La música desde una perspectiva psicoanalítica es un abordaje demasiado arriesgado. Ni Freud ni Lacan tuvieron mucho que decir al respecto. Freud, directamente sentía rechazo por la música, interesantísima cuestión aledaña habiendo sido él un hombre de muy vasta cultura y habiendo nacido en la Viena del siglo XIX, que es como decir que nació en una cuna musical. (1) Lacan, por su parte, dejó la cuestión para un futuro que luego no advino. Por ese campo vacío de mojones y referencias, y para peor, minado de extrañas pasiones e ideas insólitas que priman sobre la música en los tiempos de los multimedia, intentaremos avanzar. En principio, lo que se hace imprescindible para este abordaje, es trazar una línea gruesa, señalar una división taxativa entre dos aspectos bien diferentes a considerar: por un lado, lo que la música es para los cánones propios del arte y de los cuales podemos tomar nota en los estudios musicológicos – cuál es su interior, su secreto, sus tensiones inherentes, etc. – y por otro, lo que la música opera o implica en un sujeto oyente, o para mejor decir, en cada sujeto oyente.
Los sonidos no tienen representación simbólica ni imaginaria. Cada sujeto podrá organizar su mundo privado de fantasías al escuchar música, pero esas construcciones no dependen de ninguna condición prefigurada de los sonidos