Medio año después de comenzada la Primera Guerra Mundial, Freud escribe un pequeño ensayo titulado La desilusión provocada por la guerra, donde describe la penosa atmósfera en la que la sociedad europea se veía envuelta en esos tiempos. Lo citamos:
“Envueltos en el torbellino de este tiempo de guerra […] sin la suficiente distancia respecto de las grandes trasformaciones que ya se han consumado o empiezan a consumarse y sin vislumbrar el futuro que va plasmándose, caemos en desorientación sobre el significado de las impresiones que nos asedian y sobre el valor de los juicios que formamos. Creemos poder decir que nunca antes un acontecimiento había destruido tanto del costoso patrimonio de la humanidad, ni había arrojado en la confusión a tantas de las más claras inteligencias […] Hasta la ciencia ha perdido su imparcialidad exenta de pasiones […] El individuo que no se ha convertido en combatiente […] se siente confundido en su orientación e inhibido en su productividad. Creo que dará la bienvenida a cualquier pequeño consejo que le facilite reencontrarse al menos en su propio interior”.[i]
La coyuntura que nos toca vivir no constituye una guerra en sentido estricto, pero no sólo se emplea, para referirse a ella, una retórica notablemente bélica, sino que dicha coyuntura tiene la estructura de las guerras más actuales