José Bleger, tal vez el analista que más influyó en mi adicción al psicoanálisis, encarnó el objeto winnicottiano. Si algo atravesó su vida fue esa vocación para estar adentro y afuera o, peor aun, para nunca estar adentro y jamás estar afuera. Lo menos que podría decirse de él es que se llevó mal con las instituciones que lo albergaron y con las que jamás pudo cortar. Con la burguesía a la que pertenecía, con el judaísmo, con la institución psicoanalítica, con el Partido Comunista, con el matrimonio. Siempre dentro y fuera, y nunca conforme. Claro está que una vida así, no hay corazón que la resista.
El aula repleta desde ratos antes que llegue. La presencia de José en la entonces Carrera de Psicología de la Facultad de Filosofía y Letras, allá por el 63, era todo un acontecimiento. Cada clase, una novedad. Fue allí donde lo conocí. Yo era un estudiante de medicina que hacía turismo por psicología. Mi novia, que llegó a ser la mujer de mi vida, me lo presentó. José me cautivó desde la primera vez que lo escuché. Pero pienso, ahora, que lo que más me fascinó entonces, fue la escenografía. Ese aula repleta de muchachas tan jóvenes, tan lindas. Ese maestro tremendamente seductor, medido, discreto, hipnotizándolas con su discurso. La inteligencia circulaba allí: la erudición. José lograba transformar las afirmaciones más banales, los comentarios más convencionales, las preguntas tontas en disparadores de una reflexión inteligente. Tenía una clave oculta para encantar sin efectismos, sin hacerle concesiones a la “histeria” convencional. Fue así como de entrada, nomás, supe que yo debía apropiarme de esa clave. Con el poder de la transferencia José lograba no solo que lo quisieran –eso ni era entonces, ni es ahora tan difícil- sino que lo leyeran. Ese era y es el milagro.
En esa clase, la primera que le escuché, habló de la importancia del deseo inconsciente de la madre en la constitución del psiquismo infantil. Dijo que un niño es aun antes de nacer un polo de expectativas, de anhelos, de ilusiones por parte de la madre y que el niño lo sabe. Habló de todo aquello que una madre transmite al niño junto con su dotación genética. Es decir: aclaró que genético y congénito no era lo mismo. Que el psiquismo infantil lleva impreso las experiencias conscientes e inconscientes que la madre vive, también, durante el embarazo. Cuando terminó la clase abrió un espacio para las preguntas de los alumnos que, a que ocultarlo, se reducía casi exclusivamente a las alumnas. Después de alguna que otra más o menos pertinente, apareció la tonta.
-¿Si una mujer se cae y se golpea cuando está embarazada pero no se asusta, el bebé se asusta?
Hubo apenas un segundo de silencio para que yo pudiera, al tiempo que sentir vergüenza ajena, preguntarme que le hubiera respondido yo, y para apostar a que nada convincente iba a poder remontar la estupidez de esa intervención. Entonces, José, ensimismado, con evidente gesto de estar haciendo un esfuerzo mental, pidió:
-Me repite la pregunta
-¿Si una mujer se cae y se golpea cuando está embarazada pero no se asusta, el bebé se asusta?
-No me acuerdo.
Con esa respuesta y la carcajada general lo consagré mi ídolo.
Cuando lo conocí, José venía de sostener una ardua polémica con la Comisión Nacional de Asuntos Culturales del Partido Comunista a raíz de su libro Psicoanálisis y dialéctica materialista. (Paidós, Buenos Aires 1958). Con este libro culminó su enfrentamiento al dogmatismo del Partido que llevaba años, ya. El desafío se concretó con la propuesta de una nueva psicología. Nueva psicología que intentaba renovar la disciplina con lo mejor del psicoanálisis y que aportaba al marxismo el saber sobre la construcción subjetiva que había sido siempre descuidado. Los marxistas, más preocupados por exprimir la filosofía para sacarle una psicología, que interesados en lo individual, negaban la posibilidad de un desarrollo específico que no atentara contra la doctrina. Así, aquel libro, y su porfiada defensa, fueron recibidos con desconfianza y recelo por los “comisarios políticos”, garantes de la pureza ideológica. Veían en él el atajo –peligrosísimo- a través del cual el psicoanálisis podía introducir sus concepciones burguesas en el seno del materialismo dialéctico.
Jorge Thenon lo expresó con claridad meridiana: “Por algo el imperialismo fomentó el desarrollo del psicoanálisis y opone todas las fuerzas de sus ideólogos y su policía a la difusión del marxismo.” (Cuadernos de Cultura,1959).
El ensañamiento interno se hizo público. César Cabral lo atacó desde los Anales Argentinos de Medicina. Fue el comienzo de una escalada en su contra; la manera en que se preparó la sanción que llegó, finalmente, en 1961: José fue expulsado del Partido. No obstante, el fundamento de esa medida recayó no en la empecinada defensa del psicoanálisis, sino en la imperdonable denuncia que había hecho del antisemitismo en la Unión Soviética y su desacuerdo por el silencio que el Partido mantenía sobre esa cuestión.
No fue ésta ni la última ni la más grave de las sanciones con las que el Partido decidió castigar su independencia de criterios. José sufrió la interdicción de viajar a Cuba –uno de sus anhelos más preciados- impuesta por los representantes del Partido que desaconsejaban una invitación a dictar clases en la Universidad de La Habana a quién se había atrevido a criticar el burocratismo de un país socialista: Alemania Democrática, para el caso. No obstante, sus libros integraban la bibliografía de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana. Para mí fue sorprendente enterarme, mucos años después, que Bleger era el único psicoanalista argentino que se leyó en Cuba durante la década del ´60.
Bleger murió sin conocer Cuba y doy fe que ése era un dolor que le pesaba. Cuando en 1970 –a raíz de gestiones con las autoridades cubanas que eludían los “contactos” del Partido- recibió una invitación para ir a Cuba, ya era tarde. Silvia Werthein le llevó la noticia con la visa el día que, para nuestro inconsolable pesar, tuvo el infarto que se anticipó en un año a su muerte.
José fue expulsado del Partido, pero así como siempre estuvo –mientras era militante- crítico, insatisfecho, incomodando con sus críticas al dogmatismo, fuera del Partido permaneció dentro de una cierta ortodoxia, ligado al mismo Partido que lo reincorporó años más tarde, insistiendo en no renunciar a su filiación comunista. Tampoco renegó de su filiación judía, su compromiso con el Estado de Israel desde la izquierda que jamás abandonó. Empecinado “Rabino Rojo de la APA”, como solía llamarlo Marie Langer, varios años después, durante la Guerra de los Siete Días de 1967, cuando las contradicciones llegaron a su máximo límite, vino a salvarlo –vino a salvarnos- León Rozitchner con su Ser Judío, ese texto maravilloso que aún hoy mantiene la vigencia de entonces.
Sus malestares con la institución de la política, con la religión y el judaísmo, no fueron los únicos. Vinieron acompañados por el impacto que produjo sus innovadoras reflexiones teóricas y, sobre todo, por las diferencias que mantuvo siempre con la institución del psicoanálisis.
Además de ser un teórico de hondura poco común, José era un clínico sensible y agudo. En un sentido más bien formal, era un analista kleiniano. Pero sus puntos de vista transgredían los límites impuestos hasta entonces. Con la hipótesis de la posición glishco-cárica Bleger se anticipó a la noción de posición esquizo-paranoide e introdujo la ansiedad confusional (ya enunciada por H. Rosenfeld en otro contexto teórico) como motor inicial que dispara mecanismos peculiares: el clivaje, la inmovilización, la fragmentación. El “objeto” kleiniano era, para Bleger, núcleo aglutinado, y todo esto porque, para él, el ser humano era inconcebible como un ente aislado. Era, más bien, una estructura indiferenciada que incluía al futuro sujeto y su medio en el punto de partida: el sincretismo como carencia de discriminación y como modalidad de organización. Para Bleger, el sincretismo primitivo y la necesidad de un vínculo social que contenga esta parte indiferenciada (la parte psicótica de la personalidad), estaban en el centro de la cuestión: dominaban sus reflexiones teóricas tanto en el análisis individual, como en su teoría sobre grupos y, aún, sobre instituciones. No conozco libro donde el propio autor esté más implicado que Simbiosis y ambigüedad (Paidós, Buenos Aires, 1967). Pero no es mi intención hacer aquí una revisión de los aportes teóricos de Bleger. Aún así es imposible eludir una certeza: el momento más logrado de su pensamiento psicoanalítico se expresa en este texto, que es también un intento de teorizar sobre sí mismo. Bleger propuso distinguir entre tres tipos de fenómenos. Dos de los cuales –la ambivalencia y la divalencia- habían sido estudiados por Melanie Klein y por Pichon Rieviere. Pero no el tercero. En la ambigüedad coexisten o alternan términos diferentes o múltiples no necesariamente contradictorios entre sí y que pertenecen a categorías distintas. Paradigma de persona variable, incierta, mudable, la personalidad ambigua presenta alternativa o simultáneamente afectos y conductas incongruentes y aparentemente excluyentes. Sujeto indefinido, que toma las opiniones ajenas sin entrar en contradicción ni confusión con las propias (que tampoco lo son), y sin notar lo que ellas pueden tener de excluyentes o contradictorias, la personalidad ambigua tiene algo de mimetismo perdurable.
Pues bien: nada le fue a Bleger más ajeno que la ambigüedad. Sus fidelidades múltiples, sus contradictorias pertenencias, la soledad en el momento de soportarlas le costaron la vida. José ofreció su corazón –rasgado, deshilachado- como testimonio de la lucha que sostuvo y que en él se encarnó.
Llegando a finales de la década del 60, el clima dentro de la APA empezaba a caldearse reflejando el clima de la Historia. La presencia de José, desde los inicios de la formación del grupo Plataforma (aún dentro de la APA) plasmaba una relación que le era consustancial. Después de todo, éramos lo que él nos había enseñado. Casi todos nosotros lo reconocíamos, al mismo tiempo, como uno más y como el “más uno”: líder natural del grupo. Cuando los integrantes del grupo Plataforma decidimos presentar nuestra renuncia a la APA, Bleger desistió de acompañarnos. Una de las cosas que muchos analistas no pueden perdonarle a José es no haber renunciado a la APA cuando los grupos más comprometidos decidieron romper con la institución. Esta permanencia fue leída como una claudicación personal. Más aún: como un sometimiento a la institución oficial del psicoanálisis (que en ese momento representaba lo más reaccionario), cuando no como su subordinación a la institución del matrimonio.
Nada más injusto. Que Bleger haya muerto como uno de los psicoanalistas más comprometidos, más implicados, más involucrados con la realidad que le tocó vivir; que haya sostenido hasta su último aliento las contradicciones con una izquierda de la que se negaba a desertar; que con la misma fuerza y sin contradicciones haya alentado y defendido a la Revolución Cubana; que no se haya ahorrado sufrimientos por criticar al burocratismo que dominaba al Partido y por denunciar el dogmatismo que impregnaba la teoría; que haya extendido el psicoanálisis a la práctica de los grupos, de las instituciones y al ámbito académico sin abandonar la APA pero sin dejar de molestarse por las limitaciones que le imponía; que haya emprendido todo esto solo, como solo y aislado quedó en la APA cuando sus compañeros de Plataforma primero, y de Documento después, se fueron, vuelve injusta y torna ingrata, otra vez, una vez más, la versión crítica y enjuiciatoria de lo que hizo, de lo que no hizo. Es lamentable que la versión de la claudicación de Bleger, de sus vacilaciones, de su indefinición y “ambigüedad” no haya desaparecido del todo y que –de vez en cuando- encuentre a algún distraído que de buena o mala fe se haga eco de ella. Claro está que a los integrantes de Plataforma nos hubiera hecho felices contarlo entre nosotros en el momento de presentar la renuncia a la APA y que –para muchos- su ausencia fue más que dolorosa, pero se equivocan los que creen que Bleger eligió y se quedó en la APA. Bleger no se quedó en la APA apoltronado, confortable, después de haberse amputado del grupo Plataforma. Bleger permaneció en la APA más crítico que nunca, insatisfecho, dudoso, atormentado, desgarrado y solo. Con la misma soledad que sostuvo sus otras pertenencias: el judaísmo, la burguesía, el Partido, la Universidad, el matrimonio.
Quizás hoy en día, podamos entender mejor, no la decisión de Bleger de permanecer en la APA, sino de no estar en Plataforma. A partir de nuestro dolor de entonces –y de nuestra indignación- poder reflexionar, ahora, sobre cómo nuestro “compromiso” encubría influencias existencialistas, psicologistas, mesiánicas –el sustrato teológico en última instancia- de nuestra participación. Cómo nuestra sobreimplicación estaba al servicio de eludir el análisis de nuestra implicación.
Hoy puedo decir que José estuvo siempre prefigurando mi destino y creo no exagerar demasiado al afirmar que estuvo, también, prefigurando el destino de toda una generación de psicoanalistas. El destino de lo más novedoso, fecundo y trascendente del psicoanálisis argentino. Si la Argentina ha tenido el poder de crear un psicoanálisis con fisonomía propia es, en gran parte, gracias a Bleger, que le dio a esa fisonomía la posibilidad de perfilarse, reconocerse y aceptarse.
Bleger comprendió, más que ninguno de nosotros, que de nuestros miedos nacen nuestros corajes y que en nuestras dudas están nuestras certezas. Más que ninguno él supo que revelar la propia identidad de psicoanalistas argentinos exige la audacia de la contradicción, sostener el dolor del desgarro. Comprendió que “es preciso perderse para poder encontrarse y que, al fin de cuentas, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos” (Eduardo Galeano).
Juan Carlos Volnovich
Psicoanalista
jcvolnovich [at] ciudad.com.ar
Nota
(1) Este trabajo es una reelaboración especial para Topía del trabajo “Bleger: La desgarrada soledad de un analista”, publicado en Diarios Clinicos N° 5, octubre 1992, pp117-126.