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La calle me protege

 
Reflexiones acerca del trabajo en Hogares de Menores en la Provincia de Buenos Aires *

Cada uno de nosotros es cada uno y todos los demas
Mauricio Rosencof

“… ¿Cómo pensar en los tiempos que vivimos? ¿Y cómo continuar pensando, en los tiempos que vivimos? ¿Existe aun alguna perspectiva desde la cual trazar el, perfil de una humanidad en continua agitación y a la vez inmóvil, instalada en la afirmación paradójica de que ya no seria posible afirmar absolutamente nada? Una humanidad en fuga, que tolera apenas el hastío de sus propias astucias, que disfraza su identidad o su vacío bajo una serie interminable de decorados, disfraces y simulacros...”
Vivimos en una sociedad en la cual el extrañamiento domina la escena, desorientados y perdidos en el tiempo y en el espacio, sin un lugar y sin una consistencia subjetiva palpable, sin la familiaridad de ciertas relaciones y contratos que hasta ayer eran válidos. Esta es la “identidad no colectiva” que nos propone la globalización.
La robustez de una sociedad reside en los espacios creados por los propios integrantes para articular colectivamente la trama social de la cooperación integración y complementariedad de las potencialidades individuales. La red social no es algo dado instituido y fijo es un lugar abierto donde el poder circula y donde se anuda y desanuda de acuerdo a un futuro y en la obstinada permanencia de nuestros sueños.
Este es apenas el relato de un recorte en la cotidianidad del trabajo en una institución de “encierro y protección”, uno de los tantos relatos que cuestionan un estado general de las cosas, que desnuda la precariedad de nuestras condiciones de vida. Sobrevivientes de una catástrofe político - social tratando de reinventar las practicas sin eludir las preguntas.
Durante una supervisión institucional en un Hogar de adolescentes embarazadas en situación de riesgo y abandono, el equipo de profesionales del Instituto manifiesta su perplejidad ante las frecuentes fugas de las internadas. Hay que aclarar que no se trata de un lugar “de encierro total”. Allí son derivadas adolescentes que, en la mayoría de los casos, fueron judicializadas antes de su ingreso. Es decir, sujetos de 14 a 17 años habladas y categorizadas por el discurso judicial, policial o, en el mejor de los casos, con internaciones previas.
“Las chicas duran apenas horas en el Hogar. Mientras admitimos a una, otra se está escapando.” Es lo que dice un integrante del equipo. A continuación, otra agrega: “Vuelven a la calle, no importa la hora ni la forma. Saltan la reja y se van. Chicas eran las de antes. Con ellas sí se podía trabajar”.
Interviene entonces una de las psicólogas: “Antes de fugarse, Mabel me dijo que la calle la protegía. Tenía amigos que cortaban el tránsito, sabía días y lugares de las asambleas piqueteras y horarios de los comedores comunitarios de su barrio…. ‘Y si no, doctora, me voy a cartonear’…

 

En 1991 publiqué una nota sobre la flexibilidad laboral y uno de sus efectos más inmediatos: la desocupación. Me retrotraigo a aquella época para constatar que existe una zona inestable compuesta por quienes fueron vulnerados en el proceso de precarización laboral. La consecuencia más directa ha sido la fragilización de su vida de relación. En otras palabras, la “reestructuración del aparato productivo” ha marginalizado y lesionado el tejido social, fragmentó a los grupos y aisló a los individuos. Esta fragilidad es un claro reflejo de situaciones de quiebre en las redes de solidaridad comunitaria. Hablamos de hospitales públicos en crisis, de sindicatos y obras sociales que sobreviven justificados sólo emblemáticamente en glorias pasadas. Y de un Estado, en fin, arrasado, vaciado de sentido y consecuentemente despreocupado del valor que lo constituye, que es el bien común.
En aquellos tiempos, en mi trabajo institucional con H8*** yo solía emplear una metáfora que todavía hoy uso como herramienta: la del vaciamiento de las instituciones y de las palabras. Con el permiso de Julio Cortázar, la llamaba la “casa tomada”, entendiendo por esto la forma en que los grupos que trabajaban en las instituciones y las habitaban naturalizaban sus nuevas y cada vez más nocivas condiciones de trabajo, cedían lugares, se apartaban y padecían lo que Fernando Ulloa denomina “la cultura de la mortificación”. Grupos cada vez más lejos de su vocación, más afuera del espacio público, más metidos en el ámbito privado como refugio.
Los espacios comunitarios estaban (todavía hoy lo están) en situación de emergencia. No suponían un camino de integración, eran abandonos habitados, descalificados. Allí anidaba el sentimiento de ser un extranjero en su propia tierra. Lo privado, en síntesis, finalmente parecía haber vencido sobre lo público como instancia decisiva del bien común. Un delicado equilibrio se había roto.
Esas eran las condiciones que enmarcaban nuestro trabajo institucional. Ahora comprendo en toda su dimensión y resignifico lo que Fernando enunciaba acerca de que era un “privilegio” trabajar en esas condiciones, a pesar de ellas y contra ellas. Para nuestra capacidad de pensar, era un “privilegio” producir inteligencia con los equipos que se resistían a esa imposición de la realidad y buscaban construir pensamiento crítico. Lisa y llanamente, el privilegio de poder sostener una historia (nuestra historia) a pesar del olvido cotidiano.
Esto sucedía en 1991: la calle vacía, y también vacíos el sentido y el derecho a una pertenencia y a una historia. Y vuelven a mí las palabras actuales de Mabel, “La calle me protege...” Parecería que las instituciones hace mucho se hubieran instalado en el imaginario social como lugar de desprotección y desamparo. A la manera de los sujetos que las pueblan, las sucesivas crisis institucionales fueron fragmentando y aislando a las instituciones, atravesando los requerimientos de los pacientes y la numerosidad de sus demandas. Se instala un malestar frente a situaciones que se definen como sin salida. Dada esa situación, lo que entonces nos proponía Mabel era la fuga.

 

En muchas instituciones se observa hoy la inquietud y la pregunta sobre lo sucedido, se revisa la posibilidad de reconstruir una historia, de inventar nuevos dispositivos de trabajo para producir ocasiones de esperanza.
En las crisis, sabemos, lo que se denuncia una y otra vez es la posición de un sujeto alienado en sí mismo y de una institución que decepciona, maltrata y carece de un proyecto colectivo.
Si la institución propone un vínculo de “mortificación y sometimiento”, la escena de una víctima y un victimario se inscribe entonces en su imaginario como la única forma posible de vinculación. El sacrificio debe ser cumplido, la tensión entre individuo y comunidad no se puede resolver vía un acuerdo, y la división entre desplazados y “recluidos” se profundizará, ya que el lugar del encuentro entre ambos ha sido vulnerado.
Es en la calle en tanto uno de los lugares de encuentro con el otro donde se visualiza esta contradicción y donde se confirma la ruptura de un contrato social que hace caer el lugar del ciudadano. Otros significantes aparecen allí: piqueteros, cartoneros, chicas fugadas... Son significantes que nos remiten a espacios posibles en la construcción de otras identidades, otros agrupamientos, y que por ese hecho ofrecen la oportunidad de generar otra historia.
Voy a proponer aquí algunas preguntas. En esta nueva realidad, ¿cuál es el lugar posible para instituciones que se ocupan de los que quedaron afuera y que, en muchos casos, silencian una presencia y proponen una sola forma de existencia, que es la carrera institucional del excluido y su confirmación como tal? ¿Están esas instituciones en condiciones de sostener, escuchar y acompañar la demanda que se opera sobre ellas? Y si la institución no lo hace, ¿no estaremos asistiendo a construcciones diferentes en el campo de lo público?
En este caso no estamos hablando de la resignación frente a una “casa tomada” por la hegemonía de lo privado e individual, sino de una calle ocupada por la demanda de lo público y comunitario.
Otra pregunta. Si en la construcción de la subjetividad la escena de la victimización quedó inscripta y sin procesar, ¿no corremos el riesgo de que se repita esta escena pregnante incluso en espacios de invento y de recreación de nuevos contratos en el colectivo social?

 

De hecho, la calle se transformó, para algunos, en protectora, a diferencia de la institución, que “protege de la desprotección social”. De manera que serán necesarias formas de trabajo que asuman esta nueva realidad. (Esto, naturalmente, instala el debate sobre la ausencia de pactos socialmente acordados que contemplen los distintos intereses de todos quienes habitamos un país.) Pero la calle sigue siendo, para otros, el sitio peligroso, molesto, que plantea una y otra vez una realidad fragmentada y dividida: piquetes por un lado, secuestros por el otro. Amable para unos y peligrosa para otros. La calle protege a Mabel: le confirma su lugar social como excluida, y esto produce otro sentido para ella. Es un lugar legítimo que tiene reglas, acuerdos, divisiones territoriales, denuncias. No es un lugar vacío. Le genera identidad y le da la posibilidad de no ser un simple legajo jurídico.
Algo hay en ese espacio que fue ocupado por quienes han sido expulsados de un sistema de derechos. Un agrupamiento de sujetos hizo del significante excluido letra, fundación y nombre: piqueteros, cartoneros, barrios en pie, “los sin techo”...
Estos lugares de pertenencia e inclusión desde el más absoluto desarraigo no pueden dejar de ser mirados, se nos imponen en la calle, en ese sitio de la fantasía que ocupa el lugar del desamparo: la intemperie. Mabel se siente protegida de un lugar de expulsión (un sistema institucional, familiar) y de otro que le confiere identidad pero también la expulsa: “menor en situación de riesgo”. Es decir, la abandonada, la minusválida, la sin recursos.
Quizás el Hogar no pueda protegerla de la contundencia de dispositivos y categorías que la dejan afuera, a la intemperie en relación con su destino y su libertad. En la calle hay territorios que conquistar, y nombres que habitar.
Con sus fugas, las chicas del Hogar vulneran discursos, los cuestionan. La caracterización de Minoridad cambia de fuga a deserción.
Un analizador en funcionamiento produce como efecto que esas menores que “desertan de un sistema” (de un sistema que no las contiene) no puedan ser buscadas o “rescatadas” por el Juez o la policía. Hay una resignificación de su acto: ellas desertan de lugares en los que no se sienten identificadas.
Afuera las esperan otros lugares y otros nombres. Estas fugas también son analizadores del adentro y del afuera institucional, y abren la posibilidad de nuevas fundaciones donde el instituido del Hogar se ponga en juego y en cuestión.
En Argentina, lo social se había convertido en un resto, un residuo. “Cuando lo social deviene resto -escribe Baudrillard-, ya no es el lugar de un proceso o de una historia, es sólo un lugar de apilamiento, consumo y gestión usuraria de la muerte. Lo social fue primero, bajo el signo de la razón productiva, el espacio de la reclusión, y se ha convertido en nuestros días en un espacio de forclusión.”
¿Podemos recuperar las palabras de Baudrillard para describir el fin de lo social en la Argentina de 2004? Es lo que se está planteando hoy en la calle, y es precisamente en la calle -espacio público si los hay- donde los procesos sociales se manifiestan. Para decirlo de otra manera: ¿la calle partera de la historia? Plaza de Mayo, Madres de la Plaza, Abuelas, Cordobazos, Santiagazo... La calle, en fin, como una pantalla proyectiva (esta vez sin simulacro ni afeites) que nos devuelve el estado de situación actual. Una pantalla en la que se arman y desarman grupos referentes de lo que está sucediendo, como un diario desplegado con las noticias del día.

 

Monika Arredondo**
Psicoanalista
monikaarredondo [at] uolsinectis.com.ar

* Este artíuculo corresponde al libro celebratorio en homenaje a Fernando Ulloa de próxima aparición

**Dedico este trabajo Fernando Ulloa, quien me enseñó a trabajar en esa numerosidad social sin perder mi capacidad de pensar y acompañar, de leer y escuchar la multiplicidad de los acontecimientos. Y las dedico también a aquellos que me convocaron para ayudarlos en la difícil tarea de trabajar en los espacios públicos -hospitales, colegios, cárceles, villas- sin ceder deseo ni vocación.

 

***H8: Ocho Herramientas: Grupo de trabajo, investigación y análisis institucional fundado y coordinado por Fernando Ulloa.
 

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Articulo publicado en
Marzo / 2005