La admisión en un manicomio: Crónicas Delirantes | Topía

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La admisión en un manicomio: Crónicas Delirantes

 

Este artículo tiene la capacidad de decir las cosas por su nombre. Para aquellos que conocemos los manicomios no vamos a encontrar nada nuevo. Sin embargo describir sin eufemismos como se ejerce el disciplinamiento en la institución manicomial produce esa sensación que Freud nombraba como lo siniestro. Los responsables de mantener esta situación no es un poder abstracto. Son aquellos que por defender sus intereses se oponen a cualquier proyecto de transformación: la alianza entre el gobierno macrista de CABA, los grandes laboratorios, las instituciones de medicina privada, la burocracia sindical que manejan sus intereses en las obras sociales y las organizaciones médicas. El texto de V. Hollmann y J. P. Iribarne -el cual compartimos en su totalidad- reafirma la lucha de todos los sectores antimanicomiales por un tratamiento del padecimiento subjetivo basado en una perspectiva ética, racional y científica. Este el compromiso de nuestra revista.

Actualización 7/11/09: A partir de la publicación de este artículo sus autores fueron echados del hospital Borda (leer comunicado de Topía)

Según la Ley 448 en su Artículo 19º: “La internación es una instancia del tratamiento que evalúa y decide el equipo interdisciplinario cuando no sean posibles los abordajes ambulatorios. Cuando ésta deba llevarse a cabo es prioritaria la pronta recuperación y resocialización de la persona. Se procura la creación y funcionamiento de dispositivos para el tratamiento anterior y posterior a la internación que favorezcan el mantenimiento de los vínculos, contactos y comunicación de la persona internada, con sus familiares y allegados, con el entorno laboral y social, garantizando su atención integral.” (1)
Todo el que trabaje en Salud Mental sabe que esta ley no se cumple. Algunos miran para otro lado, defienden intereses personales, gremiales, entre otros. Nosotros, como muchos otros compañeros, no podemos ser cómplices en la naturalización de prácticas que violan la dignidad de los internados para mantener un sistema. En palabras de Basaglia, “…nuestro deber como técnicos es informar a la opinión pública la manera en que están dirigidas estas estructuras, Esto es importante para que las personas tomen conciencia acerca de que son violentadas más que curadas.”(2)

“La admisión es un infierno”, se escucha frecuentemente entre los pacientes. Y sí, quema, arde, arrasa como el fuego, con la subjetividad del paciente, y lo somete a una nueva cultura: la manicomial.
Pensemos por un momento, un paciente ingresa en la guardia del Hospital Borda. Es probable que haya ingresado por los tan precisos diagnósticos de “descompensación psicótica”, “alcoholismo crónico” “ideación suicida”, entre otros.
Esta persona, con sus problemáticas, que nunca son abarcadas ni por el más certero recorte diagnóstico, llega, en el mejor de los casos con una familia contenedora o en el peor de los casos en un móvil policial con personas que no están preparadas para lidiar con estas crisis para lo cual no sería raro esperar alguna golpiza.
Una vez llegado al hospital el paciente es llevado a la guardia donde generalmente se le hace una entrevista psiquiátrica, y es bienvenido con el tan mentado “inyectable”. A partir de ahí es derivado al servicio de admisión. Servicio de arrasamiento subjetivo por excelencia.
A ver ¡¿qué de terapéutico tiene esto?! Podemos estar de acuerdo en que todo paciente que atraviesa una crisis, transita por un proceso de retracción libidinal, en algunos casos despersonalización. Veamos que se le brinda al paciente en su inicio del tratamiento:
Al entrar a este servicio, la admisión, se le retiran las pertenencias que van a parar al deposito hospitalario, no se le permite ver a los familiares, que a esta altura se encuentran angustiados, perplejos y con miedo de dejar a su ser querido en este lugar. Familiares que no son contenidos en forma verbal en la mayoría de las ocasiones. Se pueden escuchar diálogos como “bueno, le dejo una toalla, cepillo de dientes algo para que se higienice”, en un claro intento de mantener ciertos hábitos que el paciente venía sosteniendo; “sí”, se le responde, pero a poco de ingresar, sus pertenencias desaparecen, pertenencias que lo ligan con su cotidianeidad y a largo plazo desaparecerán también los hábitos adquiridos, en un claro proceso de desculturización. Los referentes identificatorios se van esfumando: corte de pelo compulsivo, ropa que no elige, no hay espejos, ni relojes, puede pasar días sin mirarse y sin ni siquiera saber día y hora, dando paso a una nueva enfermedad: la enfermedad institucional.
En algunos momentos se aplica un “efectivo método terapéutico”: la contención física, método que anula por completo el decir del sujeto porque si bien en algunos casos puede ser necesario para que no se lastime puede pasar horas y horas por no decir días (si tiene la mala suerte de ingresar un fin de semana) sin que nadie le pregunte sobre su padecer. Es usual escuchar gritos dada la violentación institucional que sufren estos pacientes, violentación que en algunos casos lleva a más medicación. Todo esto sucede mientras los enfermeros juegan al truco al lado de la sala de contención. “Mejor no veo nada y no digo nada porque a veces, observar es meterme en problemas” (3)
En las caras de los pacientes, expresiones de perplejidad, como en otras caras, compañeros que, quizás a causa de su delirio, deciden calmar el sufrimiento del compañero asfixiándolo con una almohada hasta matarlo. Paciente que después es judicializado y tarda años en salir del hospital. Pacientes muertos, que son llevados en tablones por otros compañeros, circulando por el hospital, tapado con una frazada rota, y tratando que no se caiga, mientras partes de este cuerpo que estuvo muerto para muchos, antes de la muerte física, cuelgan del tablón. Lo llevan hasta su lugar de destino que vaya a saber cual es. Y bueno, total, como todos escuchamos en C5N, al Dr. Garralda, director del Hospital: “siempre se muere algún paciente”. En esta frase vemos como desde la más alta jerarquía del hospital quedan naturalizadas las prácticas más aberrantes. Tal como señala Basaglia en su libro La condena de ser loco y pobre, hay que cambiar el esquema que hace del enfermo mental un cuerpo muerto en el manicomio, en una persona viva responsable de su propia salud.

El Servicio de admisión, al ser cerrado, también es usado como servicio de castigo. La frase “el que se porta mal va a ir a parar a admisión” es de uso común, como también en la misma admisión se ha escuchado “si seguís jodiendo te doy electroshock”. Y por si esto fuera poco, esta crónica delirante sigue:

“El Borda es una boca grande que te traga” Paciente internado
Si se decide, vaya a saber según que proyecto terapéutico, pasar al paciente al interior del hospital, el siguiente paso en el arrasamiento subjetivo es el Shopping de pacientes. Sí, en el Borda también hay Shopping. En lugar de productos se eligen personas. Lo recomendable para el profesional es conocer a alguien en admisión para que no te metan “un caño” (paciente problemático ya sea por su situación legal, sus conductas o sus pocas posibilidades de externación que baja el promedio del giro cama). Es frecuente escuchar frases como “yo soy amigo, así que me da algo bueno, un psicótico, tranquilo, con familia”. También son comunes los intercambios de mercancías del estilo “me llevo dos psicóticos y te dejo un adicto”. O se puede escuchar, “esperame hasta mañana que tengo uno bueno pero le falta”. Sería lo mismo que ir al verdulero y que te diga que no tiene buenos tomates que los de mañana van a estar mejores. También se conocen rumores de servicios donde no aceptan pacientes con determinadas características, por eso el Shopping en este caso es más selecto, sería algo así como “el Alcorta”.
Una internación puede durar un mes o varios años depende el Servicio en que el paciente sea admitido. Lo que se dice una ruleta rusa.
Si se pensaba que el infierno de la admisión terminaba en el Servicio que posee el mismo nombre, el paciente en cuestión no tardará en comprobar que en el Servicio en que finalmente es aceptado se replican las mismas lógicas antes mencionadas.
En primer término se le realizará una nueva entrevista de admisión. Esta debería ser interdisciplinaria pero en la gran mayoría son realizadas exclusivamente por psiquiatras.
Cualquier persona con cierto sentido común, supondría que se realice en un consultorio cerrado, con una cierta intimidad y contención, donde el paciente pueda contar, nada más ni nada menos, que lo trae por el Hospital, relato generalmente cargado de angustia, confusión, bronca, enojo, depresión, entre otros sentires. Una persona, que esté formada como trabajador/a de Salud Mental debería manejar además los conceptos de encuadre, confidencialidad, transferencia, entre otros. Es fundamental recordar que sumado a la crisis que llevó al paciente a ser internado, es esperable cierto temor y confusión sobre como será la internación, con toda la representación social alrededor de lo que es un manicomio, en este caso el Borda. El lector considerará que lo más lógico sería explicarle al paciente en que Servicio está, como va a ser su tratamiento, con que actividades cuenta el Servicio, que se le muestre su cama y las instalaciones, que se le presente a sus compañeros, se le asigne un tutor que lo acompañe los primeros días, se le explique las reglas de convivencia, y demás cuestiones.
Pese a todo esto, la entrevista es generalmente un interrogatorio cuasi-policial, plagado de preguntas, a veces de tal forma que la siguiente pregunta se superpone a la respuesta del paciente ante la pregunta previa. Durante la misma puede haber hasta cinco psiquiatras, de estricto guardapolvo blanco, con una mesa de por medio, enfrentados (en los múltiples significados de la palabra) al paciente. Por supuesto que los entrevistadores se reservan el derecho a atender su teléfono celular y a hablar a los gritos por sobre el discurso del paciente, a discutir la medicación de otra persona, a interrumpir y a levantarse y salir del consultorio cuando lo consideren menester. A su vez, cualquier profesional del Servicio tiene derecho a entrar y salir del consultorio u office donde se esté haciendo la entrevista cuando así lo desee.
El paciente no recibirá ningún tipo de explicación sobre su situación ni sobre su internación excepto cuando se trate de un paciente internado bajo Juzgado Penal donde se le señala que tiene prohibido salir del hospital.
Las preguntas sobre los síntomas por supuesto que se introducen con la mayor de las sutilezas:
Dr: ¿y escuchás voces?
Pte: No
Dr: ¿Seguro?
Pte:
Dr: ¿y pensás que alguien te persigue?
Pte: No
Dr: Bueno, no te escapes, eh

Si finalmente el paciente en cuestión considera que el suplicio de la entrevista de admisión finalmente terminó, se llevará la grata sorpresa de que esta puede repetirse ad eternum de acuerdo al interés o dudas que su caso genere en los psiquiatras. Un mismo paciente puede tener hasta seis o siete entrevistas de admisión. Un zoológico donde lo visitan estudiantes de diferentes Universidades y carreras, arrasando su intimidad. Ya está instalado el poder psiquiátrico, aquel que tiene en sus manos la decisión más importante para el paciente: cuando puede irse de este infierno. Es por esto que nunca se niegan a estos interrogatorios. Basaglia lo explica muy claramente cuando dice “en los manicomios cerrados el enfermo pregunta “¿Cuándo vuelvo a casa?”, el médico responde “mañana”. Esta es la respuesta que quien tiene poder da siempre al oprimido.” (4)
Cuando salga de la entrevista deberá apelar a la solidaridad de algún compañero, de los que por suerte nunca faltan, que le cuente medianamente algunas mínimas cuestiones del Servicio. Para conocer las reglas implícitas del mismo siempre estará la irremplazable experiencia del aprendizaje vivencial, cuando por ejemplo un enfermero lo levante a los gritos para insultarlo por cambiarse de cama, o porque no se levantó para tomar la medicación, o porque no se bañó, entre otras cosas. Otro ingrediente de las lógicas manicomiales: la infantilización del paciente, el maltrato y la humillación.
Recordemos parte del Artículo 19 de la ley 448, citado cuando iniciamos estas crónicas delirantes, “Cuando esta deba llevarse a cabo (la internación) es prioritaria la pronta recuperación y resocialización de la persona.” (5) Creemos que quedó más que claro que es indispensable un cambio, y que este cambio se tiene que dar en un marco de lucha política. No nos alcanza con armar “dispositivos parches” para que el manicomio no parezca un manicomio. Sí, lo es, y lo seguirá siendo mientras no se cumpla la ley. Mientras se sigan silenciando estas prácticas aberrantes. Mientras se movilizan diferentes sectores de Salud Mental, dados los despidos encubiertos de los Directores Dr. Slipak y Dr. Cafferatta, y el Borda sigue haciendo oídos sordos. Mientras afuera hay movimiento, adentro se escucha un silencio cómplice, sepulcral. Tan cómplice que habiendo participado y firmado la misma carta que llevó a estos despidos, los Dres. Picasso y Carofile, miraron para otro lado. Creemos que si no se generan espacios de reflexión y acción concretas frente a tantos atropellos de este Gobierno, y de todos los interesados en que todo siga igual seguiremos conviviendo con el poder y la opresión.

 

Verónica Hollmann
Psicóloga
vhollmann [at] hotmail.com

 

Juan Pedro Iribarne
Estudiante de Psicología UBA
 

 

[1]

Ley de Salud Mental de la Ciudad de Buenos Aires (448) disponible en http://estatico2.buenosaires.gov.ar/areas/salud/s_mental/archivos/ley448... 448

[2]

Franco Basaglia, “La condena de ser loco y pobre. Alternativas al manicomio”, Ed Topía, Bs As, 2008, p. 85

[3]

Salud y Subjetividad pag 47

[4]

Franco Basaglia, op. cit,  p. 114

[5]

Ley de Salud Mental de la Ciudad de Buenos Aires (448), op. cit.

 
Articulo publicado en
Noviembre / 2009