La diversificación de las características de pareja y progenie abarcan un enorme abanico. Dentro de esa variedad de uniones existe, a nuestro entender, un unificador novedoso y que dé una perspectiva distinta a este impactante desorden en que ha entrado la familia tradicional. Nos proponemos pensar sobre la imbricación de cuerpos y máquinas tecnológicas de comunicación, mostrar cómo las familias producen nuevas maneras de relación y control a partir de ese entramado del cuerpo y la tecnología. Ese fenómeno que denominamos cuerpo mediático y que va aglomerando los afectos familiares hacia el modelo de los cyborgs. “Actualmente cada dieciocho meses, proceso conocido como Ley de Moore, se produce una revolución tecnológica que transforma a la web en su conjunto. Beneficiada por estos desarrollos, la placenta mediática trae modificaciones en las plataformas, en los aparatos, en los modos de comunicación que la cultura de la globalización impone y que profundiza la constitución cyborg “un híbrido de hombre y máquina1- de los usuarios.”2
Para ejemplificar lo que decimos: en la familia cyborg la mayoría de sus integrantes pasa mucho tiempo dentro de su casa, pero solo, comunicado casi exclusivamente virtualmente con amigos. También existe un extendido predominio del miedo y con obsesiones recurrentes por la seguridad personal y familiar. Esto se demuestra en las vacaciones familiares: el ideal es el hotel all inclusive en una playa cercada, sin ningún contacto con un afuera definido como muy peligroso y con una gran cantidad de custodios. Unas vacaciones, en definitiva, que toma su modelo del útero materno.
En consecuencia, las formas de reforzar la seguridad avanzan a pasos agigantados. Una multiplicidad de mercancías tecnológicas surge para sostener y ampliar la demanda familiar de protección. La vida se establece así en un proceso de ida y vuelta entre la seguridad y la inseguridad. Se trata de un movimiento pendular que va entre el desvalimiento más absoluto al convencimiento de la necesidad de blindar vidas y bienes. Acorde con el modelo cultural hegemónico la familia cyborg se propone vivir en estado de vigilancia permanente y aceptando que estar vigilados por diversos Gran Hermano es una condición insoslayable del vivir en sociedad.
Permanentemente se lanzan mercancías para que la familia cyborg consuma y que, supuestamente, garanticen su tranquilidad. Cámaras de vigilancia, alarmas, censores, chips satelitales introducidos en el cuerpo, Smartphones y sus múltiples aplicaciones, etc., vienen a colaborar para reforzar la seguridad. En consecuencia, los sistemas de vigilancia electrónica son cada vez más variados y sofisticados. Buscan mantener la ilusión de la seguridad absoluta.
Acorde con esta cultura en que los sujetos se han constituido en cyborgs -un híbrido de hombre y máquina adaptado a la sociedad en que vivimos- exigen cada vez más implantaciones (en casas, autos y cuerpos) de los centinelas electrónicos. A no dudarlo, el cyborg adaptado teme el asalto o el secuestro como el campesino medieval a la peste negra. Acorde con la época en que vivimos se insiste en definir los conflictos personales como “ataque de pánico”.
Hay una dotación de base que el cyborg debe tener para enfrentar estos desasosiegos. Van desde una medicación sublingual para combatir angustias, palpitaciones, etc. en su bolsillo y las últimas actualizaciones de la parafernalia electrónica de vigilancia. Así vemos crecer, con prisa y sin pausa, el monitoreo del hogar a distancia, botones antipánico en casas y Smartphones, rastreadores de personas, autos y teléfonos, cableados electrificados para impedir el acceso a patios y jardines, etc.
Pese al uso de esta profusión de aplicaciones y alarmas, el cyborg no vence el miedo, sino que se le hace cada vez más presente, se ha convertido en algo siniestro que lo acecha a cada paso. En un mundo cada vez más vigilado socialmente, los cyborgs actúan en su vida familiar y social de la misma manera: vigilan o piden ser vigilados cada vez más. Al híbrido de hombre y máquina de esta sociedad hipervigilada se le impone ser visible y escoltado tecnológicamente todo el tiempo, por consiguiente, promueve el monitoreo de los movimientos familiares obsesivamente. Así vive encapsulado en un ilusorio preservativo.
De esta manera el cyborg es un híbrido claustrofílico que desea, y pone todo su empeño para ello, vivir encerrado. Para ello vive resguardado, dentro o fuera de su casa, por aparatos electrónicos de vigilancia y trata de aminorar la angustia con ansiolíticos de efecto inmediato. En definitiva, genera aduanas y barreras en su casa o en la calle que lo mantienen aislado y convencido que el otro es un peligroso enemigo.
Con este contexto familiar vamos a dirigir nuestra mirada a los cambios que vienen ocurriendo, producto de la vigilancia tecnológica, en los viajes de egresados del secundario.
Aclaremos que no todos los adolescentes pueden ir de viaje de egresados al finalizar la escuela secundaria, pero eso no implica que el mito de la despedida no esté expandido como tal. En Argentina el lugar mítico del viaje es Bariloche. En su bello entorno, al inicio de estas excursiones, se produjeron los escándalos más grandes de los viajes de egresados. Excesos con la bebida que causaron borracheras memorables, riñas entre grupos de escuelas diferentes, destrozos en hoteles o en las calles construyeron el mito del viaje. El desenfreno era lo que más atraía a los contingentes. Eran el sinónimo de la libertad absoluta.
Los desmanes que los tours de los egresados secundarios producían se agigantaban en la televisión y la radio. Noticias que escandalizaban y preocupaban a los residentes de la turística villa, también a los familiares de los viajeros. Para encauzar ese proceso se estableció un código de convivencia que regulaba la actividad de los adolescentes. La implementación del código demostró que la sociedad en su conjunto no toleraba más el desborde juvenil.
Este código de convivencia comenzó cuando la seguridad personal o grupal por vía tecnológica aún no se había desarrollado. Es necesario comprender que el viaje de egresados cambió con la implementación del código de convivencia. El mismo imponía normas y permitía intervenciones de la justicia que previamente no existían. Como suelen decir los abogados, había un vacío legal y las normas del código había que respetarlas o aprender a burlarlas con nuevas astucias (por ejemplo, la prohibición de introducir alcohol en Bariloche era resuelta inyectando fernet en las latas de Coca Cola con una jeringa o escaparse del hotel saltando por una ventana). Con el código, el mítico Far West donde todo era posible se va disolviendo en la bruma del pasado, en la actualidad remata ese alejarse la incorporación al viaje de las tecnologías de vigilancia electrónica. Los cambios que estos dispositivos imponen son mucho más radicales y no parecen existir modos de evadirlos o desafiarlos.
Las modificaciones tecnológicas de este viaje iniciático permiten observar las nuevas condiciones que la vida familiar cyborg claustrofílica promueve. El objetivo, corolario del miedo que rige su vida social y familiar, es sumar las nuevas tecnologías para controlar los procesos de independencia de los jóvenes.
Hace mucho que insistimos en que los dispositivos tecnológicos de control se van incorporando al cuerpo, esto tiene una nueva certificación en estos viajes de egresados: un chip de seguridad ha sido desarrollado a tal efecto. Se trata de una pulsera plástica que contiene muchísima información personal de quien la porta. Cada joven que participa del viaje debe obligatoriamente colocarse una de estas pulseras personalizadas. No puede dejar de llevarla en ningún momento. Es una exigencia de las agencias que ofrecen el tour, además el joven que no la tenga puesta pierde toda posibilidad de ingreso a los servicios contratados.
El brazalete ha alcanzado un gran éxito y es promocionado por las empresas turísticas como una manera de cuidado y protección para los viajeros. El chip de la pulsera contiene todos los datos de identidad y salud de quién la porta. Durante la duración del viaje su historia clínica y su identidad serán certificadas exclusivamente por la pulsera.
Veamos cómo funciona: el adolescente pasa la muñeca por un sensor en cada una de las situaciones en que se mueve: cuando llega al hotel, para abrir la puerta de su habitación, cuando está entrando a un boliche. El dispositivo permite que se le abran puertas de todos los lugares contratados. A la pulsera se le agrega el seguimiento personalizado a la entrada y salida de los boliches. Los grupos de jóvenes son monitoreados por una extendida red de fibra óptica instalada exclusivamente para este masivo y personalizado seguimiento. En alguna central alguien sigue los movimientos de los alumnos que aparecen, no es muy difícil imaginarlo, como un punto en alguna pantalla. La obvia consecuencia no se hace esperar: los que realizan este viaje como una despedida de su condición de estudiantes secundarios es imposible que no sean visibles todo el tiempo para la empresa de turismo que organiza el viaje. En aras de la seguridad, el control es cada vez más absoluto. Nos encontramos con una despedida de la adolescencia rigurosamente controlada por los adultos. Como se ve es un proceso que trata de no dejar cabos sueltos, ninguna experiencia del joven queda librada al azar. Se estableció así una red de seguridad que logra que sea imposible salirse de su trama. El joven se va convirtiendo así en un bello pez (que cree nadar en mar abierto alejado de la costa y lo hace) dentro de una pecera transparente y a la vista de todos los adultos. No existe lugar donde no sea localizado.
Este proceso de control social, que anticipa otros que están por venir, se toma como parte necesaria del vivir en sociedad. Los padres ven a los viajeros mucho más supervisados y que las condiciones de seguridad de los mismos están mucho más garantizadas. Ergo, les ofrece tranquilidad por vía del intento de control absoluto sobre el movimiento de cada uno de los adolescentes.
Por su parte, los entusiasmados adolescentes -por la extraordinaria aventura que están por vivir y que se ilusionan, conduce hacia la más absoluta libertad personal- tampoco se oponen a las pulseras, las naturalizan como un modo más en que la tecnología se incorpora a sus cuerpos.
De esta manera ese viaje soñado de despedida de una etapa de la vida y signado como desborde, descontrol, sexo y aventuras, lentamente va siendo parte de un mítico pasado, más una fantasía que una realidad. Hoy con la implementación de la vigilancia tecnológica atada a la muñeca, reina el orden, la visibilidad. El Gran Hermano familiar ha impuesto condiciones. Por eso hay horarios de entrada y salida que cumplir y muy especialmente hay que hacerlo en grupo. Nadie se puede separar de la manada, por ejemplo, para salir o entrar a los boliches. El grupo pierde así su condición de tal, con sus complicaciones y problemas, para convertirse en una manada que se arría de un lado para otro. Esto constituye un alivio enorme para la familia cyborg: la vida del adolescente está monitoreada a cada paso.
Estos nuevos métodos de control en los procesos que van de la dependencia a la independencia en la vida de los adolescentes nos permiten ver cómo se negocia la salida del ámbito familiar de las nuevas generaciones.
Se podrá afirmar que estos controles aportan al cuidado de los jóvenes, a quienes se los considera siempre en peligro de acuerdo a cómo se vive hoy bajo el paradigma del “ataque de pánico” en especial en los espacios abiertos. Enamorada la familia del encierro lo propugna como único modelo a seguir. El control social, en consecuencia, se refuerza tecnológicamente y por ello se hace más absoluto. Cabe preguntarse: ¿cuáles son los descubrimientos y distancias que éste tipo de familia tolera de sus hijos? Es necesario interrogarse sobre lo que ocurre con la experiencia de la autonomía y el descubrimiento de la libertad que la misma conlleva.
Las experiencias de autonomía le van demostrando al adolescente que hay que tener variados recursos simbólicos para su despliegue, también descubrir de qué manera enfrentar los obstáculos que se encuentran en el camino. En ese proceso reconocer que perder muchos beneficios de la dependencia genera miedo. Todo ese proceso es íntimo, personal.
Las familias cyborg que aquí describimos están permanentemente acechadas por el miedo y no toleran muy fácilmente la separación de los hijos. Esto como proceso no es nuevo, ya Freud sostenía que la familia no desea soltar a su progenie. Agregaba que cada hijo que sale del vínculo de dependencia familiar es un triunfo de la cultura. Realzando la exogamia, Freud dirá que desasirse de la autoridad parental es la tarea más importante del ser humano. Se encuentra en ese movimiento lo que solemos denominar progreso cultural y Freud estaba convencido que era el motor central que dinamiza al conjunto social.
La pulsera del viaje de egresados disminuye la experiencia de la libertad del viajero, conectado con el mito del viaje a Bariloche, dado que no puede experimentar nada que no esté dentro de límites acotados y controlados por las empresas de turismo y los padres. La tecnología con su pulsera de identificación y monitoreo permanente, Gran Hermano Familiar, en el viaje de egresados refuerza la endogamia. Aquél viaje mítico ha quedado en el recuerdo. Los jóvenes deberán enfrentar todos estos tipos de controles familiares para avanzar en su autonomía. La vigilancia electrónica, al servicio del control parental, no parece haber venido en su ayuda en éste proceso de desasimiento familiar, por el contrario, promueve la dependencia y el apego a los padres por vía del miedo.
Notas
1. Hazaki, César, Cyborgs, “Los nuevos procesos subjetivos y sociales de adaptación”, Revista Topía N° 69, Buenos Aires, Noviembre 2013.
2. Hazaki, César, “La Pornografía del Cyborg”, en Revista Topía N° 72, Buenos Aires, Noviembre 2014.