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El 2000 llega con pocas certezas y muchas expectativas

 

Llegamos nosotros al 2000 sin justicia para los miles de secuestrados y desaparecidos; con una verdad firme y segura aunque parcial: la que hemos podido construir los familiares de las víctimas de la dictadura, para identificar –sobre un total aproximado de 30.000 víctimas del terrorismo de Estado– a unos pocos desaparecidos. Esto lo logramos, conviene subrayarlo, sin la ayuda de los gobiernos de turno ni de las instituciones armadas.
Entre las certezas, contabilizamos el siempre renovado reclamo de verdad y justicia sobre el destino de todos y cada uno de los desaparecidos; un reclamo que atravesará la barrera del nuevo siglo tal y como se instaló hace más de veinte años. Esta certeza se inscribe en la convicción de que nuestros hijos desaparecieron para que este sistema perdurara, según se lo padeció en los últimos años y tal como continuará existiendo; de ahí la imposibilidad de justicia: no puede ser justo un sistema que prohijó el secuestro y desaparición de personas como política represiva estatal.
Entre las certezas también se inscribe el esfuerzo cotidiano, construido día a día, de estar presente al lado de quienes levantaron las mismas reivindicaciones –que son las nuestras– por las que nuestros hijos fueron desaparecidos, y que aún siguen pendientes: una sociedad más justa, donde haya trabajo para todos y donde reclamar por los derechos que garantizan –al menos en la letra– la legislación nacional e internacional, no sea una aventura peligrosa.
Entre las expectativas figura la de tener un nuevo gobierno que, aunque no significará cambios sustanciales en el acontecer nacional, sí requerirá alguna cosmética que rompa al menos en parte una situación nacional asfixiante, donde la pobreza y la falta de trabajo se erigen como problemas aparentemente insalvables.
Entre las expectativas también se inscribe la necesidad de observar cómo hará el sistema para transformar la policía del gatillo fácil, tan necesaria para el control social, en lo mismo pero diferente, para que no produzcan tanto rechazo las acciones como la masacre de Ramallo, por ejemplo, donde no parezca aunque lo sea, que el dinero –así lo marca este capitalismo neoliberal– es siempre más importante que la vida. Y cómo hace el sistema para mantener en el imaginario social, precisamente después de Ramallo, que los grupos GEO y/o HALCON, son especialistas en materia de seguridad y no lo que son: simples grupos de tareas (GT), émulos de los que actuaban durante el terrorismo de Estado. Eso sí, legales.
Todo este nos lleva a una reflexión: la Memoria es fundamental para no desmayar en la búsqueda de justicia y para alimentar la sluchas de las nuevas generaciones por un país a imagen y semejanza del soñado por nuestros desaparecidos: justo y solidario.

Nora de Cortiñas
Asociación Madres de Plaza de Mayo
Línea Fundadora
 

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Articulo publicado en
Abril / 2000