Introducción
El reposicionamiento subjetivo de la adolescencia implica un tránsito hacia una nueva perspectiva de mundo que permita un viraje en la producción subjetiva -entendida ésta como los modos singulares que cada sociedad instituye como válidos para la conformación de sujetos aptos para adaptarse en incorporarse a la misma (Bleichmar 2006)- que implica una vacilación fantasmática y una recategorización identificatoria que llevará a asumir una posición sexuada y a consolidar la identidad de género.
El proceso de recomposición de la vida psíquica y de la subjetividad, implica el desprendimiento de las figuras primarias y conduce a emblemas identificatorios propuestos por una cultura atravesada por un contexto sociohistórico determinado que provee las marcas de la época
Desde Freud (1905) este reposicionamiento implica no solo el pasaje de la endogamia a la exogamia, sino la incorporación del erotismo genital que garantiza este tránsito poniendo el acento en el objeto de amor exogámico que necesariamente implica la resignación de aquellos objetos edípicos propuestos por la primera etapa de la sexualidad durante el transcurso de la infancia; objetos incestuosos que garantizaban un modo de ser en el mundo respaldado por una organización yoica externa, resguardo de un Yo que se sostenía identificatoriamente en las figuras de sostén y apego.
Freud (1914) nos dio las bases para pensar cómo el inconsciente y, luego, el Yo se constituyen en una relación necesaria con un otro en el lugar del modelo e ideal. Este otro es aquel que ocupa el lugar de apego o sostén, y que, con sus movimientos libidinales hacia el bebé, provee de un cúmulo de energía libidinal (o sea sexual) que invisten al nuevo ser. Conjuntamente con esta libido, que es introyectada por el bebé, también se transmiten los modos de regulación de la energía libidinal, justamente porque, en general, la figura de sostén está atravesada por la castración y por la represión. Entonces, de este modo, ese bebé será capaz de organizar este aparato psíquico incipiente de manera tal que a través de movimientos de proyecciones e introyecciones -generados a partir de la primera vivencia de satisfacción pensada no como algo mítico, sino como eventos que causan un efecto subjetivante sobre el bebé. (Bleichmar, 1993)- se consuma el primer acto psíquico, movimiento identificatorio inaugural que brinda la primera posibilidad de ser en el mundo, aunque de modo alienante debido a la incorporación de la función de sostén a la vida psíquica del/la niñx.
Así, Dio Bleichmar (1996) propone entender la identidad de género como parte de esta identificación primaria, inaugural del aparato psíquico, generando una identificación a funciones identitarias de género que aún nada tienen que ver con la diferenciación anatómica de los sexos propia de la fase fálica. Aquí, estamos hablando de una primera forma de ser en el mundo, de entenderse como varón o mujer, dentro de un sistema binario. Si bien, estamos hablando de procesos que conllevan a la constitución del aparato psíquico, esta identidad de género (que deberá consolidarse en la adolescencia) se da necesariamente en un marco sociohistórico que nos determinan como sujetos en tanto producción subjetiva, en este sentido, ese mecanismo está determinado, también, por lo histórico y lo social, no puede pensarse de manera atemporal. Así, cuando decimos que en un primer momento esa identificación es a un modelo binario (varón-mujer), nos referimos a las posiciones que generalmente ofrecen las familias actuales (tradicionales y burguesas) como modelos: mujeres que si bien trabajan fuera del hogar (en diferentes perfiles laborales que pueden ir desde una empleada doméstica hasta una profesional) conllevan una carga mental y real en relación a la gestión de las tareas domésticas y varones que poseen la virtud de trabajar solo fuera del hogar sin ninguna carga extra, siendo que aquellos que están desocupados y aunque sus compañeras sean las sostenedoras económicas del hogar, tampoco son ubicados como encargados de la gestión doméstica.
En este itinerario, la propuesta (más que propuesta sería única opción para “ser”-sentimiento de existencia) identificatoria de la infancia a la adolescencia delimita una carretera (¿carretera principal, tal vez?) con algunas pocas estaciones: se parte de la estación primaria “estructuración del psiquismo” que implica a la identificación primaria con el otro de los primeros cuidados y de sostén, que contiene a la primera forma de la identidad de género. Las siguientes estaciones serán todas secundarias: “Complejo de Edipo” (pensado como estructurante y no como estructural) como primera parada de la sexualidad propia (diferenciada de aquella intromisión sexual regulada del adultx significativx), una segunda parada (seudoparada sería) por la latencia donde las identificaciones con los pares empiezan a tener cierta jerarquía, aunque no tienen primacía aún. Y una tercera parada de la consolidación identitaria de la adolescencia, sería la parada del segundo tiempo de la sexualidad donde los componentes secundarios que aparecieron en el Complejo de Edipo se someterán a un afianzamiento o, por el contrario, encontrarán una vuelta diversa pero que de todos modos consolide identidad.
En esta matriz, al pensar en los modelos identificatorios de género de la época en razón de los reposicionamientos subjetivos de las adolescencias actuales, encontramos que los límites se relajan al posibilitar nuevos emblemas; pero, a la vez, esos mismos emblemas pueden generar exclusión y padecimiento en un sistema que todo lo propone y lo quita simultáneamente.
Podemos seguir la línea del objeto de amor hasta llegar a la adolescencia y su reposicionamiento identificatorio. Tenemos un primer objeto de amor interno y, por ende, endogámico, que es el propio Yo. Luego, durante el Complejo de Edipo, este objeto de amor se vuelve externo, aunque sigue siendo, obviamente, endogámico dado que está posicionado en las figuras de apego. Será en la adolescencia, previa resignación de los objetos incestuosos, donde el objeto de amor se debe convertir en externo y exogámico a la vez, la sexualidad se reestructura vía erotismo genital y se incorpora un nuevo marco identificatorio ya que el anterior quedó obsoleto a partir del advenimiento del duelo de los padres ideales de la infancia.
El recambio de los emblemas identificatorios edípicos y endogámicos hacia aquellos provistos por la cultura conlleva una serie de procesos dentro de los cuales podemos encontrar la consolidación de la identidad de género -ligado al modo de ser y entenderse en el mundo-, a la definición de la posición sexuada -entendida como los modos de goces de cada sujeto- y a una orientación sexual, más o menos estable, en relación al objeto (el objeto de la pulsión no es fijo dice Freud).
Entonces, este proceso de recomposición de la vida psíquica y de la subjetividad, implica el desprendimiento de las figuras primarias y conduce a emblemas identificatorios propuestos por una cultura atravesada por un contexto sociohistórico determinado que provee las marcas de la época. Este proceso es simbólico e imaginario; simbólico porque conlleva la resignificación de elementos pregenitales (pertenecientes al primer tiempo de la sexualidad) e imaginario porque entraña las trasformaciones de las identificaciones preedípicas a las configuraciones consolidadas de la identificación en la adolescencia.
La consolidación identitaria exige al máximo los recursos psíquicos de lxs adolescentes, quienes deben resignar las aspiraciones endogámicas para consolidar las propias y, por supuesto, sin la anuencia de quienes pierden el poder, lxs adultxs significativxs; la frustración y la angustia (muchas veces mudada en enojo y bronca) son espinas que lxs adolescentes deben aprender a manipular. En este sentido, cabe destacar que Silvia Bleichmar (2002-2019) resalta al Complejo de Edipo como los modos de regulación de la sexualidad adulta sobre lxs niñxs, que cada cultura establece para sí, impidiendo así el goce sexual intergeneracional o transgeneracional; entonces la resignación del Edipo es, principalmente de lxs adultxs significativxs, en tanto ellxs puedan renunciar al vínculo incestuoso, lxs hijxs tendrán el camino libre.
Siendo entonces dos las tareas principales de la adolescencia, asunción de la posición sexuada y recomposición identitaria (que conlleva la reconfiguración de ideales, por su puesto, identitarios). La propuesta estructuralista de vacilación fantasmática de la adolescencia en relación al reposicionamiento subjetivo (Barrionuevo, 2011) nos asiste para pensar cómo los y las adolescentes transitan un campo de incertidumbres hasta tanto se consolide nuevamente el fantasma, ahora buscando en la cultura las respuestas subjetivas a las configuraciones deseantes del lxs otrxs significativxs que ya no provee el mundo familiar.
En este marco, la vacilación fantasmática coloca a las adolescencias en un lugar de privilegio para las ofertas del mercado de modelos identificatorios, una oferta variada y abundante que propone modelos de completud absoluta que garantizan un goce accesible para todxs (imaginariamente). Es en este contexto, donde lxs adolescentes tiene que resignar el “todo” para elegir “algo” en contra de la propuesta mediática y comunicacional. Los modelos con los cuales lxs adolescentes venían siendo educadxs, caducaron, chocando con aquellos que proponen los grupos de amigxs co-generacionales.
Junto con la organización yoica proveniente de la infancia, las identificaciones secundarias proveen a lxs adolescentes los recursos subjetivos para abordar, -en este contexto neoliberal que lxs ubica como modelos endiosados- los avatares coyunturales que lxs enfrentan a situaciones de ardua resolución por las decisiones a tomar en cuanto a resignaciones ante la posibilidad de un goce ilimitado (todo se puede, no hace falta renunciar a nada, solo hay que esforzarse… “Just do it”[i] dice el slogan de Nike) que, como un espejismo, invita a no ceder. Pero no a “no ceder ante el deseo” como diría Lacan, sino a no ceder ante la posibilidad de goce; porque, a decir verdad, solo es una probabilidad ya que solo gozan unxs pocxs, lxs demás miran desde la exclusión.
La identificación secundaria con lxs pares será el soporte imaginario que asistirá a lxs adolescentes en los métiers tantos constitutivos del aparato psíquico (cuestión que atraviesa a todas las adolescencias) como los subjetivantes en relación a la producción subjetiva, cuestión que está en relación directa con lo contextual y epocal.
La consolidación de la identidad de género convoca un especial interés, ya que, hasta hace unos años, desde el psicoanálisis, solo se planteaban las reconfiguraciones -o no- de las posiciones sexuadas
En este sentido, cabe destacar que esta nueva configuración sociopolítica (y económica también) trajo consigo nuevos modos de reconocimiento subjetivos. La consolidación de la identidad de género convoca un especial interés, ya que, hasta hace unos años, desde el psicoanálisis, solo se planteaban las reconfiguraciones -o no- de las posiciones sexuadas. Si bien la identidad de género muchas veces es solidaria con la configuración sexual asumida en la adolescencia, ésta se conforma desde procesos diferentes.
La identidad de género tiene sus bases en la identificación primaria (Dio Bleichmar, 1996), por lo tanto, su configuración está dada por un vínculo del ser establecido entre el sujeto insipiente y quien ocupe el lugar de ideal y sostén en base a un modelo de roles y funciones; la identidad de género corresponde a lo que el sujeto aspira a ser en relación al “sí mismo”. La posición sexuada implica un saber hacer algo con un goce genital que irrumpe con la pubertad, y la orientación sexual es a lo que el sujeto aspira a tener en relación a un objeto sexual, donde se satisface la pulsión. De este modo, estas categorías se ven profundamente movilizadas en la adolescencia. La irrupción de la pulsión genital empuja al sujeto del inconsciente a tomar una posición en cuanto a su goce genital, un nuevo mecanismo de placer se impone y la posición sexuada es el saber hacer algo con ese goce genital que le exige al sujeto una descarga en el objeto, delimitando así una orientación sexual sostenida pero no inmutable.
La identidad de género retoma aquella configuración primaria, binaria en el inicio (generalmente), para soportar una consolidación en un género, ahora sí en términos amplios y no binarios, que fue construido subjetivamente desde los modelos familiares primero y los culturales luego
La identidad de género retoma aquella configuración primaria, binaria en el inicio (generalmente), para soportar una consolidación en un género, ahora sí en términos amplios y no binarios, que fue construido subjetivamente desde los modelos familiares primero y los culturales luego. La consolidación de la identidad de género propia de la adolescencia conlleva una apropiación de una forma de sentirse “ser en el mundo” que suele ser incuestionable (no a la manera de la certeza psicótica propia de la metonimia) porque es un entramado subjetivo y yoico que proporcionan una identidad.
Los mecanismos desidentificatorios de la adolescencia promulgan procesos inconscientes que buscan una legitimación (o deslegitimación) de aquella primera identificación de género, buscando habilitar la feminidad o la masculinidad -en primera instancia, puede ser que ninguna de ellas se legitime ya que el género no es binario pero lo binario es lo normativo actualmente- a través de los mecanismos identificatorios que se muestran en conductas que socialmente son reconocidas como femeninas o masculinas, como por ejemplo, el amor romántico en las mujeres, la agresividad en los vínculos de los varones, etc. Por lo tanto, la consolidación del género en la adolescencia implica una identificación secundaria que, como dijimos, partiendo de la identificación primaria (lo que estaba) toma rasgos propuestos por el contexto y los hace propios incluyéndolos en su ser, es decir, los incorpora a su identidad.
Ana Clara Giménez
Licenciada en Psicología. Psicoanalista con perspectiva de género. Especialista en Clínica con Niñxs y Adolescentes (COLPSIBA)/Especialista en Gestión en Salud (UNLA). Docente regular UBA-Fac. de Psicología; docente diversos posgrados. Jefa de Unidad de Salud Integral de las Adolescencias HZGA Dr. Eduardo Wilde. Miembro titular AASM – Capitulo Salud Mental Infanto-juvenil (vicepresidenta).
acgimenez [at] ymail.com
Barrionuevo, José (2011). Adolescencia y juventud. Consideraciones desde el psicoanálisis. Buenos Aires, Eudeba, 2011
Bleichmar, Silvia. (1993). “Primeras inscripciones, primeras ligazones”. En La fundación de lo inconsciente, Buenos Aires, Amorrortu, 2012
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------- (2002) “Tiempos difíciles. La identificación en la adolescencia”. En La subjetividad en riesgo. Topía Editorial. Buenos Aires, 2019
------- (2006) “Estallido del Yo, desmantelamiento de la subjetividad”. En El desmantelamiento de la subjetividad. Estallido del Yo, Topía Editorial. Buenos Aires, 2010
Dio Bleichmar, Emilce (1996) “Feminidad/masculinidad. Resistencias en el psicoanálisis al concepto de género”. En Burín, M.; Dio Bleichmar, E., Género, Psicoanálisis, Subjetividad, Buenos Aires, Paidós, 1996.
Freud, Sigmund., (1905). “Tres ensayos de teoría sexual”. En Obras Completas. Amorrortu. Vol. VII. Buenos Aires 1995
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Tajer, Débora. (2020). “El modelo familiar moderno, sus alternativas actuales y los nuevos desafíos”, en Psicoanálisis para todxs. Por una clínica pospatriarcal, posheteronormativa y poscolonial, Editorial Topía, 2020
Vega, Verónica., Maza, J., Roitman, D. & Sánchez, M. (2015). Identidad de Género, construcción subjetiva de la adolescencia. Ficha de Cátedra. Of. de Publicaciones. Facultad de Psicología.
[i] Solo hazlo