Recibo varios mensajes en el contestador pidiendo una hora. Al devolver el llamado, Daniel me dice que necesita hacer terapia. "No puedo vivir sin tomar un lexotanil de 3mg., probé ayer y estaba desesperado por la angustia y la ansiedad. No lo puedo superar. Es por una desilusión amorosa, me siento como la mujer de Atracción Fatal". Acordamos un horario para el día siguiente.
Llega puntual. Me impresiona su presentación, luego del llamado. Viene de traje, muy alineado. Se muestra cuidadoso en sus modales a pesar de su voz y cara angustiada.
Daniel tiene 41 años, vive solo y trabaja como contador. Su padre falleció, su madre vive y tiene una hermana menor, casada con hijos.
Dice que necesitaba venir y lo primero que hace es relatar su “nefasta” experiencia con su ex-terapeuta con el que había hecho 3 años de tratamiento. Había tomado dos entrevistas hacía unos días. En la segunda, al terminarse el tiempo “prácticamente me echa, yo no sabía dónde estaba, lloraba en un rincón de su consultorio y terminé llorando en el cordón de la vereda”. Hace un silencio. Siento la carga angustiosa en el ambiente.
“Yo soy homosexual, asumido desde hace un tiempo, y mi problema es la soledad. Hace 6 meses conocí a Ignacio en un sauna gay... A los 20 minutos me dije: ‘Este es el hombre de mi vida’; y me enamoré perdidamente. El venía de una historia conflictiva: separado con hijos, y una pareja anterior homosexual. Desde el principio yo estaba más enamorado que él... los últimos cuatro meses fueron terribles, no aguanto que se vaya con otro.” Relata una serie de "desprecios" de parte de Ignacio: encontrarlo en el sauna con otro tipo, desvalorizar sus regalos y encontrarlo en “infidelidades” con su pareja anterior. Esto hace que Daniel lo siga, lo persiga, lo espere a la salida del trabajo, en la casa, buscando “explicaciones”. En el último encuentro se agarraron a trompadas y Daniel lo dejó con la cara ensangrentada. "Tengo que dejar de verlo, pero mi vida no tiene sentido sin él, estoy tan solo...". Y agrega que teme volverse adicto a la medicación que se autoadministra.
En ese momento hace un silencio, me mira detenidamente. Le pregunto cómo llegó a esta situación. Cuenta que su padre murió hace un año y medio de cáncer: “Lo cuidé durante toda su enfermedad para acercarme a él. Me hice cargo de todo solo, a pesar de estar mi hermana y mi mamá. Cuando murió no pude llorarlo ni una sola vez.”, dice con voz más aún más angustiada. “De chico éramos muy compañeros. A los 3 o 4 años, muchas noches, papá se quedaba en el negocio con amigos, que quedaba cerca de casa. Mamá me decía que lo vaya a buscar. Yo iba y le decía “Papá vamos”, él revisaba todo, apagaba las luces y terminábamos haciendo pipí juntos. Para mí era un orgullo... Pipí era mi sobrenombre”. Su versión es que su padre no se ocupaba de la familia pues prestaba dinero compulsivamente a amigos. Además, prefería a su hermana menor, con quien jugaba en la mesa a “tocame”, juego al que no lo dejaban entrar a Daniel. Uno tocaba, el otro volvía a tocar. Y Daniel quedaba afuera.
Su madre vive sola. Según ella misma le contó, luego del parto, lo rechazó al verlo. Daniel dice que tiene una relación “enfermiza” con ella. Siempre cumple y obedece lo que ella le dice.
Acusa a su hermana de su homosexualidad por haber sido la predilecta de papá. “Si había que tener concha -discúlpeme por mis palabras- para serlo, entonces hice lo que pude... Mi hermana era todo, yo quería jugar con ella y por eso los chicos del barrio me decían mariquita… Ella detestó siempre a todas mis novias”.
Prosigue con datos de su historia… “A los 8 años me acuerdo de una escena de jugar al doctor y dar inyecciones en el pito con un amigo, lo que me mortificaba por sentirme distinto a los otros.” A los 13 estaba más aislado, se sentía menos que los demás, por “marica”. “Mamá me vestía tan así… tenía amigos pero no podía juntarme". “Me pasaba mucho en casa y como decía mi madre: ‘nunca traía problemas’.”
De esta época recuerda un sueño en el que se acostaba con su madre. “Desde esa época no volví a soñar, salvo los típicos sueños de examen”. Pero enseguida agrega que sueña repetidamente con succionar el pene, que es la actividad más placentera de su sexualidad.
Luego tuvo un grupo de amigos en un trabajo, de los cuales le quedan algunos. A la vez sentía una intensa soledad y siempre era el que organizaba todos los encuentros con ellos.
A los 26 años salió con su primera novia. No le gustaba, sino que ella gustaba de él, y lo hizo por salir con alguien. Tuvo relaciones porque sus amigos le increparon que no pasara nada. Antes había tenido relaciones sexuales con prostitutas dos veces. Se separó de ella cuando su madre le insinuó un posible casamiento.
Su segunda novia le gustó desde el principio. “Mamá dijo: ‘salí con ésta’, y yo cumplí el mandato.” Salieron, pero su hermana la trataba mal “-porque le sacó el lugar de reina de la casa-.” Se separaron porque luego de tener relaciones Daniel la sentía como una puta porque su hermana y su madre insistían que había que “llegar virgen al matrimonio”.
A los 30 años se va a vivir solo. A los 31 tiene su primera experiencia homosexual en baños públicos. "En ese momento estallé de placer... lo comencé a hacer esporádicamente y lo ocultaba". Dice ser activo en su sexualidad y refiere que nunca pudieron penetrarlo porque se le cierra el esfinter. Su lenguaje es tan pulcro como su vestimenta, para relatar “encuentros sexuales” y “enamoramientos” no correspondidos. Todas sus relaciones empiezan en situaciones parecidas: baños públicos, saunas, cines. Dice que en una relación previa a Ignacio también le sucedió que encontró engaños y mentiras… lo había empezado a perseguir, pero perdió el rastro.
Como había comenzado hablando de su experiencia con su último analista, le pregunto sobre sus tratamientos anteriores. Habían sido tres. El primer tratamiento fue luego de sus 30 años. Una compañera de trabajo le recomendó su propio terapeuta. “Allí hablé por primera vez con alguien de mi homosexualidad”. Tiene buenos recuerdos, “no era freudiano, hacíamos ejercicios”, luego lo pasó a un grupo terapéutico en el que no se sintió cómodo y decidió abandonarlo.
Tiempo después consultó nuevamente porque tenía problemas con el jefe de su trabajo. Tenía su misma edad y lo desautorizaba. Lo derivó su hermana al analista de un amigo homosexual. Dice que desde el principio sintió rechazo por él e interrumpió al quedarse sin trabajo.
El tercer analista fue el que había consultado hacía unos días, luego de tres años de análisis.
Al final de la primera entrevista se pone a llorar y dice “me siento muy mal, Ud. es la única persona que tengo, estoy absolutamente solo. Siempre hice todo por los demás y ahora estoy hecho mierda”.
Al decir esto, algo cambia en su actitud atildada y pulcra.
Esta transformación se acentúa durante la siguiente entrevista. Daniel relata detalladamente una nueva persecución y seguimiento a Ignacio. Lo vigilaba y lo encontró a la salida del trabajo. Cuando lo encuentra le pide explicaciones por los desprecios, por dónde había estado y quiere que se disculpe por los daños que le causó. Dice: “quiero volverlo loco como él a mi... quiero hacerlo mierda y vengarme por todo lo que me hizo, o bien que me pida disculpas por lo que me hizo… Yo lo amé, llenó un vacío en mi vida... ahora está todo perdido. Tengo que parar porque esto no tiene lógica”. Dice que es la “última vez” que lo va a ver, pero luego confiesa que le va a ser imposible. “Me calmo con sólo verlo, no entiendo como encuentro placer en algo tan de mierda, morboso, como si me diera placer el dolor... cagarlo, vengarme de todo porque lo odio".
Le pregunto sobre el cagar. En ese momento dice: “Yo tenía 6 años y mi hermana 4. Una noche de frío ella me propuso dormir juntos para tener algo más de calor. Se hizo caca encima. Yo estaba sucio y muerto de frío. Mamá dice que yo jugaba con la caca de mi hermana...”
Después agrega que tras sus compulsiones de ir a verlo o vigilarlo siente que le va a estallar su cabeza, que va a terminar mal y tiene dolores físicos que lo habían llevado a una consulta con un cardiólogo.
Al final de la misma entrevista dice esperar que el análisis lo calme y lo ayude a ordenar la cabeza; "ver si soy o no homosexual -no me importaría serlo-, ser yo mismo, ver por qué tengo esa relación tan jodida con mi madre. Y por qué me siento tan vacío y lleno de mierda.”
Carlos Schenquerman
En principio festejo la propuesta de Topía de confrontar o, en el mejor de los casos, ir a la búsqueda de lo que hay en común en las prácticas psicoanalíticas de distintas Escuelas. Se trata, en definitiva, de someter la teoría a la prueba de la práctica. Las indicaciones que como analistas realizamos, el modo mediante el cual ejercemos nuestra función específica, el prescriptivo, se sostiene sólo por relación a un descriptivo, al modelo, a la metapsicología en la cual cada analista sostiene su acción.
Topía nos propone que mostremos la forma en que podemos pensar las primeras entrevistas. En esa situación siempre me planteo una serie de interrogantes que retomaré, dando antes un pequeño rodeo.
La legalidad o los criterios de validación giran hoy, consensualmente, alrededor de los cuatro conceptos freudianos fundamentales: inconciente, represión, sexualidad infantil y transferencia. Qué ocurre con el inconciente en la iniciación del tratamiento: su acceso está definido por la regla de la libre asociación, lo que implica la conservación de las instancias secundarias. Estamos demasiados habituados a escuchar decir lo indecible y a veces el analista novel no se sorprende de que un paciente, en una entrevista, diga "quiero matar a mi madre", o "deseo hacer el amor con mi hermana". Desde la perspectiva freudiana, inconciente y represión van juntos. Si al neurótico la regla de la libre asociación debe serle formulada -y aun en situaciones de análisis es frecuente que no se haya entendido bien de qué se trata- la cuestión se plantea cuando abordamos patologías graves. ¿Es necesario convocar al psicótico a decir todo cuando no es el decir lo que está en juego sino la posibilidad de que ese decir se organice en el plano de la significación?
Vayamos ahora a la cuestión del setting y la situación analítica. El setting posibilita la instauración de la situación analítica, pero los analistas intentamos, en las condiciones posibles, la construcción de la situación analítica en relación al funcionamiento psíquico y a las perspectivas de la cura, y no a un ideal técnico que se desgaja de estas premisas. En este marco las condiciones de instauración deben ser siempre repensadas y planteadas. La iniciación del tratamiento debe crear las condiciones para que el hacer conciente lo inconciente sea posible. Las reglas están, indudablemente, al servicio del método, el de la libre asociación. Para ello el encuadre, la frecuencia de horas, la pautación, ofrecen la garantía al sujeto de que puede desplazarse por la tópica sin riesgos de desestructuración, y para que la neurosis se mueva, algo debe tener cierta fijeza. La regla fundamental, con su correlato de atención libremente flotante, es fundamental no sólo porque determine dos posiciones, sino porque en su interjuego se funda y legitima la dimensión de lo inconciente. Y frente a lo inconciente debe haber búsqueda activa por parte del analizado. Sexualidad infantil: en el tratamiento es, en definitiva, el polimorfismo perverso del inconciente y los destinos pulsionales. Freud diferenciaba entre función sexual y sexualidad para dar cuenta de esto. El comienzo del análisis no puede estar destinado a la regulación de la función sexual, porque ella no se define al margen de la sexualidad. Un análisis para resolver una cuestión de frigidez o de impotencia parecería más analítico que un análisis para resolver un problema laboral. De todos modos, ninguna perspectiva de estas escapa a una concepción sintomal de la cura. No quisiera abrirme ni extenderme sobre el tema de la transferencia pero me gustaría poner de relieve simplemente un punto: pienso que las entrevistas previas a la iniciación del tratamiento ponen a trabajar la transferencia. Antes de la consulta, cuando el síntoma cuestiona al sujeto y por lo tanto se vuelve interrogante, cuando siente que hay algo más que lo que él sabe, la transferencia es con el psicoanálisis. En esas entrevistas se produce el deslizamiento de ese abstracto generalizante -el análisis- a este concreto, el analista, no sólo como función, sino como soporte real de esa función.
Vuelvo al tema de las entrevistas: si bien no hay en mí una voluntad diagnóstica ni clasificatoria, es imprescindible que trate de ver qué pasa, de inicio, con el funcionamiento psíquico y con la potencialidad analizante del sujeto: está o no instaurada la represión, está operando la represión secundaria, avanza lo reprimido sin contrainvestimiento hacia el polo motriz o el polo perceptivo, hay condiciones para analizar, elaborar, construir, cuánto y qué de su historia es fuente de sufrimiento. De ello dependerá el número de sesiones, uso o no del diván, en fin, todo lo que hace a ciertas pautas del contrato: un descriptivo que fundamente el prescriptivo.
Vayamos ahora al material clínico: ya por teléfono comienza planteando su urgencia y qué es lo que el analista debe darle, algo que lo calme, pero con igual perentoriedad. Sin duda tomaría seriamente su desesperación y angustia. Se siente identificado con Alex (Glenn Close), la protagonista de Atracción Fatal, personaje que raya en la locura en su acoso a Dan (Michael Douglas) al no aceptar el corte en la relación que él propone.
Se siente rechazado por su ex-terapeuta como con su partenaire. De la idealización (“es el hombre de mi vida”) pasa al desprecio, como con su terapeuta anterior (“es una relación nefasta”) Esto se debe tener en cuenta para pensar las características que tendrá la transferencia. Teme volverse adicto, evidentemente lo es. No puede vivir sin… Lo necesita perentoriamente. No tiene control de sus impulsos (a trompadas le deja la cara ensangrentada al otro).
Del relato de su historia surgen algunos elementos que se deben tomar en cuenta para pensar la relación entre estructura y lo histórico. Hay buena parte de este material que es rico para trabajar ya en el tratamiento. Pero me quiero detener en lo que considero fundamental para determinar el prescriptivo. Lo primero que resalta es el carácter explícito, sin condensaciones ni desplazamientos, del deseo por la madre: en la pubertad sueña que se acuesta con ella. Y lo relata casi con naturalidad, sin muestras de angustia. Esto plantea una serie de cuestiones centrales para la teoría de la clínica y definir la dirección del proceso analítico. En primer lugar, el carácter no reprimido, del deseo sexual por la madre. El Edipo, en términos de la neurosis, como complejo nuclear, como organizador de la identidad sexual y ordenador del deseo, no implica una elección genital manifiesta. Cuando esto aparece así, sin distorsión, deformación, transcripción, sabemos que estamos siempre ante pacientes graves, y en este caso, a los 13 años, el embate puberal hacía saltar al plano manifiesto un modo no sepultado del deseo erótico por la madre, dando cuenta que no ha sucumbido a la represión, que no hay enjuiciamiento moral... lo cual nos habla no sólo de una falla en la estructuración del superyó, sino del modo de funcionamiento de la represión secundaria. Lo confirma el relato de sueños repetidos en el que él da carácter oral a la genitalidad succionando penes (su mayor placer sexual).
Tomo nota de lo que considero importante a trabajar en el proceso: cuestiones como el vacío, sus aspectos narcisísticos, el atrapamiento en el vínculo con la madre, el rechazo de ella al nacer él, el padre que con su hermana lo dejan afuera, el tener concha para ser aceptado por él, sus deseos de venganza, etc.
Si el análisis se abre con una interrogación e implica que el sujeto vaya a la búsqueda de sus propias teorizaciones, es alentador que en la segunda entrevista diga, refiriéndose a lo que espera del análisis, "quiero ver si soy o no homosexual, ser yo mismo, ver por qué tengo esa relación tan jodida con mi madre. Y por qué me siento tan vacío y lleno de mierda.” Allí se abre la posibilidad de tratamiento, aunque pide que el análisis funcione como ansiolítico, quiere ser ayudado a ordenar su cabeza, y a encontrar respuestas a sus preguntas sobre su identidad y sus síntomas.
Pero debemos preguntarnos qué dirección tendrá la cura que vamos a iniciar. El método psicoanalítico es indisociable del inconciente reprimido. Como método implica a alguien que tiene inconciente y ese inconciente implica contenidos reprimidos que producen síntomas. Pero esto no siempre es así, porque no siempre un psiquismo está terminado de constituir y no siempre lo que aparece como motivo de consulta es el efecto de la represión y de la construcción de un síntoma. Y, desde mi punto de vista, este paciente es uno de esos casos. Sus quejas predominantes son las compulsiones, y sus desbordes de violencia y angustia. La pregunta es si uno tiene que empezar a analizar para ver qué dirección toma el proceso o si tiene que definir mínimamente, primero, si la estructura que tiene delante es analizable, si puede ser recostado en un diván. El proceso analítico funciona como un acelerador de partículas, como un ciclotrón y, en la medida en que se establece una relación significativa con otro que empieza a jugar un cierto rol a partir de lo cual se activan representaciones muy primarias en el psiquismo [“Ud. es la única persona que tengo, estoy absolutamente solo”], hay posibilidad de que se produzcan más desorganizaciones e incluso situaciones de riesgo, porque además está viviendo en un medio con muy poca contención [“siente que le va a estallar su cabeza, que va a terminar mal y tiene dolores físicos que lo habían llevado a una consulta con un cardiólogo.”]
Tengo que tener en cuenta que tuvo tres tratamientos anteriores, pero también que nunca pudieron penetrarlo. En ese sentido pienso en su cierre defensivo frente al dolor de la pérdida [“Cuando murió mi padre no pude llorarlo ni una sola vez”]
Quiero volver al punto de por qué el fantasma que no está reprimido da cuenta de que no estoy frente a un neurótico, o al menos frente a una corriente no neurótica de la vida psíquica. La estructura es un corte de un devenir de una historia, con dominancias, con la cual uno puede recibir un paciente en un momento no neurótico, aun con corrientes de su vida psíquica que están funcionando. Hay que saber detectar estas corrientes no neuróticas porque, si uno puede darse cuenta de esto, estará advertido de que pueden desatarse después procesos muy graves. En el caso de este paciente, sería correcto empezar a trabajar con él desde una perspectiva analítica pero sabiendo que la función del análisis no consiste en desmantelar el yo sino en rearticular los modos con los que se organizaba la relación entre sexualidad y extrañamiento de sí mismo.
El estructuralismo nos enseñó a pensar en psicosis, neurosis y perversión como tres estructuras fijadas. Esto tiene que ver con la presencia de una estructura determinada a priori, históricamente, a partir de condiciones, generalmente edípicas. Construir una tópica que se constituye en el proceso de recomposición de lo traumático, lo real o lo edípico, implica tener en cuenta que hay momentos diferentes de estructuración; implica pensar en términos de neogénesis de la organización psíquica, pero también en posibilidades de desorganización. Esto más allá de que la estructura puede tener cierta permanencia.
Y creo que una de las líneas centrales del trabajo con pacientes graves es la posibilidad de entender el exceso de excitación transferencial como efecto de la emergencia de lo desligado. No se trata de interpretar el fantasma erótico que está en lo manifiesto, en este caso, sino de restituirle su función de ligazón espontánea del desborde libidinal ante la ausencia del objeto.
En fin, he tratado de transmitir que en todo momento me guía una convicción que creo alentadora para la dirección del proceso analítico, que el dispositivo analítico y la transferencia pueden producir algún tipo de matriz nueva desde la cual se abra una perspectiva clínica fecunda, y que nuestra responsabilidad es saber que del afinamiento de nuestro instrumental, depende, en muchos casos, paliar el sufrimiento al cual tantos seres humanos se ven sometidos.
Carlos Schenquerman
Psicoanalista
cas2000 [at] fibertel.com.ar
Jorge Horacio Raíces Montero
¡No soy feliz, pero tengo marido…!
*: el uso del asterisco esta implementado para evitar usar el genérico masculino. La @ tampoco es conveniente en estos términos, ya que implica una derogada dualidad genérica y además es difícil leer por programas utilizados por personas ciegas o ambliopes.
Considero que los datos aportados no alcanzan para hacer un estudio clínico, no obstante intentaré algunas generalizaciones como estímulo a la reflexión de determinados temas. Por ende no me referiré a Daniel en particular sino al Daniel imaginario que me lleve a un soliloquio a compartir.
Será bastante sencillo si vamos por el camino de un aparato psíquico inmaduro provocado por la homosexualidad invocada. No es así. Que se expresen conductas inmaduras, posiblemente como corolario de una construcción psíquica ídem, es bastante probable. Pero a diferencia de lo que aporta Freud en sus escritos, que la homosexualidad es la detención del desarrollo psíquico en determinada instancia de la persona, aquí la homosexualidad del paciente no es lo que está en juego. La homofobia internalizada es lo que se patentiza. Freud debería haber escrito: “La homofobia provoca en ocasiones, detenciones en el desarrollo psíquico”, aquí, estaríamos de acuerdo. Pero una cosa es el decimonónico y otra es el siglo actual. Recordemos que la homofobia internalizada, producto de la homofobia social, es la mayor parte de las veces, representante concreto del abuso, maltrato y represión sexual. Sus principales verdugos son los ascendientes, el entorno, el sistema educacional y la religión, donando así, a la víctima, un aislamiento forzado cuando no un desequilibrio psico-afectivo. Nos ilustra Daniel: “Yo soy homosexual, asumido desde hace un tiempo, y mi problema es la soledad”. Agrega: "ver si soy o no homosexual -no me importaría serlo-, ser yo mismo, ver por qué tengo esa relación tan jodida con mi madre. Y por qué me siento tan vacío y lleno de mierda”, situación difícil de resignificar, ya que lograríamos un equilibrio maduro, cuando Daniel pueda comprender que si bien es doloroso tener una relación jodida con su madre, es más importante asumir que tiene una madre de mierda.
Diferenciemos: la homofobia social intentará reprimir, con sus prolegómenos acuciantes el normal desarrollo de cualquier persona, independiente de su Orientación Sexual o Identidad de Género. Pondrá coto a la expresión de sentimientos e ideas que no coincidan con la cosmovisión heteronormativa. De todas maneras existen personas con situaciones defensivas que pueden saltear, obviar o resolver esta enfermedad social, y lo harán de diferentes maneras. Lamentablemente la expresión de la homofobia social proviene en primera instancia de los seres queridos, expresadas en personas que todavía no tienen una construcción sólida como para defenderse de esos avatares. Por ende, esta expresión de odio y resentimiento viene asociada con el amor y el reconocimiento del familiar o del miembro del entorno que la explicita. Difícil oponerse. Así, como una catarata en una piedra, no ya una gota, va percutiendo en la construcción psíquica y puede llegar a instalarse lo que a diario vemos en el consultorio, cuestión difícil de resolver: la homofobia internalizada.
La homofobia puede presentarse ora de manera brusca, burda; ora solapada, abstracta, supuestamente superadora. Desde: “si mi hijo me sale puto no sé que hago”, hasta “nosotros no podemos tener hijos, qué ejemplo le vamos a dar” (material clínico). El primero dicho por un padre que consulta por su hijo, el segundo por un miembro de pareja gay de 16 años de relación. La homofobia internalizada se alimenta del amor propio, del respeto de uno mismo y del autoreconocimiento, de allí que cualquier persona que la padezca rogará, suplicará migajas lastimosas de cualquier supuesto afecto ajeno (“Esto hace que Daniel lo siga, lo persiga, lo espere a la salida del trabajo, en la casa, buscando explicaciones”). “Yo soy homosexual, asumido desde hace un tiempo, y mi problema es la soledad”, es decir, no solo tiene una mala relación con él mismo, sino que su Yo solo se ve acreditado a través de las relaciones con los demás, ergo: los demás desaparecen y él no existe. Todas sus relaciones empiezan en situaciones parecidas: baños públicos, saunas, cines que de por sí, nada tienen de negativo, a menos que el deseo y la apetencia tengan el crédito del submundo, lo oscuro, siniestro. Cualquier otra persona sin tantos aspectos negativos sobre sí, podrían también comenzar sus relaciones en cualquier biblioteca, calle, cyber o supermercado. La visión ampliada y la expresión del deseo jamás se debería ver limitada por la geografía, por lo menos desde el principio de placer, desde el principio de realidad podríamos hacer excepciones a lo mencionado, no es lo mismo ser puto sin culpa en Bélgica que en Irán. Si la homofobia internalizada crónica produce estados alterados de la conciencia, la homofobia social debe necesariamente producir estados alterados del ecúmene.
La homofobia es abuso sobre el cuerpo y la psiquis de nuestras niñas, niños y jóvenes. Deja cicatrices que no admiten inscripción, no responden a caricias ni al deseo. Así como la violencia familiar se convierte de privada en pública y en femicidio, la homofobia troca en infanticidio. Así como enviamos a la guerra a los jóvenes, donamos a la cultura a nuestr*s niñ*s dotad*s de cicatrices de una batalla donde jamás decidieron participar, inmolados en al altar del heteronormalismo y el heterosexismo. Deberemos comenzar a considerar la expresión homofóbica, en principio, como apología del delito.
"No puedo vivir sin tomar un lexotanil de 3mg., probé ayer y estaba desesperado por la angustia y la ansiedad. No lo puedo superar”. Lamentablemente ya se está convirtiendo en un clásico que pacientes traguen ansiolíticos como tiempo ha masticábamos Sugus de menta. En algún momento psicoterapéutico, aparece la demanda de la fórmula mágica, la pastilla milagrosa o la recomendación salvadora. L*s pacientes cubren la negativa enfatizando lo urgente en detrimento de lo importante. La anestesia general que duerme el dolor pero también el goce. Ya no demandan, se proveen a si mismos y tienen éxito, ya que el clorazepan o lorazepan alivia, pero de lo que no están informados, es que no resuelve.
Respecto Agentes de Salud Mental podemos pensar algunas cuestiones: No son poc*s los colegas que sostienen una postura políticamente correcta respecto a las Orientaciones Sexuales y a las Identidades de Género, atravesad*s por la educación, la cultura y la formación académica entre otros varios aspectos, sostienen una ideología heterocentrista y dicotómica. Rogamos abstenerse.
“Lo cuidé durante toda su enfermedad para acercarme a él. Me hice cargo de todo solo, a pesar de estar mi hermana y mi mamá. Cuando murió no pude llorarlo ni una sola vez” (una hermana menor, casada con hijos). Los mitos tienen plena vigencia. Desde el mito de la mujer virgen para garantizar la paternidad del patriarcado y la misoginia, se ve hoy representando por elección de un* compañer*o de ruta que no haya tenido relaciones múltiples (equivocadamente denominado “promiscu*”). Antaño la última hija mujer tenía prohibido establecer relaciones afectivas fuera del contexto familiar, ya que su destino estaba marcado para cuidar a sus padres ancianos. Hoy, un gay, lesbiana, travesti, transexual, transgénero o intersexual que vive con sus padres tienen que hacerse cargo de ellos, porque el resto de sus hermanos y hermanas, casados como dios manda con hijos que cuidar, tienen mayor responsabilidad. Ergo: “cuídalos vos, ¡que problemas tenés!”. Esta última frase implica que toda persona fuera de los estamentos de la heteronormatividad no puede conformar familias y debe depender de adultos, ya sea afectiva o económicamente o hacerse cargo de los mismos. El mito cunde. La virgen sigue funcionando, y la última hija soltera para cuidar a los viejos, goza de excelente salud.
Pronto se cumplirán 15 años consecutivos de sostener dos grupos focalizados en la comunidad GLTTTBI (Gays, Lesbianas, Travestis, Transexuales, Transgéneros, Bisexuales e Intersexuales). Uno es el denominado Grupo de los Lunes, gratuito, de reflexión, donde concurren un promedio de 15 personas cada semana. El otro, Grupo de los Jueves, psicoterapéutico con un máximo de 8 personas por encuentro. Luego de muchos años de trabajo clínico grupal, las generales de la ley o los elementos básicos de la conflictiva, no escapan a la problemática presentada en otros tipos de grupos, independientes de la Orientación Sexual o la Identidad de Género de las personas: La falta de proyecto personal a corto, mediano y largo plazo, conflictivas laborales y familiares. En las Orientaciones Sexuales se le suma una lesbofobia u homofobia social que hostiga las posibilidades de inclusión y una internalizada que dificulta seriamente el desarrollo adecuado en un aparato psíquico en equilibrio dinámico. Las problemáticas en las Identidades de Género se basan en expulsión del sistema educacional, familiar y laboral de las personas involucradas. En el caso clínico de Daniel vemos cuestiones que atañen a una población muy amplia.
Jorge Horacio Raíces Montero
Licenciado en Psicología Clínica - Investigador en Sexualidad y Epistemología
Raices_montero [at] fibertel.com.ar
Beatriz Zelcer
Las palabras en cursiva corresponden a las del paciente. Las entrecomilladas, a las del analista.
1.
Daniel sufre la soledad emocional. Su problema no es su elección sexual, no consulta por su condición de homosexual, no me importaría serlo. Pide ayuda para Ser, para poder reflejarse a sí mismo valioso. Es una problemática de constitución narcisista.
2.
Desde que nació, y hasta el presente, su problema es su infelicidad por estar solo. Esto aparece en todos los encuentros significativos para él. Desde el comienzo, en la primera entrevista con el psicoanalista, le dice: usted es la única persona que tengo, y cuenta que con Ignacio, a los veinte minutos de conocerlo se dijo: Este es el hombre de mi vida, y “se enamoró perdidamente”. En cuanto al nombre elegido por el analista, para la presentación de este material, es interesante la etimología del mismo: (del latín, ignatus, cuya traducción literal es “bien nacido”) y DANIEL no nació bien nacido. Su problema es que él siempre es el amante sin ser amado. Siempre está carente del amor del otro y esos amores se convierten en su única tabla de salvación en la vida.
3.
Su historia es una serie de desilusiones amorosas. Nos cuenta que sólo se acercaba a su padre siendo el mensajero-emisario de la madre. Poseía un orgulloso sobrenombre: el Pipí, que adquiría significación cuando se encontraba con su papá y podía compartir el baño: compararse con el pipí de papá, ser su compañero y jugar a juegos de hombres: Dar inyecciones en el pito con un amigo. De esta forma su padre estaba un rato con él, aunque no era suficiente. Ayudó a su padre moribundo pero no lloró su pérdida, sólo puede hacerlo en transferencia, en los rincones de los consultorios.
4.
Su madre lo rechazó desde que nació. El no es el bien nacido. Sabemos que la energía libidinal surge en la relación que se establece de sujeto a sujeto, entre el niño y su madre. El llamado al otro siempre está presente en la fantasía desiderativa. Daniel insiste en ser amado por ella, teniendo una relación enfermiza.
5.
En la serie de sueños que comenta podemos seguir un recorrido amoroso, que marcan lo traumático: en el primero, en el que se acuesta con su madre lo corrobora en este lugar de incesto consumado, en el segundo podemos suponer que nos cuenta su intento de salida exogámica: la vida trae exigencias, la de aprobar exámenes y en el último solo se contenta con succionar los penes-pezones-pecho, que nunca obtuvo en forma satisfactoria y que consigue en forma ocasional.
6.
Su hermana posee todas los atributos narcisistas: era todo, ella puede ser amada, tiene con quién estar, posee hijos, marido. Su padre jugaba al tocame sólo con ella, a él no lo dejaban entrar en el juego. Él jugó con la caca de ella, porque la de él es mierda. Daniel acusa a su hermana de su homosexualidad, por haber sido la preferida del padre.
5.
Sus elecciones objetales siempre estuvieron supervisadas por la mirada de su madre y su hermana. Escuchó atentamente sus mandatos: cómo tenía que ser la mujer que eligiese, con quién casarse, con quién salir o cuándo debía tener relaciones. Al ser obediente con su mamá y hermana está ubicado en un lugar de atrapamiento incestuoso, como mujer: marica. Le fue asignado un género femenino, Mamá me vestía tan así..., cumpliendo un ideal materno. Pero no cumplió con los mandatos, el camino elegido fue el contacto sexual con hombres. Podríamos preguntarnos: ¿será la elección de objeto homosexual una forma de lograr autonomía?; ¿con el acercamiento sexual a los hombres intenta seguir dando inyecciones en el pito, en el pito compartido y no tocado de su papá y así tener un padre?
6.
Freud, en La joven homosexual (1920)[1] nos habló de la influencia que poseen los hermanos en la elección de objeto. La competencia fraterna y cómo se elabora, es determinante en la vida amorosa de una persona. Él no tiene lugar en el terreno del amor, ni con las mujeres, ni con los hombres, él ahí no puede ser amado. No encuentra afecto, ternura, le resulta imposible unir su destino a un compañero/a que él ame y lo ame y esto le duele como una herida abierta. Su vida transcurre de desilusión en desilusión. El lexotanil funciona como un calmante que llena el agujero que Daniel posee. El agujero-pipí de los hombres es también calmante. En el sauna logra la satisfacción sexual, pero no encuentra colmada su demanda amorosa. Es la mujer de Atracción Fatal, capaz de llegar al asesinato para obtener amor: Ignacio termina con la cara ensangrentada. Si no se colma su demanda amorosa, el amor se convierte en odio y la pulsión de dominio se convierte en sadomasoquismo, el placer es destruir al otro. El amor a sí mismo está des-preciado. Su estructura narcisista es frágil, Mi vida no tiene sentido sin él.
7.
En el pedido desesperado al analista se establece, como en toda transferencia, una demanda de amor: “Algo cambia en su actitud atildada y pulcra”, aquí emerge la angustia y la posibilidad de análisis. El problema es que el pedido de amor no se calma fácilmente, no tolera la distancia, el tiempo cortado de una entrevista. Freud en El malestar en la cultura (1930, página 15) dice: “...jamás somos tan desamparadamente infelices como cuando hemos perdido el objeto amado o su amor”[2]. Daniel tendrá que atravesar esa dolorosa experiencia de la desilusión amorosa. En el registro de la angustia, índice de transferencia positiva desplegada, se expresa la necesidad de que el análisis lo calme y también que lo ayude a pensar. Desde esto último hay posibilidades de que este psicoanálisis sea posible. Como dije previamente el problema es que él siempre es el amante sin ser amado, ¿habrá alguna posibilidad de que en este encuentro analítico pueda reflejarse, en transferencia, como alguien valioso y reconocido, y a la vez sepa que lo ansiado nunca va a ser conseguido?
Beatriz Zelcer
Psicoanalista
bzelcer [at] gmail.com
Notas
[1] Freud, S. (1920) La joven homosexual, OC BN, TIII, ed. 1968.
2 Freud, S. (1930) El Malestar en la cultura OC BN TIII, ed. 1968.