El halcón nunca se siente culpable
La pantera no sabe lo que significan los escrúpulos
Cuando la piraña ataca, no siente vergüenza
Si la víbora tuviera manos, clamaría por tenerlas limpias
El chacal no entiende lo que es el remordimiento
Los leones y los piojos no titubean en su camino
Wislawa Szymborska (2002)
A las mujeres y a los hombres que con su memoria y sus relatos mínimos
no nos dejan olvidar que existieron.
(Martínez, 2002)
Siento casi como obligación, contribuir para que algo de toda esa oscuridad que vivimos muchos en este país, durante el período 1960-85 deje de ser así y haya más luz y alivio. Abro el período de tiempo de 1960- 85 ya que a partir de ese año empiezan a darse asesinatos políticos impunes, que tantos sufrimientos nos ha dejado.. J. Butler (2010) plantea que no todas las vidas son protegidas del mismo modo por el poder político. Para unas se maximiza la protección y para otras se minimiza, y se las expone a lesiones, a la tortura, a la prisión prolongada, a la desaparición, a la muerte. Parecería que en nuestro país,durante el período 1960-85, especialmente desde 1970-85,hubo un sector de población cuyas vidas no importaba cuidar: eran daños colaterales para el estado, para la consecución de sus propósitos político-económicos.
En los casos que accedí, han sido las propias familias las que se han ocupado de hacer presentes a sus muertos. La sociedad como conjunto no lo ha hecho hasta ahora. Y la justicia hasta ahora ha faltado a la cita.
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Este fenómeno social que estoy describiendo es una catástrofe social
ya que es producida por seres humanos contra otros seres humanos.
De las investigaciones realizadas hasta la fecha, surgen las siguientes
cifras: 116 asesinatos políticos documentados, de los que 23 son mujeres
68 varones. Hay muchos de ellos que murieron en prisión, como consecuencia
de la tortura, suicidio y/o enfermedades adquiridas en la cárcel.
(Estos datos fueron obtenidos a través de la Comisión de Asesinados políticos
y de las entrevistas a familiares).
La Comisión de Asesinados Políticos da otra cifra: 200 casos de personas
asesinadas políticas que permanecen impunes hasta el día de hoy.
Muchos de estos casos ocurrieron antes de la dictadura.
En varios de los casos, se realizó denuncia penal, pero no ha resultado
en ninguna aclaración de los asesinatos ni en la aplicación de justicia.
Por lo tanto, no hay responsables de los asesinatos, que hayan recibido la
condena que les correspondía.
Muchos años después de terminada la dictadura, en el 2003, se organizó
la Comisión de Familiares de Asesinados Políticos que coincidió con
la formación de la Comisión para la Paz. La Comisión de Asesinados Políticos,
entiende que los muertos asesinados, se diferencian, de los desaparecidos
exclusivamente, porque sus cuerpos nunca dejaron de estar.
Que haya sido recién en el 2003, probablemente refleje las dificultades en
agruparse y lograr niveles de solidaridad. Probablemente esa sea una pregunta
a contestar: ¿Por qué los familiares de los asesinados por razones
políticas no han logrado una organización? Así como podemos preguntar
por qué, hay un Memorial para los Desaparecidos, y no para todos los que
perdieron la vida por razones políticas.
Se han construido categorías como desaparecidos, asesinados, presos
políticos, clandestinos, exiliados, insiliados. La “Marcha del silencio”
que encabezan las organizaciones políticas de familiares de desaparecidos
que se realizan los 20 de mayo de cada año, recuerdan la fecha del
asesinato de Zelmar Michelini y Héctor Gutierrez Ruiz, Rosario Barredo y
William Whitelaw, así como de la desaparición del Dr.Manuel Liberoff. Se
podría pensar que es una fecha que junta asesinados y desaparecidos.
Las familias han tenido que cargar sobre sus hombros:
• el asesinato,
• el trauma, el dolor
• la ausencia de verdad y justicia.
• el silencio
Los descendientes de los asesinados por razones políticas, en su proceso
de filiación, quedan anclados a ese acontecimiento. Por eso, dice
M. Viñar que la tarea de los psicoterapeutas es trabajar con el ‘exceso de
presencia del familiar asesinado’. Intentaré una respuesta a la pregunta
¿Cómo se tramita el duelo por un asesinado político? en este marco social
de impunidad.
Este trabajo tendrá tres partes:
1) El proceso de investigación sobre el Equipo. Su implicación
2) Algunos resultados de las entrevistas a informantes calificados.
3) Las familias
La implicación del equipo de investigación y los efectos de la
investigación sobre cada una de las integrantes
Con las palabras de las propias integrantes del equipo que me acompañaron
en una etapa de la investigación, daré cuenta de las implicaciones
de cada una y qué le significó este proyecto. Creo, sin duda, que la
experiencia de cada una es una parte muy importante de este trabajo,
por eso, comienzo con sus reflexiones.
¿Cosecha de la nada?
Hay quienes imaginan el olvido
Como un depósito desierto
una cosecha de la nada y sin embargo el olvido está lleno de memoria
Hay rincones de odio por ejemplo
con un rostro treinta veces ardido
y treinta veces vuelto a renacer
como otro ave fénix del desahucio
Hay arriates de asombro con azahares sedientos de rocío
/hay precarias lucernas del amor
donde se asoman cielos que fueron apagados
por la huesuda o por la indiferencia y sin embargo siguen esperando
Aunque nada ni nadie los desangre en voz alta
ni el desamparo ni el dolor se borran
y las lealtades y traiciones giran como satélites del sacrificio
En el olvido encallan buenas y malas sombras
huesos de compasión / sangre de ungüentos resentimientos inmisericordes
ojos de exilio que besaron pechos
Hay quienes imaginan el olvido como un depósito desierto /
Una cosecha de la nada y sin embargo el olvido está lleno de memoria.
Mario Benedetti.
L. Comencé un camino que creí pasajero. Me sorprendí y mucho! Me descubrí
interrogando y haciéndome muchas preguntas. Sobre lo que pasó muy
cerca de mis padres, de mis tíos, de amigos. Nunca me había interiorizado
en el tema, y al comenzar a hacerlo me fui dando cuenta como todavía está
presente esa época “oscura” no solo en las personas que lo vivieron en carne
propia sino en las generaciones que siguen. Recién ahora me he ido dando
cuenta de este hecho, recién ahora…
Esta investigación me generó el deseo de saber más. Día a día, semana
tras semana llegaba a mi casa y preguntaba de a poquito, con cuidado. Preguntaba
acerca de aquella época con cautela y con miedo. Miedo de exponer
a mi familia. Miedo de saber. Me pregunto cómo no sabía lo que había
sucedido en aquella época, lo que vivieron mis propios padres. He intentado
comprender a los que vivieron la dictadura, cuando sus derechos fueron
violados, enviados a prisión, torturados, asesinados familiares y amigos. De
todo eso, quedarán marcas para siempre, y me he preguntado cómo pueden
no morirse de ira y rabia al vivir en una sociedad donde se vive un régimen
de impunidad. Mi sentimiento es de asombro. Porque eso es lo que siento yo.
Rabia. Impotencia. Impotencia ante el silencio. Ante el no poder decir de los
que estuvieron ahí. Quedaron personas sin voz, personas que no pueden expresar
sus sentimientos; Anclados en lo más profundo de su ser. Me pregunto
por aquello que el aparato psíquico no puede procesar e integrar y que tiene
que callar. Como es trasmitido de generación en generación como productor
de subjetividades…
M. Pensando acerca de mi implicación, me pregunté si yo estaba comprometida
con esta investigación –la que elegí en función de la temática. En
este caso, era un tema fundamental, vital de nuestra historia; la que nos ha
determinado desde entonces. Desde el contexto social-político. Me fui dando
cuenta que sí, que estaba comprometida directamente con el tema y como
consecuencia de ello había elegido participar. Muchos de nuestros orientales
y valientes optaron por defender su ideología, divulgarla, compartirla, darle
prioridad aún, descuidando a sus seres más queridos. Pero lamentablemente
no todos supimos ver o discernir ello. No obstante hoy día, las consecuencias
de ser orientales valientes e ilustres de aquellos días se ha hecho presente en
uestro diario vivir. Nacemos, crecemos, vivimos reproduciendo y aceptando
prácticas impuestas en un marco de totalitarismo, en un régimen político que
se ejerció de forma dictatorial desde 1970 a 85. Convivimos con la impunidad,
la intolerancia, la violencia, con el dolor personificado. Sentimos así todos los
días. Creo que es esto lo que está pasando con nuestra generación, estamos
tan implicados que no lo hablamos, no lo discutimos, no pensamos nuestras
prácticas, solo reproducimos lo heredado de generación en generación sin
mediar palabras ni actitud crítica. Es por lo antes expresado que considero
que mi implicación es con esta, mi sociedad, con mi gente, con mis pares. Sin
lugar a dudas que el vivir tan de cerca una experiencia de impunidad, que ha
dejado en el seno de mi familia ese sentimiento de congoja, conjuntamente
con esa impotencia de ver como la vida de una persona rodeada de afectos,
de amor, de ternura se desvanece en manos del poder despiadado, donde
el sujeto no es más que un objeto en el cual se ejerce y sostiene el poder, me
ha hecho sentir cosas muy duras. Estos sentimientos tan profundos, transmitidos
desde el silencio de la trama de mi familia me ha llevado a transitar
un camino desde mi formación relacionado con un compromiso conmigo
misma, primero, y luego con mis pares, de verdad, de entendimiento, de por
qué somos como somos. Para mí, no es una cuestión de seguir viviendo en el
pasado, ni se trata de un anclaje en el pasado, sino, que creo que es necesario
y pertinente, para que pueda entender muchas de nuestras conductas, echar
un vistazo a épocas de nuestra sociedad que ha dejado marcas hondas e irrevocables
en nuestro psiquismo, en nuestra manera de conformarnos como
sujetos pensantes, ya que como diría Descartes, somos sujetos a partir del
momento que pensamos y luego existimos en este mundo.
Y. Quizás todos somos investigadores en la medida en que algo de nuestro
ser se interroga por un tema, un hecho o un acontecimiento, y desde allí
nos ponemos a buscar, sistematizar datos, fechas, hechos, respondernos preguntas,
y realizarnos otras.
Algo nos interroga, nos mueve, la pulsión epistemofílica cobra sentido
en ese instante como real y se pone a jugar en una suerte de recorrido dialéctico
entre no saber e intentar saber. Quizás el motivo por el que me encuentro
hoy escribiendo esto, tiene más que ver con una función de transmisión. Supongo
que haber nacido en el año 1988, no escapa a lo que hoy estoy intentando
decir, años difíciles, de reconstrucción del país, de conmoción social,
donde se jugaba en el imaginario colectivo, una suerte de alivio, pero también
de miedo, de incertidumbre. No puedo no pensar que algo de eso es lo
que me movilizó del lugar del silencio, que todos hemos llevado a cuestas, silencios
que no quedan nunca callados, sino que hacen ruido en otros lugares.
Hoy siento que uno de las posibles salidas para romper el silencio es recordar,
para elaborar y no repetir. Siento que esta investigación vale la pena, porque
si no hay personas que se interesen en sacar del silencio los acontecimientos
que dejaron a un país entero bajo las sombras de la desilusión y el miedo,
esto se puede repetir en cualquier momento.
Si esta investigación hoy tiene para mi sentido es entendido como el de
la transmisión, dejar a través de una investigación algo dicho, escrito, de lo
que en este país aconteció, y que como acontecimiento, dejó marcas que hasta
hoy no han sido tratadas como se debería. De algún modo, “todos somos
hijos de la dictadura”, y llevamos sus marcas en la piel, marcas que solo se
podrán aliviar a través de la palabra y por qué no de la justicia, que tanto nos
cuesta como país. Será por eso que aún quedan personas que tienen ganas
de que el silencio se siga apoderando de la historia. Lo vivo como un compromiso,
como un deber en algún punto con aquellos que fueron callados y que
no tuvieron la posibilidad de hablar y tener justicia, por ellos y por los que
aún están intentando decir algo, que aún siguen luchando por hacer valer
sus derechos es que siento que esto, hoy, vale la pena. Es verdad que no viví la
dictadura, pero... ¿Hay que estar en un lugar para ser parte de ese momento
ominoso del país? Podría ser así, pero cuando la fractura social es tan profunda,
cuando el trauma, entendido como una acumulación de energía que
no tuvo la salida, la canalización y la tramitación psíquica adecuada, fue tan
grave, los que no estuvimos físicamente, llevamos las marcas acumuladas
transgeneracionalmente de un país que se quebró y sintió el dolor en carne
viva. Esas marcas no se borran, si no hacemos el recorrido por los lugares del
dolor y el sufrimiento de esos años para luego poder resignificar aquello que
algunos no pudieron hacer y no tuvieron más opción y oportunidad que dejarse
consumir por el silencio y el dolor.
A. Estuve pensando mucho lo que puedo aportar desde mi humilde experiencia.
Siempre tuve mucha curiosidad por los hechos sucedidos en nuestro
país en la época de la dictadura y todo lo que alrededor se decía y lo que
no se decía también, y en esta investigación encontré el espacio para saber
estas cosas de otra forma, desde los” personajes” mismos de lo que para mí
era una historia leída en libros. Escuchar estas historias, realizar las entrevistas,
y escuchar y ver personas tan fuertes, no se comprende leyendo en
libros. En este trabajo pudimos apropiarnos del proyecto en todas sus dimensiones.
O. Cuando el contexto social violento irrumpe, no deja pensar. La vida, la
dignidad, los derechos humanos están en cuestión. Es difícil rescatarse cuando
uno quisiera irse, no saber más. Siendo el contexto social el mismo para
da la sociedad, produce los mismos miedos, inquietudes o preocupaciones.
Esos son los Mundos Superpuestos, (Puget, 1991.) Falta la distancia y
el tiempo psíquico necesario para el reconocimiento de aquello semejante y
diferente. Todos estamos implicados. No hay neutralidad posible. Ellos y yo
tuvimos un lugar en la catástrofe social que fue la dictadura en nuestro país.
Quizás este trabajo pueda colaborar con alguno de ellos a redefinirse de otro
modo.
El pánico está ahí. Los efectos de la tortura vuelven con las palabras.
Hay que respetar el silencio, su propio tiempo para poder rescatarse, hablar,
pensar.
En el Uruguay, han faltado espacios para hablar y elaborar estas situaciones.
Esto hace referencia al agujero negro social. Lo que nos compromete
y responsabiliza éticamente.
Una situación humana totalmente abusiva y creada con alta precisión
por la estrategia de los torturadores, toca nuestras certidumbres básicas.
Rompe nuestra pertenencia al género humano. Uno no quisiera sentir que
son congéneres los que hacen estas cosas. Se siente culpa, responsabilidad
porque todos tenemos nuestra cuota en este trauma social.
Estamos ante un escenario relacional perverso, que hizo posible la violación
de los derechos humanos. Uno solo no basta para dar cuenta de las
huellas que deja una dictadura, cuando destruye el registro simbólico que
nos ordena.
Pero si sumamos uno más uno, un nombre y otro y otro, vamos remendando
la red social destruida y habilitamos un espacio donde poder decir
estas verdades enterradas, para que resuenen.
En este caso, como investigadora me ofrezco como puente para que lo
indecible retorne al lugar que le pertenece, a la trama social.
Todo está guardado en la memoria... pero no es sencillo abrir el cofre.
Aquí no había pasado nada, y sí había ocurrido no se debía hablar.
Los que pensamos, escribimos o teníamos algo para decir, no debíamos
juntarnos y menos aún producir. El efecto de demoler la trama social fue
muy eficaz. Cada quien quedó encerrado en su casa, en su cabeza, en su
corazón, sin poder encontrar los puentes para quebrar el silencio.
Se necesita de un esfuerzo colectivo para remendar estos agujeros
negros sociales.
(Las palabras de las integrantes del equipo están en cursiva.)
Los informantes calificados
Entrevistamos a 16 informantes calificados (historiadores, periodistas,
psicoanalistas, filósofo, abogados y jueces ligados de diferentes formas a los
derechos humanos, etc).
“La memoria se compone de fragmentos y restos, de silencios e imágenes
oscuras, de huecos que no terminan de completarse. Nunca se alcanza la
plena reconstrucción del acontecimiento.
El 17 de abril de 1972 en el Paso Molino se mató y se dejó morir a ocho
hombres para provocar una situación política. Hoy 42 años después, no se
ha hecho justicia ni se ha rehabilitado la memoria de los muertos. (Martínez,
2002).
En los casos que nos ocupan, “el duelo no es un duelo privado, concierne
al conjunto transubjetivo, en los fundamentos narcisistas de la continuidad
de la vida misma” (Kaës, 1991). “Se hace necesario liberar el pasado por
el ejercicio activo de la memoria”. Es necesario develar las rupturas y tachaduras,
las mentiras y los ocultamientos, para volver a tejer”. (Kaës, 1991). “Los
que han vivido estas catástrofes sociopolíticas necesitan apropiarse de una
historia que dé una explicación coherente a lo que se quiso ocultar, silenciar,
para que sea una historia con memoria que incluya a las distintas voces y no
una construcción monocorde y perversa como han sido las dictaduras”. Si el
relato se construye sobre la base de secretos, ocultamientos y mentiras,
se producirá una sociedad que habilita exclusivamente la repetición del
horror o de las vías perversas para lo no aparición de aquello que se oculta.
Una sociedad puede demorar en dar lugar a la justicia y a la verdad
como ha ocurrido en nuestro país. “Los tiempos colectivos no son los individuales.
Así tampoco todo no se vuelve recuerdo.” (Kaës, 1991)
Marcaremos centralmente algunos puntos en los que hubo convergencias
interesantes:
El lugar que se les dio a los asesinados políticos tiene que ver directamente
con la impunidad, en la que seguimos viviendo. Es una sociedad
que se quebró. El único antivirus contra la impunidad es la verdad, la que
exige justicia. La justicia hasta ahora ha tenido pocas posibilidades de investigar
y de cumplir con su tarea, ya que no se les facilita el trabajo, al
contrario se le complica la actuación. Los familiares hace 40 años o más
que están esperando para llorar, para poder expresar lo que han guardado,
atragantados. Cuando alguno de ellos logra ser escuchado por la justicia
puede sentir: “Pude vivir para decir esto, logré que me escucharan”,
lo que recuerda a Primo Levi.
Hasta 1976 hay un grupo de muertes políticas denunciadas, pero
después de esa fecha, hay muchos casos que nunca se denunciaron.
Se puso más el énfasis en los desaparecidos, ya que eran los casos,
en que la situación era más grave, como si hubiese un “sufrionómetro”.
No hay un memorial especial para los asesinados, ya que el memorial,
es para los que no tienen tumbas para llevarles una flor. Otro hecho a
observar es el lugar geográfico donde se instala el Memorial, así como el
Museo de la Memoria… no son lugares fáciles de acceder… la mayoría
de los que vivimos en Montevideo no pasamos nunca por esos lugares y
los que viven en otros lugares?. Y muy lentamente empiezan a aparecer
otras soluciones para hacer presente lo que se vivió en ese período. Por
ej. frente al teatro El Galpón hay una placa en el piso que marca lo que
ocurrió con ese teatro durante la dictadura. Así como en el edificio que
ocupó la Embajada de Venezuela hay una placa recordando el secuestro
de la maestra Elena Quinteros. Se están colocando “Marcas de la Memoria”
para las Pibas de Abril, y para otros asesinados, así como en lugares
donde ocurrieron hechos importantes en los tiempos de la dictadura.
La no investigación también tiene que ver con las lógicas de las diferentes
organizaciones políticas.
En la época en que ocurrieron los asesinatos, lo que interesaba eran
las consecuencias políticas e inmediatas. Se los ‘usaba’ como parte de explicaciones
para tomar diferentes caminos políticos. Si el asesinato tenía
utilidad política la organización a la que pertenecía la persona hacía una
cosa u otra. “La vida propia no era un bien a cuidar”. Hasta el día de hoy este
tema no está instalado en nuestro país. Las familias no fueron tenidas en
cuenta, quedaron olvidadas, solas, sin apoyo.
En el caso de los asesinados, parecía que con que estuvieran muertos
y enterrados ya era suficiente. Parece que era un asunto terminado para
la organización política… Los desaparecidos están interpelando a los vivos
siempre, permanentemente. Parecería que los asesinados tienen otro
lugar. Parecería que no se logró encontrar un punto de unión entre todos
los asesinados, lo que sí ocurrió con los desaparecidos. En ese caso, el
reclamo es Verdad y Justicia. En el caso de los asesinados sería el mismo
reclamo? Pienso que sí, pero da la impresión que en el ‘sufrionómetro’
ocupan otro lugar por el que no son incluidos en ese reclamo de Verdad
y Justicia.
“Desatar las vendas, abrir las cortinas, dar luz a lo que ha estado tanto
tiempo oscuro es el único antídoto contra la impunidad. Averiguar, saber, en140
tender y no olvidar, hasta llegar lo más cerca posible a ese abstracto llamado
verdad. La memoria de la historia es castigo.” (Rodríguez, 2011)
Saber la verdad sobre las violaciones a los derechos humanos, hallar
los restos de los desaparecidos, resarcir a los damnificados de la dictadura
y hacer justicia, son una prioridad que la sociedad uruguaya debe asumir
y concretar para comenzar a ser un País donde la Impunidad no tenga el
lugar que hoy tiene. Uno de los informantes calificados sostiene que “durante
los últimos 50 años, de una manera u otra, la libertad ha sido acotada,
supeditada, limitada, condicionada, restringida, coartada, prohibida, reprimida,
mancillada, violada y hasta desaparecida sin que haya castigo. La impunidad
se legalizó a partir del autoritarismo pachequista y sus escuadrones
de la muerte. La impunidad transformó a la tortura en un simple apremio, a
las razzias en acciones educadoras, a las cárceles en depósitos inhumanos,
a las aulas en depósitos de estudiantes y a las comisarías en antros políticos
de delincuencia. La marginalidad se hizo sistema y los marginales la excusa”.
(Rodríguez, 2011)
“Para dejar de ser el País de la Impunidad, deberemos aceptar que el no
castigo está arraigado en la sociedad, admitirlo como un concepto ‘naturalizado’
y enfrentarlo sin hipocresía y con justicia. Lograr que el secreto
de Estado no sea un Estado del secreto. Quizás entonces, nos podamos encontrar
en un País con Libertad.” (Rodríguez, 2011).
Si las familias no han podido mantener viva la memoria de sus familiares,
estos desaparecen…
“El PC adjudicó la responsabilidad de los fusilamientos de la ‘Veinte’ genéricamente
a la ‘rosca’. Las organizaciones de izquierda y el PC despreciaban
a la Justicia como parte de las garantías formales de la democracia burguesa.
W. Turiansky: pensaba que si triunfaba la línea progresista en el Ejército,
pagarían los responsables de tantos atropellos. El PC y el MLN compartieron
‘la mentalidad del combatiente’: “al que le toca, le toca”. La represión contra
el PC continuó durante toda la dictadura. El PC fue una de las organizaciones
más castigadas y pagó un alto precio en vidas y sacrificio de sus militantes.
Los DDHH no eran una prioridad. “
Lucía S. de Touron dijo: “Los dirigentes decían que los temas de la coyuntura
eran otros. Yo creo que hubo una política muy despersonalizada.
Muchos sentimos que era como si se hubiera perdido el valor del individuo”.
La persona se diluía en el colectivo. En el PC se sentían hermanados
en una causa común pero no veían al hombre. E. Valenti dijo: “Y luego de
terminada la dictadura sintieron que no supieron cómo resolver las terribles
heridas que había dejado la dictadura”.
En general la izquierda y el PC entendieron que eran los precios a pagar
en la confrontación.” (Martínez, 2002)
“La sociedad tiene responsabilidad en la construcción de la memoria.”
“Yo buscaba voces que me acercaran a las víctimas”. “Casi todos oyeron, pero
no vieron. Muchos recuerdan las manchas de sangre y los impactos de bala.
A los militantes del PC les cuesta el recuerdo. La dictadura los obligó a borrar
hechos y nombres. Pero ese ejercicio terminó por desterrar de la memoria
huellas de su pasado personal” (Martínez, 2002)
“Si la memoria se construye como restos dispersos, si lo que emociona
son los detalles, el relato de Noemí Apostoloff recoge algo que reconforta,
gestos anónimos y luminosos en un tiempo oscuro.”
“Durante la dictadura no hubo un solo aniversario en que no hiciéramos
un homenaje a los compañeros. A las seis de la mañana, la hora de los cambios
de guardia, había menos milicos en la calle. Sabíamos que teníamos
tres minutos, sólo tres, para colgar un pasacalle en Agraciada. Una vez a los
compañeros se les partió el palo del cartel y quedó mal colgado. Volvieron, se
treparon como gatos a los árboles para que quedara fijo. Tuvieron que llamar
a los bomberos para sacarlo. Otros compañeros viajaban en el ómnibus, sentados
del lado de la ventanilla. Cuando paraba en la puerta de la 20, tiraban
rosas rojas por la ventana. Todos los años, lo digo con orgullo, no faltó uno
solo en que no fuéramos a dejar flores. Una vez, un señor mayor se paró sin
miedo, y bien despacio, con elegancia, fue tirando una a una, ocho rosas rojas”.
(Martínez, 2002)
Este año, en enero de 2014, el Ministerio de Cultura tomó la decisión
de que el local del Seccional 20 del Partido Comunista, fuera declarado
Monumento Histórico Nacional por lo que allí ocurrió. Estos asesinatos
ocurrieron en 1972. Constituye una reparación histórica social. La decisión
busca mantener viva la memoria del fusilamiento de ocho militantes
comunistas.
En ese lugar fueron asesinados ese día Luis Mendiola, José Abreu, José
Sena, Elman Fernández, Héctor Cervelli, Ruben López, Ricardo González y
Raúl Gancio. Fueron fusilados por un comando de las Fuerzas Armadas.
“Es un reconocimiento del Estado a uno de los bastiones de la resistencia
popular a los sectores más reaccionarios que a comienzos de
la década del 70 estaban dispuestos a ahogar en sangre los avances del
movimiento popular”.
¿Cómo tramitaron las familias esta situación que les tocó vivir
con un familiar asesinado político, en este marco social de
impunidad?
“Hay mucha gente que va hasta el Pozo de Vargas para dejar banderas
y fotos de sus seres queridos desaparecidos porque en el fondo uno necesita
el duelo, pero el duelo no es un papel donde se confirma todo lo que uno
supone que sucedió”, remarcó la hija de Molina”. (Molina, Página 12, 2014)
——————
“En la sala del Juzgado, una de las querellantes le preguntó a I. si podía
decir algo de los efectos de la dictadura en su familia. “En un momento de
1972, la familia era una familia que prometía –dijo ella–. Éramos mi padre,
mi madre y mi marido y yo; mi hermana con su pareja y una idea del mundo
y de nietos. Cuando yo salí de la cárcel quedaba mi madre y el hijo de mi
hermana, nadie más. Yo pienso que todos necesitamos formar parte de una
historia, no digo de la Historia con mayúscula, de una historia chiquita, de familia.
Ser hijos de alguien, como dice Marcelo Viñar, abuelo de alguien, nieto
de alguien. Fue como que acuchillaran el vínculo entre las generaciones. Me
parece terrible venir a contar estas historias espantosas, pero busco recomponer
estos vínculos cortados, esa genealogía que quedó trunca. Es para mí
una forma de la lealtad con mi historia, con mi familia.” (Trías, 2013).
——————
Todos los casos ocurrieron en la más completa impunidad y han quedado
en la oscuridad. El peso de la impunidad es abrumador. Si los miembros
de las familias que no fueron tocados directamente por el terrorismo
de estado no hubiesen hecho algo, alguito porque se conociera lo que
vivió su familiar, seguramente hoy, la sociedad en su conjunto no sabría
lo que vivieron y como murieron. No sabríamos que estos asesinatos ocurrieron
en nuestro país.
——————
A. fue asesinado a la salida del único acto en el que estuvo el Che
Guevara. No hubo juicio, no tuvo defensa y su familia tuvo que cargar con
el horror de lo ocurrido. Uno de los efectos de tamaña patraña, es que sus
hijos hasta el día de hoy, medio siglo después no se hablan. Este efecto
sobre la trama familiar es otro asesinato. En la familia de A se instaló un
silencio espeso, amargo. Este perseguidor se instaló al interno de esta fa143
milia y los hermanos hoy viven en diferentes países y no pueden tener un
vínculo positivo entre ellos. No sólo fue asesinado A, sino que esa muerte
trajo otras muertes, una de estas parece ser el vínculo entre hermanos.
“Yo a mi padre desde ese día, lo llevo de un lado a otro. Lo cargo” “Llegué
a la mancha de sangre que quedó en la vereda, quise tocarla…” Mi hermano
siempre dice, que “es como si me hubiesen pasado una película muy rápido,
y no hubiese podido llegar a hilar una escena con la otra.” “A mi padre le hicieron
un velatorio impresionante, pero luego en el Cementerio, estábamos
solitos mi madre, mis hermanos y yo”. “Con mi hermano nunca más nos hablamos.
El vive fuera del país. La familia quedó partida, como una jarrón que
cae al piso y no hay forma de volverlo a pegar.”
“En mi familia se instaló un silencio amargo. No solo mataron a mi padre,
sino que mataron el vínculo que nos unía a los hermanos”.
——————
L. tenía 20 años. No tuvo derecho a un juicio justo y a una defensa.
Vivía a la vuelta de mi casa. Era una muchacha querida por todo el barrio.
Si me esfuerzo, escucho su risa cristalina, su alegre vitalidad.
Ese apartamento es hoy una tumba que nunca podrá librarse de su
peso. Esa noche de abril de 1974, la muerte vestida como fuerzas conjuntas
las vino a buscar. Y L y sus dos amigas fueron acribilladas con toda la
saña del mundo, como si se tratase de los peores enemigos. Las mataron,
y luego las fuerzas conjuntas volvieron por todo lo de valor, y lo demás
lo rompieron. Un hermano de una de ellas dice: “Yo tenía la muerte de L
adentro mío, todavía creo que la tengo”. La hermana de una de las chicas,
estuvo presa en ese momento. La liberan cuando era la fecha del asesinato
de las tres. “Para mi familia esa fecha es un recordatorio de lo que les pasó
a ellas”. En el momento en que la liberaban, los militares le decían: “Salís
hoy para que nunca en tu vida festejes tu libertad”. El 21/4 es la fecha. “El
duelo de mi hermana lo empecé el día que volví a mi casa y mi hermana no
estaba. Me picanearon los ovarios y me decían que era para dejarme estéril
porque mi hermana estaba embarazada.” (Pi, S. 2013). Cada vez que paso
por el edificio donde ocurrió esa masacre, no puedo dejar de recordar las
palomas de L.
Poco antes de que ocurriese la masacre, L estuvo detenida en un batallón
militar. Allí estaba incomunicada, y su familia, sus hermanos se valieron
de palomas mensajeras para romper la incomunicación, para que la
vida pudiese más, y todos los días a la hora, que sabían que la sacaban al
patio, llegaba una de estas palomas llenas del amor de su familia.
——————
El asesinato del padre, de los padres o de un hermano constituye, sin
duda, un acontecimiento por el cual esa familia nunca más será la misma.
Constituye un corte abrupto en el proceso vital de la trama. Y para cada
integrante esta muerte tendrá diferentes sentidos y efectos. Pero la vida
de todos se verá definitivamente trastornada.
A cada familia le llevó su tiempo y su trabajo psíquico encontrar los
caminos para que la vida continuase. Muchas de ellas quedaron partidas
por este acontecimiento. Una parte viviendo en nuestro país y otros viviendo
en el extranjero. Los que recibieron ayuda psicoterapéutica (que
son la minoría más absoluta) han logrado una respuesta más resiliente,
aunque no hayan logrado resolver la situación del asesinado.
El silencio, el no hablar podría ser un modo de ampararse. Estos seres
humanos quedaron mudos, sin palabras. El dolor apareció de todos modos.
Quedan habitados por el asesinato del familiar. En el momento que
la palabra busca volverse pensamiento, tiembla, se siente amenazada. En
esas situaciones, los seres humanos buscan refugio. La palabra no dicha
busca una salida, una forma de atravesar el muro de silencio. Sintieron
que no había oídos dispuestos a escuchar.
La lengua podría resurgir en la poesía, en la metáfora, en “Las canciones
para no dormir la siesta”, en el humor, “Tortura al paso” (texto en un
dibujo de Pancho Graels).
——————
A. era empleado de comercio, tenía 30 años, era casado y tenía cuatro
hijos. De sus huesos hechos polvo por el tiempo, siempre recibimos el
mensaje de la voz alegre, del joven músico que amaba la vida, a su familia
y la lucha.
Fue detenido por la policía, en julio de 1975 junto a los demás participantes
de una reunión. Un día después estaba muerto. Su corazón no
pudo más. Fue asesinado en el submarino.
Pero su cuerpo fue entregado a sus familiares con explicaciones
contradictorias e inverosímiles: asma por enfriamiento (no padecía esa
enfermedad y llevaba consigo ropas de abrigo), accidente de tránsito y
otras. Según el certificado de defunción, el médico policial diagnosticó
na crisis cardiovascular como causa de su muerte. Presentaba evidentes
huellas de violencia, de sufrimiento en la tortura, que pudieron observar
todos aquellos que le querían y lo acompañaron en el velatorio y ante las
que se abrió el ataúd.
Su padre formuló una minuciosa denuncia del hecho ante el Juzgado.
Sin embargo, este juzgado no pudo actuar en el caso porque la Justicia
Militar reclamó jurisdicción, los antecedentes pasaron al Juzgado Militar
de Instrucción de 1er Turno y hasta ahora no existe investigación alguna
en curso, ni se aplicó sanción (criminal ni administrativa). ”
El gobierno de la dictadura uruguaya, contestó el 20 de mayo de
1976:
“A, fue detenido el 29 de julio de 1975, durante una reunión. Encontrándose
recluido en un local policial el 31 de julio de 1975 sin vigilancia
de vista, pero sí exterior y con controles periódicos, en un momento determinado,
al penetrar funcionarios al recinto encontraron a A. caído de
cúbito ventral, con sus rodillas y codos apoyados en el suelo, a unos 4 o
5 metros del lugar donde se encontraba la silla donde había sido dejado
sentado, y al parecer sin vida. De inmediato se dio intervención al Juez
Militar que se constituyó en el lugar con el médico forense. El magistrado
actuante dispuso la realización de la autopsia y la iniciación del sumario
correspondiente. ”
“La autopsia fue practicada por el médico militar quien estableció en
el certificado de defunción correspondiente, como causa de la muerte
“insuficiencia cardiaca pulmonar aguda debido a stress”.
La Comisión Interamericana de DDHH estableció que: en el caso del
A. había indicios claros de que A. de 30 años, había sido detenido por las
Fuerzas Conjuntas y que fue encontrado muerto dos días después en la
prisión. Que falleció como consecuencia de actos de violencia.
Observar al Gobierno del Uruguay porque tales hechos configuran
gravísimas violaciones al derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad
e integridad de la persona (Artículo I de la Declaración Americana de los
Derecho y Deberes del Hombre); al derecho de justicia (Artículo XVIII) y al
derecho a proceso regular (Artículo XXVI).
Su padre, Z le escribió una carta al Presidente (dictador) en esos días.
Sr. Presidente: Escribo a Ud. la carta más difícil de mi vida. No necesito
palabras de consuelo. A diario me las prodiga el pueblo entero. No hay en
esto la mínima exageración, debe Ud. creerlo. Pregúntele a sus hijos.
Mi encarecimiento, Sr. Presidente, no obedece a un mezquino sentimiento
de venganza. Sí, en forma absoluta, a dar garantías a la gente común de la
epública, de que no habrá impunidad para el atentado discrecional. Nada
más pido, a nada más aspiro en este instante. Ud. puede decidirlo desde el
cargo más encumbrado del país.
El martes 29 de julio próximo pasado fue detenido por las Fuerzas Conjuntas
que el Sr. Presidente comanda, mi hijo, de 31 años de edad, padre de
cuatro pequeños niños, hombre de trabajo y hombre de bien. Infructuosas
resultaron las gestiones de su mujer, mi joven nuera, ante las reparticiones
oficiales para ubicar su paradero. Pasó el miércoles 30. El jueves 31 nos dispusimos
a reiniciar la búsqueda.
Puedo asegurar a Ud., Sr. Presidente, más allá de la angustia de padre en
las presentes circunstancias del país (Ud. como padre de familia numerosa
sin duda puede comprender), que yo tenía la convicción plena de que por lo
menos, en manos de funcionarios de su confianza, la vida de mi hijo estaba
a salvo. ¡Qué doloroso error, Sr. Presidente. Pasado el mediodía del jueves
31, funcionarios suyos comunicaron a la mujer de mi hijo y a mi mujer, su
madre, personalmente, que a la una de la mañana de ese día mi hijo había
muerto a consecuencia de un ataque de asma provocado por enfriamiento,
y que podíamos reclamar su cadáver. Doce horas después de su fallecimiento
nosotros habíamos estado preguntando por las oficinas y nadie sabía decirnos
nada sobra su reclusión! Las fuerzas del gobierno habían detenido a un
hombre pleno de vitalidad y sólo pudo vivir poco más de un día entre sus manos.
Yo ignoro dónde, en qué momento, quiénes lo detuvieron. Pero hay responsables
concretos que dependen de Ud., Sr. Presidente y por lo tanto sólo
Ud. puede decidir su identificación y precisar sus actos. Era mi hijo, como Ud.
ve, muy joven. Los médicos que lo trataron por males comunes y corrientes
pueden decir a Ud., que de complexión delgada, sano y fuerte. Desde luego
no padecía asma ni enfermedad crónica alguna. Su característica –y de eso
hay incontables testimonios– era la alegría, el ánimo contagioso y la actividad:
trabajaba ocho horas y aún más en un cargo de gran responsabilidad;
estudiaba música con el propósito de ingresar a la Sinfónica Oficial y era un
alumno distinguido. Con estudios completos de piano, conocimientos de violín
y guitarra y otros instrumentos, había comenzado hace alrededor de un
año a estudiar fagot con la idea mencionada. Frecuentemente no almorzaba
al mediodía para trabajar con su profesor de piano en experiencias sobre el
encordado que le apasionaban. Componía música. Las exigencias de nuestro
sistema de vida le dificultaron avanzar más como creador singular, porque
tenía familia numerosa y era pobre. No era un muchacho, convenga Ud.
conmigo, en situación de morir por enfriamiento y un ataque de asma que
no sufría, como no padecía ningún otro mal.
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Pero hay más, Sr. Presidente: cuando retiré sus ropas del hospital, incluido
el anillo de esponsales, me entregaron su ropa interior, pull-over de lana,
traje entero, sobretodo, zapatos de invierno. ¿De dónde provino el enfriamiento?
Un enfriamiento capaz de provocar la muerte a un hombre joven y
bien nutrido, de buena salud. Hubo tortura, Sr. Presidente.¿ Por qué estaban
sus ropas como embarradas? ¿Por qué su cabeza vendada?
Sr. Presidente: Ante testigos, el Comisario, me dijo que él era una persona
derecha y que me aseguraba que no tenía ninguna responsabilidad en el
hecho, del que estaban a cargo por simples razones administrativas. Agregó,
esto sí textualmente, “este mochuelo me lo metieron a las 12 de hoy”.
Yo me pregunto, Sr. Presidente, qué quiso decir con su natural llaneza,
con esa expresión del lunfardo policial. Para mí, “mochuelo” suena como algún
mal encargo, como algo que se arroja sobre otro para no verse comprometido.
En el Uruguay la pena de muerte no existe. Ni la más alta dignidad judicial,
hasta frente al mayor criminal y el más grave delito, puede condenar a
muerte al peor de los reos. Nadie tuvo entonces derecho a matarme a mi hijo.
Sólo la impunidad más absoluta pudo amparar el crimen, así fuera como a
veces se sugiere, porque se le fue la mano.
Sr. Presidente: No quiero más impunidad para el crimen. Sea quien sea el
autor, sea quien sea la víctima.
Podrán matarnos pero no Sr. Presidente, sé y afirmo y me juego la vida,
que el joven A no pudo cometer el mínimo atentado contra la fuerza moral
del género humano.. Y esto agrava el delito contra su vida ante el alma entera
de la Nación.
Pocas horas antes de la muerte de mi hijo, una comisión policial allanó
su casa. Le aclaro que no había allí nada punible, así como en el allanamiento
de su lugar de trabajo.
Mi hijo ha muerto. Pero quedan sus hijitos, quedan los hombres jóvenes
aún y sus hijitos. Por ellos velo ahora. Para ellos, la liquidación de la impunidad,
de los criminales; para ellos, la más larga y segura vida. Y la alegría de
vivir. Justo es que la ley se aplique a quien delinque. Pero ninguna ley, humana
ni jurídica, admite que manos anónimas o conocidas ejerzan justicia
al margen de lo legal y de lo humano. Sólo espero que la muerte de A sea
la última muerte injusta en esta tierra y la primera que no quede impune,
el primer trato inhumano juzgado y castigado, que quiebre el espinazo a la
impunidad en esta tierra.
(trozos de la carta del padre de A. en ocasión de su asesinato, 1975).
“La carta de mi abuelo yo no la leo hace añares y es de las cosas que me
cuesta leer. Por todo lo que implica en relación a mi padre, porque adoraba a
mi abuelo y me duele mucho “leerlo” sufrir. Es casi como verlo, y como estaba
con él cuando le dio la hemiplegia de la que nunca se recuperó, me revuelve
mucha cosa.”
“Volver a la escuela fue muy difícil. Nunca más comí pan marsellés, porque
lo comía con mi padre. Tuve que vivir en otro país, y volví, pero no me
quiero ir más.”
La casa de la esposa de A. está llena de fotos, es como si estuviese
llena de gente. Y la foto central, la más importante es la de A. con sus hijos
chiquitos. El tenía 31 años cuando lo mataron. “Mi madre no había trabajado
fuera de casa, pero en ese momento tuvo que salir a trabajar y seguir
moviéndose por nuestro padre. Fue difícil criarse sin él. Nos unimos mucho
los hermanos. Estábamos muy pendientes unos de otros. Dos de ellos hoy
viven fuera del país. Yo estuve exiliada al igual que mi otra hermana. Pero ya
hace varios años que regresamos y no creo que volvamos a salir. Mi hija y yo
somos muy unidas Mi madre va con ella a muchas movidas políticas, ya que
ella hasta ahora sigue militando. “
La entrevista con A. tuvo lugar el viernes 22/2/13. La fecha es importante, ya que ese día la suprema corte de Justicia declaró inconstitucional la ley interpretativa de la ley de caducidad. Esto quiere decir que ese fue el contexto en que tuvo lugar la entrevista.
Empieza contándome de esta resolución que ocurrió un rato antes de la entrevista. Me habla de su indignación y dolor por esta resolución, así como me cuenta que su madre la llamó varias veces al trabajo, muy angustiada y por supuesto, indignada por el mismo tema.
Le pregunto: ¿Alguno de los responsables fue castigado?
Me dice que no. Que el policía que detuvo al padre vive cerca de la Escuela donde trabaja y anda siempre por ahí.
A:. A mi padre lo mataron en dependencias policiales. Murió en el submarino.
Fue el 30-31 de julio de 1975. Yo tenía 5 años. Me acuerdo mucho de ese día. Recuerdo como la directora de la escuela, que era como una bruja estaba hablando con mi abuelo, que era quintero, y los dos lloraban.
Cuando los vi llorando a los dos, sentí que algo muy serio había pasado, me asusté. La vida de todos nosotros cambió mucho a partir de ese día. De todo punto de vista, económico, porque mi madre no había trabajado nunca, porque muchos amigos de mis padres no fueron más a casa, algunos porque no podían, otros porque estaban presos o en el exilio. Fue muy ‘desgraciada’ mi infancia y mi adolescencia. Ir a la escuela sin mi papá, y que me preguntaran por él, era difícil.
A mi padre lo velaron en mi casa. Nosotros cuatro (los hijos) no estuvimos en el velorio ni en el entierro. Nos llevaron a la casa de unos amigos cerca de mi casa.
Mi madre se tuvo que poner a trabajar, y no estaba nunca en casa. Mi madre también tiene sus aspectos difíciles, porque ella fue hija única y fue muy consentida.
En todo ese período, la relación que logramos construir entre los hermanos fue muy importante. Siempre fuimos muy compañeros y unidos. Entre mi hermana A y yo, hay hasta el día de hoy, un vínculo muy especial. Somos muy unidas. Con mi otra hermana A, a pesar de que la quiero mucho, el vínculo es más difícil.
Yo hace mucho que no milito, pero quizás esta nueva y dolorosa circunstancia me hace volver a hacer algo.
Nosotros somos 4 hermanos:
Una hermana vive fuera del país. Está casada.
A: Otra hermana vive en el mismo terreno que yo. Tenemos cada una su casa. A ella le gusta mucho ocuparse del jardín. En los estudios quedó como bloqueada y no pudo terminar la secundaria.
P: Mi hermano, se fue a estudiar a la Unión Soviética medicina, pero finalmente estudió Educación Física. Hace poco se fue a vivir a Inglaterra con su esposa e hija.
A . Con mi trabajo pongo mi granito de arena para contribuir a mejorar a la sociedad. Es una de mis mayores alegrías y logros. Así como te digo que mi infancia y mi adolescencia fueron muy duras, hoy tengo dos alegrías enormes, la primera es mi hija C, con la que me llevo muy bien, y con la que estoy muy contenta. Es muy dulce, compañera, trabaja, estudia, hace terapia, y es muy bonita. Y mi segundo logro es mi trabajo.
Yo creo que todo eso que me tocó vivir, me dio mucha fuerza.
Yo no quiero SER VICTIMA.
A veces, me siento sapo de otro pozo.
Felipe Michelini, con quien he charlado. Me convenció de que hiciera terapia. Los dos teníamos en común: un padre asesinado y eso nos permitió charlar mucho .
Yo estoy divorciada hace tiempo ya .
Vivimos: A, P y yo en el mismo país. El país de exilio es un país precioso, pero la gente es muy difícil. Yo ahora no creo que me vaya a ningún lado. Estoy contenta de estar de vuelta aquí.
La que nunca se fue del Uruguay es mi madre.
“Me han quedado olores, imágenes que aún hoy tantos años después no
me puedo quitar: el olor a uniformes militares húmedos.”
——————
W. tenía 16 años, era trabajador, estudiante y poeta que reclamaba
con su crayola “Consulta Popular” cuando lo mataron por la espalda. Ese
intento de pintada terminó hecha una mancha de sangre. No tuvo derecho
a un juicio justo y a una defensa. Y hasta hoy se sabe muy poco de
quien lo mató y cómo fue todo.
Nació en un hogar muy humilde. Ayudaba a su papá a vender diarios
haciendo el reparto por todo su barrio. Por lo que vivía y escuchaba en su
casa, se hizo muy sensible a las vivencias de los más pobres. Estudiaba en
la Universidad de la calle, como dijera Gorki. Sus padres que ya fallecieron
nunca pudieron juntar las fuerzas para hacer la denuncia. Y sintieron
siempre un dolor infinito.
Poema de W (1967-1973)
Todavía quedan niños tragando basura
Muchachas vendiendo sus cuerpos
Jóvenes de futuro vencido
Hombres con trabajo forzado.
Todavía quedan combatientes de conciencia clara
Jóvenes destellando en rebeldía
Modestos héroes trabajando
Haciendo esfuerzos para templar el hombre nuevo.
Por eso todavía quedan esperanzas, esperando
Que todo cambie, luchando
Rompiendo el muro imperialista
Para ser humanos definitivamente
——————
La tarde del 14 de abril del 1972 fueron asesinados, en su casa, L y su
esposa I, El operativo fue dirigido por las fuerzas conjuntas.
“Cuando mataron a mis padres, fue como si ocurriese un tsunami y aún
hoy no hemos terminado de recomponernos. El vínculo entre mis hermanos
y yo quedó totalmente lastimado, herido, sangrando. Y todavía sangramos.
Ahora mi hijo tiene cáncer.”
——————
“A mi hermano M. lo mataron en Buenos Aires. Pero creo que su asesinato
terminó de romper la familia, que ya había sufrido por otros motivos, demasiados
encuentros con la muerte.” Tenía 21 años cuando lo mataron de
20 balazos. En Buenos Aires, se casó con una mujer que resultó ser policía
y fue quien lo denunció para que lo maten. Él se había ido para salvarse,
porque lo venían persiguiendo mucho. Trabajaba como zapatero. La hermana
que tuvo que ir a Buenos Aires a reconocer el cuerpo, se sintió tan
mal que no pudo reconocerlo y le mostraron fotos para que lo hiciera de
ese modo. (Blixen, 2012)
——————
“En estas cosas andábamos los que queríamos cambiar el mundo, para
que el hombre no fuera lobo del hombre, para que el socialismo, al decir de
Marx, fuera un asalto al cielo, y que hubiera pan, rosas para todos. En eso
andaba E., con esas aspiraciones en el alma andaba años después, cuando
lo capturaron en un cruce de calle. Le dieron por izquierdista y por judío (que
en la izquierda éramos un lote), y se la bancó, porque eran más fuerte las
convicciones y la dignidad que las picanas, los tachos, el caballete, los plantones.”
(Rosencof. 2011) Esta detención ocurrió el 29/10/75. Desde ese día
nunca volvió.
“La desaparición de mi padre significó un trastocamiento de todas las
perspectivas. La expectativa y la esperanza, el principio de realidad. Esto puede
durar toda la vida. La duda sobre qué le pasó, cómo fueron sus últimos
momentos, pensábamos que podría saberse cuando cayera la dictadura,
pero hasta el día de hoy es muy poco lo que hemos podido saber.
Estos acontecimientos pueden desestructurar y/o destruir a la familia. En
nuestro caso, se mantenía el rol de pater, sin angustias económicas. Pero yo
viví un trastocamiento de las expectativas de vida. En cada uno de nosotros
tuvo efectos diferentes. Según la edad de cada uno. Se trasmitió un miedo a
través de la familia. Se produjo un conflicto porque no podíamos atar cabos
sueltos. Un vacío de resolución de los conflictos con el padre. Mi hermano
mayor se fue a Europa a estudiar. Mi hermana menor fue la que sufrió más,
para ella fue un drama estrepitoso, se quedó sin padre, y los demás tendimos
a sobreprotegerla. Tuvo problemas psíquicos. Ella construyó la imagen de mi
padre por tres o cuatro hechos: amor-odio hacia mi padre, lo responsabilizó
por su drama. Entró en conflicto con el resto de la familia. Se sentía una
víctima. Mi hermano no se sintió así. Lo resolvió por los ideales (eso también
ocurrió con mi madre). En el caso mío, yo fui el más cercano a mi padre. Pasaba
mucho tiempo con él. Somos muy parecidos físicamente. Mi madre es
muy sensible, para ella fue catastrófico. Finalmente, nos fuimos todos ya que
la persecución fue sobre todos. Cada quien en mi familia se salvó a su manera.
Yo tenía una propensión a la autonomía. Mis amigos sustituyeron a la
familia, y además las novias. Me protegían, me mimaban. ¿Cómo hacés para
construir una narrativa de lo ocurrido? Construís una inteligencia crítica,
odio, resentimiento. Yo amo la vida. Este es un duelo que no termina…”
——————
Mi padre tenía 33 años, era artesano, cuando fue detenido y desapareció
el 14 de septiembre de 1973 en Santiago de Chile. Fue detenido por
militares que allanaron la pensión donde vivía. Tras su detención, nada
más se supo de él. La dictadura chilena negó constantemente su detención,
ocultando su paradero. Fue uno de los miles de desaparecidos de
América; fue uno más de los cientos de uruguayos detenidos-desaparecidos;
de aquellos que fruto de la coordinación represiva desaparecieron
en Uruguay, Argentina, Paraguay y en Chile.
Con el fin de la dictadura, en Chile comenzaron las investigaciones
de las numerosas violaciones a los derechos humanos cometidas bajo la
dictadura de Pinochet.
Los familiares de A., con el apoyo de Madres y Familiares de Uruguayos
Detenidos-Desaparecidos (FEDEFAM-Uruguay) y la Agrupación de
Familiares de Detenidos-Desaparecidos (FEDEFAM-Chile), realizaron gestiones
a efectos de que se pudiera concluir las investigaciones sobre A.
Finalmente, en noviembre de 1994, tras las exhumaciones realizadas
en un cementerio clandestino de Santiago (ubicado en el Cementerio
General de esa ciudad), conocido como “Patio 29”, así como en virtud de
los estudios realizados por antropólogos forenses, se estableció que los
restos de uno de los esqueletos encontrados en ese lugar eran los de A.
Los técnicos intervinientes en Chile no consideraron necesario realizar el
análisis del ADN. Argumentaron que era demasiado costoso. Por lo que la
identidad de A. se estableció sin este estudio.
El día sábado 7 de diciembre de 1994 sus restos llegaron a nuestro
país y el jueves 22 de diciembre se velaron y se en enterraron en Montevideo.
En el momento del entierro, las hijas leyeron estas palabras:
Nosotras, las hijas de A., queremos hoy transmitir, en la medida de lo
posible, todo aquello que hemos vivido durante veintiún años, en los cuales
convivimos con la búsqueda de su identidad y, junto con ella, también la
nuestra.
No logramos crecer sin su diaria presencia, no pudimos aprender a resignarnos
a su pérdida, no aprendimos a colmar su vacío. Sí aprendimos con
mucho dolor el significado del término “detenido-desaparecido”. El tiempo
y los acontecimientos históricos fueron los encargados de revelarnos la inmensidad
de su alcance y la imperiosa necesidad de recobrar su dignidad
humana.
Cuando viajamos a buscarlo, no sabíamos realmente a cuánto dolor y
barbarie nos enfrentaríamos. Llevábamos en nuestras manos el reconocimiento
de nuestro padre, por parte del Gobierno Chileno, como víctima de
violación a los derechos humanos; reconocimiento que por sí solo resultaba
suficiente.
l silencio que lo rodeaba, durante casi todas nuestras vidas desapareció,
dando lugar al esclarecimiento de los hechos ocurridos en septiembre
de 1973. Las interrogantes cómo, cuándo, y dónde se despejaron. Aún hoy
restan interrogantes y, la única vía reparadora de tanto dolor sólo puede conducir
a la determinación cierta de sus responsables directos.
También, nuestra presencia en Chile nos permitió ser testigos directos
de la brutal dimensión que alcanzó el terrorismo de Estado en ese país; y nos
permitió comprender de qué forma nuestra historia individual se entrelazaba
con otras no menos terribles.
Nos sentimos testigos válidos para transmitir cuánto hemos vivido y presenciado,
porque la desaparición forzada de un familiar es una problemática
que permanece vigente en quien se ha visto privado de su ser querido por
toda su vida; y también continuará vigente en tanto existan situaciones de
desaparición forzada que no alcancen una reparación integral; y también
porque hoy por hoy la práctica de la desaparición forzada continúa siendo
utilizada y tolerada en muchos países.
Vaya nuestro profundo agradecimiento a quienes nos apoyaron en nuestra
búsqueda, las Asociaciones d de Familiares de Detenidos-Desaparecidos
de Uruguay y Chile, quienes a través de su entrega en incansable lucha hicieron
posible que recuperáramos la identidad y dignidad de nuestro padre,
reencontrándolo con sus raíces.
Sentimos que nada ha culminado; creemos que el esclarecimiento de
hechos como los que nos ha tocado vivir, permitirán prevenir –por su difusión
así como por el grado de sensibilidad social que se obtenga– que no vuelvan
a repetirse; y en ello, asumimos el compromiso en la construcción de una sociedad
más humana. Y. y B.
Montevideo, 19 de diciembre de 1994
Pero los huesitos que nos mandaron no eran de él. Los enviamos de regreso
y hasta el día de hoy no hemos sabido nada ni recibido nada.
Nuevos estudios evidenciaron errores en el trabajo forense que entonces
hizo el Servicio Médico Legal chileno. En el año 2006 surge la duda
sobre cerca de cien casos de restos de detenidos-desaparecidos sobre los
que no se aplicó el estudio de ADN, por lo que muchos de éstos no eran
las personas que en un principio se estableció que eran. Entre éstos, están
los restos de A.
Su hermano Y escribió: “A. ante todo era un luchador incansable, olvidándose
incluso de sí mismo. Nunca tuvo nada de valor material, sólo le
importaba su lucha y el bienestar de todo aquel que lo mereciera… Acompañó
mucha marchas cañeras con sus ‘peludos’. Un día volvió descalzo y sin
el gabán nuevo que mamá le había comprado –el tal rezongo que se ligó de
la Vieja– y el le contestó ‘ se lo puse arriba al cañero que estaba mojado y con
frío’”.
Esta es otra historia terrible. Dos veces desaparecido. El equipo técnico
que un día estableció que era A. y no lo era, fueron absolutamente
irresponsables. No tuvieron en cuenta la gravedad de lo que estaban haciendo
o lo que creo más posible, mostraron estar comprometidos con la
dictadura Chilena.
——————
“La espiritualidad maya es profunda. La primera regla es estar en paz
con los difuntos, y para eso hay que trabajar mucho en lo interior. Tu calidad
mental, espiritual, junto a saber que uno debe ser feliz con poco. Porque los
rencores, los odios, es la propia inconformidad del ser humano. Querer reparar
los hechos. Yo juré no callarme frente a la tortura, la desaparición forzada,
la barbarie. Entonces estuve detrás de la denuncia pública, de hablar públicamente,
de buscar los medios de comunicación, de decir mi verdad. Muy
consciente de que la verdad mía no es sólo mía, es la verdad de otros. Entonces
esa misión social con que yo asumí la barbarie que le pasó a mi familia:
mi hermano Patrocinio, que hasta ahora no encuentro sus restos; mi hermano
Víctor, que sé que fue fusilado en público pero hasta ahora no encuentro
sus restos; de mi madre que fue secuestrada, torturada, humillada, yo nunca
podría pensar que esa humillación aguantaría yo. Y por lo tanto, tengo que
estar indignada frente a eso. O sea, la indignación, la impotencia, la poca
capacidad de resolver las cosas me hizo a mí ir a los organismos mundiales, a
los medios, sobre todo los medios mexicanos me dieron la gran oportunidad
de trascender junto con mi gente, con la historia de Guatemala.” (Rigoberta
Menchú, Página 12, 16/09/13)
——————
El hijo mayor de la familia P. fue herido y luego detenido. Tenía 29
años. En esas condiciones, parapléjico a causa de las heridas ocasionadas
en el momento de la detención, fue internado en el Hospital Militar donde
se lo dejó morir sin recibir la asistencia que necesitaba. Estuvo internado
10 meses. El último mes estuvo completamente aislado, acompañado
por la madre, la suegra y el hermano que se turnaban para estar con él
as 24hs. No les permitían alcanzarle un vaso de agua ni absolutamente
nada. Tenía vigilancia de las fuerzas conjuntas las 24hs. Estaba casado y
tenía un hijito pequeño. Siempre encaró su situación con mucha fuerza.
Hasta cierto momento escribía cartas, hasta que no pudo más. Sus últimas
líneas fueron: “Me han hecho lo que nunca merecí”.
Un hermano, intentando llegar al lugar en el que nos íbamos a reunir
para conversar sobre todo esto, chocó con un contenedor de basura y
rompió el parabrisas de su auto. Luego me contó lo que había soñado
ese día: “estaba en la casa de una persona que me había traicionado y me
había invitado a almorzar.” Sin duda, hablar de su hermano sigue siendo
muy doloroso y aparecen también los aspectos de rabia, de todo lo oscuro
que rodea esta muerte, y todo lo que vivieron, lo persecutorio”. Me
cuenta otro sueño: “quería jugar al fútbol con mi hijo (que tiene hoy 37 años)
y se me caía de un edificio. Las asociaciones están ahí. A su hermano no lo
pudo salvar ni siquiera hacerle los últimos días más livianos.
R. era el mayor de diez hermanos. Hemos estado muy solos tratando de
que se haga justicia. La justicia no está. R. es un tema permanente entre nosotros.
Era como el Che. Desde chico era un fiel reflejo de él. Estaba siempre
muy pendiente de hacer cosas para otros niños, adolescentes del barrio y tenía
cierto contacto con la Iglesia Católica.
Hubo momentos en que los militares intentaron que R les diera datos
bajo tortura, a lo que él siempre contestó:” A Uds los va a despeinar la historia”
y por eso lo castigaron con esa muerte sin atención. Lo que al mismo
tiempo hizo que él creciera para sus hermanos. Nos dejaban visitarlo
una vez por semana, pero en calidad de militarizados, lo que significa que no
podíamos hacer nada. No podíamos alcanzarle algo o atenderlo de algún
modo. Otra forma de la tortura, pero para toda la familia. Dejarlo morir de
esa manera era propositivo ya que los militares lo acusaban de haber sido el
asesino de un militar de alto rango.
Todo esto que vivimos con R. nos unió mucho, siempre nos sentimos muy
solos, y no encontramos a alguien que hiciese algo con el agravante de que
la justicia laudara que R. había muerto ya en democracia y que por lo tanto
nadie tenía responsabilidad, particularmente los militares. El dolor los viene
acompañando hace más de cuarenta años, sin encontrar oídos dispuestos
a escuchar, a atender y a hacer lo que corresponde. El hermano dice,
cada día tengo más rabia por la justicia que sigue sin estar.
Probablemente la forma en qué fue dejado morir: solo, solo, sin asistencia
en un hospital, parapléjico reforzó la imagen de héroe.
Hay mucha desconfianza y cuestionamiento a los miembros de la
organización política a la que perteneció R. ya que hasta ahora, no han
acompañado de ningún modo los movimientos de los familiares para lograr
la Verdad y por lo tanto la Justicia, y de este modo los responsables
paguen por lo hecho.
Hace pocos días hablamos con el abogado defensor y nos dijo que “no
había nada que hacer”. Y nosotros, los hermanos decidimos hacer una denuncia
de la suprema Corte por sus últimas resoluciones y plantear el caso
ante la Comisión Interamericana de DDHH.
Nuestro país se viene convirtiendo en un país hipócrita que convive con
distintas impunidades. A Artigas le dimos la espalda, se mató a los charrúas,
en la guerra de 1904, se degolló a muchos de los que lucharon, así como se
usó a niños como soldados, participamos en la Guerra del Chaco, tomando
parte de los que cometieron la masacre del pueblo paraguayo., y por último
la dictadura. Todas distintas formas de masacres nunca asumidas como sociedad.
En esta familia el dolor por la muerte y el modo en que murió R ha
dejado muchas heridas, dolores, la necesidad de establecer responsabilidades,
culpabilidades. El dolor a veces es demasiado para cargar: cuatro
hermanos que sufrieron directamente el terrorismo de estado: dos hermanos
muertos, por la tortura y otros dos hermanos que estuvieron presos
muchos años. Otros que estuvieron exiliados. Es una familia demasiado
herida. La familia ha quedado dividida por todo lo vivido y sufrido.
Este hermano a quien entrevisté, una vez que falleció R., tuvo que
salir al exilio por más de diez años, como también otros hermanos. Había
datos de la militancia de R. como de otros hermanos que no conocíamos,
por la propia forma de la organización política. Mis dos padres estaban vivos
cuando R falleció. Mi padre lo vino a buscar al hospital. Y lo llevamos a
la ciudad donde vivíamos. No habíamos pensado nunca que todo eso iba a
pasar.
La compañera estaba detenida cuando él falleció. Ella pudo verlo varias
veces y se enteró inmediatamente de que estaba muy mal y que había
fallecido. Luego desde la cárcel, salió directamente al exilio con su hijo.
Con él que no había convivido prácticamente, porque cayó presa y antes
porque habían decidido con R. que estuviese con la abuela para protegerlo.
Estuvo exiliada diez años. Tenía 22 años cuando falleció R, quien
tenía 29 años. El hijo siente que a él le quedó un agujero de esos primeros
años, porque no estuvo con sus padres. A su padre no lo conoció. Y con su
madre no vivió esos primeros años. Al hermano de la compañera de R lo
mataron dos años después que a R.
La compañera de R dice “Hay un sueño que he tenido muchas veces: es
como que tengo una hemorragia, como si tuviese un parto, como si naciera
un bebé o saliera un corazón”.
N, otro hermano de R, tenía 12 años cuando R fue apresado, internado
y asesinado. R. me llevaba a la escuela en la moto. Era muy alegre,
siempre se estaba riendo. Era muy querido por todos, pensaran lo que pensaran.
Cuando estaba internado sólo pude ir una vez, porque era chico. Se lo
llevaron de casa. Después que murió me decían que yo era muy parecido a él.
Yo por momentos me he sentido un sobreviviente. Y cuando el juicio terminó
en nada, al contrario fue en contra de él, yo me enfermé. Tuve un cáncer en
la médula. Me operaron. R. siempre está presente, es un pensamiento permanente.
La familia ha quedado partida, muy lastimada. Los hermanos mayores
son los que se han hecho cargo de las denuncias penales, y de todo lo que
tiene que ver con lo judicial. Los menores son los que quedaron peor, más por
fuera de la militancia y de todo lo que vivieron los mayores. Pero todos sufrieron
mucho. El velatorio de R. se hizo en la ciudad en la que vivimos siempre.
Los que fueron, los persiguieron de distintos modos. Se llevaron el libro donde
los asistentes firman su asistencia, para perseguirlos. A nosotros también,
por cualquier cosa nos llevaban a la Comisaría. Fue muy difícil todo eso que
vivimos en el interior, donde es como otro mundo comparado con Montevideo.
Yo llegó un momento en que tuve necesidad de salir de allí, me faltaba
aire. Uno de los hermanos que estuvo preso, cuando salió me pagó el viaje, y
él salió del Uruguay. La primera vez que mandó el dinero, lo tuvimos que usar
en pagar alquileres y deudas varias. La situación económica de la familia era
muy difícil. El 1972 fue un año terrible para nosotros como familia. Mis hermanos
menores no pudieron estudiar y han tenido mayores dificultades en
todo. Son los más dependientes de mi madre, que en su silencio fue siempre
muy activa y generosa. Hubo momentos en que parecía que ella hacía más
que mi padre, cuando lo más seguro es que cada uno hizo todo lo que pudo.
Luego ir a visitar a mis hermanos a la siniestra cárcel de Libertad, era
muy duro. Nos revisaban y te toqueteaban mucho. Era muy feo.
Con el hijo de R. lamentablemente no tenemos mucho vínculo. Por donde
ha habido más vínculo es por la música, ya que el es un excelente músico,
y en la familia todos somos músicos.
Yo creo que él ha sido muy importante para todos. A mí me hizo muy
solidario con los más vulnerables. Siempre para ejercer mi profesión elijo los
lugares más difíciles. Eso me hace sentir bien.
——————
R. “A mi abuelo se lo llevaron de la casa y nunca regresó. Robaron, revolvieron
todo, pero él nunca más volvió. Mi padre tenía 14 años cuando se
llevaron a mi abuelo. Yo tenía una historia vacía. De a poquito empecé a preguntar
y empecé a construir una historia. Les preguntaba a mi padre, a mi tía
y a los profesores del liceo, especialmente una profesora de 6to de liceo, que
daba muy buenas clases de historia y nos contó muchas cosas de ese período
de la dictadura. A mi abuelo se lo llevaron en 1975.
Mi padre me contaba cómo era vivir en ese período, que lo obligaban a
usar el pelo corto, que no podían hacer reuniones, que él iba a las marchas.
Al no estar mi abuelo la situación económica se complicó, y tuvieron que dejar
de pagar la cuota de la casa. Mi abuela con mi padre y mis tíos siguieron
trabajando una fábrica de cepillos que tenían. Luego cada quien siguió su
camino. Mi padre como era el mayor pasó a ser como el padre, el hombre de
la casa con 14 años. Ellos entre todos se ayudaron.
A mi abuelo, primero lo buscaron en cuarteles, hicieron la denuncia penal,
pidieron el habeas corpus, pero no consiguieron nada. A través de la esposa
de J. Carter lograron que fuera reconocido como desaparecido en 1981.
Y también que se estableciera que se lo habían llevado los militares. La Corte
Suprema de Justicia lo incluyó en la ley de ‘impunidad’ de caducidad de la
pretensión punitiva del Estado, por lo que no se pudo hacer mucho. Más bien
nada. Mi padre sufrió mucho, y sintió mucha decepción con la organización
política de mi abuelo y también en 1989 cuando ganó el voto amarillo, que
también dio su apoyo a la ley de caducidad-impunidad. También en la familia
sentimos mucha decepción con que no se lograran los votos para que
saliera la papeleta rosada en 2008 contra la ley de caducidad-impunidad.
Mi tía milita en la organización de familiares de desaparecidos.
Mi abuelo era bravo. Él y mi abuela militaban.
La impunidad me genera bronca, impotencia. Mi padre nunca lo superó.
Está muy desilusionado con la organización política. Marcó a toda la familia.
Mi abuelo siempre está presente
Mi padre no le contó que había pasado con mi abuelo a mi madre. Hoy
mi abuelo forma parte del ‘colectivo’ de los desaparecidos.
——————
Una historia particular
En el contexto de estas historias surge la pregunta: de por qué no se
hizo algo para que pudiese haber algún otro final para estar historias tan
duras.
En este sentido, quiero incluir una historia latinoamericana, argentina.
Es la historia de Yves y Cristina, dos desaparecidos que gracias a la acción
de un pueblito argentino de 2500 habitantes de Santa Fe, Melincué, pudieron
continuar sus historias. Este pueblo hizo todo, para que estos dos
NN, estos dos cuerpos sin nombre por 34 años, dejasen de serlo. Mientras
lo fueron, les llevaron flores y los cuidaron. Un agricultor recogió los cuerpos,
un sepulturero les dio sepultura en el cementerio, el funcionario del
juzgado inició un expediente, que luego cuidó para que no se perdiera y
ya en democracia, una profesora con sus alumnos en la Escuela de Melincué
investigaron y juntaron todos los datos que había y los entregaron a
organismos de DDHH para que hiciesen la investigación pertinente hasta
que el Equipo de Antropología Forense los identificó. Los devolvieron a
la historia. Este ramillete de seres humanos impidieron que la dictadura
lograse en estos dos casos, sus objetivos siniestros.
Así podemos pensar que los vecinos que llevaron claveles rojos a la
Sec. Veinte del P Comunista intentaban lo mismo así como el médico forense
que actuó en el caso de Roberto Gomensoro, que guardó su cráneo,
hizo posible identificarlo.
Dice su hermano E: La palabra “desaparición” define muy bien lo que nos
tocó vivir con Yves porque él simplemente un día “dejó de estar”. No vivimos,
como otros, un secuestro con testigos, no fue arrancado delante de su familia,
de compañeros de trabajo, en un lugar público y transitado. Sólo él y yo
mismo vivíamos por entonces en la Argentina en aquel septiembre del 76,
mis padres y hermanos habían regresado a Francia en octubre del 74. El 20
de septiembre Yves me mandó una carta desde Rosario donde viajaba por
actividades de la militancia, anticipándome su regreso a Buenos Aires, donde
vivíamos ambos aunque separados. Y ese viaje nunca se concretó. Esperé y
esperé y nunca más tuve noticias suyas. Después de un tiempo prudencial,
puse en funcionamiento lo que él mismo me había indicado en caso de ausencia
prolongada: hacer la denuncia en la embajada de Francia. Este vacío
de información duró 34 años, durante los cuales vivimos las distintas etapas
que son un común denominador de todos los familiares de detenidos-desaparecidos:
la angustia, la espera, la esperanza, la desesperanza, el tiempo
que pasa sin novedades, las pistas falsas, las denuncias, los primeros testimonios
de sobrevivientes de campos con su bagaje de horrores, la certeza de
que nunca volverá, la muerte que no logra ser duelo, más denuncias, el deseo
de recuperar los restos, el privilegio (en nuestro caso) de poder cerrar una parte
importante de esta historia con la identificación de sus huesos.
No es que estábamos todos de acuerdo en lo ideológico, sino que en la
familia había una unidad de principios éticos. Desde que E supo lo que hizo
el pueblo de Melincué, consideró que es fundamental incentivar el trabajo de
los antropólogos forenses, así como de los organismos de DDHH. Por amor a
la vida. La búsqueda y el hallazgo de Y nos acercaron a todos los hermanos,
a toda la familia. Las dos historias se volvieron una: dos nombres sin cuerpos,
dos cuerpos sin nombres. Finalmente los huesos desnudos acusaron a quienes
quisieron ocultarse.
Y. no quiso seguir a mis padres y se metió en la política contrariando a
mis padres y en un camino absolutamente personal. Las despedidas en el
puerto de los distintos miembros de la familia, con Y. fueron desgarradores,
es como si hubieran sabido qué iba a pasar. Como si fueran conscientes de
que era la última vez que se veían vivos. El nos escribió una carta a todos,
pidiéndonos que nos quisiéramos mucho y cuidásemos la unidad familiar.
Era una carta de despedida.
Dice su hermano: Y. y yo fuimos muy unidos desde niños compartiendo
habitación, juegos, campamentos, fútbol. Cuando el pasa a una militancia
política más fuerte, yo tenía que esperar que él me llamara y ya teníamos
nuestro lugar de encuentro. Cada encuentro, sentía que quizás era el último.
Y un día así fue, no volvió, mi ida al lugar de encuentros, fue como una despedida.
Sin su ala protectora de hermano mayor, sentía que tenía que hacerme
fuerte, y no defraudar su confianza. Me prometí y le prometí hacer todo lo posible
para que se enteraran de lo bueno que siempre fue. Le avisé a la familia
en Francia lo que había ocurrido. Y tengo que decir que el gobierno francés
(en ese período) no colaboró con nosotros. Luego cambió su política.
E sentía que iba dejando jirones de recuerdos y pertenencias, ya que él
también tenía que cuidarse. La solidaridad que me rodeó fue gigantesca y
actuó como un factor de contención en momentos tan difíciles.
Descubrí que el ácido desoxirribonucleico que seguramente hoy es abominado
por los represores de los tiempos modernos, les asesta un garrotazo
inesperado a quienes nunca pensaron tener que rendir cuentas por los
crímenes que imaginaron perfectos por la crueldad adicional de ocultar el
cadáver, de anular toda posibilidad de identificación, de ‘desaparecer’ las
pruebas. Revela verdades ocultadas, acusa, condena, logra torcerle el brazo
a la desaparición. Cuando alguien deja de ser un desaparecido pasa a ser un
ejecutado (un ejemplo nuestro: cuando aparecen los restos de Julio Castro,
pasa a ser un ejecutado y deja en evidencia lo que vivió en sus últimos días).
Pasa a ser una acusación concreta, palpable.
Dice E: la genética me volvió a reunir con mi hermano. Nos reencontramos
mutuamente. Esas seis gotitas de sangre que entregué más por deber
que por esperanza, me permitió reencontrarme con mi hermano. Es imposible
estar preparado para semejante noticia. Deseé ese momento de día y de
noche durante décadas. Sin embargo, esas pocas palabras me desarmaron,
electrificaron el aire, se secó mi boca, me produjo vértigos. El informe antropológico
forense era categórico, irrefutable, la compatibilidad era de un sorprendente
99,99999999997%. Encontraron a Y. El tiempo se congela, el aire
no entra. Esperamos 34 años. Mi madre dice por primera vez: no está en el
fondo del río. Mi padre esperaba que un día se abriese la puerta y apareciera
Y. Cada quien a su modo lo mantuvo vivo. E. le escribió un poema con el que
lo arropó por siempre. “Te arropo con seis gotas de mi sangre para que tus
huesos y mi plasma se fundan en un mismo e irrefutable ADN.
Y creo que lo más valioso aún es esta estrofa: Juntos partamos en busca
de más huesos desnudos, que quedan tantos por hallar.
——————
Reflexiones finales
El asesinato de un miembro de una familia, acuchilla a la trama familiar,
los vínculos intergeneracionales. El peso de la impunidad es demoledor.
En las familias se produce un corte abrupto en el proceso vital
de ese grupo humano. Es un duelo que no termina. Sienten la necesidad
imperiosa de decir esa verdad. Sienten indignación, impotencia, rabia, vivencian
la realidad de la falta de la Justicia que es hasta el día de hoy es
el gran ausente, así como no hay una narración inclusiva desde lo sociopolítico.
En algunas familias, nos encontramos con trozos de vidas que buscan,
tantos años después, algún modo positivo de la vida.
Es una realidad que rompe el interno de la familia, a los hijos, a veces
también a la pareja, sin que el camino que eligió el asesinado político
haya sido una elección de toda la familia.
Las familias podían compartir aquellas ideas y/o vivencias por las
que estos conciudadanos fueron asesinados políticos, pero no siempre.
¿Cómo se hace entonces con eso con lo que hoy nadie no quiere saber
ni recordar? ¿Esto no sería una explicación de por qué estas historias se
han ido enterrando en este régimen de impunidad? Y por otro lado, los
asesinados no ocupan el primer lugar en el ‘sufrionómetro’.
¿Cómo se hace para transmitirle a los hijos, a otros, ideas que pueden
no ser compartidas por los que podían escuchar, cuando ya no están
aquellos que las pensaban y por las que dieron sus vidas? Al haber sido
asesinados políticos, estas familias se quedaron sin padre (casi siempre
varones), con todo lo que eso significa: falta de dinero, de presencia masculina
en casa, de protección. ¿Quién les explica a los otros miembros
de la familia, las razones por las que se dio la vida? Cuánto enojo puede
haber quedado hacia los que los mataron, y también hacia el propio padre
que no priorizó a sus hijos. A los hijos seguramente se les hizo muy
difícil comprender las razones de los padres que no pudieron explicarles
su elección de vida-muerte. Vacíos y silencios que nadie puede llenar. Al
mismo tiempo, se instaló en estas familias un miedo, una impotencia, una
rabia, un terror que en algunas aún no han terminado de superar.
Pero para todos queda pendiente nada menos que la Verdad y la Justicia.
Es difícil escuchar el sufrimiento de cada uno, ya que al mismo tiempo
vamos leyendo la violencia de la historia. Sin duda, lo que vivieron
todas estas personas desarticuló los vínculos y las pertenencias.
R. Kaës dice “mientras no hay soporte psíquico –individual o colectivo–
para elaborar singular y colectivamente la violencia del horror, éste circula
ciega y empecinadamente en circuitos repetitivos, que reconducen a la violencia
original”.
Creo que las palabras de los familiares expresan con toda la fuerza
lo que les ha tocado vivir desde el momento en que un familiar dejó de
estar vivo con ellos. Pero no dejó de estar, sino como dice M.Viñar se convirtió
en alguien hiperpresente, y marcó la vida de esas tramas familiares,
a nuestra sociedad, a la que pertenecen todos ellos y todos nosotros.
En la sociedad ha prevalecido la denostación de lo diferente. El diálogo
ha sido difícil o imposible. Lo que hace volver los efectos de dividir
a la sociedad, romper la trama social, que hizo la dictadura. Alrededor de
todas estas situaciones hay silencio e indiferencia, y no han sido inscriptos
colectivamente. Parecería que como sociedad, dijéramos: “dejemos a
los sufrientes sufrir en su aislamiento”.
Pero la memoria desde el sufrimiento dice “NO AL OLVIDO”.
“Es una crónica lacerante de algunos seres humanos que vieron su destino
trastocado por el huracán de la historia.” (Viñar, 1993).
En nuestro país, tenemos muchas vidas que aún no han logrado el
respeto y el valor que como tales se merecían y se merecen: los pobres,
los presos, los torturados, los desaparecidos, los muertos, los exiliados, los
asesinados políticos, etc.
Esta situación nos compromete a todos/as. A cada quien se le debe
asegurar todo el cuidado que cada uno necesita. Como sociedad, es necesario
ocuparnos de esas ‘vidas’ que no fueron protegidas.
Los poemas, los libros escritos por nuestros prisioneros políticos, en
las cárceles de la dictadura, son símbolos, de un aguante abismal, como
los poemas de los prisioneros de las prisiones políticas del mundo. Las palabras
dichas, y si están escritas dejan una marca como las dejadas en las
piedras de los campos de concentración, “yo, fulanita de tal, estuve aquí”,
una huella, un signo, que abre un camino… Esas palabras sobreviven a
los sojuzgados, para contar de lo sufrido. Cada palabra está destinada
a otro. Es una búsqueda de romper las cadenas precarias de la soledad,
trascender nuestro precario cuerpo y tocar a alguien en su sensibilidad.
Tendríamos que buscar, co-generar con ellos, con toda la creatividad
y respeto hacia cada uno la forma de cuidar lo humano en ellos y en nosotros.
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He publicado en las siguientes revistas: Tramas de AUPCB, en Montevideo; Relaciones, en Montevideo; la
Revista de AUDEPP, Montevideo; en la Revista Sistemas Familiares en Buenos Aires, en la Revista de Terapia
Familiar de México, en la Revista de Terapia Familiar de Australia y Nueva Zelanda. En las Revistas Topía y
Campo Grupal de Buenos Aires. En la Revista de trabajo Social regional en Montevideo, en la Publicación de la
Coordinadora de Psicólogos.
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Inédito.