A juzgar por los gritos que los vecinos de arriba han dado desde temprano en éste año puedo decir algunas cosas como balance. Casi al alba ellos -una mujer y un varón- se acostaban con gran barullo. Como no los conozco pude reconocer la voz de una joven y la de un hombre de edad incierta pero con un registro cierto de barítono. Comentaban que habían vivido una fiesta genial. Sus palabras caían como aumentadas por un altavoz sobre mi patio y me despertaron a las seis y cuarenta.
A las siete estaban haciendo el amor, presupuse que así se relajaban y con ello conseguían dormir luego de tanta excitación y jolgorio. Como los gritos y gemidos no me dejaban tranquilo, dado que parecían venir de la otra habitación de mi casa, prendí la televisión y vi una película bastante buena.
Al volver el silencio me quedé dormido con el televisor prendido, por lo cual no pude ver los créditos del filme. No sé quién lo dirigió, cuándo fue hecho y, lo más importante, de quién era la música -la que me había gustado y pensaba comprar como copia pirata en el Parque Centenario.
A las diez de la mañana los vecinos parecían ir de una pieza a la otra corriendo, jugando a la mancha que no supe distinguir cuál variante era, por ejemplo mancha venenosa o mancha pierna dura. Luego, un momento de extraña calma que, como sabemos, siempre precede al tsunami y, nuevamente, se hicieron presentes los gemidos, gritos y susurros de la gimnasia sexual de los "cosos de arriba".
Hasta ese momento no tenía ninguna impresión especial sobre el año, del devenir del mismo, ni siquiera pensaba en un balance. Pero si alguien me hubiese llamado por teléfono -de una FM del barrio por ejemplo- para preguntarme: -¿Qué piensa Ud. del año? ¿Cómo se siente Ud. en él?
Mis únicas y pobres respuestas hubieran sido: -Es un año hasta ahora caluroso. Y luego con cierta timidez hubiera agregado que los vecinos son muy ruidosos cuando hacen el amor y punto. Como vecino consultado nada especial hubiera habido en mis respuestas que permitieran aumentar el saber de la humanidad y, convengamos, nada dirían de la subjetividad del entrevistado.
A media tarde el calor era más que insoportable, había visto dos de las tres películas que en forma previsora había alquilado el año pasado para pasarlas en éste. ¿Es necesario repetir que la gente de arriba inició para esas horas su tercera y luego su cuarta relación sexual con los consabidos gritos acompañantes? No, seguro que no.
Como el calor arreciaba me preparé un baño de inmersión, cuando estaba por meterme dentro de la bañera llamó por teléfono una pareja amiga, expertos psicoanalista ambos. En una conferencia telefónica, dado que los tres estábamos en diálogo, a borbotones y con urgencia se pisaban para contarme que tenían a sus madres, dos ancianas algo desvariadas, encerradas en una habitación de un departamento de un cuarto piso sin luz y necesitaban un electricista. Ellos también estaban dentro de la misma casa sólo que en el living sin poder entrar dado que las mujeres temerosas de algún violador serial se habían encerrado por precaución en la pieza y no encontraban la llave. La confusión también los había ganado a mis queridos amigos y así preguntaban cosas diversas, inconexas. Sin duda la arteroesclerosis es contagiosa.
Ella: (Tierna) -¿Cholo el veneno para ratas lo pongo al lado de la leche larga vida?
El: (Exasperado) El martillo... el martillo.
Ella: (Ingenua) -¿Abro el gas?
El: (Aullando) Santas madrecitas esperen que ya las rescatamos. Negra alcanzame el hacha.
Me di cuenta que, en realidad, dudaban entre un reparador de cables y un asesino de mujeres mayores que agobian la vida de sus tutores o encargados. Algún día se contará la verdadera historia de los asesinos a sueldo que contratan los psicoanalistas para resolver molestias familiares o institucionales, tan eficaces y profesionales como los que usan las grandes empresas y los gobiernos para sacarse gente del medio que molesta o cuestiona sus modos de vida.
Como pude los fui calmando apelando a mis experiencias en trabajo con personas en crisis. Dado que conozco de electricidad, los guié para que ubicaran la falla y resolvieran el problema -de paso evitaba un intento de asesinato de dos ancianas que no debían en éste año enfrentar a la Parca. Por lo que presupongo, y temo decirle a mis amigos, es que las señoras vivirán muchos más años, pero muchos más de los que ellos imaginan- estábamos casi finalizando cuando la joven y el barítono volvieron a la carga, ahora parecía algo así como que jugaban a cachurra montó la burra, sus risas me impedían terminar la reparación de los cables por teléfono.
Con el viento de la tarde, que trajo algo de fresco, me preparé sin apuro y en forma meticulosa un tomate relleno con atún y arroz. Entre bocado y bocado las acciones sexuales de la planta superior recomenzaron, por alguna razón que desconozco algo apostaron con el conocido: Piedra, Papel y Tijera. Todo fue algo breve, presuroso, precipitado e intenso como el relámpago, dado que antes de terminar de comer mi tomate se escuchó el remate coral del fragor amoroso.
Desde ese momento me decidí a escuchar música con el volumen muy alto y olvidar así de los ruidos de la vecindad. Para desprenderme más del asunto puedo agregar que en el año vi cuatro películas, dos buenas, una más o menos y otra francamente mala. Que presiento que mi perfomance sexual del año sea pobre y muy alejada de la media standard que en la vecindad se tiene como norma. Temo que, de seguir así mis nuevos vecinos, no nos llevaremos bien.
A las 23 horas del 1 de enero.
César Hazaki