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De la interpretación en el arte

 

En la conferencia dictada en Buenos, en junio de 1994, realizada en el teatro Coliseo por U. Eco, llamada “UN AUTOR Y SUS INTERPRETES”, el escritor italiano, plantea algunas cuestiones importantes en cuanto a la interpretación de la obra de arte. Por ejemplo, que un artista no debe proporcionar interpretaciones de su propia obra.” Una obra es una máquina concebida para producir interpretaciones, y cuando la obra está ahí, al autor debe callar”. Un texto es un producto cuya suerte interpretativa debe formar parte de su propio mecanismo generativo. En este sentido la interpretación está íntimamente ligada a la tesis de que una teoría de la lectura es una teoría del texto. La lectura o interpretación es una confirmación de la textualidad y no su negación. De ahí que sea necesaria cierta cooperación interpretativa, que implica imbricar al lector como parte del mecanismo o de la estrategia del texto. Este mecanismo hace necesarios e interdependientes los rangos de la textualidad y estructura con los de infinitud y apertura. De ese modo una teoría de la interpretación es necesariamente una teoría del texto y no del individuo que desde fuera del mismo podría hacer (interpretar) cualquier cosa con él incluso negarlo. La obra de arte es una realidad compleja, y en la mayoría de los casos contradictoria, paradojal e inefable, en la medida en que se halla plagada de elementos no dichos que el proceso de lectura actualiza. Tales espacios en blanco no son un lugar de despliegue imaginativo o arbitrario. Pertenece a la naturaleza de la obra el ser un mecanismo reticente que ha previsto en su propia emisión la plusvalía de sentido que el destinatario introduce en él.
Por ello toda obra, todo texto artístico deberá prever lo que Eco llama un Lector Modelo capaz de cooperar en la actualización textual de la manera prevista por aquél y de moverse interpretativamente igual que se movió él generativamente. Esta estrategia de configuración de un Lector Modelo va desde la elección una lengua determinada y de un tipo de enciclopedia, un léxico y un género hasta el dominio general de una competencia que no solo presupone, sino también instituye y produce sentido. Una obra de arte no es siguiendo estos lineamientos, otra cosa que la estrategia que constituye el universo de sus interpretaciones legitimables. Una teoría de la lectura (de la interpretación) de la obra de arte, se convierte de este modo en un modelo de cooperación textual que presenta al enunciado como un artificio sintáctico-semántico-pragmático, cuya interpretación está prevista en la constitución del mismo. Este proceso cooperativo necesario a la interpretación, funciona como el movimiento del caballo en el ajedrez, y la lectura (la interpretación) no se desarrolla como un árbol, sino como un rizoma. Como vemos esta manera de ver la interpretación rompe la esfera dicotómica de texto versus lectura y/o de individual versus colectivo, al imaginar un lector modelo que participa de los dos lados de ambas dicotomías.
Este tipo de lector-interpretador que la obra no sólo prevé como colaborador, sino que trata de crear, transformándolo, en cierta medida, también en un hacedor. Ahora, ¿es justo que, leyendo un libro, viendo una película, contemplando un cuadro, use mi experiencia para concluir sobre la vida, sobre la muerte, sobre el paso, sobre el futuro? Aunque el libro, la película, el cuadro, ha sido creado para todos, no debo buscar allí hechos y sentimientos sólo míos. A propósito, se hace necesaria la pertinente aclaración, en este caso no estoy interpretando una obra de arte; estoy usándola. Esa es la diferencia entre interpretar y usar. No está prohibido usar un texto para soñar con los ojos abiertos; además es una actividad sana. Pero soñar no significa interpretar. En consecuencia, hay reglas de juego. El lector modelo es el que sabe jugar el jugo. De ahí que no se pueda interpretar cualquier cosa, aunque el discurso artístico sea por demás ambiguo.
Con los naipes puedo construir un castillo; los estoy usando. Pero si juego al truco debo seguir ciertas reglas, que no son las mismas que las del póquer.
En el caso del uso olvidamos las reglas del juego y anteponemos las expectativas de lectores empíricos a las expectativas del lector modelo. El artista, dispone de señales, indicios o sospechas para instruir al propio lector. Aunque estas señales sean ambiguas. Incluso en la interpretación ,el lector modelo puede encontrar algo que el autor no sabía que había puesto. Esto no invalida que las interpretaciones deban estar justificadas por la estrategia de la obra. La obra está ahí y produce su propio efecto. La regla fundamental para afrontar la interpretación de una obra de arte, es que el lector acepte tácitamente un pacto ficticio con el autor. Lo que Coleridge llamó “la suspensión de la incredulidad”, para en lugar de construir una hermenéutica, recuperar un erotismo del arte.

 

Héctor J. Freire
hector.freire [at] topia.com.ar

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Articulo publicado en
Julio / 2000