A los argentinos “civilización y barbarie” nos evoca el “Facundo”, ese decisivo libro de Domingo Faustino Sarmiento, que tanto nos influyó en nuestra adolescencia y juventud. Más aun a los de mi generación que vivimos, con escasos interregnos de racionalidad, inmersos en regímenes políticos e institucionales cambiantes, la mayoría autoritarios, arbitrarios y algunos hasta sanguinarios.
Civilización y barbarie son términos que denotan cualidades en las formas de las relaciones humanas en el nivel colectivo de la humanidad. A la primera le adjudicamos reconocimiento y consideración por el semejante, mientras que a la segunda la más amplia gama de desconocimiento y desconsideración.
1) ¿Cómo puede pensar, desde Freud, la civilización y la barbarie?
2) ¿Cómo de podría entender, en la clínica, la barbarie, dentro de la actual civilización?
3) ¿Cómo entendería el par civilización y barbarie dentro del movimiento psicoanalítico?
Samuel Arbiser
1) La relación entre el funcionamiento psíquico humano y los fenómenos sociales y culturales fue una preocupación constante en la teorización de Freud. Tal es así que la oposición entre la pulsión que pretende expresarse y los obstáculos sociales y culturales que lo impiden desde fuera o internalizados, constituye la hipótesis decisiva de su teoría de las neurosis. Más aun, pretende iluminar la génesis de la sociedad y la cultura aplicando el método de reconstrucción propio de la clínica psicoanalítica. Asumiendo sugestiones de Darwin y Atkinson propone un punto mítico de inflexión en el que se originaría la sociedad, la religión y la moral a partir del parricidio perpetrado por la “alianza fraterna”. De este modo, en cada Edipo individual se reproduce, en forma condensada, la historia primordial de la criatura humana. La cultura se construiría con los remanentes sublimados de las pulsiones sexuales inutilizables para la satisfacción directa.
Aunque, en la actualidad, estos aportes freudianos puedan juzgarse viciados de un evolucionismo lineal y pueda criticarse cierto reduccionismo psicologista, no puede negarse su coraje en abordar temas habitualmente estudiados por antropólogos y sociólogos. Para Freud, como consecuencia del parricidio se pasa de una estructura supuestamente precultural, “la horda”, sustentada en el poder de la fuerza del padre primordial a una estructura social de complejas reglas de distribución y selección – prohibiciones y permisos – en la administración de los objetos sexuales. A grandes rasgos, a partir del parricidio la voluntad del hombre poderoso debe ceder paso a una ley externa al mismo, a la cuál todos los hombres deben sujetarse: el tabú de incesto y la religión totémica. Aunque actualmente sea inconcebible algún período humano sin alguna forma de organización social y resulte difícil entender las formaciones culturales como una excrecencia desexualizada de la libido, la dialéctica entre el imperio de la fuerza y el imperio de la ley puede iluminar nuestra comprensión de las oscilaciones entre la civilización y la barbarie en que nos tiene acostumbrado el mundo en el que vivimos. Los millones de años en que habitamos el planeta no nos han permitido encontrar los sistemas para mitigar los horrores de la barbarie y hallar formas civilizadas aptas para la convivencia entre los seres humanos. Encarando la oposición entre derecho y violencia, Einstein y Freud (Porqué la guerra [1933]) discurren inteligentemente sobre esta temática.
2) La pregunta admite varias posibilidades de respuesta: una, en el sentido de la psicopatología, encaminada a equiparar algunos cuadros con lo que en sentido colectivo llamamos barbarie; dos, si en la práctica clínica pueden darse formas de relación anómalas entre paciente y analista que configuren algo asimilable a la barbarie. Todavía cabe preguntarse si el psicoanalista, desde su lugar de clínico, puede reconocer los factores individuales que hacen surgir la barbarie cuando las condiciones del contexto son propicias. Si convenimos a definir la barbarie como un fenómeno en el que está en juego un abuso – en cualquier dimensión - del poder, y civilización a una administración mesurada del mismo, despojada del interés propio inmediato, podríamos percatarnos cuán vulnerables somos los seres humanos para padecer el fenómeno, tanto en forma activa como pasiva.
Se enumerarán algunos factores que lo facilitan: la precariedad narcisista que mueve a aferrarse tenazmente a la más mínima cuota de poder para restablecer su equilibrio. La neutralización deficiente de las pulsiones sádicas o masoquistas responsables de la necesidad de ejercer o padecer la crueldad. En cambio, el reconocimiento y la consideración del prójimo y de la dimensión colectiva, así como la tolerancia a las diferencias pueden contarse como facilitadores de relaciones más civilizadas. Esto último puede vincularse con el tránsito de la dependencia infantil a relaciones interpersonales en términos de interdependencia.
La civilización actual deja bastante que desear como civilización y es asimismo – parafraseando a Freud - fuente de “malestar en la cultura”. Asistimos a la culminación de un siglo y milenio pródigo en las peores muestras de guerras de exterminación, despotismos y fanatismos para nombrar sólo algunos de las más sonadas calamidades. Las odiosas desigualdades en lo cultural, social y económico no pudieron ser resueltas ni mitigadas, a pesar del portentoso progreso científico y tecnológico. Sin embargo, no cabe la resignación; a pesar de los fracasados ensayos colectivistas (comunismo) o individualistas (capitalismo salvaje), se debe persistir sin desmayo en la búsqueda de sistemas capaces de lograr una distribución, lo más justa posible, de los bienes y las oportunidades, salvaguardando a rajatabla el respeto por la diversidad humana.
3) El movimiento psicoanalítico esta instalado en la cultura, y los profesionales que utilizan ese instrumento están insertos en la estructura económica de la sociedad. Por consiguiente están expuestos a los mismos mensajes culturales y a las mismas exigencias del mercado. Debemos reconocer que los psicoanalistas, que son una muestra de una población con experiencia de análisis personal, funcionan – a grandes rasgos - con las mismas pasiones e irracionalidades que los demás conjuntos científicos o profesionales de la sociedad. En la actualidad la disputa por porciones de exiguo mercado provoca intensos conflictos entre la identidad científica y la identidad profesional del psicoanalista. Sin embargo, cabría esperar que la capacidad de introspección crítica que nos ha permitido tal valiosos conocimientos de nuestro mundo interno pueda extenderse también a ejercitar una visualización crítica de los contextos sociales y culturales de los que formamos parte. Freud nos ha marcado el camino que ya muchos colegas siguen.
De todos modos, aspiraría a que ‘el psicoanalítico’ dejara de ser ‘movimiento’ por la connotación militante-iniciática del término, así como ‘causa’ para afirmarse más como disciplina científica. En tren de aspiraciones me gustaría además que no se pueda decir “cualquier cosa” a los pacientes desde la autoridad psicoanalítica, amparándose en el desconocimiento que tiene el sujeto de su propio “inconciente”; ni que los autores que escriben se autocorroboren en sus asertos. Así se superaría otro baluarte de la barbarie.
Samuel Arbiser
Médico, Psicoanalista, Miembro Titular con función didáctica de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires.
Blas de Santos
1) De civilización se empieza a hablar en 1757 (Mirabeau) y sus connotaciones de perfectibilidad e idealidad, se entroncan con las propias de la revolución burguesa (industria, desarrollo, igualdad en el mercado y ante la ley) con las que llega hasta el presente.
De cara a su tiempo Freud plantea la oposición entre el avance civilizatorio, que culmina el camino inaugurado por la modernidad, y la incertidumbre sobre si cumplirá o defraudará las promesas de felicidad ligadas a su nombre. Su signo se confundía con el del Progreso: significaba el triunfo de la racionalidad desacralizando el mundo y la ciencia dominando la naturaleza. En este contexto el descubrimiento del inconciente hace entrar en sospecha la asimilación de lo civilizado con lo humano y extiende el horizonte de éste a lo hasta entonces primitivo y salvaje, o sea in–civilizado. Desde Freud lo bárbaro, lo extranjero o loco, dejan de asimilarse a lo in–humano. Un poco antes Marx había establecido que el movimiento de la humanidad resultaba del conflicto de fuerzas latentes en su seno. El aporte de ambos despojó a la realidad de toda trascendencia: lo manifiesto supone ”otra escena” y ”otra clase”, sin las cuales lo evidente resulta incomprensible. Herederos consecuentes de las Luces, desde sus obras parte el rastro de muchas de las virtudes y no pocos de los defectos que caracterizan a dicha era. De unas y otras son prueba el imaginario racionalista y voluntarista del siglo que finaliza, así como de su deslumbrante y horroroso balance es hija nuestra subjetividad.
A Freud le debemos la audacia de haber drenado los abismos que divorciaban lo animal de lo cultural, lo bello de lo monstruoso, lo sublime de lo abyecto. A Marx haber devuelto a la labor colectiva humana la gracia de la creación.
Con el psicoanálisis la cultura, definitivamente des–espiritualizada, se demostró efecto y respuesta de la inadecuación constitutiva del sujeto, la no-relación entre sus apetencias y la condición de lenguaje en que podrán consumarse. Esto es el paso del destino de la necesidad natural a la dimensión cultural de un proyecto deseante. En este punto Freud evita toda tentación idealizante estableciendo como premisa del orden simbólico los lazos sociales que lo encarnan para gestarlo. Es en esos vínculos con el socius, que los sujetos se singularizan rescatándose como tales de la matriz informe originaria a la que, sin embargo, siempre seguirán ligados. Esta es la forma des–ideologizada y materialista en que Freud critica, sin negar, la dimensión absoluta ––oceánica–– del sujeto.
El mentado “escepticismo” freudiano alerta sobre la ilusión de un progreso que suturaría la brecha del malestar inherente a toda cultura. En rigor es un buen ejemplo de Ideal con el que proyectar civilizaciones que aseguren idénticas oportunidades a todos y a cada uno de los sujetos para así gozar de la parte maldita, sagrada o demoníaca ––real–– que le corresponde como beneficiario de humano en humano.
2) La clínica del Malestar de la Cultura atañe a la condición de alteridad en la que los sujetos construyen y sostienen su individualidad. Freud aclara que el conflicto no es entre la subjetividad individual y social sino entre la capturada en el narcisismo y la que para desarrollarse plenamente se descentra de sí misma hacia la comunidad. Para ello define el Super Yo como el operador psíquico–discursivo de esa relación de inclusión–diferenciación que articula la identificación primitiva al semejante con la operación de su singularización individualizante como sujeto. Ese cruce de estructuras y de lógicas abre la alternativa potencial de un sujeto del goce o del deseo que será su metáfora. Ambas opciones implican recursos de lenguaje (los del vacío que induce en el sujeto la traza del significante o los de la sutura en que lo precipita el signo) y consecuentemente distintos efectos subjetivos. La clínica del Malestar es por eso la de la decisión subjetiva por una u otra dependencia posible del Super Yo. La posición adoptada tiene en ese punto consecuencias éticas y políticas. En él se juega la autonomía o la subordinación del sujeto respecto a los mandatos del Super Yo en su dimensión Cultural y de Epoca. En esa intersección de lo individual, corporal y vivido con lo cultural, histórico y social lo fantasmático deberá inscribir lo pulsional para dar lugar al deseo. Este a su vez deberá aceptar para realizarse la impronta representacional que imponen los significantes propios de la dinámica histórico social de la sociedad.
La oposición Civilización o Barbarie sirvió siempre para legitimar el poder establecido. Al servicio del capitalismo su función racionalizadora impuso la premisa del Orden como requisito para el Progreso. Su paradigma: disciplina en la producción, represión de la sexualidad y fortalecimiento de las instituciones (familia y Estado). No tener otro Dios que el trabajo, ni otro paraíso que el del consumo. Las necesidades del sistema hicieron uso indistinto de los polos de la Civilización–Barbarie. Así pasó en nuestra historia: idealizando el primero cuando la expropiación al nativo continuó la saga evangelizadora y civilizatoria de la cruz y de la espada persiguiendo la destrucción de todo lo “salvaje”. Lo mismo que luego, exaltado como “ser nacional” sirvió para sujetar con la vincha del Pueblo–Nación el posible desarrollo de una conciencia de clase peligrosa por foránea y apátrida –– “haga patria mate un judío y/o un estudiante”, “alpargatas sí, libros no”. Más recientemente las llamas civilizatorias fueron empleadas para purificar el cuerpo social infectado de subversión.
3) Contestar en nombre del “movimiento psicoanalítico” supone el doble riesgo de hispotasiar, por cuenta propia, un campo cuya unidad está dada por sostener una diversidad asegurada en la resistencia a toda forma de identidad frente a lo social. Lo que existe en concreto son agrupamientos funcionales a la provisión emblemática de habilitaciones profesionales, identidades sociales fundadas en la pertenencia a una microcultura psí que protegen de la anomia resultante de la exiguidad del mercado ofertando filiación a dogmas reconocidos y cobijo en rituales compartidos. Rasgos que continúan en los lazos y estamentos de sus sociedades la impronta defensiva de la disociación civilización o barbarie en términos de la exclusión de lo “silvestre”, lo “des–autorizado” o “no–establecido”. En verdad que no tributó a las jerarquías o a los licenciatarios de las ideas del maestro y que desafió desde su extranjeridad la competencia de las transnacionales que cartelizan su monopolio.
Lo hegemónico es la ausencia de vocación crítica acerca de las implicancias de sus actos fuera de lo “profesionalmente correcto”. En otras palabras un culto a la abstinencia que, por defecto, da crédito naturalizante y trágico a la sujeción inducida por el Super Yo de la época y ausencia de preocupación por confrontar a sus analizantes y de paso, exponerse a sí mismos, con el análisis del compromiso del sujeto con la fatalidad de un amor por la autoridad, el poder y la tradición que pone a lo dado como la ley.
Sus agrupamientos endogámicos y su reverberación teórica siguen el modelo vigente de aquellos que huyen de la barbarie ––violencia, injusticia, horror–– de la polis privatizando una civilización virtual en barrios protegidos de la real–realidad al módico precio de su represión, denegación o forclusión extramuros. De este modo el mentado retorno a Freud desmiente su Ideal de cura: hacer que el sujeto se adueñe de lo inconciente, lo haga propio en lugar de evitarlo. Olvidan lo que su cultura y su civilización creyéndose únicas deben a la exclusión de una cultura, una civilización y una socialidad aun por–venir que la esperanza autoriza.
Cada sociedad se caracteriza por el modo en que resuelve la contradicción civilización–barbarie. Domingo F. Sarmiento tocando a deguello anticipó el liberalismo del mismo modo que George Soros resuelve en la hibridez del Abasto acodando a taitas y percantas ya no en estaños canyengues sino en patios con palmeras y Mac Donald´s kosher. De qué extrañarse si en casa “el movimiento” festeja el connubio del matema y las neurociencias celebrado entre J.A.Miller y H. Etchegoyen que disuelve el fantasma de Le Bon en clave de DisneyWorld en la fórmula para gozar hay que relajarse.
Blas de Santos
Médico, psiquiatra, psicoanalista
Co–director de la Revista El Rodaballo