Lo que está en juego es menos la aproximación de las distancias que una vasta reorganización de la experiencia, no tanto con fines de engaño sino de desactivación o desposesión del propio tiempo, fundamentalmente el tiempo para compartir con los demás
Christian Ferre
Quiero tiempo pero tiempo no apurado/ tiempo de jugar que es el mejor/
por favor me lo dan suelto /y no envasado adentro de un despertador
María Elena Walsh
Con el wasap tenemos un ejemplo por demás iluminador sobre cómo se acelera el tiempo, quién recibe el wasap, al estar gobernado por la impaciencia, apura la velocidad del mismo. El usuario cyborg puede escucharlo en tres velocidades distintas, una más rápida que la otra. A cada aumento de la velocidad más distorsionada sale la voz de quién nos contacta, en la última ya no reconocemos tonos, ni matices de quien nos está diciendo algo. Esto aumenta aún más la distancia afectiva entre emisor y receptor. En la misma dirección hoy se ha instalado un pequeño ritual: no es conveniente hablar directamente por teléfono, hay que mandar un wasap preguntando si el otro puede hablar. Su confirmación habilita el llamado.
Es necesario hacer un recorrido de este entramado cultural-comunicacional y analizar cómo el usuario con sus prótesis adosadas al cuerpo, empujado por el tiempo nanosegundo, está obligado a vivir en lo instantáneo. Está imperiosa premura se encubre con el halo de la comodidad que permite estar comunicado con todos los contactos más rápidamente, la realidad es que se produce una mayor distancia con los otros. Escasos vínculos y profusión de contactos al desvanecerse los vínculos.
Las cuarentenas aumentaron lo que ya existía: los contactos por vía virtual, fueron el momento fundacional del Planeta Cyborg. Son sus banderas: la velocidad, la hiperconectividad, el individualismo, y los objetivos económicos de las plataformas multinacionales que dominan el mundo. El peligro ante el contagio desdibujó aún más los encuentros “en vivo y en directo”. El otro se fue alejando y se transformó cada vez más en una imagen en la pantalla.
El soporte tecnológico de lo anterior fue la Placenta Mediática con sus cableados en el fondo del mar, sus centrales en la Tierra y sus innumerables satélites girando. Los grandes poderes económicos del mundo piensan expandirla para que sea más envolvente, más solícita y que esté todo el tiempo en nuestras vidas. Se trata de aumentar, aún más, la vida conectada 24/7 por vía de las prótesis tecnológicas incorporadas, ya hace mucho, a nuestro cuerpo. El capitalismo circula por sus arterias comunicacionales proponiendo mantener sin críticas el desarrollo tecnocientífico como manera de vivir, es esta la subjetividad de época que disfraza la claustrofilia en comodidad y es notorio que en este proceso el neofascismo sexista y racista avanza.
Algunos pregonan que los niños y adolescentes de hoy habitan armoniosamente lo digital, cabe aquí desmentir esa ilusión de armonía. Debemos insistir en analizar los costos que tienen los encuentros con otros devenidos en la supuesta comodidad del contacto por las prótesis comunicativas. La proliferación de enfermedades, aumentos de los intentos de suicidios, el viagra como pastilla imprescindible para tener relaciones sexuales entre los jóvenes, el enorme aumento del consumo de anfetaminas para mejorar entre los estudiantes de las más importantes universidades mundiales, la obesidad infantil, la epidemia de los opiáceos que ya dejó más de 500.00 muertos en EE.UU., los femicidios, entre otros problemas, lo desmienten. Esta mal llamada comodidad es la claustrofilia como modo de vida, es lo que está debajo de ese supuesto confort. Comodidad donde el usuario cree poseer un yo expandido que le permite sobrevolar el mundo por sus prótesis comunicativas adosadas al cuerpo.
No es novedad que el tiempo (su percepción y su transcurrir) ha cambiado tanto subjetivamente como socialmente. “El ritmo de la vida es el fluir o el movimiento del tiempo tal cual la gente lo experimenta (…) Pero, ante todo, el ritmo de la vida es una cuestión de tempo. (…) El término tempo viene de la teoría de la música, donde se refiere a la velocidad con que se ejecuta una pieza. El tempo musical, así como la experiencia personal, es subjetivo en extremo.”1 Pero el mismo Levine nos da un ejemplo de cómo la medición del tiempo por el metrónomo, invento que comenzó a comercializarse en 1816, hace que el Vals del Minuto de Chopin marcado por el metrónomo pueda llegar a durar dos minutos. En la misma dirección Glenn Gould grabó al menos dos veces las Variaciones Goldberg de Bach en piano. La primera versión, de joven, dura 38 minutos. La misma obra en la madurez, 52 minutos.2 El capitalismo actual insiste en que cada uno no pueda ser intérprete de su propia obra, sino que la misma corra a la velocidad del nanosegundo.
El tempo propio (más cercano a los latidos del corazón) queda anulado por las prótesis que amamos. Éstas marcan un tempo que no es propio, sino que nos acelera hasta llegar a producir grandes perturbaciones en nuestra subjetividad
Es decir, que el tempo subjetivo está relacionado con los instrumentos de medición de las horas que cada cultura implementa. Esta medición que depende del desarrollo productivo modifica tanto la tarea como a quién la realiza, más allá de las diferencias personales la cultura del nanosegundo borra diferencias e impone condiciones. El tempo propio (más cercano a los latidos del corazón) queda anulado por las prótesis que amamos. Éstas marcan un tempo que no es propio, sino que nos acelera hasta llegar a producir grandes perturbaciones en nuestra subjetividad.
Afirmamos que el tempo subjetivo actual es, generalmente, gobernado por una ansiedad arrasadora: ¿Cuánto tiempo puede un enamorado soportar que no le conteste un wasap su pareja? ¿Cuánto puede esperar un jefe que uno de sus empleados no responda sus mails o sus wasaps? ¿De qué manera soporta una familia que alguno de sus hijos desconecte el teléfono durante una salida nocturna o a la salida de su escuela? Es fácil de responder a estos interrogantes: nada o muy poco. Ese escaso tiempo se inunda de miedo e inseguridades. Allí lo persecutorio reina.
Tenemos menos tempo subjetivo, una infinidad de contactos por las redes sociales y menos encuentros cuerpo a cuerpo con los otros. Resultado: los vínculos devienen en contactos por vía de las máquinas
El tempo subjetivo, de esta forma, pierde consistencia y queda a merced del contacto virtual que rige la vida cyborg. La espera deja de ser un proceso valioso conquistado con el crecimiento, estamos en presencia de una sistemática desposesión del tiempo propio. La ecuación es: tenemos menos tempo subjetivo, una infinidad de contactos por las redes sociales y menos encuentros cuerpo a cuerpo con los otros. Resultado: los vínculos devienen en contactos por vía de las máquinas. Triunfa la ilusión de la comodidad, es decir, la claustrofilia impone las condiciones a los contactos entre usuarios.
No importa la hora o el día, el tiempo de la hiperconectividad es el aquí y ahora. Es un tiempo tiránico despojado de matices que consigue la exacerbación de miedos primarios. Los otros son peligrosos dinosaurios acechando a la vuelta de cada esquina, así lo describe en su conocido microcuento Augusto Monterrosso: “Cuando se despertó el dinosaurio aún estaba allí”. En este caso podemos decir que el dinosaurio tecnocientífico capitalista que ya se devoró horas de nuestro dormir, mastica y engulle la sociabilidad y los encuentros para que en su estómago los otros, deshilachados, devengan en contactos por Instagram, wasap o Facebook. Ilusión de comodidad, claustrofilia e individualismo van de la mano en este proceso.
Se viva donde se viva, la deuda de sueño está presente. El hombre duerme menos, hay menos ensoñación diurna y escaso tiempo para soñar
La inmediatez en que vivimos logra la más absoluta pérdida de matices para vivir nuestro tiempo, ser runners de nuestras vidas implica una larga serie de consecuencias. El mundo ha devenido en una conexión 24/7, un tiempo global unificado signado por la premura, esto desvanece el tempo subjetivo e invade los tiempos sociales y subjetivos de las culturas no gobernadas por la medición tecnológica del tiempo. Lo cierto es que, se viva donde se viva, la deuda de sueño está presente. El hombre duerme menos, hay menos ensoñación diurna y escaso tiempo para soñar.
No es difícil reconocer que los primeros momentos del infante humano todo transcurre alrededor del desvalimiento: “Privado de habla, incapaz de mantenerse erguido, inepto para el cálculo de sus beneficios, insensible a la razón común, el niño es eminentemente lo humano por su desamparo.”3 Depende de los otros. La posibilidad de la espera no existe y la necesidad de desarrollar la misma será un logro para su crecimiento que estará en relación directa con los cuidados que le provean sus padres y demás personas significativas. Es decir, que la crianza tiene que ir construyendo los rituales de continuidad de la vida (Winnicott) para que la confiabilidad crezca y permita ir saliendo del desvalimiento.
Recordemos que las características de la crianza se modifican de acuerdo a los cambios culturales, económicos y subjetivos de cada época. La nuestra es una cultura donde los usuarios cyborg son compelidos a vivir al compás del metrónomo del nanosegundo. No hay tiempo que perder. Entre los cambios ocurridos con el advenimiento de la proliferación de imágenes, en muchos de esos rituales de la continuidad de la vida, las máquinas de comunicar van ocupando cada vez más espacio en la crianza.
Lo anterior es consecuencia del desarrollo capitalista y el enamoramiento con las máquinas de comunicar, hoy es imposible vivir de otra manera para el cyborg. El habitante de la sociedad global aceptó muy rápidamente volverse sobre sí y creer en que esto era sinónimo de una vida cómoda y segura. ¿Si los padres (usuarios cyborg) se fascinaron con las máquinas de comunicar y desde ese enamoramiento pasaron a ser obedientes a las premuras de sus prótesis comunicativas, qué podría impedir que incorporaran, lo más tempranamente posible, a sus hijos al mundo cyborg?
Ergo las pantallas se incluyeron rápidamente a la crianza, son parte de la misma. Un ejemplo: Marta es maestra jardinera desde hace muchos años, en especial con niños de la sala de cinco años. Hace ya mucho que observa los cambios producidos en los niños de esa sala: “Se retrasó la posibilidad de trabajar en grupo, todos quieren atención exclusiva de la docente. Es imposible hacer una ronda y trabajar juntos. Todos exigen atención exclusiva. Te das cuenta que son niños criados con el celular en la mano, quieren respuestas instantáneas y no soportan la espera. No admiten interferencia alguna de un compañero. Son demandantes seriales que creen que la docente es como su celular y debe responderles inmediatamente como Google.”
Tomemos otro ejemplo venido desde el cine, de la película “Stanno tutti bene” de Guiseppe Tornatore del año 1990. Un bebé queda al cuidado de su abuelo mientras su madre parte a trabajar, ella deja al niño frente al televisor y éste mira absorto las imágenes que emite el aparato. El abuelo trata de interponerse entre el niño y la televisión por medio de palabras y un sonajero, el niño atrapado por las imágenes no da cuenta del intento de relacionarse del abuelo (Marcelo Mastroiani). El extrañamiento del abuelo nos muestra la separación vincular entre el nieto y su abuelo. La televisión impuso distancia vincular entre ambos. Para el niño atrapado por la proliferación de imágenes producida por la televisión, el sonajero en su infinita ingenuidad sonora y las palabras del nono no tienen el menor atractivo. Pero la escena no concluye allí, el televisor deja de funcionar y el niño rompe en desconsolado llanto. El abuelo no sabe qué hacer hasta que pone en marcha el lavarropas, el vidrio frontal del mismo muestra la ropa girando que, de alguna manera, funciona como un particular televisor. El movimiento de la ropa girando tranquiliza al niño. Es decir, ese chico de los años noventa ya creció preparado para ser un usuario cyborg dependiente de las pantallas. La película nos muestra cómo las pantallas, muy tempranamente, obstaculizan la experiencia vincular. El modo claustrofílico de vivir neutraliza al otro, como ocurre con los niños de preescolar que describe la docente Marta que no aceptan jugar en grupo.
A medida que el tiempo social, económico y cultural se acelera, se impone un gran tirano social al hay que someterse sin ejercer ningún tipo de pensamiento crítico. El usuario adaptado al consumismo de la ideología capitalista acepta, día a día, que un grupo de algoritmos desde su Smartphone le vaya ordenando la vida. La máquina piensa por él, se apodera de su tempo, lo disuelve en el magma del apuro y refuerza la ilusión de la comodidad. De esta manera su tempo personal se convierte en una especie de jet lag, su cuerpo no llega nunca en sintonía a la hiperconectividad y se ve obligado a subirse al avión del insomnio.
“Nos encontramos con un nuevo tipo de situación colectiva: la vigilia se extiende sin parar y los seres humanos estamos más horas despiertos y los cuerpos se modifican. Por ejemplo, el reloj circadiano que está al servicio de preparar el metabolismo a los ritmos de la luz del día y la oscuridad desde hace de miles de años, está en una especie de jet lag permanente.”4 El reloj circadiano está en aceleración constante. El poco tempo personal, obligado por la premura a dormir menos y apurado está obligado a tomar distancia de los vínculos cuerpo a cuerpo. Pese a ello la deuda producida por este agobio es imposible de pagar y obliga a la medicalización del dormir. Con las modificaciones que origina la hiperconectividad no hay duda que las formas de la sociabilidad por vía de las prótesis comunicativas han cambiado los vínculos y con las secreciones en el “estómago del dinosaurio tecnocapitalista” todo ha mutado hacia la ilusoria comodidad que envuelve al modo claustrofílico de vivir. Si somos en el tiempo, de lo que no hay duda, cada modificación en el mismo (recordar ejemplo del metrónomo) nos modifica y los cambios actuales desde el invento del reloj mecánico no han cesado de llevarnos hacia la vida aterrorizada del Conejo Blanco de Alicia en el País de las Maravillas, siempre amenazado por la Reina de Corazones que pide que le corten la cabeza a cada rato por llegar tarde.
El usuario cree tener “el mundo en sus manos”, con el Smartphone, los otros y el tempo propio sucumben a la ilusión de la cómoda (¿) conexión
Para estar a tono con el nanosegundo el usuario cyborg debe reformular la cantidad de horas de sueño hasta disminuir su posibilidad de fantasear. Esperar un wasap hoy nos recuerda la obra Esperando a Godot de Samuel Beckett, mucha ansiedad y los otros volatilizados en el vacío, en una ansiedad indescriptible. “De todas las experiencias subjetivas que la historia dejó atrás, tal vez la más perdida para el sujeto contemporáneo, sea la de abandonar la mente al lento paso de las horas: tiempo del devaneo, del ocio placentero.”5 Como venimos sosteniendo, esta pérdida está vinculada a la premura del mundo cyborg y las urgencias que impone el tecnocapitalismo. El jet lag actual no permite, como al volver de un viaje en avión, que el reloj circadiano se vaya acomodando a los cambios, por el contrario, aumenta la separación entre el usuario, su descanso y sus vínculos. Donde el usuario cree tener “el mundo en sus manos”, con el Smartphone, los otros y el tempo propio sucumben a la ilusión de la cómoda (¿) conexión. Triunfan allí el desarraigo vincular y el modo cyborg claustrofílico e insomne. Un combo que es una de las vías regias para el individualismo. Conclusión: un sujeto obediente que perdió la capacidad del pensamiento crítico.
Vale recordar a Jean de Venette sobre la salida de la peste negra del año 1380: “Cuando la epidemia, la pestilencia y la mortandad hubieron cesado, (…) el mundo que no ha salido mejorado. Los hombres fueron más codiciosos y avaros todavía, porque deseaban poseer mucho más que antes; habiéndose vuelto más codiciosos, perdían la tranquilidad en las disputas, las intrigas, las querellas y los procesos”. Podemos usar mucho de esta frase en la actualidad que vivimos: el capitalismo de plataformas con su hiperconectividad, el tiempo nanosegundo, el individualismo, el neofascismo y la claustrofilia a la salida de la pandemia, agregó la guerra entre Ucrania y Rusia, la que ya está muy cerca ya del lanzamiento de misiles nucleares y ha producido millones de desplazados que escapan de la guerra. Parafraseando a Goya: el sueño del tecnocapitalismo produce monstruos.
Notas
1. Levine, Robert, Una geografía del tiempo, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2012.
2. Conversación con Alejandro Vainer.
3. Lyotard, Jean-François, Lo inhumano, charlas sobre el tiempo, Manantial, Buenos Aires, 1998.
4. Hazaki, César, Modo Cyborg, Editorial Topía, Buenos Aires, 2019.
5. Kehl, María Rita, El tiempo y el Perro, la actualidad de las depresiones, El Cuenco de Plata, Buenos Aires, 2019.