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Ser padre hoy

 

El avance del capitalismo salvaje deja como resultado un tendal de hombres desocupados, subocupados, que han disminuído sus ingresos o temerosos de perder su trabajo en cualquier momento.
¿Cómo se puede ser padre hoy, en una sociedad que deja al sujeto en un lugar de sirviente del sistema?
Topía revista realiza una encuesta a tres psicoanalistas, y les pregunta:
1 - ¿Cómo influye la cultura de la fragmentación en la subjetividad del padre?
2 - ¿Cómo relaciona el modo de ser padre hoy, con la clase social a la que pertenece?
3 - ¿Cómo aparece la función paterna en los nuevos modos parentales?

 

Dr. Darío M. Lagos
1. La concepción sobre las funciones y roles parentales, es un producto social e histórico. Hoy desde distintos modelos conceptuales el pensamiento hegemónico sostiene que la función materna está ligada predominantemente al vínculo fusional como condición de constitución y mantenimiento del psiquismo y la función paterna a la inclusión de la terceridad, a la conexión con la realidad, a la puesta de límites y a los proyectos de futuro ligados al ideal del yo. Esta concepción merecería ser revisada ya que lo paterno y lo materno se adscriben espontáneamente a las figuras concretas de padre y madre. Las características de estas funciones se apoyan en las condiciones materiales y en las relaciones sociales en cuyo marco se instituye el vínculo familiar. Inicialmente se basan en ciertas funciones concretas ligadas a la resolución de las necesidades que impone la realidad.
La crisis de valores y modelos producida por los cambios en las estructuras socioeconómicas en los últimos años han producido modificaciones sustanciales en la subjetividad y en la estructuración de los vínculos familiares.
Los padres deben asumir su función transmitiendo a sus hijos ideales, emblemas, significaciones y sentidos, en relación a un mundo que les resulta desconocido o extraño, atravesados por pérdidas de certezas en relación a sus sistemas de creencias, afectados muchas veces por la caída de ideales que sostuvieron su propia identidad.
Enfrentados frecuentemente a una sociedad y a una cultura a la que no reconocen y en la que no se sienten reconocidos, su subjetividad entra en crisis. Crisis sobre sí mismos, sobre su lugar en el mundo, sobre la posibilidad de hacerse cargo de funciones de protección material, sobre los valores y modelos a transmitir.
La caída de ideales sociales que enfatizaban la solidaridad, las posibilidades transformadoras de las acciones colectivas y la posibilidad de proyectar hacia el futuro y su sustitución por ideas que privilegian el éxito, el individualismo, la competencia, la agresividad destructiva, la eficacia a cualquier costo, afecta el universo simbólico.
La función paterna como mediadora en el contrato narcisista entre el sujeto y la cultura, contrato que permite a los hijos sentirse reconocidos en el orden social, se afecta por el conflicto subjetivo en el padre, entre los ideales internalizados en su historia personal y los ideales hegemónicos del presente. Este conflicto puede ser consciente o no.
Si consideramos la función paterna adscripta a la transmisión de la ley, la transmisión de prohibiciones y posibilidades, se hace evidente que esta función se debilita cuando no se puede apuntalar en el contexto social.
La pérdida de la función protectora del Estado genera en el hombre vivencias de desamparo en el plano material y social. La impotencia y el temor dirigido al futuro inundan su subjetividad.

2. En la sociedad se conforman ideales colectivos y modelos de conducta hegemónicos, que se proponen como hitos identificatorios al conjunto de los miembros del cuerpo social.
Sin embargo cada clase social tiene su propio modo de abordar y resolver los conflictos que se presentan. Por ejemplo: en una familia en sectores medios en los que existe un mandato de la cultura y la posibilidad material de separar la intimidad de los padres de la de los chicos, la cohabitación puede ser comprendida como una problemática incestuosa en el grupo familiar. Esta no sería la lectura que haríamos del mismo fenómeno en una familia obrera o de desocupados en la que las condiciones materiales han determinado una naturalización de la cohabitacion y la prohibición del incesto se manifiesta en otras normatividades.
El fenómeno de la desocupación o las formas extremas de flexibilización laboral presentes en la Argentina hoy, inciden profundamente en los vínculos familiares y repercute de diversas maneras en todas las clases sociales. Se producen crisis familiares muy difíciles de resolver, que pueden derivar en reproches, agresiones, violencia u otra sintomatología.
El papel del padre está devaluado, especialmente porque no se puede esperar que cumpla con la expectativa de asegurar el sostén material. La existencia, en los sectores sociales más explotados, de jefas de familias sin hombres, en una dimensión inédita, es una expresión de esta situación.
En los sectores medios lo que aparece es una desestima del padre, aunque su presencia concreta se mantenga.
Los hijos pasan a saber que no hay garantía de subsistencia a través del trabajo. ¿Cuánto afecta ésto a la caída de los padres como modelo? ¿Cuánto interfiere en la conformación del ideal del yo?
En los sectores de pequeña y mediana burguesía urbana, algunos modelos, como el estudiar y trabajar, que pueden constituir bases de expectativas de padres hacia hijos, para las generaciones más jóvenes carecen muchas veces de sentido porque no aparecen como viables para un proyecto de vida.

3. En la actualidad avanza la situación de paridad entre el mundo de los hombres y las mujeres en cuanto a derechos, exigencias y ámbitos de desarrollo. La histórica división del espacio público para el hombre y el espacio privado para la mujer como ámbitos de despliegue y de poder se ha transformado a partir de la salida de la mujer a la producción y de las vicisitudes de la problemática laboral en los hombres. Sin embargo esta equiparación se encuentra en desacuerdo con mandatos históricos que aún son hegemónicos. Frecuentemente los hombres viven estas situaciones como una pérdida de lugar y depreciación de sí mismos.
En las nuevas modalidades de vínculos familiares, tus hijos, mis hijos y los nuestros, tu padre, mi padre, es decir en la complejidad de los nuevos estilos familiares, la función paterna, como transmisora de la ley, como interdictora y posibilitadora, requiere ser mantenida. Pero tiene múltiples embajadores y dichas embajadas plantean diferentes niveles de conflictividad. Siendo un fenómeno cuyo carácter instituyente aún no se ha traducido en normas, leyes y acuerdos instituidos, actualmente el estatuto de estas relaciones familiares y funciones parentales está en pleno debate y sujeto a interpretaciones particulares.
Esto determina frecuentes crisis en los grupos familiares. Legitima la madre las funciones paternas sustitutas de su pareja, cuando existe un padre presente? ¿Cómo puede ubicarse un hombre frente a requerimientos de funciones paternas en el interior de la vida cotidiana frente a chicos que no son sus hijos y que tienen un padre presente pero que no vive con ellos? ¿Cómo opera el padre en su función cuando no vive con sus hijos o no puede aportar a su mantenimiento? Estas preguntas pueden multiplicarse. La tenencia y la convivencia compartida con los hijos, por parte de los padres separados, fenómeno que se va incrementando cada vez más, plantea también nuevos problemas.
Familia ampliada, familia fracturada, confusión y superposición de roles, exigencia e imposibilidades materiales, caracterizan los vínculos familiares de la época. Los modelos conceptuales con los que hoy contamos, nos aprisionan y no dan cuenta de la complejidad de la estructura familiar de nuestros días.
Indudablemente esto nos plantea una reformulación de los interrogantes y una búsqueda de nuevas respuestas sobre el lugar del padre y sobre la función paterna correspondiente a nuestra época.

Dr. Darío M. Lagos
• Coordinador de la Sección "Salud Mental, Derechos Humanos y Tortura" de la Asociación de Psiquiatras de América Latina (APAL)
• Miembro del Comité de Sección "Consecuencias Psicológicas de la tortura y otras persecuciones" de la Asociación Mundial de Psiquiatras-World Psychiatric Asociation (AMP-WPA)
dlagos [at] fibertel.com.ar
 

Elina Carril
1- El proyecto moderno ha entrado en crisis y con él, la pérdida de legitimidad y sostén de las instituciones en las que se sostenía; Estado, familia, iglesia, escuela. La modernidad prometió progreso, bienestar económico y felicidad, basado en las premisas de igualdad, universalidad y racionalidad y aunque ilusoria y relativamente falaz, ofreció referentes identificatorios, homogéneos y estables. Con la posmodernidad se rompen las certezas, la constancia de las instituciones sociales y simbólicas y se cambian las tradiciones y los hábitos. El impacto fragmentador de la
cultura posmoderna produce una pérdida de sentido de la historia, del pasado y de las instituciones sociales y simbólicas.
Me referiré breve y descriptivamente a la familia y al trabajo, por constituir dos referentes identitarios, que se han quebrado y modificado sustancialmente y que son significativos para el tratamiento del tema. A la seguridad y constancia del proyecto laboral, le ha sucedido la inestabilidad, la desocupación o el multiempleo. El modelo de familia tradicional ha sufrido transformaciones y ha dejado de ser hegemónico y el padre proveedor y jefe de familia de ayer, en algunos sectores, parece una figura del pasado. Cuando se divorcian, los hombres recurren a estrategias múltiples para sostenerse y elaborar el fracaso de un proyecto conyugal "para siempre", ven a sus hijos espasmódicamente, ya sea por omisión o por la apropiación de estos por parte de las madres. Desocupados -o con miedo a perder el trabajo- ya no son más los únicos perceptores de ingresos, lo que produce una fuerte desvalorización de sí mismos.
Si el sujeto emerge en los vínculos y las instituciones sociales y simbólicas, cuando éstos/as se modifican, la subjetividad se transforma. Pero, no tengo una respuesta acabada a la pregunta de Topía. Los padres de la posmodernidad ¿serán débiles, frustrados, asustados, irreflexivos, hedonistas? ¿Rescatarán lo diverso y lo múltiple, serán más flexibles y plásticos? Como ya lo hemos dicho algunos, el psicoanálisis tiene en el "debe" teórico, de pensar cómo se construye un padre. Cuando dejemos un poco tranquila a la madre y nos pongamos a pensar, veremos qué padre está produciendo la posmodernidad.

2- Las modalidades de la paternidad estuvieron hasta hace no muchas décadas, determinadas por un modelo hegemónico de masculinidad, que incluyó entre otras, la producción de un padre ejecutor de la ley y transmisor de la cultura. El padre de la modernidad -fundamentalmente en el siglo XIX y más de la mitad del XX- fue con algunas variaciones, el mismo para todas las clases sociales: aquél cuya autoridad no era cuestionada, disciplinador, ausente de las prácticas de crianza y distante emocionalmente de sus hijos.
Si los sujetos, hombres y mujeres, somos producto de nuestra historia singular, también lo somos de la cultura y la clase de la cual emergemos como tales. Tengo la impresión, que este modo de ser padre que describí brevemente, está en proceso de cambio, pero que este cambio -moderado- en las modalidades de la paternidad no ha sido ni mucho menos homogéneo, si lo pensamos en términos de clase social. Es en los sectores medios donde la intervención temprana del padre y la voluntad de los varones de implicarse cada vez más en la crianza de los hijos, parecerían ser indicadores de las modificaciones respecto a la paternidad. Estos varones, aculturados en contextos más innovadores y permeables a los cambios que se han producido en las relaciones entre los hombres y las mujeres, son quienes a mi juicio, han comenzado a vivir la paternidad, de una forma más comprometida, afectivamente hablando, más próxima, menos dependiente de los estereotipos de paternidad tradicionales. No me parece que suceda lo mismo con los varones de los sectores populares, en donde algunas características del ejercicio tradicional persisten, a lo que debemos sumarle, muchas veces, la total ausencia de compromiso y ligadura emocional con los hijos. Obviamente, nada de esto sucede por una supuesta malignidad congénita y endémica, prototípica de los varones y más aun de los varones pobres... Un análisis más profundo debería incluir, como dimensiones que producen subjetividad, aquellas vinculadas al macrocontexto.

3-Pienso que no debería haber una función paterna, como no habría una materna. El padre, (el real, el Juan o Pedro carnal y tangible), no es reducible a una función. Estamos en un momento óptimo para empezar a cuestionar lo que se ha denominado "función paterna", teorizada como aquella que consiste en separar a la madre de la cría, encarnar y ejecutar la ley, (pero sin creérsela...) e introducir al hijo en la cultura. Optimo por el momento histórico y óptimo también para nuestra disciplina, para revisar nuestros presupuestos teóricos, incluso algunos de los más fuertes (el complejo de Edipo, por ejemplo, visto los cambios en la condición de la mujer, en el relacionamiento entre los géneros, en la familia, las prácticas reproductivas, entre otros) ¿Cuáles son -serían- los nuevos modos parentales? Padres que empiezan a disfrutar de un vínculo con sus hijos/as, basado no solo en el presupuesto de la "obediencia debida", o en sus obligaciones de proveedor económico, sino en la ternura, en los cuidados, en la participación activa en la educación y en los juegos.
Padres que, menos asustados de sus posibles aspectos femeninos, y menos homofóbicos, incluyan la relación cuerpo a cuerpo con sus hijos varones que incluye también, la dimensión erótica necesaria para la futura capacidad deseante de los hijos. "¿Good enough fathers?" Posiblemente. ¿Y qué madres? Aquellas cuyo sistema de ideales, no está centrado exclusivamente en la maternidad, el cuidado de los otros, o el altruismo. Estas madres, con desempeño en otros ámbitos, más allá del doméstico, que han alcanzado un grado de autonomía, se constituyen en objetos identificatorios beneficiosos para los hijo/as.
Respecto entonces a la pregunta, lo que tímidamente comienza a aparecer, es que ambos, padres y madres, se pueden proponer como objetos de la autoconservación y del apego y también del deseo. Ambos pueden también, interponer la prohibición al deseo incestuoso, hacer cumplir la ley y ofrecerse como objetos que permitan identificaciones cruzadas, lo que, como sostiene J. Benjamin, posibilitaría procesos de subjetivación más flexibles y menos rígidamente dependientes de los estereotipos de género tradicionales. Creo que el tema es bastante más denso y merece un tratamiento más refinado. El proceso de análisis, por otra parte, debe estar atento a no confundir estado de cosas, con expresión de deseos.

 

Elina Carril
Psicóloga (Uruguay)
Miembro Habilitante de la Asociación Uruguaya de
Psicoterapia Psicoanalítica (AUDEPP)
Docente del Área de Psicoanálisis
(Facultad de Psicología, UDELAR). Especialista en Psicoanálisis y Género
ecarril [at] multi.com.uy

 

 

Juan Carlos Volnovich
1. Hasta hace muy poco tiempo atrás era imposible aproximarse a las representaciones de la paternidad por fuera de la "función paterna" que introduce el orden simbólico. En consecuencia, el psicoanálisis (por lo menos el psicoanálisis convencional) construía categorías regidas monológicamente por una razón dueña de sí misma y legitimadora de certezas. Ahora bien, en la medida en que logramos apartarnos del dualismo del género, a partir de eludir el imperativo de plantear una identidad estable para varones y mujeres frente a la reproducción, pudimos internarnos en la compleja red de relaciones donde se entrecruzan las diferencias de clase social, de raza, de edad, etc. que constituyen al sujeto. Así, la "cultura de la fragmentación" supuso un cambio notable en las relaciones de poder establecidas, que inevitablemente arrastró a la paternidad: introdujo nuevas inscripciones acerca del lugar de los varones en tanto padres. En última instancia, cuestionó su gloria. Entonces: no me atrevería a describir cómo influye la "cultura de la fragmentación" en la subjetividad del padre, pero algo podría decir acerca de cómo influye la "cultura de la fragmentación" en los discursos acerca de la constitución subjetiva de los padres. Porque al tomar el texto posmoderno en la positividad de su discontinuidad, en la precariedad de su sentido, en la debilidad de su pensamiento, se abre un espacio antifundamentalista útil para reflexionar sobre la paternidad. Bueno, para rebelarse ante la primacía de un significante. El lugar ocupado por la fragmentariedad, la transitoriedad de los signos, invita a la producción teórica de un proyecto de descolonización de la lógica binaria que, a su vez, permite
liberarnos de la sujeción a las totalidades jerárquicas.
¿Dónde buscar, entonces -fragmentación mediante-, la especificidad de la paternidad? No en la virilidad como cercanía con el cuerpo de varón; no en el inconsciente como deseo propio de los hombres diseminadores; no en la tradición masculina que nos pretende proveedores; no en los resquicios y las grietas que nos dejan las mujeres; sino más bien en la actividad política, teórica y epistemológica mediante la cual puedan ser articuladas las relaciones del sujeto con la realidad social a partir de la experiencia histórica que los varones desarrollamos, también, con nuestra prole.
Y un segundo interrogante: ¿Cómo ampliar nuestra comprensión crítica acerca de la "paternidad" y de sus discursos en la "cultura de la fragmentación?" La respuesta pasa por la construcción de la "experiencia". "Experiencia" como término teórico inevitablemente conjugado, por una parte con las teorías del significado y de la significación, y por la otra, con la concepción psicoanalítica que da cuenta de la constitución subjetiva.

2. Salta a la vista que el índice de natalidad de la clase media acomodada es notablemente más bajo que el índice de natalidad de los sectores proletarios o marginales. La sobredeterminación de este fenómeno demográfico y sociológico no excluye las razones económicas que condicionan el deseo consciente e inconsciente de hijo. Tal parecería ser que los varones de la clase media declinan su deseo de hijo al tiempo que dan muestras evidentes de querer estar más presentes en la crianza de los hijos de lo que estuvieron hasta ahora. Y cuando se hacen presentes, no siempre logran eludir el camino violento y dominante que caracteriza la virilidad convencional. El olorcito fascistoide que destilan las asociaciones de padres que reclaman la tenencia de los hijos del divorcio, no hace otra cosa que confirmar que, en el amplio espectro que va desde el padre "ausente" al padre "patrón", aún se está muy lejos de encontrar el lugar que evite estos dos riesgos. Así, para desmentir su tendencia a "borrarse", los varones están empezando a involucrarse más y más en la
crianza (y la posesión) de los hijos. Y cuando esto sucede, empiezan a pagar.
Pagan la culpa eterna de ser padres "ausentes". Pagan deudas contraídas a lo largo de la larga historia del patriarcado. Pagan el precio de haber rivalizado con sus propios padres. Pagan escuelas privadas ahora que el estado se desresponsabiliza de la educación de sus hijos. Pagan la obra social para garantizarle la salud y algún seguro de vida que los proteja por si les pasa algo. Pagan a los psicoanalistas para que los hijos les hablen mal de ellos. Pagan a los dentistas para que los niños tengan una sonrisa ortopédica. Pagan la culpa contraída con los hijos que tuvieron en matrimonios anteriores, por no haberlos atendido como correspondía y la "imperdonable traición" al abandonar a sus madres. Pagan el derecho de piso con las actuales mujeres haciéndose cargo de los hijos que ella tuvo con otros hombres. Claro está que así, pagando y pagando, no es difícil imaginar como se les va apagando el deseo de tener hijos.

3. Tradicionalmente los padres eludieron postularse como modelo de identificación para sus hijas. De esta manera -y sin saberlo- llegaron a desheredarlas de un capital simbólico de independencia y autonomía por el mero hecho de ser mujeres. En una sociedad patriarcal en la que generalmente tanto los hombres como las mujeres prefieren tener hijos varones, la oferta identificatoria de valores que correspondan a la independencia, a la autonomía y a la autoafirmación que los padres hacen a sus hijas, corre el riesgo de ser inscripta por las niñas como prueba flagrante de haberlos defraudado pero puede, también, registrarse como una práctica antidiscriminatoria.
Así, aquellos padres que estimulan en sus hijas la adquisición de aspectos hasta ahora considerados "viriles" y "masculinos", más que padres patriarcales que no se resignan a haber tenido hijas mujeres, son -además, o también- padres feministas que si hay algo a lo que no se resignan (independientemente de la cuota de narcisismo que se ponga en juego) es a que sus hijas sean devaluadas y menospreciadas por el mero hecho de ser mujeres.
No me atrevo a generalizar pero creo que está comenzando a advertirse cada vez más, en los vínculos intersubjetivos, una creciente disociación, entre aspectos reaccionarios, instituidos, que tienden al reforzamiento de paradigmas patriarcales en los vínculos conyugales, y aspectos transformadores, instituyentes, que tienden a la incorporación de nuevas formas de gerenciar las relaciones entre los géneros, fundamentalmente, en los vínculos filiales. Lo que equivale a decir que hay padres varones que aceptan, estimulan, y ven con buenos ojos el despliegue de prácticas de
independencia, agresividad, actividad y autonomía por parte de sus hijas, características que muy dudosamente avalarían en sus cónyuges, la madre de sus hijas. Ahora bien, si los padres destinan a sus hijas una oferta, un caudal identificatorio de valores de independencia y autonomía que permiten augurar una nueva forma de construcción subjetiva para las niñas, no sucede lo mismo con respecto a los hijos varones. El rechazo y la denigración que la cultura patriarcal mantiene hacia los valores "femeninos", promueven en los niños la represión de aquellas cualidades que en el mundo externo son interpretadas como debilidades inaceptables para un varón.
No estoy apelando, aquí, indirectamente a que -con la intención de integrar a los progenitores masculinos en la crianza de los hijos/as- vayamos poco a poco aproximando a los géneros hasta que llegue el día que triunfe la concepción de un unificado modelo andrógino y una crianza compartida al cincuenta por ciento. El fenómeno es mucho más complejo ya que pienso que no existe un "instinto" maternal que determina el desempeño de las madres; tampoco existe un "instinto" paterno responsable de la conducta de los mismos. Y de existir, esta categoría está siendo permanentemente construida; construida por un discurso que vanamente intenta definir el ser mamá o el ser papá, en el nivel de lo biológico, de lo psicológico, de lo social. Fundamentalmente, en el nivel de lo político. Misión imposible si es que aceptamos la multiplicidad infinita de sujetos que desborda y trasciende cualquier intento de quedar aprisionada en categorías totalizadoras.

Juan Carlos Volnovich
Psicoanalista
jcvolnovich [at] ciudad.com.ar

 

 
Articulo publicado en
Agosto / 2001