La historia del psicoanálisis está tan llena de controversias, que para un extraño a la misma parecerá que nada puede ser sostenido como algo que ha sido firmemente establecido. Mi propia creencia, sin embargo, es que esas disputas son un signo de vitalidad. Lo que ha sostenido mi interés en este tema durante las últimas cuatro décadas ha sido precisamente el significado de las contiendas entre puntos de vista rivales. Aunque ha sido una tentación reducir las diferencias de opinión en el psicoanálisis a una simple cuestión de choques entre personalidades, tanto como al deseo de las corporaciones de promover poder e influencia, entiendo que una de las más presentes e importantes cuestiones en relación a las controversias psicoanalíticas, es el grado en el que se han encarnado ideas opuestas acerca de cómo debe vivirse. Convicciones morales y éticas subtienden cada aspecto del mundo psicoanalítico.
Freud por momentos gustó de pensar que el había creado una ciencia neutral, y que la filosofía era extraña a lo que él había intentado conseguir. Pero justamente en el inicio de las dificultades previas a la Primera Guerra Mundial, por ejemplo con A.Adler, las convicciones socialistas de éste lo llevaron a ser repudiado públicamente por Freud; Adler procedió a establecer su propia escuela de pensamiento. Y C. Jung, un psiquiatra que era hijo de un ministro Protestante, tomó una diferente mirada de la religión y de la terapia en relación a la de Freud. Este invocó frecuentemente cuestiones clínicas para denunciar las “desviaciones” de Adler y Jung, pero este modo de llamar las cosas no debiera obscurecer el grado en el cual estos tempranos “herejes” se habían empeñado en promover diferentes valores de los de Freud.
He empezado con estas observaciones preliminares a los fines de establecer el escenario para tratar el problema de evaluar a la psicología del yo en su oposición a las ideas de Jackes Lacan. Hay tantos mitos acerca de la psicología del yo en Francia todavía, que es difícil saber por dónde empezar a aclarar toda la confusión. A pesar de que creo que nadie ha osado exponer en una publicación el siguiente punto, uno debe enfrentar primeramente el problema del anti-americanismo. El siglo XX ha dado testimonio de un incremento sin precedentes del poder político de América, al mismo tiempo en que tanto el rol francés, como el británico, disminuyó. Tales cambios son inevitablemente acompañados de influencias culturales, y lo que puede esperarse es que los más amargos resentimientos queden como consecuencia de dichos cambios. El anti-americanismo es un enraizado prejuicio en muchas partes del mundo. Mientras América fue forzada contra su voluntad a involucrarse en los asuntos europeos y luego mundiales, no fue difícil para los beneficiarios del rol de América sentir resentimiento de su dependiente necesidad de ayuda americana.
En Francia, la situación ha sido complicada por el grado en el cual el psicoanálisis ha sido tratado especialmente por la izquierda tradicional. Puede ser verdaderamente escandaloso mirar de cerca algunos de los compromisos políticos de los grandes intelectuales franceses. Un maravilloso escritor como Jean-Paul Sartre se permitió a sí mismo pronunciarse de tal modo sobre el sinsentido de la política, que uno no quisiera siquiera tomarlo en consideración. Stalin y Mao atrajeron el apoyo de una asombrosa multitud de pensadores franceses. El colapso del Imperio Soviético, dejando a los EEUU como a un gigante con un mundo que nadie le disputa, alimentó el odio de muchos intelectuales franceses contra la creciente influencia de América; y la declinación del marxismo ayudó a promover la causa del psicoanálisis. Emociones instaladas profundamente como el anti-americanismo son, por supuesto, ambivalentes, y son acompañadas por sentimientos de admiración, aún si estos son menos proclives a ser expresados abiertamente. Como las ideas de Lacan se han extendido más allá de Francia, estas consideraciones podrían carecer de importancia; pero en todo sistema de ideas los mitos fundadores atraen sí consecuencias vitales, y sería imposible divorciar a Lacan de la vida intelectual francesa como un todo.
Un modo de llegar a las raíces del problema de la psicología del yo en el contexto de la intelligentsia francesa es preguntarse exactamente de qué tipo de psicología del yo estamos hablando. ¿Es la psicología del yo de Freud, o la del olvidado vienés Paul Federn?. ¿Nos las estamos viendo con el trabajo de Anna Freud, o el de Heinz Hatmann, o Erik Erikson?. Hay un sorprendente grado de diferencias entre estas propuestas de psicología del yo, aun cuando puedan amontonadas con el propósito de producir polémica.
Lacan fue el único que realmente tuvo éxito en poner al psicoanálisis en el mapa en Francia, lo cual ocurrió relativamente tarde en términos de la vida intelectual del siglo XX. Como con todo lo que está conectado con el psicoanálisis, el elemento personal juega una parte inevitable. Lacan había sido analizado por Rudolph Lowenstein, y la relación culminó – en el mejor de los casos – en la ambivalencia. En la literatura francesa sobre Lacan, se establece frecuentemente que Lowenstein es considerado uno de los fundadores de la psicología del yo. En realidad, Lowenstein debe ser rankeado como una de las figuras menores en el desarrollo del pensamiento psicoanalítico, aunque, acompañado de Ernst Kris, Lowenstein haya sido coautor de varios famosos trabajos con Hartmann.
A Lacan le gustaba pensar, al igual que otras figuras como Melanie Klein, Wilhelm Reich y Sandor Rado, que el había logrado llevar a cabo un retorno al denominado verdadero Freud. (De modo diferente, Erich Fromm y Erikson también matuvieron su plena fidelidad a los propósitos básicos de Freud). Pero debe haber sido embarazozo para la posición de Lacan que haya sido Freud quien inició la corriente de pensamiento conocida como psicología del yo, aunque Freud haya admitido que no podía seguir el razonamiento de otro psicólogo del yo pionero, Federn. Anna Freud fue la reponsable de dar un impulso a la psicología del yo, en su El yo y los mecanismos de defensa, aun cuando lo que ella tuviera en mente fuera diferente de lo que luego prosperaría en América. (en una revisión de dicho texto de 1936, Ernst Kris no tuvo dudas en que los “críticos” del psicoanálisis podrían ahora encontrar que se estaba “volviendo adleriano”). Desde que Anna Freud lideró el esfuerzo internacional para excluir a Lacan como miembro de la Asociación Internacional de Psicoanálisis, sus ideas se volvieron visible blanco en Francia. Desde mi punto de vista, la influencia de Anna Freud, mucho mayor en los Estados Unidos que en Gran Bretaña, no han recibido nada parecido a un riguroso exámen crítico. Sus ideas sobre continuidad y custodia de los niños, trabajada conjuntamente con los aliados en la Escuela de Leyes de Yale, ha devenido demasiado fácilmente una parte del pensamiento legal americano. Por eso es gratificante ver su trabajo analizado minuciosamente y cuestionado en Francia, mientras en América reinó sin ser cuestionada en virtud de ser la hija de Freud, la única hija que continuó con su profesión.
A pesar de que el concepto de pulsión de muerte de Freud atrajo una enorme atención en Francia, nunca ganó el apoyo de más de un pequeño puñado de clínicos. La misma psicología del yo se erigió sin la necesidad de tratar de obtener algún sentido común relativo a la práctica del análisis. Una noción como la de reacción terapéutica negativa, establecida por Freud para dar cuenta de fracasos clínicos, era un peligroso modo de negar la responsabilidad del analista por lo que había resultado mal en el tratamiento. Freud era un inmenso clínico, aún si sus prácticas reales no reflejaran adecuadamente las reglas que el estableció para los novatos. Siempre quería el éxito terapéutico, sin importarle lo que hubiera escrito sobre el psicoanálisis como ciencia y los peligros del furor curandis. La psicología del yo no fue diseñada por pulcritud teórica, sino para promover mejores resulados clínicos.
Una vez invité a una sofisticada analista francesa a presentar un trabajo en mi Instituto psicoanalítico. Ella era la personificación de lo mejor de la cultura del viejo mundo, y en un punto de su charla trató de la delicada cuestión del tacto. Me sentí mortificado cuando un candidato en formación levantó su mano para preguntar: “¿Qué es el tacto?”. Haber llegado a ese punto sigificaba que él había perdido la esencia del modelo que la parisina desarrolló delante de él, y también denunciaba lo rústica que puede ser la práctica norteamericana.
Esta misma analista me comentó una vez qué “indiscreto” que era su consultorio. Estaba lleno de queridos artefactos de su tierra nativa, y dejaba notar sus inclinaciones eruditas. Le contesté que no pensaba que hubiera nada malo con su hermoso consultorio, y que es bueno para los pacientes tener el soporte de la realidad del analista. Ella luego me contó que aunque le gustaba un analista americano en particular, no podía imaginarse como él podía ver pacientes en su consultorio, el cual tenía solamente una planta y un cuadro o dos. Para ella era un contexto demasiado despojado como para tratar de ayudar a la gente.
Los conceptos no pueden por sí mismos tener suficiente fuerza como para contrarrestar una determinada cultura o la conducción de los análisis. Las ideas de Erikson sobre la psicología del yo, por ejemplo, fueron diseñadas para contrarrestar el negativismo que había encontrado en los escritos de Freud. Uno de sus más conocidos trabajos clínicos fue el reanálisis del sueño de Irma de Freud, en un modo que a mi entender deja entrever la influencia de las ideas jungianas en Erikson. Lacan se refirió en particular a este texto de Erikson, a pesar de que Erikson nunca haya producido mucho impacto en Francia, en parte debido a su delicado modo evasivo de expresarse. Lacan consideraba a Erikson como al más peligroso, por ser el mejor, de los psicólogos del yo.
Erikson y Hartmann tenían modos completamente diferentes de expresarse. Hartmann mostraba precisión lógica y estructura teórica, mientras Erikson conservaba su modo artístico para expresarse de un modo más evasivo. No debemos, insistía Erikson, juzgar a alguien solo en términos de sus síntomas, o de lo que tuviera dañado o hubiera negado, sino que proponía mirar a la gente en términos de cuántas contradicciones y tensiones eran capaces de unificar de un modo constructivo. Para Erikson el yo no era solamente un agente clave en la integración de lo interno, sino un medio a través del cual la gente podía encontrar soporte a partir de las instituciones sociales, como la religión por ejemplo. La versión eriksoniana de la psicología del yo trataba de subrayar lo positivo. Anna Freud expresó sus reservas sobre el trabajo de su ex - alumno diciendo que encontraba incompresibles muchos de sus trabajos, exactamente el mismo modo en el cual Freud describiera aquellos trabajos que no le gustaban.
No tengo muchas dudas acerca de que Erikson transitó una posición conservadora; sus escasos comentarios políticos y sociales traicionan la magnitud con la que apreciaba la aceptación social para el psicoanálisis y él mismo, aún si eso por momentos significara abogar por el conformismo. Pero esa debilidad, que sería ávidamente captada por los seguidores de Lacan, no puede justificar los muchas veces shockeantes abusos de poder implícitos en la terapia analítica.
A mediados de la década del 60, entrevisté en Londres a una famosa analista kleiniana . Cuando cautamente le pregunté qué es lo que podía justificar su propuesta de que todos los análisis deberían durar, como una cuestión de principios, durante diez años, la respuesta que obtuve fue una sola palabra: “investigar”. Luego en París, ya en los 90 escuché de una mujer, quien vivía en Londres, que había consultado a la misma analista por su hija. Le fue dicho a la madre que debía llevar a su hija cinco veces a la semana durante un año, y luego la analista le diría qué es lo que pensaba. La madre trató de explicar que vivía en el otro lado de la ciudad, mucha más alejado que si fuera en París, y que si tenía que disponer de tanto tiempo para esta hija terminaría descuidando a su otro niño. La kleiniana nuevamente dio una respuesta de una sola palabra: “múdese”.
Un genuino aspecto de Freud se reflejaba en lo que pude apreciar como desmesura clínica. El fundador del psicoanálisis hizo esfuerzos para cambiar muchos elementos de la cultura tradicional occidental, incluido el cristianismo. Y sus cuestionamientos a la moral fueron uno de los caminos hacia su éxito cultural. Tratar a los pacientes como a coballos es para mí objetable. Y arrojar a una madre tamaña demanda de mudar a su familia en beneficio de que aprendiera qué pensaba la analista no me parece un aspecto atractivo del legado freudiano. Aún más: cuando una vez le conté esta historia sobre intransigencia kleiniana a un prominente lacaniano en París, estuvo de acuerdo con la postura clínica. Un análisis debiera ser, él sostuvo, un grave trastorno en la vida de un sujeto. En ese caso, sin embargo, la madre y el resto de la familia estaban siendo amenazados con la (errancia) incertidumbre.
(me he preguntado algunas veces si el impacto de Klein en Francia, donde no hay hasta donde yo se candidatos kleinianos en formación, era en parte porque Klein era tan enemiga de Anna Freud. El viejo principio de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo podría aplicarse).
Lacan no solamente ha establecido el psicoanálisis en la corriente principal de la vida intelectual francesa, sino que ha reconciliado el filosofar y el analizar en un modo en que representa, pienso, un retorno genuino a una de las mejores partes de las intenciones originales de Freud. El puede haber desdeñado la filosofía formal, a pesar de que la estudio cuando joven, pero apreció cuando sus seguidores mostraron signos marcados de interés cultural. Uno encuentra hoy en Paris analistas tan cultivados de tal manera que recuerdan a los primeros freudianos. ¿Pero cómo pueden los pacientes ser protegidos de la humana propensión a la crueldad, cuando no el sadismo?. La psicología del yo, como fue presentada por Federn y Erikson, por ejemplo, fue diseñada para ayudar a amortiguar el impacto de un analista falible en pacientes débiles y sugestionables. Como una vez un famoso analista francés dijo, si ud. golpea a sus pacientes en la cabeza (metafóricamente) es muy probable que le respondan con un agradecimiento. Esto es un testimonio de la casi infinita propensión humana a la credulidad y el masoquismo.
La psicología del yo no es otro nombre para el egotismo, a pesar de haber encontrado gente en Francia que parecen creer que la psicología del yo es un modo de promover engrandecimiento yoico, cuando no egoismo. Un análisis exitoso, pienso, tiene que incluir contención humana por parte del terapeuta. Esto puede ser llevado a cabo por una amplia gama de medios, incluyendo los apretones de manos de Freud durante sus análisis, o la profunda sofisticación cultural de Lacan. La referencia a un filósofo puede ayudar a tender un puente sobre el inevitable abismo que se produce entre el paciente y el analista. Los problemas del paciente bien pueden ser encapsulados en su yo, y Freud esperaba realmente que la gente pudiera vencer sus dilemas. Aún así cambiar suele ser doloroso, pero eso no significa que el analista está justificado en aumentar el sufrimiento.
En el mejor de los casos, Freud sabía que el analista debe aceptar sus inevitables humanas limitaciones. Como alguna vez Helene Deutsch me dijo, el análisis debiera enseñarle a la gente dónde comprometerse.Tan humilde principio es más seguro que la utopía ejemplificada en algunos discípulos de Klein.
A pesar de que he escogido a un Kleiniano Británico como alarmante ejemplo de cuán solícito poder puede un analista esgrimir, hay una tradición en el propio pensamiento de Freud que da pie a dicha intrusión.
Hay una notable debilidad en la psicología del yo; por ejemplo, Hartmann no condescenció a ilustrar su razonamiento con ejemplos clínicos. Su trabajo no ha sido desarrollado en Norte América desde su muerte; los movimientos de psicología del self y de relaciones de objeto han estado a la vanguardia del progreso del análisis. Pero uno de los peores aspectos del sectarismo en psicoanálisis es que la rueda parece tener que ser reinventada todo el tiempo. Jung hizo muchas sensibles puntuaciones clínicas, a pesar de ello sería herético citarlo en muchas publicaciones analíticas. Se me ha dicho que demasiadas referencias a Lacan en un paper clínico lo llevaría a ser rechazado en muchos periódicos analíticos americanos.
Lacan fue uno de los grandes herejes del análisis, y eso es un gran logro de su parte. Se encontró a sí mismo como a un Católico excomulgado de un templo Judío, y ese destino debe ser muy doloroso para poder ser tolerado. Su originalidad es incuestionable, aunque no es necesario avalar todas sus ideas o sus recomendaciones clínicas. Así como Lacan debiera ser de interés para los historiadores del intelecto, también debiera la psicología del yo ser una materia fascinante. No estoy proponiendo la pueril idea de que hay un poco de verdad en cada cosa, o que lo que ahora se necesita es un algún artificial acercamiento entre Lacan y la psicología del yo.
Aunque no sea evidente en la superficie, y algunos ateos seguidores de Lacan lo negarían, encuentro en su trabajo un elocuente replanteamiento de algunas enseñanzas Católicas fundamentales. Cuando entrevisté al hermano de Lacan, un monje Benedictino que estaba familiarizado con todas las ideas de Lacan, el era capaz de reubicar las mismas dentro de la teología Católica. Y en Erikson había un deseo implícito de conducir el Cristianismo al análisis. Oskar Pfister no fue el único analista durante la vida de Freud que trató de importar los principios Cristianos en el pensamiento y la práctica del análisis.
Desafortunadamente han sido los dogmáticos los que han triunfado en tener la mayor influencia en el análisis. Las almas más gentiles tienen la aptitud de ser olvidadas. Otto Rank sugirió una vez que el concepto de Freud de homosexualidad latente había sido creado para tiranizar a la humanidad. Es necesario reiterar que la tolerancia, la compasión, y la generosidad son ideales importantes, que no deben ser ignorados a raíz del natural entusiasmo reinante en los intelectuales por construir sistemas de pensamiento. El fanatismo es demasiado fácil, y deploro todas las variantes del fundamentalismo. El simple deseo de ayudar a los pacientes no necesariamente debe ser el resultado de algún anhelo maligno.El humanitarismo no es, a pesar de lo que alguna vez Freud sostuviera, una sublimación de la homosexualidad.
A pesar de que Anna Freud alguna vez admiró a Heinz Kohut, al final lo juzgó de “antipsicoanalítico”. Recuerdo con horror genuino como Karl Menninger pudo alguna vez denunciar a Erich Fromm. Ernst Jones trató de establecer que las diferencias con Sandor Ferenzi demostraban la supuesta insanidad de éste. Aún un liberal como Franz Alexander pudo repudiar el trabajo de Karen Horney. Fromm escribió críticamente contra Rank, y Jung también. Hasta cierto punto estas controversias son revitalizantes, pero muchos de estos episodios lamentables insisten en reaparecer.
Pienso que la psicología del yo que alguna vez prevaleció de tal modo en América, y que ha sido seguida por escuelas de pensamiento más a la moda, no debe ser arrojada como un desperdicio. Hubo un tiempo en el cual Hartmann fue considerado el primer ministro del mundo psicoanalítico, aunque hoy en día casi no se lo menciona. Hartamnn vivió un breve tiempo en París, y era un hombre de amplia educación. He invertido mi entera carrera tratando de proteger el barco perdido de la historia del análisis, y tal vez es tiempo de reconsiderar los descuidados méritos del pensamiento de Hartmann.(Victor Tausk fue el responsable de originar el concepto de fronteras en el yo, que su amigo Federn tomó).
Del mismo modo, ahora que Lacan ha devenido una influencia tan poderosa en el pensamiento analítico, sería espantoso pensar que los modelos pasados de aceptación masiva de ciertos enfoques serán irreflexivamente persistentes. Fue Nietzsche quien propuso que recompensamos pobremente a nuestros maestros si fallamos en desafiarlos, y con ese espíritu es que propongo que el trabajo de Lacan sea escudriñado críticamente a los fines de obtener todo el beneficio pleno de lo que sus enseñanzas tienen para ofrecer. Una vez traté de explicarle a Erikson que yo pensaba que había algunas similitudes, conectadas con la religión, entre su trabajo y el de Klein, pero el cerraba su mente frente a sus escritos. Winnicott me dijo que el único analista cuyos libros envidiaba – los únicos a considerar que no fueran escritos por él – eran los escritos por Erikson, y no ha aparecido nuigún libro de Winnicott sin alguna referencia a Erikson. (Winnicott también dijo que a pesar de que una vez osó hablar sobre Jung frente a la Sociedad Psicoanalítica Británica, no estaba preparado para arriesgarse a hacerlo una segunda vez)
Son los historiadores de las ideas los que tienen que tratar y entrar en contacto con todas las ramas del análisis, y al final puede ser que se concluya en que hay más paralelos entre Lacan y la psicología del yo de lo que cualquiera de los activos oponentes de la antigua controversia hayan advertido. El psicoanálisis solamente prosperará si no lo asumimos como una fe . La psiquiatría biológica ha ido últimamente tomando vía libre en América, pero hay creciente evidencia de que toda nosología y diagnóticos reflejan preocupaciones éticas. Es importante que como estudiosos de la vida de la mente no hagamos nada para aventar las llamas de la intolerancia, sino que intentemos de acercarnos lo más posible a un criterio de imparcialidad, lo que desde siempre sabemos que nos será imposible de lograr.
La tolerancia no debiera ser considerada como una pérdida de abilidad intelectual, sino más bien debiera llegar a ser un estimulante ideal. Los países probablemente siempre se enorgullecerán a partir de las supuestas inferioridades de los demás, pero los intelectuales no debieran promover semejantes falsas identidades.
Traducción: Yago Franco