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Introducción o Palabras finales (para mí) de tu comienzo a leer

 
Introducción al libro "De aceptación-amorosa" de Ricardo Klein.

Como decía en el título, lo que para ti es una introducción, para mí es un final. El libro ya está escrito y, como dice el poeta: estas son las últimas letras que le escribo. Es que recién con el libro acabado, termino de dar-me cuenta de qué se trata el escrito.

Dedico este libro a mis maestros. Palabra difícil, si la hay. Agradezco a Román Mazzilli el fructífero diálogo que me permitió repensar los maestros de mi vida. Previo a éste, Maestro era una palabra enorme, para ser poco usada. Me di cuenta de un sometimiento, una captura que retenía potencia hipotecando saberes y aprendizajes. Maestro es cada uno de aquellos de los cuales he podido aprender. Y tras la conversa, fueron muchísimos los maestros que he tenido, y a los cuales agradezco lo recibido, lo aprehendido. He sido afortunado en aprenderes, y no me había dado cuenta. Un antiguo proverbio zen enuncia que cuando el discípulo está preparado, el maestro aparece. Sólo me queda volver a agradecer. 

Privilegiando entre mis maestros, he dedicado este libro a aquellos de los cuales y con los cuales aprendí primero a balbucear, luego a sentir, más tarde pergeñar, y por último a pensar la “aceptación-amorosa”. Cuando ésta se instaló en mi vida -y la registré primero con otra persona antes que conmigo- hallé que la paz era posible de ser alcanzada, que no había más guerras por pelear, pues el territorio se hallaba conquistado, habitado, vivido.

Al sentir “aceptación-amorosa” por parte de Rosi Zupnik, pude resignificar el haberla sentido de Magda y Samuel, que en las raíces de mi árbol ocupan el lugar de abuelos. En mi historia he tenido unos cuantos terapeutas, que abrevaban en diferentes escuelas y teorías. Probablemente no me hallaba yo en condiciones de sentir. A esta altura de mi labor clínica, me resulta claro que aquello que cura es el vínculo. Agradezco que la vida me haya brindado a Daniel Álvarez Greco como terapeuta para poder sentirme “aceptado-amorosamente”... y luego poder sentirlo conmigo.

Si la “aceptación-amorosa” existe, implica que cada persona pueda manifestarse en toda la plenitud de su existir. Para que esto sea posible, es preciso la presencia cómplice de otro (incluida la propia como la de un otro). Gracias, amigos, por contar con el privilegio de esas existencias compartidas.

Los hijos nos confrontan... con nuestras sombras. Nuestras expectativas, nuestros supuestos saberes, aquellos creídos lugares de afirmación duramente conquistados y que resultan rigideces, defensas e imposibilidades que sólo tienen una sólida argumentación. Agradezco a mi hija, maestra en develar mis sombras, algunas de las cuales pude integrar, y otras muchas que sólo pude aceptar-amorosamente que coexistieran conmigo.

Denominé las secciones utilizando los personajes de las novelas de Alejandro Dumas (Los tres mosqueteros, Veinte años después, El vizconde de Bragelonne I y II[1]). Al final del último libro de la saga, Dumas atribuye una característica a cada uno de ellos: el valor para D´Artagnan, la nobleza para Athos, la fuerza en Porthos, y la astucia en Aramis.

Si llamé D´Artagnan a la primera se debe a que fue el último en llegar, como estas palabras fueron las últimas en ser escritas. También, allí como aquí, es su llegada la que da unión a estos mosqueteros. Cada uno de los otros (mosqueteros-textos escritos) tenía ocultas razones de su existencia (en las armas del rey - en diversas publicaciones); D´Artagnan, quintaesencia del mosquetero-autor del libro, no deseaba otra cosa. Y, dado que hace falta valor -en alguien tímido como yo- para presentarse, utilizo para eso a D´Artagnan, que era siempre el primero en avanzar, valiente, aguerrido, aquel que con voz suave gastaba palabras con prodigalidad.

Para poder abordar a Metaclínica y no sólo pasar la vista por ella, es necesaria una nobleza. No me refiero a los títulos ostentados, sino al alma. Recordemos que de alma hablaba Freud, más allá de haberlo traducido (traicionado[2]) como psiqué. Reconocer errores -como hacía Athos- y poder trascenderlos y que hubiera algo que amar comprometidamente -en este caso la clínica- más allá del narcisismo o el deber. De personalidad reservada y refinados modales, la “aceptación-amorosa” y Lo sagrado están en su esfera. Como Athos, lo metaclínico precisa retrabajar sorpresas guardadas del pasado para que dejen de atormentar al clínico mosquetero. Además, Dumas es al único de los cuatro que le da trascendencia como padre.

La Clínica según Porthos, la fuerza, la transformo deleuzianamente en potencia, en la fuerza de trabajo, la acción, la puesta en acto, resaltando además el humor del personaje. Dice Dumas que el Barón Porthos era perfecto para realizar tareas operativas. Viniendo luego de su encuentro con quien lo precede (Athos) gusta de vestir peculiares trajes -que otros no se animan a usar- y se siente muy bien de ser él mismo.

Y Las letras que danzan mitos reclaman en Aramis la astucia de ser mirados de modo diferente, de hallarles otro sentido, de cambiar la perspectiva. Delicado y elegante, se halla lleno de contradicciones, que son las que le insuflan su ser temerario, a la vez que intrigante. La astucia de Aramis es la que sobrevive -según Dumas- a los cuatro, y allí donde el valor, la nobleza o la fuerza perecen, es posible que la astucia sea la más clínica de todos ellos; probablemente porque las primeras tres se miran en su imagen para sostenerse y avanzar; la astucia -en tanto tal- mira al otro, y luego decide su quehacer.

Tomar como metáfora los mosqueteros, esos de la famosa frase “Todos para uno y uno para todos”, da una visión del libro en su conjunto, ya que si bien cada capítulo fue escrito por separado, es el encuentro de y con cada uno de ellos que potencia una modalidad de pensamiento y desarrollo que hace a mi trabajo clínico. Como la novela, que transcurre en treinta años -algo menos que la edad de mi devenir clínico- estos escritos representan fácticamente los desarrollos de mis ideas de la última década; a su vez, ésta revierte re-significando e incluyendo también las dos primeras.

Por último, la Bibliografía, a la cual denominé Alejandría -donde se hallaba la famosa biblioteca- y que remite al lugar en el cual desde la antigüedad constituía un reservorio del conocimiento. Pues más allá del uso de los libros citados, cada autor piensa y dialoga con aquellos libros y autores con los que va enhebrando ideas y complicidades. Es desde esta Alejandría que pude desarrollar lo escrito aquí. Cierto también que algunos otros -usados para pensar sin ser citados- también forman parte de ella. Podría haberla llamado Dumas -acorde a las otras  denominaciones-, pero ocurre que éste también es un habitante de mi Alejandría.

El comienzo de este libro -como me pasó paradójicamente con mi segundo libro[3]- aconteció por precipitación[4]. Esto ocurre cuando hay una cantidad de sustancia acumulándose en un medio que la satura, siendo aquello que la excede lo que se precipita al fondo. Paradójicamente, ese fondo caído -devenido en figura- reorganizó mi escritura. Antes, al igual que ahora, eso fue y esto es, la base de lo escrito después. En ambos me di cuenta en ese momento que cada uno de esos artículos condensaba un pensamiento que venía gestándose en aquello que ya venía produciendo, precipitando mi conciencia de que esos diversos afluentes aparentemente independientes entre sí, convergían en un río común cuyo cauce cobijaba mis ideas, pensamientos, producciones.

En este caso, “28 indicios sobre la aceptación-amorosa”[5] fueron las letras de mi darme cuenta editorial. Ese escrito -que bucea lo clínico entre fábulas clínicas (concepto que aquí enuncio y te invito a leer)- es un capítulo bisagra; si bien refiere y remite a la clínica, incursiona en aquello que llamaré posicionamiento clínico, y que es anterior al acto clínico en sí. Recordemos que el acto clínico proviene, etimológicamente, de in-clinarse sobre el lecho del enfermo. Anterior, decía, en el sentido de preexistir a lo fáctico de cada encuentro clínico, siendo singular del terapeuta. A la vez, es siempre posterior a recibirse y haber empezado a trabajar, pues implica un trabajo de construcción de dicho posicionamiento, que conlleva el dejar los lugares teóricos de adscripción -enunciadores de mandatos- para que éstos devengan en interlocutores para poder construir -con ellos y a partir de ellos- un posicionamiento clínico al cual denomino “metaclínica”. En los inicios del trabajo clínico, lo metaclínico queda capturado por el discurso-mandato teórico, que responde desde la formulación de los maestros y teorías, supliendo la carencia de experiencia.

La primera sección de este libro -Athos- remite a dar cuenta de aspectos metaclínicos. Su primer capítulo -escrito en conjunto con Carolina Guzmán, a la cual como siempre agradezco la posibilidad de creación conjunta y compartida- teoriza el concepto mismo de metaclínica: construir un lugar de replanteo del posicionamiento del terapeuta frente a su quehacer, tanto en relación a la teoría como a la puesta en escena en lo concreto de su clínica, sosteniendo la tensión subjetiva que allí se produzca. Un parafraseo metaclínico enunciaría que allí donde el Otro (el maestro, la teoría) era, el terapeuta debe advenir. De allí se desprende la importancia de la construcción en el devenir clínico de cada psicoterapeuta, a la vez que el cómo lo piensa. La misma es la resultante del encuentro-desencuentro entre el marco teórico del terapeuta, su tarea clínica concreta y su subjetividad -aquello que le acontece- en relación a ambas. Esto es un aperitivo; para el plato principal, te remito a su lectura. Dicho en forma sencilla, que cada terapeuta tenga claros sus puntos de partida, sus posiciones metaclínicas sin borrarse o quedar encerrado en las distintas teorías que podrían capturarlo si lo metaclínico no opera en él. O, peor aún, si opera en su desconocimiento de ésta.

Los tres siguientes capítulos toman temas diferentes: la integración, lo sagrado, la “aceptación-amorosa”. Los sitúo en la sección Metaclínica, pues no son meras conceptualizaciones teóricas, sino posicionamientos respecto a cómo comprender dichos conceptos.

La diferencia entre integrar -como modalidad de procesar y como tarea a realizar en la clínica- e incluir -mero acto por el cual se le da entrada a alguien o algo- si bien refiere en lo escrito a la integración escolar, es posible de ser comprendido como punto de partida de todo trabajo clínico. Integrar como un procesando que traspasa el mero reconocimiento de la polaridad -primer movimiento necesario a la vez que insuficiente- que transita la oposición para lograr trascenderla a fin de lograr una integración. Como expresan las últimas palabras de mi libro anteriormente citado (en este caso, la contratapa), la Gestalt es una terapia de integración. Por ello, es fundamental tener en claro de qué estamos hablando al utilizar este concepto.

Lo sagrado es en general tomado como un registro de lo transpersonal en psicología, o bien como concepto religioso, o como algo trascendental, y muy desligado de lo cotidiano. El concepto de sagrado queda disociado, y por lo tanto incomprendido, ligado a la trascendencia en lo eterno, en el más allá, en el reino de los cielos. Situarlo ligado a lo cotidiano posibilita pensar la trascendencia en la tierra, en los vínculos, en la clínica, sin necesidad de apelar a disociación alguna. Lo ubico en lo metaclínico pues, si lo sagrado es algo propiamente humano y cotidiano, el acto clínico en sí y el ámbito clínico, son espacios sagrados. Tal es así, que Bateson[6] llamaba sagrado a esa “dimensión integradora de la experiencia”. Tan sagrados como la vida cotidiana misma.

Por último, el concepto de “aceptación-amorosa” viene siendo una fértil conceptualización en la cual -por fuera de todo debeísmo- considero que la vida puede resultar más plena y feliz. Más que el conceptualizarlo capturándolo en una definición formal, iré describiendo y caracterizando su sentido, su utilización, su función, a la vez que el cómo aplicarlo a lo clínico y diferenciarlo de su contrario, la negación morosa.

La segunda sección -Porthos- habla de Clínica, nos sitúa en diversos aspectos de la tarea clínica desde una perspectiva gestáltica. Un concepto central de esta sección es el procesando, denominación que prefiero no cosificar como ocurriría si utilizara el sustantivo proceso.

Para dar cuenta de diversas características y modalidades de intervención he tomado en el primer capítulo, como situación clínica, el trabajo fonoaudiológico realizado en la película “El discurso del rey”. Siguiendo los avatares de dicho procesando y ligándolo a la Gestalt para dar cuenta teórica del mismo, aún a sabiendas que el trabajador de la película desconocía la teoría gestáltica, que además en la época en que ésta transcurre no tenía aún existencia como tal.

En “De la vivencia exportada a una clínica de exportación” doy cuenta de un punto central del procesando, consistente en que lo vivenciado, comprendido, experimentado, sentido, vivido en el ámbito clínico tiene como fundamento su exportación a la vida del paciente. De ninguna utilidad le resultaría a éste lo transcurrido en el consultorio si no lo pudiese llevar para dar plenitud a su vida. El sentido de la clínica es que el paciente sea más sano; freudianamente, que pueda utilizar[7] su capacidad de amar y trabajar; gestálticamente, que pueda integrar aspectos alienados, pudiendo fluir en la vida autopoiéticamente, entrando en contacto para satisfacer sus necesidades creativamente y luego retirarse; psicodramáticamente, que tenga “capacidad de responder a un estímulo nuevo de forma adecuada, espontánea y creativa; así como la capacidad de responder a un estímulo viejo de una nueva manera, también adecuada a la situación, en nuevos interjuegos de roles, en el vínculo con uno mismo y con los otros[8]”; pichonianamente, lograr una adaptación activa a la realidad. En cada una de las formulaciones teóricas el sentido último de lo clínico se halla en la vida misma, y en el cómo ésta es vivida. En resumen, el sentido del procesando.

“Crónicas de un trabajo artesanal” narra el viaje en co-terapia realizado -y luego escrito conjuntamente- con Mónica Dziubek con una pareja, y la elaboración de un duelo para el cual el lenguaje carece de nomenclatura. Si la muerte de un padre deja un estado de orfandad, el fallecimiento de la pareja es llamado viudez, la muerte de un hijo nos deja sin palabras para denominar el estado en que la persona queda. Tomando el desarrollo del procesando terapéutico de una pareja -a la cual agradecemos profundamente el permiso dado para publicar el caso clínico, más allá de las modificaciones en él realizadas- vamos desplegando tanto las intervenciones como la lógica y la teoría desde la cual  éstas eran pensadas, describiendo el procesando terapéutico desde el primer contacto hasta el cierre, la despedida y la retirada. Agradecemos también el permiso dado por el Departamento de Pareja y Familia de la AGBA para su publicación en este libro, ya que en ese contexto aconteció el trabajo presentado.

La Gestalt postula -como es el caso del que recién hablábamos- que todo aquello que no logra ser cerrado como procesando, retiene energía, impidiendo disponer de ella para vivir plenamente.

Pese a eso, hay poco teorizado sobre el cerrar en sí mismo. Siempre fue una problemática de mi interés clínico diferenciar el corte -que impide concluir un procesando- del cierre y el trabajo que éste conlleva. Además, incluir y discriminar en el concluir, el cerrar, el despedirse y el retirarse; que si bien son partes de éste, difieren entre sí, pudiendo cada uno de ellos tener sintomáticas resoluciones.

Por último, y sabiendo lo resistido que puede ser en algunos ámbitos del medio psi el hablar de prevención -y quizá justamente por eso- considero que va siendo momento de comprender el sentido de aquello que es pre-venir; aquello que hace sentido en Fiorini[9] -que siguiendo a Freud- considera la anticipación como una de las funciones yoicas básicas. Éste se halla absolutamente alejado de la futurología, y trabaja no sobre lo que puede pasar sino sobre las condiciones concretas que se registran en el campo fáctico presente, no en el futuro. Si esta comprensión -y sus consecuencias- es posible, podremos pensar clínicamente en términos preventivos, con menores costos vitales para cada uno de nuestros pacientes.

La tercera sección -Aramis- despliega Letras que danzan mitos; anida en los mitos, las fábulas, los saberes populares, la literatura y el cine. Inspiradas en todo ese saber, las letras se desparraman, se mueven, alteran el saber del sentido común -sea éste aquel que está socialmente dado por bueno, correcto o adecuado, sea aquel que las teorías validan con sentidos compartidos. ... ¿Y si no fuera así...?

“De cómo el padre (de la horda) se comió al grupo de hermanos” realiza una relectura del texto freudiano de Tótem y tabú, mostrando otro origen posible de la cultura -ya no sostenido en el asesinato del padre sino en el pacto de los hermanos- y da cuenta de los orígenes de cómo y por qué este devenir ha sido alterado. También enuncia algunas consecuencias de dicha sustitución en nuestra cotidianeidad y en el pensamiento teórico psi.

“La ignorancia de la zorra o aquello que las zorras reniegan de aprender” aborda -desde una revisita a la fábula de La Fontaine, que me trae recuerdos de mi infancia- la problemática de la aceptación de la frustración y diversos caminos posibles para evitarla, así como sus consecuencias.

“La revolución del ojo por ojo, o por una reivindicación de la retaliación” vuelve sobre el texto bíblico para dar cuenta de cómo el saber popular alteró un aporte jurídico fundamental en la historia humana, equiparando la Ley del Talión con la vendetta mafiosa. Confusión que impide comprender el aporte jurídico, y en especial psicológico, de haber puesto un coto, un límite, a la respuesta posible de ser dada por la persona dañada.

Por último, “De padres e hijos, o ¿qué es ser un buen padre?” transita por diferentes mitos y producciones literarias para tentar responder esa pregunta. Parte de este texto fue leído como mi despedida a mi padre en su entierro. Valgan estas palabras para comentar que la pregunta acerca de qué es un buen padre valdría entrecruzarla con el concepto winnicottiano de “madre suficientemente buena” -que es lo mejor que a un humano podría el destino depararle-. Y hoy, a casi cinco años de la muerte de mi padre, no tengo dudas en responder que he tenido la fortuna de tener un buen padre, uno suficientemente bueno.

Espero que este libro que aquí suelto para que haga su recorrido, y como toda creación humana me hace padre de una criatura nuevamente, considere que he sido suficientemente bueno con él.

Considerarás tú, lector, al leerlo, qué te aporta, qué te produce, cómo te toca, qué despierta en ti, y qué cosas que este libro no dice puedes pensar por tu cuenta al leerlo. Te deseo disfrutes su lectura, como yo lo he hecho con su escritura.

Ricardo Klein

A manera de posdata:

Agradezco a Topía editorial el publicar mi libro, y también a Enrique Carpintero y Alejandro Vainer por las conversaciones clarificadoras que hemos tenido respecto al escribir y la clínica.

Quiero comentar una en especial, con Alejandro, en la cual me preguntaba si yo era psicoanalista -lo era cuando nos conocimos (y a mi manera, no he dejado de serlo), gestáltico, o... Recordando un cuento -en el cual el personaje decía ser francés en Alemania, alemán en Francia, y judío en el resto del mundo-, le respondí que era judío. Judío remite aquí no a algo religioso, ni de pueblo, ni siquiera de tradición, sino a un devenir minoritario deleuziano.  Al evitar las capturas identitarias, la clausura del pensamiento y de la libertad clínica en aras de un cobijo que las pertenencias brindan.

Si respondiera que soy gestáltico -y lo siento así-, mi modo de entender la Gestalt como un permanente trabajo de integración me lleva a pensar que sigue habitando en mí un psicoanalista, un bioenegetista, junto a un psicodramatista, un psicólogo social, un gestáltico y.... Esto implica que el libro que leerás se halla escrito por todos ellos/nosotros, donde más que firmar como autor debiera hacerlo como compilador.

 

[1]. Dumas, Alejandro, El ciclo de Los tres mosqueteros completo, editorial Edhasa, Barcelona.

 

[2]  Para indagar, leer a Bruno Bettelheim, en su libro Freud y el alma humana (editorial Crítica, Barcelona, 1983), en el cual relata que el traductor traiciona el alma freudiana en su traducción.

 

[3]En el camino de la Gestalt. Aportaciones a la teoría y técnica gestáltica, Psicolibro ediciones, Buenos Aires, 2011.

 

[4]  En química, la precipitación es el fenómeno que se produce cuando por una reacción o por acción de la cristalización, se genera un sólido en una disolución. Esta precipitación implica que la disolución en cuestión ya no está en condiciones de aceptar una mayor cantidad de soluto, lo que hace que se forme un sólido (denominado precipitado) ante la imposibilidad de disolver la sustancia.

 

[5]  Agradezco a Claudio Casas y Claudia Pires por haber convocado con su propuesta mi escritura; quiero destacar y agradecer la excelente y pertinente devolución y comentarios realizados por Claudio, que enriquecieron esa primera versión por él leída. También agradezco a los otros compañeros de esa ruta en su estimularme a escribir, en especial a Mabel Allerand por su valoración de mis letras.

 

[6]  Gregory Bateson trabaja junto a su hija –Mary Catherine Bateson- esta idea en El temor de los Ángeles.Epistemología de lo sagrado, de editorial Gedisa, Barcelona, 2000.  

 

[7]  Que pueda utilizarla pues si solo readquiere estas capacidades y no se halla en posibilidad de ejercerlas, el trabajo se halla truncado. Para ampliar estas ideas, leer “Trabajador trabajando el trabajar trabajoso del trabajando”, presentado en las III Jornadas Nacionales “Teoría y Clínica Vincular Psicoanalítica”, organizadas por la Federación Argentina de Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares el 17 de junio de 2000.

 

[8]  Agradezco a Daniel Alvarez Greco el haber pensado para este libro una definición de salud desde el psicodrama, que aquí he vertido.

 

[9]  Fiorini trabaja este concepto en Teoría y técnica de psicoterapias, editorial Nueva Visión, Buenos Aires, 1977.

 

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Articulo publicado en
Febrero / 2018