“No podemos eludir la impresión de que el hombre suele aplicar cánones falsos a sus apreciaciones, pues mientras anhela para sí y admira en los demás el poderío, el éxito y las riquezas, menosprecia, en cambio, los valores genuinos que la vida le ofrece.” Con este párrafo comienza Freud su ensayo sobre la cultura. Freud no es optimista, las elecciones de los hombres son complejas, no siempre lo guía un interés, un deseo, una necesidad y le resulta fácil actuar en contra de todo esto, es decir, en contra de sí mismo. El sentimiento yoico de nuestra mismidad está sujeto a determinaciones que nos llegan de la vida en común, es decir, de los otros del mundo social y los límites del yo con el mundo exterior, los otros de trato y sociedad, no son inmutables, ya que las identificaciones y las imitaciones, son moneda corriente. Lo que llamamos “realidad”, que Freud señala como un principio, no es producto de una percepción natural, objetiva, es siempre resultado de una interpretación, no existe una percepción que desde lo sensible no busque de inmediato su representación para la conciencia. Así la realidad es inexorablemente el terreno de una disputa entre los individuos que componen una sociedad para imponer su interpretación y de este modo construirla. Esta construcción es siempre el camino de una dominación, del ejercicio de un poder de uno o unos sobre otros. Por cierto, esta lucha incluye el engaño y la mentira como estrategias de dominación, pero ya Napoleón, el emperador, señalaba su conocida frase “se puede engañar toda la vida a una persona, se puede engañar un día a todo el mundo, pero no se puede engañar a todo el mundo toda la vida”, ya que esta estrategia encuentra sus límites y estos límites son los que impulsan las luchas de los sometidos por establecer la verdad, no una verdad objetiva y universal, sino la verdad de la dominación. Las luchas por la emancipación constituyen una lucha por establecer esta verdad, ya que siempre se trata de una lucha contra un poder opresor. La autonomía, la independencia, como la libertad, sea de un grupo social, de un país colonizado, de una mujer o de un esclavo, como lo hemos visto a lo largo del siglo pasado, es siempre la emancipación de un poder opresivo.