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Ideales culturales dominantes, hábitos y vulnerabilidad somática

 

Es preciso hacer las cosas
lo más simples que se pueda.
Pero no más simples

Albert Einstein

Ideales, cultura y cuerpos

Desde una perspectiva psicoanalítica las transmisiones culturales son inter y transubjetivas a través de identificaciones, interacciones y discursos del conjunto familiar y social. Pensamos que por lo general se realizan a través de dos vectores que entendemos como legalidades e ideales culturales dominantes y que se corresponden con lo que entendemos como los dos grandes modos freudianos del funcionamiento psíquico y efecto cultural, el edípico y el narcisista.

Llamamos legalidades culturales dominantes al conjunto de normas y reglas explícitas e implícitas en una cultura determinada, que regulan las relaciones intersubjetivas y que provienen de tradiciones, legislaciones, desarrollos científicos y tabúes o mitos. En relación al cuerpo y al comportamiento, se establecen en términos de prohibición, autorización o promoción de conductas y actitudes que dependen del ámbito cultural o microcultural del sujeto. Esto vale para numerosos hábitos corporales y relacionales que incluyen maneras de saludar, posturas y distancias con el otro, contactos eróticos y sexuales, formas de comer, de bailar o cantar, etc.

Los ideales culturales dominantes (son) las nociones y creencias que se desarrollan en el seno de una cultura o microcultura determinada y sus dispositivos asociados que se ofrecen para la regulación de la autoestima y la identidad de los sujetos que la integran

Sin embargo, existen diferencias con los efectos sobre los cuerpos y su percepción subjetiva, producida por el segundo gran vector -los ideales- que surge de la otra gran estructura universal de la conformación subjetiva, que es el narcisismo y sus vicisitudes.

Así es que describimos los ideales culturales dominantes como las nociones y creencias que se desarrollan en el seno de una cultura o microcultura determinada y sus dispositivos asociados que se ofrecen para la regulación de la autoestima y la identidad de los sujetos que la integran. Implican diversas variantes discursivas, circulan en el campo inter y transubjetivo y se reproducen en los vínculos familiares, sociales y laborales.

El ideal cultural dominante de eficientismo y meritocracia ofrece identidad y mejoría de la autoestima si se trabaja sin descanso, entronizando el rendimiento y desmintiendo las señales de la interioridad

Son culturales porque son el producto de un conjunto que puede ser descripto para un lugar, una época, una clase social y una determinada trama de vinculación intersubjetiva. Son dominantes porque poseen un consenso implícito que denota la existencia del mecanismo de obediencia a dichos ideales consagrados. Esto quiere decir que su imposición no reviste necesariamente la tensión del sometimiento -como en determinadas legalidades culturales- sino más bien la egosintonía del acuerdo. Se trata en realidad de lo que es vivenciado como deseable y esperable, de modo que su efecto dominante no es percibido como tal y adquiere cierta naturalización. Creemos además que nuestra concepción de ideal cultural alude a una oferta de identidad y de regulación de la autoestima, que formula el discurso del conjunto como parte de determinadas condiciones históricas. Dicha oferta puede o no ser “comprada” por los sujetos que integran dicho conjunto de acuerdo a su condición psíquica (historia identificatoria, de apego, de satisfacción objetal, etc), donde pueden existir predominios narcisistas deficitarios que facilitan la “compra” de la oferta planteada, con efectos sobre los cuerpos y la subjetividad. En el género masculino -por ejemplo- el ideal cultural dominante de eficientismo y meritocracia ofrece identidad y mejoría de la autoestima si se trabaja sin descanso, entronizando el rendimiento y desmintiendo las señales de la interioridad: es conocida su repercusión cardiovascular. En el género femenino, el ideal cultural dominante de belleza y delgadez son las ofertas que al adquirirse se convierten en un aspecto fundamental de los trastornos alimentarios.

Por otra parte, existe una relación entre legalidades e ideales que pueden coincidir o no. Cuando coinciden suelen transformarse en hábitos, es decir, actitudes y comportamientos adquiridos, repetidos, inconscientes y automáticos (Zukerfeld, R. & Zonis Zukerfeld, 2016). La experiencia clínica, social y política muestra que solo cuando cambia el ideal cultural dominante se dan las posibilidades para que se modifiquen las legalidades y se desmantelen ciertos hábitos culturales.2

Además, es importante recordar cómo ha variado la constitución de la subjetividad -y también los paradigmas médicos- en menos de un siglo, con lo que esto implica como representación social de la enfermedad, en una época donde un enfermo suele convertirse en un consumidor de servicios más que en un protagonista del proceso de la cura.

Modalidades de enfermar y vulnerabilidad somática

El término “modalidad” contiene -según lo pensamos- una jerarquización de la singularidad en el proceso de enfermar que implica al menos tres maneras no excluyentes -diferenciadas de la conversión- en las que el cuerpo queda involucrado. Estas modalidades se encuentran en coexistencia y con permanentes puntos de articulación. La primera es la modalidad somatizante que proviene de las concepciones freudianas de neurosis actuales, y de todas las revisiones de autores postfreudianos que intentan dar cuenta de lo irrepresentable del narcisismo tanático (Green, 2011) y de su relación con los fenómenos del acto. Este modo implica fenómenos de carga y descarga de magnitudes desligadas o nunca ligadas a representaciones. Aquí nos encontramos dentro de lo que hoy en día se suele considerar como un centro del campo llamado psicosomático, a partir de las ideas de Pierre Marty (1990), Joyce McDougall (1991) y otros sobre la vida operatoria, la depresión esencial y el desmantelamiento no represivo de la estructura afectivo-ideativa expresado en la noción de alexitimia. La segunda modalidad la entendemos como comportamental en la que las vicisitudes corporales se convierten en subrogados de hábitos y formas de afrontamiento de la realidad y de las señales del propio cuerpo. Son distintas las derivaciones de la adaptación que entendemos como capacidad de tener en cuenta la existencia de una realidad ajena al propio funcionamiento mental y la posibilidad de realizar acciones para transformar en algún sentido esa realidad, de la sobreadaptación. Esta última noción definida por Liberman y et al (1982) como adecuación exagerada y adicción a la realidad externa en detrimento de la realidad psíquica, es clásica en su asociación con manifestaciones somáticas. Describimos también por su valor heurístico lo que llamamos paradaptación: comportamiento propio de un Yo infatuado en su narcisismo, que desafía a la realidad externa y/o crea neorrealidades.

La tercera modalidad -que entendemos de predominio ambiental- corresponde a la exposición de las funciones corporales a los factores socioambientales y a ciertas configuraciones familiares y culturales. La noción de trauma y de oferta de ideales culturales implica cuerpos maltratados y abusados desde un nivel ecológico hasta el desempleo, desde la violencia familiar hasta la exigencia de juventud eterna, desde la desnutrición a la discriminación, desde las infecciones hasta los cánceres tóxicos y actínicos.

Por lo general los modos de involucración del cuerpo y su posibilidad de enfermar se articulan entre sí y guardan cierta relación lógica de funcionamiento que conviene sea pensada en términos de recursividad. Así es que, por ejemplo, la modalidad alexitímica de expresión afectiva suele asociarse a comportamientos sobreadaptados, que disminuyen las posibilidades de afrontamiento del sujeto en un contexto de ideales inalcanzables, que adquieren dimensión traumática e implican un incremento de descargas y mayor respuesta alexitímica.

La mayor o menor vulnerabilidad debe estudiarse en relación a la historia y actualidad de adversidades, la calidad de vida alcanzada y en especial de la existencia o no de una red vincular histórica y/o actual que brinde sostén

Pero lo que hoy en día adquiere mayor relevancia es determinar la vulnerabilidad de un sujeto: ¿de qué depende prioritariamente la aparición de síntomas somáticos? ¿por qué se cristalizan, exacerban y complican? ¿es posible predecir de acuerdo a las características del funcionamiento psíquico una respuesta somática? Estas son algunas de las variadas preguntas que permanentemente circulan en este campo a las cuales se han dado distintas respuestas. Nosotros pensamos que la condición vulnerable depende de un predominio de lo que entendemos como lo inconsciente escindido3, es decir, de las memorias implícitas no representables asociadas a los hábitos. Coexiste con lo inconsciente reprimido freudiano, de modo que existirían dos grandes modos de producción psíquica en continuo mestizaje y diferentes predominios.4

A mayor persistencia de lo disruptivo (estresante o traumático), menor capacidad de sostén de la red vincular y peor calidad de vida, mayor condición vulnerable

La mayor o menor vulnerabilidad debe estudiarse en relación a la historia y actualidad de adversidades, la calidad de vida alcanzada y en especial de la existencia o no de una red vincular histórica y/o actual que brinde sostén. El cuerpo que se enferma y el cuerpo enfermo deben ser pensados en función de estos grandes parámetros que definen la vulnerabilidad, de modo tal que a mayor persistencia de lo disruptivo (estresante o traumático), menor capacidad de sostén de la red vincular y peor calidad de vida, mayor condición vulnerable.

De todos modos, no se debe confundir vulnerabilidad con patología somática. Esta última -a nuestro entender- es de etiología cuatripartita, es decir, que se estructura en diferentes proporciones por dicha condición vulnerable, factores biológicos (genéticos, congénitos y epigenéticos), características de los hábitos (dependientes de la calidad de vida) y de los ideales culturales dominantes transmitidos por las redes vinculares (ver fig.1).

En la figura se puede observar lo descripto y, además, la recursividad de la patología ya desarrollada, que se convierte en adversidad, influye sobre la red vincular y altera la calidad de vida pudiendo incrementar la vulnerabilidad5 (Zukerfeld, R. & Zonis Zukerfeld, 1999, 2016).

Reflexiones finales

Es en este contexto que el psicoanálisis actual si se articula en la interdisciplina tiene mucho que decir. De hecho, los pioneros del psicoanálisis en la Argentina se ocuparon tempranamente del cuerpo, tanto es así que en los primeros años de la APA se hicieron simposios sobre obesidad y sobre cefaleas. Por otra parte, todo el desarrollo del psicoanálisis de niños y las investigaciones sobre funcionamiento psíquico temprano han sido de gran importancia en la comprensión y el tratamiento de las enfermedades.

En la actualidad existen líneas de investigación psicoanalítica que estudian algunos de los modos descriptos, a veces, con cierta prescindencia de la existencia de las otras modalidades, sin tener en cuenta la complejidad existente y actuando la fábula de los sabios ciegos y el elefante.

Por eso estamos en el siglo XXI con al menos las siguientes necesidades:

a) Realizar revisiones metapsicológicas donde la “bruja” freudiana se exponga y articule con los resultados de las investigaciones sistemáticas donde, como señala Wallerstein (2005) en su discusión con Green, se sea fiel simultáneamente tanto a los datos altamente subjetivos y complejos del consultorio psicoanalítico, como a los llamados cánones objetivos de la investigación científica. Si este planteo está hecho para el psicoanálisis en general, imaginemos su vigencia para el campo interdisciplinario de la psicosomática.

¿Es posible entonces considerar los datos que surgen del singular campo transferencial, con los que provienen de la evidencia médica o la epidemiología? Creo que sí: saber más de los enfermos como sujetos es saber más sobre sus enfermedades y conocer más sobre ellas es poder conocer más sobre aquellos que las sufren.

b) Tener en cuenta permanentemente los contextos donde se produce patología, aquellos donde se la trata, y la posición del psicoterapeuta más allá de las características de la enfermedad. No es lo mismo un enfermo de cáncer sin familia que con familia, un cardíaco con trabajo que uno sin o con exceso de trabajo. No es lo mismo un sujeto con vih que puede comprar remedios y uno que no puede, o una joven anoréxica que concurre a un colegio inglés o a un colegio público. Tampoco es lo mismo para todos ellos y el pronóstico de sus enfermedades, si se encuentran con psicoanalistas o médicos que imponen sus teorías por necesidad narcisista, a su vez desbordados por demandas e insatisfacciones.6 Y por supuesto no es lo mismo adaptar los pacientes al método que intentar adaptar el método a los pacientes.

En definitiva -como todos sabemos- existen problemas que, al igual que las enfermedades, pueden verse como obstáculos o como desafíos; los psicoanalistas actuales debemos evitar psicologismos, biologismos y simplificaciones, como se señala en el epígrafe. Tenemos que seguir planteando estos problemas e intentando resolverlos con humildad y creatividad, dado que el sufrimiento humano es persistente y lamentablemente ingenioso en sus manifestaciones.

Bibliografía

Green,A., Ideas directrices para un psicoanálisis contemporáneo, Buenos Aires, Amorrortu, 2011.

Liberman, D.; Aisemberg, E.; D’Alvia,R.; Dunayevich,M.; Fernandez Moujan, O.; Galli, V.; Maldesky, A.; Piccollo, A., “Sobreadaptación, trastornos psicosomáticos y estadios tempranos del desarrollo”, Rev. de Psicoanálisis, 5, 1982.

Marty, P., La Psicosomática del Adulto, Buenos Aires, Amorrortu, 1990.

McDougall J., Teatros del Cuerpo, Madrid, Julián Yébenes, 1991.

Wallerstein, R. (2005), “¿Diálogo o ilusión? ¿Y cómo seguimos a partir de aquí? Respuesta a André Green”, Psicoanálisis, APdeBA, Vol. XXVIII , 3, 2006.

Zukerfeld, R. & Zonis Zukerfeld, Psicoanálisis, Tercera Tópica y Vulnerabilidad somática, Buenos Aires, Lugar Editorial, 1999.

----- Procesos Terciarios: de la Vulnerabilidad a la Resiliencia. 2ª Ed. Buenos Aires, Lugar Editorial, 2016.

----- “Sobre cuerpos, cultura y hábitos”, Revista Caliban, vol.14, Nº1, 2016. Premio Federación Psicoanalítica de América Latina (FEPAL), Cartagena, 2016.

Notas

1. Miembro Titular en función didáctica de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis

2. Este planteo puede llegar a considerarse una paráfrasis de la conocida afirmación gramsciana acerca de que es necesario primero ganar la batalla cultural para poder lograr el triunfo político.

3. En la teoría del narcisismo sería la “sede” del Yo Ideal, diferenciado del Ideal del Yo.

4. La coexistencia entre las producciones de lo reprimido y lo escindido constituyen el “núcleo duro” del modelo que desarrollamos como tercera tópica (Zukerfeld & Zonis Zukerfeld, 1999-2016)

5. En el gráfico se observa además que en forma vertical se encuentran los factores psíquicos y biológicos y en línea horizontal los socioculturales (ideales culturales y hábitos)

6. Facilitando así mala praxis médicas y psicoterapéuticas.

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Articulo publicado en
Agosto / 2022