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Los psicoanalistas en tiempos del corralito

 
(O cómo las realidades difíciles irrumpen en el consultorio)

La generación de analistas a la que pertenezco fue entrenada bajo la consigna rigurosa de que ser psicoanalista o hacer psicoanálisis era sacralizar el encuadre (la exigencia de las 3 ó 4 sesiones semanales, diván, 50 minutos, determinadas formas de pago etc); se pensaba que el mantenimiento estricto del dispositivo formal era la esencia del procedimiento. La personalidad del terapeuta debía permanecer lo mas anónima posible de manera que toda referencia del paciente al analista no sería sino una “proyección” o un “enunciado transferencial”.
Si los requisitos del encuadre no se cumplían, el procedimiento perdía su status de psicoanalítico para convertirse en Psicoterapia psicoanalítica, variedad degradada de la versión ortodoxa, un sustituto de menor calidad, especie de premio consuelo por no poder accederse al procedimiento genuino.
Muchos colegas siguen pensando de la misma manera.
El encuadre así considerado incluye la vigencia plena de la regla de la abstinencia ejercida en un sentido fuerte, es decir se deben evitar cambios de hora, no contestar preguntas; ser muy cauto a la hora de responder a las llamados telefónicos. La única actitud posible para un analista que se precie de tal y que se propone no violar la ley de la abstinencia es interpretar y hacerlo en los términos mas neutros y asépticos posibles evitando tanto como pueda que sus palabras filtren afectos u opiniones. Cualquier desviación de la misma se considera una “actuación” del analista, es decir un error al que muchas veces es inducido por su paciente en su intento de “repetir en lugar de recordar”.
Esta manera de pensar culminó con la primera visita a Buenos Aires de D. Meltzer analista de la escuela kleiniana quien hasta sostuvo la inconveniencia de estrechar la mano del paciente al saludarlo. Años después, el mismo Meltzer reconoció que había ido demasiado lejos y que estaba equivocado.
El mantenimiento de una posición tan radicalizada con respecto al encuadre se sostenía, sin duda, en el ferviente deseo de que el psicoanálisis fuera una disciplina verdaderamente científica. La palabra ciencia era mágica y prestigiosa, lo que no se apoyase en los postulados del positivismo era sospechoso. Freud también anheló hacer del psicoanálisis una ciencia natural y no hacíamos sino seguirlo.
El temor de estar al margen de la cientificidad y de la modernidad y las insinuaciones de charlatanismo y brujería que abierta o sutilmente nos dirigían colegas médicos embarcados en prácticas mas convencionales, nos llevó a aplicarnos con ahínco al estudio distintas corrientes epistemológicas para justificar la cientificidad de nuestra práctica; nunca en la historia del conocimiento un grupo de profesionales de una disciplina gastó tanto esfuerzo en validar su práctica; cosa que por otra parte era completamente innecesaria puesto que la sociedad la había aceptado y consideraba al psicoanálisis una opción válida a la que recurrir frente a determinadas situaciones de la vida y a los psicoanalistas como profesionales respetables. La sociedad creía mas en el psicoanálisis que los propios psicoanalistas que seguíamos estudiando...epistemología.
El sostenimiento de un encuadre estricto nos permitía la ilusión de estar manteniendo una actitud de observación objetiva y rigurosa, es decir “científica”, de nuestro objeto de estudio: el inconsciente (nuestro objeto “formal abstracto”, según la epistemología de Bachelard-Althusser, en boga).
El tema de la validación “científica”, nos fue dejando de interesar; nos dimos cuenta que es un error pedirle evidencia ó confirmación en el sentido de la ciencia positiva a las afirmaciones del psicoanálisis, no es una ciencia en ese sentido; su mérito consiste en haber cambiado la percepción que tiene el hombre de si mismo; proveyó a la cultura de términos, palabras, metáforas, distinciones, descripciones que permiten al ser humano enfocarse a si mismo y comprender ciertos hechos incluidos los patológicos, de una manera novedosa. Sucesos anteriormente ininteligibles cobran sentido a la luz del psicoanálisis.
Tomemos el ej. de la neurosis obsesiva; ¡cómo podría resultar no fascinante o poco convincente la explicación freudiana: relacionar la mala conciencia moral (sentimiento inconsciente de culpa) con el sentimiento de suciedad física que experimenta un determinado individuo, al mismo tiempo que se siente compelido a lavarse permanentemente; y como no aceptar como válida la suposición de que detrás de este fenómeno patológico (lavarse) se manifiesta una instancia moral intrapsíquica el SuperYo que le genera sentimientos inconscientes culpa al Yo y lo induce a lavarse!!! Lo esencial del psicoanálisis es la propuesta de ideas reveladoras que permiten comprender algunos fenómenos humanos antes totalmente inexplicables. El psicoanálisis no se reduce a un procedimiento ritualizado, el encuadre, su singularidad está dada por sus propuestas acerca de los conflictos humanos, por sus hipótesis sobre los procesos mentales inconscientes; por su teoría o teorías acerca del aparato psíquico y por la implementación de estas ideas en una psicoterapia, psicoterapia cuya originalidad no radica en el mantenimiento de un encuadre; el mismo puede variar y adecuarse a necesidades y circunstancias. No existe un procedimiento tipo (el encuadre ortodoxo) del cual los otros son variantes, el procedimiento tradicional es una de las variantes posibles. (Definición parcialmente inspirada en la propuesta por Freud en Dos Artículos para una Enciclopedia)
La regla de la abstinencia es válida y necesaria, pero mantenerla a todo coste, en una actitud fundamentalista sin medir las circunstancias particulares de un caso singular puede ser perjudicial y generar dificultades. Un breve relato ilustra lo que quiero transmitir: un paciente le pregunta a su analista qué le había sucedido puesto que no lo había atendido por varios días y que ella parecía triste y cansada; además el paciente señala que en el departamento se percibía un penetrante olor a flores como si hubiera tenido lugar un velatorio. La analista se abstiene, no contesta. El paciente siente mezcla de angustia, furia, vergüenza. Podría pensarse que la actitud prescindente de la analista, no contestar, es la correcta; y que las ansiedades y fantasías generadas por la situación bien pueden analizarse en el transcurso de la sesión; sin embargo, mi opinión es que los inconvenientes de esa actitud superan a las ventajas.
Debemos tener en cuenta que el encuadre es un lugar donde no solo se repiten las situaciones traumáticas infantiles sino que es también una oportunidad para rectificarlas y elaborarlas. El solo hecho de que el terapeuta asuma actitudes diferentes a las de las figuras arcaicas ante hechos similares, es de por sí terapéutico.
La actitud abstinente de la analista, en el caso que estamos relatando, tiene un cierto potencial traumático, la denegación de una realidad notoria (velatorio) puede hacerle sentir al paciente que se desprecia su percepción e inteligencia, que no se lo tiene en cuenta, y que no es digno de ser informado de cosas importantes; reviviscencia de experiencias infantiles de exclusión y desvalorización, una actitud diferente de la analista pudo haber sido beneficiosa. También el ocultamiento de un hecho evidente podrían volver a generar en el paciente, como en el pasado, confusión y dudas sobre su juicio de realidad ¿el ve las cosas que cree ver o las imagina? ¿hubo o no un velorio aquí como lo indican todos los indicios? también la situación puede ser culpabilizante: el paciente sorprende a su analista y la denuncia en una situación que ella desea mantener en silencio, en secreto.
Este caso ilustra o intenta ilustrar la alteración que se produce en la relación terapéutica cuando una realidad apabullante, en este caso un duelo, irrumpe como hiperrealidad en el encuadre. Lo que se señala son las dificultades contratransferenciales que interfieren para un manejo adecuado. Ocultar la existencia de un duelo evidente, situación que de todos modos se sabrá, muestra las dificultades de la analista para mostrarse como alguien a quien le pasan cosas como a todos y le alcanzan las generales de la vida y de la condición humana. Creemos que muchas veces los analistas utilizan la abstinencia extrema mas que por convicción técnica para ocultar situaciones que son difíciles de aceptar y manejar para ellos.
Una práctica profesional está determinada no solo por la teoría que la sustenta sino también por las condiciones sociales en las que dicha práctica se desarrolla. La situación en la que ejercemos ha ido variando. Hace años proponer el contrato tipo no era problema (las 4 sesiones etc.) Actualmente la demanda de la gente ha cambiado; no hay tantas personas dispuestas a realizar esfuerzos prolongados y sostenidos, no hay tanta disponibilidad de tiempo y dinero la gente nos consulta pero no acepta las condiciones tradicionales, nos impone sus propias condiciones, además como ya mencioné no estamos tan convencidos que aquellas eran las condiciones correctas. Cambió la gente, cambió, la sociedad...cambiamos nosotros.
Nos quedan dos posibilidades: añorar los viejos buenos tiempos, la época de oro donde los pacientes se ajustaban a nuestras expectativas, traían “síntomas” que nos permitían asimilarlos a los cuadros clínicos descriptos en los libros y aceptaban nuestras condiciones; o reconocer que vivimos épocas nuevas y nuevos desafíos, a veces excitantes y que tomamos pacientes que antes no hubiéramos tomado y que eso aguza nuestro ingenio, enriquece nuestra experiencia y nos permite aprender. Se habla mucho de las nuevas patologías, el modelo médico (el que habla de patologías) nunca nos resultó muy útil, lo que ha cambiado es la sociedad que genera nuevas situaciones y/o nuevos problemas, y cambió nuestra percepción y maneras de enfocar los problemas; si se quiere llamar a eso nuevas patologías; y bueno...Pero sobre todo lo que cambió las fueron las circunstancias sociales de nuestra práctica.
Pero es en los últimos y mas recientes tiempos que una realidad social realmente perturbadora altera nuestras condiciones de vida y de trabajo creando situaciones y marcos novedosos e impensables poco antes. Concentrémonos en nuestra realidad (Buenos Aires febrero 2002) que es el tema nos convoca mas exactamente; toda la sociedad padece una crisis profunda con repercusiones particulares en el reino de los psicoanalistas. La situación es tan difícil que por momentos tememos que sea una crisis terminal. El mundo en el que hemos vivido y trabajado por mucho tiempo, amenaza con desintegrarse. Todo lo que era podría no ser mas, hay muchas cosas alteradas, una que nos toca de cerca y puede lastimar seriamente nuestra práctica profesional es el empobrecimiento acelerado de las clases medias, su posible desaparición; nuestra pertenencia e identidad tienen esa condición social como referente; la mayor parte de nuestros pacientes proviene de ese grupo que tradicionalmente ha sido lo suficientemente refinado, desde el punto de vista intelectual como para recurrir a una terapia sofisticada como el psicoanálisis. Nuestra identidad profesional y continuidad están en serio riesgo. También nos aterran otras posibles y dramáticas amenazas: recaer en una dictadura fascista, amenaza que creíamos desterrada para siempre, situación que afectaría seriamente la práctica profesional, ya sabemos lo que es trabajar bajo dictaduras. También nos asola el peligro de la anarquía y aún hasta de una guerra civil.
Uno se pregunta como habrá sido trabajar en Londres durante los bombardeos. De hecho M. Klein trató a Richard en esas circunstancias; también hay alguna referencia de Winnicott a su experiencia de trabajo en tiempo de guerra. Sin embargo parecen situaciones distintas, ellos mantenían sus ideales colectivos que los mantenían unidos; nosotros corremos peligros inimaginables (“terror sin nombre”), peligro de desintegración, peligro de pérdida de status profesional con las consiguientes heridas narcisísticas; miedo a la desaparición del país o sus instituciones.
Es en este clima en el que estamos trabajando y estas realidades sociales afectan nuestra “contratransferencia” (palabra usada el sentido de conflictos inconscientes del analista que perturban su comprensión y manejo de la situación terapéutica). Nuestros pacientes viven, naturalmente, las mismas realidades que nosotros, comparten nuestras ansiedades, preocupaciones y temores o nosotros las de ellos. Este particular clima crea situaciones especiales.
Un paciente le pregunta a su analista si éste (el analista) no piensa en irse del país, sería lo mas aconsejable, recomienda el paciente; además de los peligros físicos que se corren frente a la violencia creciente lo mas probable es que el trabajo y los ingresos del analista disminuyan drásticamente, que mejor tome todos los recaudos y acepte a todos los pedidos de tratamiento. Lo que está pasando con él, continúa diciendo el paciente, puede ser un adelanto de lo que pudiera esperarle al analista en un futuro inmediato, él antes pagaba el análisis con relativa facilidad, muchas veces lo hizo en dólares, ahora no podía sino pagar en cheques del corralito en moneda devaluada; además él mismo, el paciente, podría verse en la necesidad de aceptar la posición laboral en el exterior que anteriormente había rechazado puesto que ahora su empresa corre serios riesgos de cerrar; lo que redundaría en pérdida de horas de trabajo para el analista. Y que probablemente no es el único paciente que se encuentra en semejante situación.
Los comentarios del paciente despiertan en el analista diversos pensamientos (llamémoslos “reacciones contratransferenciales”), piensa que el paciente tiene razón que la situación es difícil y preocupante; que las posibles amenazas a su auto conservación (peligro físico o de quedarse sin medios de subsistencia) no las siente muy probables, no lo asustan demasiado; la posibilidad de descender de nivel de vida y de status social, es decir amenazas que podríamos denominar narcisisticas, si las siente mas probables, no sabe cuánto lo afectaría, cuán honda sería su herida narcisística. Vivir en un país del tercer o cuarto mundo, sería espantoso.
Nuestra cultura privilegia, sabemos, lo que ella considera éxito, dinero, nivel de vida, figuración, jerarquiza a las personas en ganadores y perdedores; los que son sindicados como los perdedores se la creen, se sienten los “peores”, fracasados y se deprimen. Estos valores impregnan de tal manera el tejido cultural que es muy difícil substraerse a ellos y operan entre otras muchas cosas como variable “contratransferencial” en una situación como la mencionada.
Sin embargo frente a los males de la existencia los remedios mas eficaces no son los que la cultura globalizada propone (poder, dinero) sino el amor, la creatividad, la amistad, el trabajo productivo y creativo aunque no sea suficientemente remunerado. Además, continúa reflexionando el analista, la vida tiene subidas y bajadas, momentos buenos y malos. Nada es para siempre, saber ganar y perder es parte de la sabiduría de la vida.
El analista devenido filósofo ( ¿es que acaso podemos substraernos a esta condición?), luego de esas “sesudas” elucubraciones piensa que podría interpretar muchísimas cosas, por ej. lo importante que desea sentirse este paciente para este analista, lo mucho, recalca, que este le pagó (que le dio, lo que se sacrificó), lo mucho que el analista perdería con su ausencia ya que necesitaría de muchos pacientes nuevos para reemplazarlo. Un analista un poco kleiniano o desconfiado tal vez detectaría algo de agresión en el discurso del paciente o tal vez deseos de rebajar al analista.....o asustarlo: “no sabés la que te espera”, como se siente asustado él.
El analista opta por interpretar que el paciente piensa que bueno que es sentir que uno no está solo en una situación difícil, que esta es compartida, que no es el único que está de pronto sumergido en una crisis; que quiere averiguar como se sienten los demás, si se sienten como él, compartir la experiencia, si los demás se sienten responsables o fracasados por que las cosas no salieran bien últimamente; y sobre todo ver como se las piensan arreglar en una situación tan comprometida.
Podríamos terminar concluyendo que el eje por el que pasan las dificultades para seguir trabajando en situaciones críticas es la contratransferencia, esto es como maneja el analista su propio compromiso con la crisis.
Existe entre los analistas, como vimos en el caso de la situación de duelo, la tendencia a tener que aparecer como maravillosos y perfectos, cualquier traspié, pérdida, dificultad económica que un analista atraviese, en especial una enfermedad orgánica (en general considerada “somatización” y por lo tanto signo de perturbación) debe ocultarse cuidadosamente porque podría empañar la imagen profesional. Como si se obedeciera a un mandato superyoico a ser maravilloso y perfecto y a “sabérselas todas”. Claro que esto también tiene que ver dentro de la situación analítica con las cualidades que la regresión transferencial del paciente le atribuye al analista, ser el gran padre que todo lo sabe y todo lo puede. Se trata de no identificarse con ese lugar, aceptar la condición humana, estamos todos metidos en un lío....

Benjamín Resnicoff
Psicoanalista
bresnicoff [at] fibertel.com.ar
 

 
Articulo publicado en
Julio / 2002