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El sistema nervioso y las enfermedades alérgicas

 
La integración de aparatos y sistemas.

(SNC: Sistema Nervioso Central)
El conocimiento de los mecanismos biológicos que permiten el funcionamiento del cuerpo humano ha experimentado un avance explosivo en las últimas décadas.
Sería irracional pensar que los procesos psíquicos no tuvieran contraparte orgánica. Cada vez conocemos mejor la variedad de cambios químicos y electroquímicos que hacen al funcionamiento del sistema nervioso. La sorpresa ha sido comprobar que muy diversas substancias, que actúan como mensajeros biológicos, con acciones sumamente importantes, son compartidas por aparatos y sistemas orgánicos, a los que hasta hace pocas décadas se consideraba como funcionalmente independientes. El asombro es aún mayor cuando el sistema nervioso está involucrado en esta compleja trama, que incluye además a los aparatos inmune, endocrino, gastrointestinal, respiratorio, la piel, etc.
Desde hace siglos se sabe de la distribución de fibras nerviosas en todos los órganos, y desde hace décadas que están definidas ciertas funciones de los nervios viscerales, enmarcadas en lo que se conoce como sistema nervioso vegetativo o simpático; en la primera mitad de esta centuria, se determinaron las funciones del aparato endocrino y la relación entre un sector del SNC, el hipotálamo, y la glándula hipófisis, que va mucho mas allá de la mera vecindad anatómica. Este pequeño órgano que pesa sólo 2,5 g. dirige y regula la función de todas las demás glándulas de secreción interna, que a su vez influyen en el resto del organismo por la acción de sus propias hormonas vertidas en la sangre, incluyendo entre sus blancos al SNC y los órganos sexuales.
Cuando en la década de 1950 se sintetizó cortisona (producida normalmente por la glándula suprarrenal), que como hemos visto es funcionalmente dependiente de la hipófisis, la que a su vez es controlada por un componente del SNC (el hipotálamo), se comprobó su poderosa acción para aliviar síntomas de varias enfermedades como el asma bronquial y diversos tipos de artritis. El común denominador biológico de estas afecciones es la inflamación crónica de una estructura (bronquios-articulación), con características especiales en cada caso.
En la misma época aparecen los estudios acerca del modo de adaptación del organismo a situaciones de emergencia (stress) y quedó claro el papel central de la glándula suprarrenal en estos eventos (secreción de adrenalina y cortisona) y también que la consecuencia del mantenimiento de esta situación por largos períodos llevaba al surgimiento de enfermedades crónicas. Este y otros hechos clínicos fueron dando forma al concepto de Enfermedad Psicosomática, como encuadre a determinado tipo de alteraciones de la salud.

Aquí me detengo y pregunto ¿Existe alguna enfermedad que en última instancia
no lo sea? ¿Puede una persona “sufrir” una dolencia física, sin que esto repercuta en su psiquis?. Y en sentido inverso, los trastornos emocionales con sufrimiento prolongado y más aún los graves desórdenes psiquiátricos ¿pueden desencadenar síntomas físicos?. Si la respuesta es no en el primer caso y sí en el segundo, las enfermedades psicosomáticas como grupo especial quedan severamente cuestionadas.
Desde ya que los buenos clínicos de todos los tiempos, cuando ni se soñaba con el aluvión de conocimientos actualmente en desarrollo, agradecieron la ayuda del “buen ánimo” en la curación de sus enfermos. Lo que hoy llamamos “la onda positiva”. Y por el contrario siempre fue evidente, por ejemplo, que las personas que padecen depresión crónica, tienen más tumores malignos que los que no lo son, y más recientemente que células claves en la defensa antitumoral llamadas Linfocitos Natural Killer’s (naturalmente asesinos), encargadas de eliminar de cualquier tejido las células con alguna alteración, como sucede con las malignas, están tan deprimidas en algunas de sus funciones como lo pueden estar sus portadores.
¿Qué tiene que ver la psiquis en todo esto? En que la producción de una serie de substancias con influencia en la inflamación, no sólo la cortisona, está controlada por el sistema nervioso o producida directamente por este. Esto incluye secreciones de finas terminaciones nerviosas en diversos órganos, llamadas neuropéptidos, con acción primordialmente local y moléculas producidas en el SNC o en nervios periféricos, que actúan sobre otros sectores del mismo o sobre una gran variedad de órganos, los que a su vez muchas veces tienen capacidad de elaborar la misma substancia. A estas últimas, en un principio, se las denominó genéricamente neurohormonas, y cada una recibió un nombre que se creyó apropiado para evocar su función, como por ejemplo Factor de Crecimiento Nervioso, que luce totalmente inadecuado en estos tiempos, porque sus propiedades exceden ampliamente ese límite, y está demostrada su producción por varias células del aparato inmunológico. Cada vez es más claro que existe una gran variedad de tales moléculas, que en general circulan con el torrente sanguíneo y actúan como una red de intercomunicación permanente entre sectores del organismo con funciones diversas; estando su regulación controlada por mecanismos de retroalimentación y otros. En los últimos años se demostró el extraordinario aumento (entre un 250% y un 3500%) en la concentración del Factor de Crecimiento Nervioso en la sangre de personas que padecen enfermedades alérgicas (rinitis - asma bronquial – queratoconjuntivitis vermal, etc.), estando sus niveles en relación a la gravedad de los síntomas, o a la suma de más de una de estas afecciones. La cantidad circulante de esta neurohormona sufre alteraciones en enfermedades donde existe un trastorno del sistema defensivo del organismo, como sucede precisamente con las alérgicas o las denominadas autoinmunes o por autoagresión (artritis reumatoidea, etc), que ya vimos se caracterizan por la inflamación crónica del órgano afectado. Asimismo su nivel está aumentado en el plasma, S.N.C. y los aparatos endócrino e inmune, en los estados de ansiedad y en el stress psicológico y más llamativamente aún, los sedantes lo disminuyen.
No debe entonces extrañarnos que los niveles sanguíneos del Factor de Crecimiento Nervioso estén aumentados también en otros trastornos psicológicos, como la conducta agresiva, el stress inducido por el alcohol o el cuadro de abstinencia desencadenado por la supresión de la heroína.
Después de todo, el Sistema Nervioso y el aparato inmunológico comparten funciones, aunque con distinto sentido: ambos tienen memoria (lo que impide padecer por segunda vez ciertas infecciones) y los dos son portadores del concepto de lo propio (el yo), lo que determina el rechazo de todo lo que es extraño al organismo. De algún modo los dos definen la identidad.
Respecto a las enfermedades alérgicas, asma bronquial incluido, sabemos hoy con claridad que se manifiestan en individuos genéticamente predispuestos. Ah ¿entonces lo psíquico no tiene nada que ver? Nadie dice eso, sólo que lo genético es un poderoso factor para tener una enfermedad y no otra. Después de todo la salud es un equilibrio inestable y todos poseemos determinadas tendencias, es decir, facilidad para manifestar determinado tipo de patologías. En los textos médicos se suele representar la herencia como un revolver cargado, cuyo gatillo puede ser accionado - o no- por diversos disparadores, entre los que se encuentran en el caso de las alergias: las infecciones virales agudas, los cambios climáticos, la exposición a un exceso de alergenos a los cuales el individuo es sensible y los disturbios emocionales.
Los hermanos gemelos que son clones naturales, brindan la posibilidad de objetivar con mayor claridad el papel de la herencia, que en este caso es compartida en un 100%, y el de las diversas circunstancias de la vida, sean acontecimientos biológicos o psíquicos. La predisposición para padecer enfermedades alérgicas surge de la historia clínica, los antecedentes personales, familiares y el nivel de la Inmunoglobulina E en la sangre (marcador específico).
El caso más ilustrativo de gemelos que pude observar fue el de dos hermanas que tenían 42 años de edad. Acudió a la consulta una de ellas, afectada por un asma bronquial severa con muchos años de evolución y rinitis alérgica perenne, con manifestaciones floridas. Se trataba de una persona tremendamente conflictuada, que hablaba de su ex marido con gran resentimiento y odio, a pesar de estar separados desde hacía diez años, que vivía en continuo enfrentamiento con su hija adolescente, que se quejaba del maltrato que recibía en su trabajo, que por otra parte no le gustaba, y, como no podía ser de otro modo, de los muchos médicos que la habían asistido, con escasos resultados. Por iniciativa mía, tuve una entrevista con la hermana. Se trataba de un ama de casa con la vida centrada en su familia (marido y tres hijos). Impresionaba como una persona amable y tranquila, que no mencionaba conflictos ni expresaba resentimientos. No se consideraba enferma. Tenía leves síntomas nasales y/o bronquiales en algunos otoños y primaveras, que solucionaba con medicación simple. Hacía muchos años que no consultaba médicos por esta causa. A igual predisposición, síntomas de intensidad groseramente diferente, con el factor psíquico como claro motor de tal disparidad.
Es inconcebible pensar que lo que ocurre en el aparato psíquico no tenga un soporte material a nivel molecular. Lo aquí expuesto permite vislumbrar que poco a poco se van conociendo los elementos que enlazan ambos campos, lo que seguramente permitirá nuevas estrategias terapéuticas en el futuro y contribuirá a mitigar la disociación mente-cuerpo.
Los nuevos conocimientos neurobiológicos abren un panorama fascinante, que lejos de competir, complementan el campo cubierto por la psicología. En este sentido es necesario superar los falaces conceptos mecanicistas que en otros tiempos imperaban en ambas áreas.
Ningún elemento psicológico puntual (por ejemplo, determinadas características de las madres de los niños que padecen asma bronquial) podrá ser hallado en todos los casos. Los conflictos, su elaboración y su psicoterapia son marcadamente individuales.
Por el contrario, la negación de la influencia de los factores emocionales en estas enfermedades no sólo está desmentida por la centenaria experiencia clínica, sino también por los nuevos conocimientos moleculares, que involucran en una compleja red al SNC con diversos aparatos y sistemas orgánicos, como los inmunológico, endócrino y respiratorio.
Para terminar un ejemplo sencillo: una persona enrojece de vergüenza. El psicoanalista que lo trata, llega a conocer en el encuadre de “su” tratamiento la serie de elementos psíquicos que condujeron al sujeto a manifestar tal reacción y sus consecuencias. El clínico que también lo trata, explica los mecanismos conocidos que han determinado la vasodilatación facial.
Las dos visiones son verdaderas, complementarias e indispensables para explicar el hecho concreto, pero operan en campos diferentes.

Félix Pal
Médico Especialista en Alergia e Inmunología Clínica
Director de la Carrera de Posgrado en Alergia e Inmunología
Unidad Académica AAIBA-UBA
Docente Libre
felixpal [at] hotmail.com

 

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Articulo publicado en
Octubre / 1999