Es uno de los dos o tres maestros del cine de nuestros días.
Francis Ford Coppola
Ante él todos somos aficionados; uno nunca se aburre con sus fims, su cine es una especie de milagro expresivo.
Federico Fellini
Akira es genial, maravilloso. Es el único cineasta, aparte de mí, a quien consiento, con gusto, que se ponga a prueba con Shakespeare; y debo reconocer que, entre nosotros dos, él es el mejor.
Orson Welles
Recordatorio
En el número anterior, y siguiendo con la idea del rescate de los Grandes Directores, y a propósito de la actual “globalización estética” -como uno de los aspectos más significativos del avance de la insignificancia en el ámbito del cine- aclarábamos que esta recuperación ameritaba la siguiente distinción: la actualidad, es el cine “del día”, hijo de la moda, de lo efímero, y que podríamos llamar, utilizando la metáfora gastronómica de Coppola, cine hamburguesa, tan instantáneo como fugaz, consumido en el presente con la misma rapidez que define al producto más emblemático de la cadena McDonald’s. Y que en oposición, el cine de los Grandes Directores, tendría más que ver con la contemporaneidad, entendida como lo que resiste al paso del tiempo. Obras que no reniegan del sujeto ni de la historia, y se proyectan hacia el futuro, porque “nunca terminan de decir lo que tienen que decir, y persisten como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone”, al decir de Italo Calvino. Es más, como en el caso del cine de Kurosawa, se anticipan al porvenir. De ahí este proyecto, de ir publicando en Topía Revista, Perfiles no tan difundidos de los mismos.
El crisantemo y la espada[1]
Akira Kurosawa nació el 23 de marzo de 1910 (último período de la época Meiji), en el distrito Omori de Tokio. Fue el séptimo hijo de una familia acomodada: su madre provenía de una familia de comerciantes de Osaka, que según el propio Kurosawa, era una típica mujer de la era Meiji, sumisa y dispuesta a sacrificarse por su familia. En cambio, los orígenes de su padre se remontan al siglo XI, y era descendiente de antiguos samuráis. Profesor de gimnasia y artes marciales. Ambas “líneas” confluyen y se sintetizan en la obra del director. Desde el comienzo de su carrera con el film La leyenda del gran judo (1943), hasta el último Madadayo de 1992. A lo largo de sus 88 años filmó 31 films, entre ellos: Rashomon (1950), Vivir (1952), Los siete samuráis (1954) de éxito internacional, y que con el título Los siete magníficos (1960), John Sturges filmara la popular remake hollywoodense; El trono de sangre (1957), Dodeskaden (1970), Dersu Uzala (1975), Kagemusha (1980), Ran (1985), Sueños (1985), ya forman parte del patrimonio cultural-cinematográfico de la humanidad. Siendo su filmografía una de las más densas, reconocidas y eclécticas de la historia del cine. Sus films supieron conjugar los diferentes géneros, el cine social (Vivir, film emotivo, y a la vez crítico hacia los funcionarios públicos y sus políticas burocráticas, como a la forma en que desperdician el tiempo); el thriller (El perro rabioso, 1949) y el policial de marcada referencia occidental (Rashomon, ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia en 1951, obra emblemática que le haría conocido en el mundo), también el melodrama (Escándalo, 1950) , las tragedias de Shakespeare (Macbeth y Rey Lear), o las de Esquilo (Los siete contra Tebas), las novelas psicológicas de Dostoievski (El idiota de 1951, basado en el texto homónimo del autor ruso), sin olvidar el cine de aventuras y épico arraigado en la cultura tradicional japonesa (Mercenario de 1961, o La fortaleza oculta de 1958) junto a las estructuras del western planteadas por John Ford, por quien Kurosawa nunca ocultó su admiración.
También fue determinante, para su “estilo y estética cinematográfica”, la relación con su hermano mayor Heigo, y un hecho puntual ocurrido en 1923, después del gran terremoto de Kanto, que destruyó Tokio y mató a más de 100.000 personas, confesado en su autobiografía[2]: “Durante un día entero me llevó por la extensa zona destruida por el fuego, y mientras yo me estremecía de terror, él se quedaba impasible ante la innumerable colección de cadáveres. Me dijo: si cierras los ojos ante una visión aterradora acabas aterrado. Si lo miras todo con aplomo, no hay nada que te pueda aterrar.”
Heigo de 27 años se suicidó poco después de que Akira cumpliera los 20, y cuatro meses después murió el mayor de sus hermanos, dejando a Akira como el único hijo varón. Su “pequeña hermana mayor”, como la llamaba el director, también había muerto de forma repentina cuando él tenía apenas diez años. El 22 de diciembre de 1971, la prensa de Tokio publicó su intento de suicidio. Se había cortado las venas en el cuello y las muñecas. Casualmente lo encuentra una criada, que le salvó la vida.
La otra gran pasión del cineasta, determinante para la constitución definitiva de su estilo único, fue la pintura. Interesado en la pintura occidental ingresa en 1927 en la Escuela de Bellas Artes Doshusha, incluso algunos de sus cuadros son aceptados y expuestos, pero la carrera de pintor a la que aspiraba encuentra numerosos obstáculos. Desde 1928 hasta 1936 se gana la vida pintando carteles de films e ilustrando libros de cocina. Al tiempo que perfecciona su desarrollo cultural, se une a la Liga de Artistas Proletarios.
A lo largo de toda su filmografía la imagen pictórica es fundamental, tanto en lo técnico como en lo temático. No olvidemos que uno de sus films menos conocidos es Escándalo, donde un joven pintor moderno (¿el propio Kurosawa?), es interpretado por su actor fetiche: “el gran Toshiro Mifune”. Y en Sueños, le dedica un homenaje inolvidable a Van Gogh, llamado Cuervos, interpretado por el director Scorsese. A propósito de Kurosawa Pintor, por estos días, bajo el título La Mirada del Samurái, se exhiben en una mega muestra en el Museo ABC de Madrid, los storyboards[3] (verdaderas obras de arte) de sus más famosos films.
En el año 1990 recibió el definitivo reconocimiento internacional, al recibir el Oscar honorífico por su trayectoria. Akira Kurosawa, murió en Tokio el 6 de septiembre de 1998.
Su filmografía ostenta el título de ser la más conocida en Occidente. Y constituye el testimonio más certero de los cambios culturales padecidos por la sociedad japonesa en los últimos trescientos años, y especialmente a lo largo de la mitad del siglo XX. Interesado por el género humano y atraído por su sufrimiento. Para la gran mayoría de los cinéfilos occidentales, el cine japonés comenzó con su film Rashomon. Donde la orfandad de los personajes, reunidos bajo una implacable lluvia, semejan a los sobrevivientes de una hecatombe nuclear, que sólo tras Hiroshima y Nagasaki pueden comprenderse en toda la magnitud de su tragedia.
Las pesadillas de Kurosawa: anticipo del desastre nuclear
¡El mundo en alerta máximo!: Fukushima ya es tan grave como Chernobyl.
Japón elevó el accidente nuclear al grado 7; es el segundo en recibir la valoración más alta. Se teme que las filtraciones de materiales radioactivos excedan en el futuro a las del desastre nuclear del 26 de abril de 1986 en Ucrania. El nivel 7 es el más serio de la Escala Internacional Nuclear, y se utiliza para describir un evento que contiene “un escape mayor con amplios efectos para la salud y el medio ambiente”.
Ante el impacto provocado por la lectura de estas informaciones, la reacción fue casi inmediata: ante las demoledoras y apocalípticas noticias e imágenes de la actualidad (lo real, lo verificable y comprobable), el recuerdo del film Sueños (1990), de Kurosawa, se impuso de forma patética. Su contemporaneidad, la verosimilitud de la ficción, de las grandes obras de arte.
Todo parece indicar, al volver a mirar el film, que un misterioso mecanismo de creación, transforman sus impactantes y conjeturales imágenes, rodadas 21 años antes del trágico accidente nuclear, en reales. Ante la similitud y detalles de las mismas, la vigencia y su poder anticipatorio, son más que asombrosos. Muchos japoneses vienen imaginando este panorama durante décadas, como escenarios simulados por la ciencia ficción; pero que podamos ver la explosión de la central nuclear, en directo, por la pantalla de televisión, y después, las cámaras que nos muestran cómo entra en erupción uno de los mayores volcanes de la isla, y el mar arrasa con una ciudad entera, es demasiado para cualquiera. Sin embargo, como apuntamos antes, lo increíble es que hace más de 20 años, esta misma devastación, sus consecuencias posteriores y una posible solución, para que el desastre no se vuelva a repetir, fuera advertido y filmado por Kurosawa, a través de sus “sueños”, o más bien sus pesadillas. Cuando ciertos films se convierten en “reales”, a veces lo real es copia de las ficciones. Esta tesis paradojal, se confirma en el film Sueños. La mirada del director no es meramente descriptiva, sino que además confiere visibilidad a determinados procesos históricos, políticos y sociales. Su vocación “profética”, nos re-vela algo del futuro, pero que ya estaba latente en el pasado.
Sueños, nace, se nutre, y está relacionado con un contexto histórico determinado, que arranca con la tradición del Japón y llega hasta nuestros días. Su estructura está dividida en tres bloques que incluyen ocho “sueños” o cortometrajes, donde se conjugan la historia personal del artista, como testigo de la Historia del Japón. En estas miniaturas cinematográficas de extrema simplicidad, la confesión íntima está unida a la recapitulación histórica: desde el pasado, la infancia, los miedos, las fábulas y la tradición japonesa. De la belleza perdida, la pintura y el suicidio de Van Gogh, a la culpa, la supervivencia, la fuerza de voluntad y la guerra. Y de ésta al futuro de los tres últimos sueños; los premonitorios: El monte Fují en rojo (la explosión de una central nuclear hace que todos huyan horrorizados, pero no hay escapatoria. Y donde es más que elocuente el diálogo a orillas del mar (¿tsunami?), entre el joven y un ingeniero nuclear implicado en la explosión). El ogro que llora (es una visión dantesca tras el desastre nuclear, todo ha sido devastado, no hay vegetación, y los seres sobrevivientes son monstruos que se devoran entre sí).
Por último, La aldea de los molinos de agua (quizás el legado final o el testamento fílmico de Kurosawa. La sabiduría de la vejez, una parábola sobre las fuentes de energía alternativas, más naturales y sanas. ¿Una posible solución? ¿Una advertencia, un manifiesto ecológico? También una metáfora sobre las ventajas de vivir así, y una lección sobre la serenidad del “buen vivir”. Y donde hasta la muerte es recibida con alegría).
Las obras de los grandes directores, se re-actualizan y re-interpretan constantemente, esto hace que perduren en el tiempo, que sean contemporáneas, ya “que persisten incluso allí donde la actualidad efímera se impone”. Ante la tiranía de una estética globalizada, la recuperación y re-lectura del cine de los grandes directores, como es el caso de Kurosawa, se hace más que necesaria. El poder anticipatorio de Sueños, su extraordinaria contemporaneidad, radicaría en que Kurosawa no trabaja con elementos coyunturales, sino con las leyes de funcionamiento de la sociedad japonesa, con ciertos núcleos básicos, como la relación entre ficción y poder. Se diría que a través de los “Sueños” hace visible sus propias pesadillas. Una especie de alerta contra la explotación desmedida por parte de un sistema “locamente” consumista, tecnócrata y autodestructivo. Recordemos, que la paradoja más increíble es que el mismo Japón, que llenó la isla de centrales nucleares, fue el único país que soportó la destrucción de dos ciudades, al “recibir” - en la segunda guerra mundial por parte de los EE. UU.- dos bombas atómicas.
Kurosawa desenmascaró en 1990, la mentira de una era nuclear, que se presentaba y aún se presenta como un compendio de esperanzas en un cambio social promovido por el poder “infinito” y “benigno” de la energía nuclear. Donde los hombres terminan sucumbiendo bajo el peso mortal de los intereses capitalistas de la ciencia. En este sentido, el final “ecologista” del film de Kurosawa, a pesar de ser acusado después del estreno, por algunos críticos, como “utópico” o “naif”, hoy es subversivo. Porque cuestiona el imaginario capitalista que domina la tierra. Acusa su motivo central según el cual, el único destino de la humanidad es aumentar ilimitadamente la producción y el consumo. Y muestra la lógica capitalista sobre el medio ambiente natural y la vida de los seres. Kurosawa mostró y muestra que esta lógica es irresponsable y absurda en sí misma. Y conduce, a través del despilfarro irreversible de sus recursos naturales no reemplazables, a una imposibilidad física a escala planetaria. A la destrucción de sus propias presuposiciones. A propósito, y como marcara Castoriadis, a partir de otro film de Kurosawa, Dersu Uzala: “no puede haber vida social que no otorgue una importancia central al medio ambiente en el cual se desarrolla. Sin “saber científico”, la gente tenía una conciencia “ingenua” pero justa de su dependencia vital en relación con el medio ambiente. Esto ha cambiado radicalmente con el capitalismo y la tecnociencia moderna, basados en un crecimiento continuo y rápido de la producción y el consumo, que implican efectos catastróficos en la ecoesfera terrestre.”[4]
Kurosawa por él mismo[5]
-¿Realmente teme una hecatombe nuclear en Japón?
-No es que yo sea pesimista, pero hay que mirar las cosas cara a cara, denunciar. El verdadero pesimismo es no mirar, no hablar. Los japoneses no quieren hablar del átomo. Hay que mirar más allá de la punta de nuestra nariz. Tenemos muchos problemas y debemos afrontarlos. Tenemos demasiadas centrales nucleares en Japón. Vivo el peligro que representan estas centrales nucleares en mi país. Si la naturaleza desaparece, la humanidad desaparecerá irremediablemente. Siento con intensidad que ese es el problema más importante al que debemos enfrentarnos hoy. (Kurosawa a Lola Infante, Cambio 16, Nº 966, 28.5.1990).
Yo pienso que la energía nuclear está fuera de las posibilidades de control que puede establecer el ser humano. En el caso de que se cometiera el error en el manejo de la energía nuclear, el desastre inmediato sería inmenso, y la radioactividad permanecería por cientos de generaciones. (Kurosawa a García Márquez, El País, 9.6.1991) Recordemos que uno de los proyectos más ambiciosos, y que no pudo realizar el director, era adaptar al Japón medieval, la famosa novela Cien años de soledad.
No me considero un realista. Me esfuerzo por serlo, pero no lo soy. No consigo nunca ser realista porque soy sentimental. Me siento vinculado profundamente a las artes plásticas, a la belleza. No puedo mirar fríamente a la realidad.
Yo creo que todos mis films tienen un tema en común. Pero si reflexiono e intento definirlo, el único tema en el que pienso es el que puede resumirse en esta pregunta: ¿por qué los hombres no son capaces de ser más felices juntos?
Estoy convencido de que la exposición sincera de una verdad íntima hace vibrar siempre la sensibilidad del público.
Héctor J. Freire
Escritor y Crítico de arte
hector.freire [at] topia.com.ar
Notas
[1] Benedict, Ruth, El crisantemo y la espada. Patrones de la cultura japonesa, Alianza Editorial, 1974, Madrid.
[2] Kurosawa, Akira, Autobiografía, Editorial Fundamentos, 1990, Madrid.
[3] Dibujos y pinturas, plano a plano, de la planificación o composición que después se seguirá con el objetivo de la cámara.
[4] Castoriadis, Cornelius, Una sociedad a la deriva, Ediciones Katz, 2006, Buenos Aires.
[5] Selección de los fragmentos más significativos, recopilados de varias fuentes, por Manuel Vidal Estévez, en su libro Akira Kurosawa, Cátedra, 1992, Madrid.