiatra, creo que influenció en el sentido que, de alguna forma, yo me acerqué a hacer terapia con una situación de culpa bastante grande, y como que eso en parte profundizó mi culpa y mi angustia sobre mi propia sexualidad y tal es así que a los 6 meses largué. Porque me sentía mal. Y a esto quería ir, cuando yo comienzo la terapia en la que estoy en este momento, yo en la primer sesión que tengo con mi analista actual, no le planteo sobre mi homosexualidad, que era un tema que me angustiaba muchísimo en aquél entonces, sino que se lo planteo en la segunda sesión, y porque ella me tiró un disparador. Ella me preguntaba si yo tenía algún novio o novia, entonces, ahí recién, pero yo iba con muchos prejuicios respecto del profesional y acerca del vínculo que como homosexual podía llegar a establecer con un analista. Porque sentía que siempre iba ser el vínculo del marginado, que iba a ser visto como el enfermo, el desviado... De hecho el primer analista ¿qué me dijo?: Me dijo que si no era una enfermedad, ser homosexual implicaba ser un desviado. Porque es una conducta sexual desviada, según él tomaba a Freud, diciendo que no es una conducta que tenga como meta la reproducción de la especie. Desde ese punto de vista, para él era una conducta sexual desviada.

E: ¿Él te dijo eso en forma explícita?

E4: Sí, explícitamente. Él estaba haciendo unos estudios sobre psicoanálisis y se ve que a modo de práctico nos utilizaba a sus pacientes. Porque fueron varias sesiones sobre otros temas en que me tiraba ciertas cosas y me decía que eso lo había dicho Freud, y como suponiendo que yo tenía que haberlo leído. Yo recién había egresado del secundario... Después otro tipo de cuestiones en que hacía referencia a Freud... Yo por ejemplo a los 17 años había decidido no comer más carne roja y él decía que yo al no comer carnes rojas no participaba del banquete totémico. Después me entero que esta cuestión del banquete totémico aparecía en uno de los libros de Freud según me comentaron...Digamos como que él me hablaba sobre esas cuestiones. Después en otro momento me ponía como ejemplo al nene de él y a la nena que según Freud la mujer envidia el pene. Y me decía que esto efectivamente pasaba, porque la nenita le preguntaba a él, por qué el nene tiene eso y ella no. Y bueno, es como que siempre trataba de hacer una exposición de la teoría freudiana, y me aclaraba que estaba haciendo un posgrado de especialización en Psicoanálisis Freud. (...)

E4: Yo como te dije hace un rato llegué abrumado por la culpa a terapia. Él me preguntó por qué comenzaba terapia, yo le dije que porque me daba la sensación que la terapia sirve para la liberación personal. Yo estaba muy abrumado por la culpa y de repente él, en determinadas cuestiones de mi vida, ya sea respecto de la homosexualidad, como de otras cuestiones, me hacía sentir culpable o reforzaba la culpa que yo sentía, él desde algún lado descalificaba o si no me descalificaba me situaba en lugar de cierta extrañeza, como cuando me dijo que yo no participaba del banquete totémico, cuando yo ni siquiera sabía, es más, hoy en día tampoco me queda muy claro dentro de una terapia qué significa no participar de un banquete totémico. A mi me despertaba mucha angustia, y tal es así, que todavía hoy, sería cuestión de que lo hablara en mi terapia actual, voy a ver si este jueves lo hablo...

Es como que yo llegaba con culpa y terminaba con culpa. No notaba que pudiera llegar a resolver algo. Cuando yo comencé terapia con mi psicóloga actual en pocas semanas comencé a sentirme mejor. Empecé a sentir una sensación de liberación, empecé a sentirme menos culposo. También hubo picos de angustia, pero porque surgieron cosas muy grosas mías, ¿no? Pero que hacen a lo que es el análisis, pero comparándolo con el otro, evidentemente yo siempre salía con una situación de carga. Pero por ejemplo, lo de mi homosexualidad estaba claro, yo deseaba a los tipos, eso estaba clarísimo, sin embargo, es como que sentía mucha culpa, si bien yo en esa época, no me sentía, de la boca para afuera, que no me sentía un enfermo, que no era un enfermo, en el fondo me sentía un enfermo y de alguna forma, bueno, lo que él me dijo, "no es una enfermedad, es una desviación" es una especie de...; ahora escucharlo es un horror, pero fue también como una especie de alivio, bueno, está bien es como que soy un poquito menos enfermo, ¿no? Soy un desviado, pero un poquito menos enfermo, ésa era la cosa. Reconozco que lo que él me dijo fue una especie de alivio que no me gustó mucho. Pero era distinto, ser un enfermo a ser un desviado. Eso fue en la segunda o tercera sesión que tuve con él. Que yo le había dicho que iba a hablar sobre mi historia oscura, mi historia negra, y justamente era mi homosexualidad.

 

 

Mi intención no es hacer un análisis exhaustivo de estos testimonios, sino tomarlos como ejemplo de cómo ciertos prejuicios que subyacen a la teoría y que atraviesan al profesional psi, se manifiestan como resistencia al análisis, ya no del analizante, sino del propio analista. En este sentido, siguiendo los “consejos” de Freud, Piera Aulagnier considera fundamental que el analista haga un "autodiagnóstico" de su capacidad de investir y de preservar la relación transferencial con ese sujeto singular a quien se enfrenta, en base a sus propios puntos de resistencia o de alergia y a lo que puede prever de su propias resistencias en respuesta a las que encontrará en el desarrollo de ese psicoanálisis. (Auglanier, 1977:170-1)

Comenzaré por la tercera entrevista, ya que los prejuicios de este profesional son tan notorios que  anulan toda posibilidad de análisis desde el inicio. Al ubicarse en una posición de juez dando una opinión "moral" de los dichos del paciente, hace imposible toda asociación libre por parte de este. ¿Qué posibilidad puede tener el sujeto de desconectar la crítica a sus ocurrencias, si el analista ocupa un implacable lugar superyoico?

En vez de opinar "¡¿Pero usted se lo quiere decir a todo el mundo?!"; que por otra parte, otro podría haber opinado que lo mejor sería sincerarse; ¿no hubiese sido más productivo preguntar al paciente "¿por qué se lo quiere contar”?. De este modo, en vez de cerrar la asociaciones con una opinión, abriríamos la posibilidad de que el paciente pudiera cuestionarse sobre esta intención, y en caso que esté acorde con su deseo, éste podrá hacerlo, pero teniendo mayores resguardos de no estar “actuando, repitiendo clishés anteriores”.

En relación a la otra intervención "¡Yo no digo que a usted haya que fusilarlo, pero ¿usted quiere que le den una medalla?!"; considero que huelgan los comentarios...

Más allá de las deformaciones que podemos atribuir a la interferencia de la transferencia en lo que nos cuentan los otros tres entrevistados podemos, de todas formas, sacar algunas conclusiones. En la primera psicóloga se manifiestan una mezcla de "prejuicio teórico", "furor curandis", intención pedagógica y búsqueda de apoyo en los padres del paciente. Parte de suponer que "todo" homosexual es producto de la fórmula "madre fálica, padre ausente", haciendo caso omiso de "la singularidad, del caso por caso". Pero, aun suponiendo que esa haya sido la situación de este paciente, la profesional no atiende al timing y “tira” a los padres una interpretación, que más que aliviar la situación del analizante, la empeora. El hecho de que pedagógicamente explique a los padres la causa del sentir y/o de la conducta del hijo, esto no implica que la situación familiar vaya a modificarse espontáneamente. Si la situación se mantuvo en el tiempo podemos esperar que para que un cambio fuera posible, sería necesario vencer ciertas resistencias. Sabemos que uno de los riesgos de no tener en cuenta el timing de una terapia, es que los efectos que se producen pueden ser contrarios a los deseados por la analista.

Otra cuestión a resaltar es que, en tanto la teoría de esta profesional imposibilita pesar la actualidad del paciente, qué es lo realmente doloroso para él, funciona claramente como una resistencia. Asimismo, tal teoría es “resistente” al cambio y conduce a un circuito repetitivo. Así, toda referencia del paciente a su homosexualidad es referida a la relación con su padre, impidiendo el despliegue de la regla fundamental.

Respecto del segundo entrevistado, es evidente que la psicóloga, cada vez que el sujeto quiere hablar de su homosexualidad, lo evita replicándole que él no era homosexual. Se olvida así el correspondiente necesario de la regla fundamental: la atención libremente flotante del analista. Escogiendo el material sobre la base de sus expectativas o inclinaciones, obstruyó el despliegue de la regla fundamental. Si como aseveraba esta psicóloga, el analizante no era homosexual, ¿por qué negarle al paciente hablar?, si eso es lo que precisamente debía pedirle: "diga lo que se le ocurra..." Este "análisis" no permitió al paciente desplegar sus fantasías, ni siquiera podría hablarse de método catártico, sino más bien de sugestión. Al parecer, la "analista" suponía que el paciente dejaría de "creer" en su homosexualidad porque ella se lo decía. Si la homosexualidad del paciente fuera un "fachada", ¿no estaría más acorde con el horizonte analítico que el analizante pudiera hablar de ello y que en el desarrollo del análisis ese disfraz cayera?. Si el sujeto construyó ese disfraz fue por algo que hace a su economía libidinal, y para desprenderse de él, tendrá que hacerlo “pieza por pieza”, ya que seguramente convivió mucho tiempo con éste, y una vez instalado, el sujeto obtiene además del beneficio primario, varios beneficios secundarios.

Por último, vemos que a un “acting in” de la analista - decirle al paciente “usted no es homosexual” -, el paciente responde con un acting out: “...me acuerdo que ese mismo día, cuando salgo de la terapia, voy al video club y alquilo dos clases de películas porno. Una hetero y una gay. Y bueno, me las puse a ver, era la primera vez que yo alquilaba una película porno. Y las vi, y me calentaron los hombres punto,...” El sujeto le muestra al Otro–analista  -que desfallece en su función de lectura e interpretación-  el objeto hacia el cual el deseo del sujeto parece dirigirse, en tanto ese Otro no reconoce ese deseo del sujeto.

En el cuarto testimonio, lo que más se destaca es la abundancia de interpretaciones impertinentes y fuera de contexto (por Ej.: comida vegetariana = no participación en el banquete totémico), una actitud pedagógica del analista y un exhibicionismo de su saber. Se sitúa en el lugar del saber, en vez de interrogar el saber en el analizante. Aunque, por cierto, su lugar de saber no parece muy seguro, ya que en todo momento apela a "lo dijo Freud" como modo de reforzar sus dichos. Por otro lado, sentencia la conducta del paciente como desviada, sin tener en cuenta los efectos que produce el etiquetamiento, y sobre todo, por el lugar de poder en que el analista es ubicado por el paciente en una relación vincular asimétrica como es el vínculo terapéutico.

Resulta muy acertada la intervención de la segunda analista: "Ella me preguntaba si yo tenía algún novio o novia", ya que considero que ésta ayuda al paciente a no ejercer críticas sobre sus ocurrencias, ya que al tener en cuenta la diversidad de los sujetos, evita homogeneizar. Considero fundamental el cuidado en el vocabulario que utilizamos en las entrevistas y sesiones con los pacientes. Las resistencias, por fuerza, se presentarán en algún momento, pero provendrán del analizante, y no del analista.

 

5.4. Práctica psi: La culpa de "ser"

 

Los valores de una cultura determinada se transmiten de generación en generación a través del superyó de los sujetos que la componen (Freud, 1932: 62), funcionando como una guarnición militar de la cultura situada en el interior del individuo (Freud, 1929: 120). Por lo tanto, dada una sociedad homofóbica, un sujeto criado en dicha sociedad, no sólo vivirá en un medio homofóbico, sino que además una instancia ubicada en su interior, que determina lo que deberá llamarse “bueno” o “malo”, discernirá como “malos” y en consecuencia reprobables y condenables acciones y/o pensamientos homoeróticos. Éstos se pueden manifestar de diferentes formas:

1.- El sujeto puede sentir culpa concientemente, llegando inclusive, a ser intensa e hiperexpresa.

Para evitar dichas implicaciones morales el sujeto puede recurrir como defensa a la negación y la racionalización. Por ejemplo, algunos hombres se permiten un acercamiento a otros hombres siempre y cuando puedan mantener un “rol masculino”. Esta racionalización está apoyada en el mito que sostiene que “homosexual es el pasivo”. Tripp (1975) la denomina defensa del rol de género. A pesar de que esta postura es menos estereotipada actualmente que en el pasado, es relatada frecuentemente por gays provenientes del interior del país dónde son muy frecuentes las relaciones entre “chongos” casados y “maricas”14. En no pocas situaciones, estos últimos exageran sus características femeninas para seducir a estos hombres que sostienen la ilusión de ser “machos que cogen maricas”.

En casos en que no se manifiesta una negación de la identidad homosexual la culpa puede estar referida preponderantemente a la receptividad en las relaciones sexuales y presentarse a través de dificultades en la dilatación o el goce anal en la realización del coito.

Otra forma de negación (parcial) puede observarse en los casos en que el sujeto sólo puede tener relaciones sexuales desprovistas de afecto.

2.- Otra posibilidad es que el yo disfrace la culpa y la atribuya a otras causas (desplazamiento del afecto a otra representación). Llevar, por ejemplo, una vida sexual más o menos activa sin mayores conflictos aparentes, pero sentirse culpable por pequeñas situaciones insignificantes.

Un paciente, Roni, que atiendo en un dispositivo de psicoanálisis individual, se sentía culpable por haber arruinado un cassette virgen que un compañero de trabajo le había dado para que le grabara, al punto que la noche anterior había soñado que era juzgado por ese hecho. A Roni le gustaban hombres que nunca habían tenido contactos homosexuales, "vírgenes". A partir de este hecho y asociaciones del paciente pudimos dilucidar que la culpa que sentía se había disparado, en realidad, a partir de un encuentro al que le había restado importancia. La semana anterior se había reencontrado en un pub gay con "un compañero del trabajo anterior”, a quién Roni había "desvirgado", y éste le había contado que había dejado a su novia porque sentía que gozaba más con un hombre. La culpa por haber "convertido" a su compañero en homosexual había sido desplazada a "haberle arruinado el cassette virgen al compañero de trabajo" y estaba referida, también, a su propia homosexualidad.

3.- El yo puede reprimir la penosa percepción de la crítica del superyó haciendo que el sentimiento de culpa permanezca inconciente, pero que el sujeto realice actos que le acarreen sufrimiento o un castigo externo. En el primer caso por ejemplo, podría tener accidentes, o conformar parejas que terminen “mal” invariablemente a la manera de una neurosis de destino; y en el segundo llevar a cabo actos que deriven en “agarrarlo con las manos en la masa” de forma tal de ser “castigado”. A propósito de esto último, lo que le sucedió a Marta de 24 años, participante de uno de los grupos mencionados, parece ilustrarlo bastante bien. Después de varias relaciones sexuales con hombres y mujeres desde los 17 años en las que nunca había tenido un orgasmo satisfactorio, a los 20 años conoció a Cecilia con quién luego de dos meses tuvo su primera relación:

“...nunca había gozado de esa forma, fue la primera vez que tuve orgasmos encadenados...me sentía feliz, estaba re-enamorada de Cecilia.(...) Después de escribir todo lo que sentía en mi diario, tuve que salir y me lo olvidé arriba del escritorio...mi vieja lo vio y lo leyó...cuando volví me armó un quilombo...”

La conciencia moral asume como propios los valores, ideas y creencias de la cultura en que fue criado el sujeto, creándose en consecuencia, problemas de autoaceptación (en lo singular) y generándose problemas interpersonales dentro del ámbito gay mismo (en lo colectivo). Esto, por el hecho de dirigir la agresión hacia todo lo que se asocia con las “cualidades detestadas”. El imaginario social se “hace carne” en la vida cotidiana de la comunidad gay-lésbica-bisexual, que por formar parte de esta sociedad, internaliza su “discurso” y lo reproduce. Por eso, no es de extrañar, que dentro del ambiente gay sea moneda corriente el desprecio hacia el afeminado, el “delicado” o el “pasivo”; o en otro orden, se manifieste una agresividad del varón gay hacia la lesbiana y viceversa. La agresividad hacia los pares podría explicarse como un mecanismo de defensa del yo del sujeto frente a la severidad del superyó. Las cualidades “detestadas” o “indeseables” para el superyó (y para los ideales de dicha sociedad) se proyectan en los semejantes; expulsando de sí y localizando en el otro las cualidades y sentimientos que su “conciencia moral” rechaza en sí mismo15.

Tampoco debemos obviar la ganancia o beneficio secundario que muchos sujetos pueden obtener del estigma (Cf. Freud, 1913: 134) atribuyéndole a éste la culpa de males y padeceres que son efecto de otros motivos o razones. Eludiendo, de esta manera, su propia responsabilidad y desimplicándose de lo que le acontece16.

Ante la demanda de análisis o de psicoterapia por parte de una persona homosexual resulta fundamental considerar las precedentes puntualizaciones, y discernir la forma particular en que inciden en la subjetividad del sujeto singular.

 

6. Consideraciones finales

 

Teniendo en cuenta lo desarrollado hasta aquí, puede decirse que las consecuencias de la exaltación de un particularismo: la orientación heterosexual exclusiva y su veneración como un ideal conduce al borramiento de la experiencia de la diversidad, y al refuerzo de posiciones mayoritariamente hegemónicas. Por lo tanto, la percepción de la homosexualidad como una enfermedad lleva implícita la idea de “contagio”; su conceptualización como una “desviación” o “perversión”, conduce a pensar en la posibilidad por parte de los sujetos homosexuales de “corromper” a los que viven de acuerdo a la “normalidad”, con la consiguiente carga de culpa y malestar que eso conlleva.

En el terreno de las relaciones interpersonales, esta situación nos llevaría a concluir que: “los/as homosexuales no son un modelo apropiado para los niños/as, ni tampoco están capacitados para la crianza de sus propios hijos”. En el orden jurídico encontramos ejemplos de estas concepciones que hemos denominado míticas: el lesbianismo de la madre es causal de que le quiten la tenencia  de los hijos en un caso de divorcio; asimismo, la decisión de un padre de vivir su homosexualidad, hace que sólo se le permita ver a su hijo en presencia de un tercero o un asistente social. Desde luego, queda excluida la posibilidad de adoptar hijos por parte de una pareja homosexual. (Amnistía Internacional, 1994)

A mi entender, negarle a una persona la posibilidad de criar a sus propios/as hijos/as es atentar contra su capacidad simbolizante; es impedirle su realización en una descendencia y la posibilidad de transmitir valores, tradiciones y cultura, tareas en las que se despliega y realiza una subjetividad, que es siempre singular. Una singularidad difiere de la mayoría; pero si la moral de la mayoría se impone como universal, impide la realización y desarrollo de las personas en la diversidad, convirtiéndose entonces en una mayoría autoritaria.

El cuestionamiento que se esgrime haciendo referencia a los modelos, de que la futura orientación sexual del niño o niña adoptado por homosexuales será indefectiblemente homosexual, no es pertinente, ya que casi todos/as los/as homosexuales de occidente han sido criados por heterosexuales. Es decir que la orientación sexual de los padres no dice nada acerca de la orientación sexual de los/as hijos/as. Al menos desde el Psicoanálisis, ninguna vivencia tiene una significación en sí misma en el sentido de poder hacer una teoría de los efectos más o menos constantes que podrían producir ciertos acontecimientos en la vida de una persona. En todo caso, la forma en que estos incidan o no, dependerá de la singularidad de cada sujeto y el valor que cobren en la historia del mismo.

Lo que sí podría preverse es que estos padres no compelerán a reprimir exageradamente las mociones de deseo homosexual de sus hijos. La prohibición no caerá sobre el sexo o el género del objeto sexual, sino sobre los deseos incestuosos. Aunque para no generalizar, es preciso diferenciar los progenitores que viven su sexualidad sin culpas, de los que han internalizado la homofobia y no han podido elaborarla. Ya que, como se ha puesto de relieve, el superyó del niño no se edifica según el modelo de sus progenitores, sino según el superyó de ellos/as (Freud, 1932 :62).

Cabe también preguntarse acerca de los efectos en la subjetividad de los/as niños/as, por el hecho de constituirse como sujetos en una pareja en la que los roles no son tan rígidos. Por ejemplo, una familia en la que un hombre pueda ocuparse de la cocina y de cambiarle los pañales al bebé o bien en la que sean una o dos mujeres las que solventen económicamente el hogar o jueguen a la pelota con los chicos. En síntesis, una familia que no se ajuste al discurso del “Amo”; que sea capaz de vivir por fuera del “mandato” patriarcal en que los roles de cada uno los miembros de la pareja están estereotipados y son resistentes al cambio, en una familia más plástica, más acorde quizás con los tiempos que corren. Cabría esperar también por parte de estos padres y madres una perspectiva profiláctica y anticipativa para saber cómo actuar en las situaciones difíciles debido a la desfavorable constelación social en que estuvieron inmersos/as.

Muchas preguntas y “enigmas” quedan abiertos, pero un agente de salud mental no puede responder desde la opinión, es decir, desde el prejuicio. Se pueden elaborar hipótesis más o menos acertadas, pero se hace necesario investigar todo este campo  sobre el cual se ha hablado y escrito mucho y poco se ha investigado, en especial en nuestro país.

Puntos de vista antropológico, etnológico y psicosocial, las recomendaciones de la OMS, y las mismísimas opiniones de Freud aquí citadas, entre otras, dan cuenta de las “anomalías” que implican el catalogar a determinada orientación sexual  como patológica per se; como también los perjuicios que esto trae aparejado. Dichas evidencias requieren que todo profesional que bregue por el ejercicio de una praxis comprometida con el ser humano se abra a un replanteo de sus postulados, ya que, como dijimos, los postulados científicos son provisorios y no verdades incuestionables.

La disyuntiva que se nos abre a los profesionales de la salud es clara, la decisión que tomemos, también lo es: o una práctica profesional que tienda a la reducción del sufrimiento psíquico de las personas que conforman la sociedad o bien, una técnica dirigida a la adaptación de las personas a una sociedad homogeneizante que no da lugar a la diferencias.

Octubre, 2000

 

8. Notas

 

1.       “Las teorías científicas (...) surgen por un mecanismo más semejante a la embriogénesis en donde la acumulación, por segmentación, produce en momentos definidos, reconfiguraciones bruscas, en las cuales las estructuras anteriores han quedado conservadas como contenidos incorporados en un nuevo contexto de desarrollo y transformación” (Samaja, 1987: 24)

2.        Para cuestionar determinados supuestos y discursos que están imbricados en cierta teoría y que, por lo tanto, pasan a formar parte de ella, resulta necesario salir de dicho marco para lograr una mirada que no esté parcializada por la intervención en los mismos. Para ello será necesario recurrir a otras disciplinas para de-construirla y contextuarla. En este sentido, Freud no duda en apelar a otras disciplinas para justificar sus hipótesis (Cf. infra punto 4). Así, en relación con la formación del analista sostiene que “El plan de estudios(...)debe abarcar tanto temas de ciencias del espíritu - psicológicos, de historia de la cultura, sociológicos - como anatomía, biológicos y de historia evolutiva.” (Freud, 1926 :236)(subrayado mío) Por su parte, Bleger advierte del riesgo que implican las corrientes o escuelas psicológicas que se ubican en encuadres unilaterales que ellas mismas aportan y que, por ser unilaterales, desembocan o vienen provistos de errores y falsas implicaciones ideológicas. (Bleger, 1968: 106)

3.       El término “homosexual” fue acuñado en 1869 por el médico húngaro Karl Benkert en una carta dirigida al Ministro de Justicia de Hannover defendiendo los derechos de esta minoría. (Schifter, 1989: 123). Foucault sitúa el nacimiento de la categoría homosexual en 1870 con la definición que hace Westphal de las “sensaciones sexuales contrarias” (Foucault, 1977: 56).

4.       [Nota agregada en Septiembre de 2004] Una primera versión de este trabajo (Cf. Barzani, 1993) fue escrita en ocasión de un debate con la Dra Susana Quiroga -profesora titular de la cátedra I de la materia Adolescencia de la UBA- en Julio de 1993. Además de la cita mencionada, en la bibliografía de la misma autora, se podía leer que la noción de normalidad que sustentaba la cátedra se asentaba sobre “criterios psicoanalíticos” y consistía en la capacidad de lograr placer en el amor  y en el trabajo (Quiroga y otros, 1987: 1). En cuanto a la capacidad para lograr placer en el amor Quiroga se refería a: “la posibilidad de encuentro con un objeto externo heterosexual que permite la integración, por un lado, del placer preliminar con el placer final, y por otro lado la corriente de ternura con la corriente sensual” (Quiroga y otros, 1987: 1-2) (subrayado mío). Cuatro años después de ese debate, la autora publica una nueva edición de su libro; allí incluye un parágrafo de tres páginas donde discute el concepto de normalidad y la frase citada queda modificada del siguiente modo: “la posibilidad de encuentro con un objeto, que primero será el propio cuerpo y luego el objeto externo que permite la integración…” (Quiroga, 1997: 51) (subrayado mío).

5.       “Las pautas o criterios particularistas son las que se oponen a la vigencia de las pautas universalmente válidas o menoscaban la aptitud y disposición de los sujetos para pensarlas (...) En sentido fuerte, lo particularista es lo que se opone al desarrollo de lo simbólico.” (Benbenaste, 1992: 32, 42)

6.       Otras corrientes no alegan ya la hipótesis de la “desviación", sino la de una “detención en el desarrollo”. En esencia, no existe diferencia entre ambas posturas; si se postula una “detención”, es en relación a un “punto de llegada ideal”.

7.       Luego de la crítica que Lévi-Strauss (1960:XLIV/VI) hiciera del término “primitivos”, cargado de connotaciones evolucionistas y de “occidento-centrismo”, ya no resulta adecuado para referirse a las sociedades no occidentales, Cardín (1984: 50) siguiendo una sugerencia del mismo Lévi-Strauss las llama “exóticas”.

Para un acercamiento a los estudios antropológicos y etnológicos que circulaban en el momento que Freud escribió sus “Tres ensayos...” puede consultarse el libro de Ellis (1897).

8.       Tomo como guía la puntualización que hace de algunos de estos mecanismos Ana María Fernández (1992). Esta autora define a los “mitos sociales” como cristalizaciones de sentido que dan cuenta del imaginario social efectivo, que instituyen un “real” que es vivido por los actores sociales como la realidad objetiva.

9.       En el edicto Escándalo: Artículo 2, Inciso H: se penaba a las “personas de uno u otro sexo que públicamente incitaran o se ofrecieran al acto carnal”. (edicto empleado para detener a los homosexuales y prostitutas en la vía pública). En el edicto Bailes Públicos: Articulo 3, Inciso A: Se castigaba al “Director, empresario o encargado de un baile público o en su defecto al dueño o encargado del local, que permitiera el baile en pareja del sexo masculino”. En referencia a los procedimientos especiales, veamos el Artículo 207: De los homosexuales: “las comisarías seccionales, al tener conocimiento que en determinadas casas o locales de su jurisdicción se reúnen homosexuales con propósitos vinculados a su inmoralidad, independientemente de las medidas preventivas y de represión que puedan corresponderles, comunican el hecho a la superintendencia de investigaciones criminales para su intervención”.(el subrayado es mío)

10.   En referencia al etiquetamiento, veamos un experimento esclarecedor (Watzlawick, 1981: 87) realizado por el psicólogo R. Rosenthal de la Universidad de Harvard en una escuela norteamericana. Antes de comenzar el ciclo lectivo se comunicó a las maestras que según un test administrado a todos los alumnos, un 20% de ellos harían rápidos progresos y tendrían un rendimiento superior al resto del alumnado, se les entregó la lista de alumnos de quiénes podrían tener un desempeño extraordinario según los tests En realidad esta lista fue confeccionada al azar, de modo que dicha “superioridad” estaba solo en las cabezas de las maestras. A fin de año volvió a administrarse el test a todo el alumnado y ocurrió que los alumnos que se había “etiquetado” como “especiales” obtuvieron cocientes intelectuales superiores al resto de sus compañeros. Además el informe de las docentes señalaba que esos niños superaban a los demás también en curiosidad intelectual, conducta, etc. En el mismo libro pueden consultarse otras experiencias.

11.   Dichos grupos son coordinados por quien escribe; están integrados por gays, lesbianas y bisexuales. Se trabajan la autoestima, los miedos, las relaciones interpersonales, los proyectos, etc. con diferentes técnicas, relato de experiencias personales, discusión de cuentos y videos, dramatizaciones, etc.

12.   Considero al “estigma” como un atributo que no forma parte de los considerados en una sociedad dada, como esperables y naturales en determinada categoría de sujeto, haciendo que el que lo posee, adquiera el status de “diferente” y se genere un profundo efecto desacreditador sobre su persona (Goffman, 1963: 12, 13). Dicho rasgo se impone a la atención por sobre el resto de sus atributos convirtiéndose en definitorio del sujeto.

13.   Se podrían marcar algunos puntos de inflexión a lo largo de los diez meses de participación en el grupo * 4to mes: “Decide-acepta” participar en una dramatización, hasta ese momento sólo observaba a sus compañeros * 6to mes: Comienza un análisis individual con una psicoanalista para trabajar cuestiones que no eran pertinentes abordar en un grupo de reflexión. * 7mo mes: desde la coordinación se le propone una inversión de roles y accede a dramatizar en el rol de “marica” y puede “jugar” con sus aspectos “femeninos”.

14.   En la jerga gay, ambos términos, chongo y marica, son asignados a determinado sujeto, de acuerdo a sus atributos de imagen (masculinos o femeninos) y están asociados en teoría a un rol sexual (activo o pasivo) respectivamente, aunque no necesariamente en los hechos, donde puede ocurrir que atributo de imagen y rol sexual no coincidan. Es decir, que el chongo podría tener todas las características asociadas culturalmente con la masculinidad y la virilidad, salvo en el momento del coito, donde adopta un rol receptivo.

15.   Un ejemplo literario de como un gay hace suyo el discurso homofóbico, son los versos del poeta homosexual Federico García Lorca (1929/30); que a continuación se reproducen:

 

“...maricas de las ciudades,

de carne tumefacta y pensamiento inmundo,

madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño

del Amor que reparte coronas de alegría.

Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos

gotas de sucia muerte con amargo veneno.

Contra vosotros siempre (....)

¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!

Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores

abiertos en las plazas con fiebre de abanico

o emboscados en yertos paisajes de cicuta...”

 

Es como si el “yo” del sujeto dijera: yo soy sólo homosexual, los verdaderamente despreciables son “las maricas”, “los/as promiscuos/as”, “los pasivos”, “las machonas o bomberos”, “los/as que se ocultan”, “los/as militantes”, etc.; de acuerdo al sujeto de que se trate (varón, mujer y características particulares).

16.   Atentos a la sobredeterminación de los sucesos psíquicos, cabe aclarar que con los ejemplos presentados, no se ha pretendido plantear un esquema lineal causa-efecto, sino que sólo se ha querido ilustrar las hipótesis ensayadas. De hecho, en los puntos 5.2 y 5.3 se ensayan explicaciones alternativas a las conflictivas interpersonales, que no son incompatibles, sino que por el contrario, se retroalimentan.

 

 

9. Bibliografía

 

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Carlos Alberto Barzani

Lic. en Psicología

Psicoanalista
carlos.barzani [at] topia.com.ar
https://www.facebook.com/liccarlosbarzani

 

 
Articulo publicado en
Noviembre / 2005