El presente artículo está basado en un capítulo del libro que editó Topía editorial, REGISTROS DE LO NEGATIVO. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y el dispositivo topicoanalítico.
En la actualidad, quienes ejercemos la práctica del psicoanálisis encontramos numerosos problemas que no se presentaban en el pasado. La clínica ha cambiado y los casos son ahora más difíciles. Debido a esto muchos analistas se ven obligados a realizar dispositivos con encuadres novedosos. Establecen reglas necesarias (encuadre) en las que instauran condiciones propicias (dispositivo) para el trabajo de escuchar el inconsciente. De esta manera pueden poner en evidencia modos de funcionamiento de la psique, que difícilmente se movilizarían en un análisis clásico. Es una situación que reabre el debate -siempre presente- sobre la antinomia o complementariedad entre psicoterapia y psicoanálisis.
Es que la práctica del psicoanálisis comenzó a desarrollarse hasta alcanzar una notable expansión -en especial en nuestro país-, a partir de la segunda mitad de este siglo. En esa época las personas acudían al terapeuta para hablar de inquietudes, miedos y padecimientos vinculados con situaciones muy diferentes de las actuales, con lo que el psicoanálisis fue construyendo una identidad cuya imagen estaba representada por un diván y un profesional. Este último, a través de inteligentes interpretaciones, permitía levantar las represiones. Para algunos esto significaba la defensa de la extraterritorialidad del psicoanálisis, al servicio de una neutralidad que garantizaba su objetividad, mientras que otros realizaban prácticas distintas al modelo clásico. Se decía que éstas eran psicoterapias y, para diferenciarlas de la "pureza" del psicoanálisis, se citaba la famosa frase sobre "el oro y el barro".
Es difícil seguir sosteniendo aún esta posición, ya que los terapeutas deben atender demandas que no son aquellas a las cuales Freud, al descubrir el lugar que la sexualidad ocupa en la constitución del sujeto, creó el psicoanálisis. Por el contrario, la sexualidad aparece hoy abatida por los efectos de lo negativo. En este sentido, como afirma Pierre Fédida, "Lo que en general se denomina psicoterapia en razón de una necesidad de tratamiento a la vez especializado y adaptado no es otra cosa que una cura psicoanalítica complicada ya por el hecho de que el analista debe integrar ‘parámetros’ que el paradigma de la neurosis no implica. La cura analítica denominada ‘clásica’ descansa, en efecto, en ese paradigma".
De esta manera, denominarse psicoanalista implica modalidades de trabajo muy diferentes, tanto en prácticas como en teorías que las sustentan. Por ello el psicoanálisis se ha fragmentado en varias identidades, a consecuencia de lo cual ninguna puede pretender un lugar hegemónico. Respetar estas diferencias va a permitir un debate que lleve a delimitar su especificidad, teniendo en cuenta el paradigma que plantea la complejidad de atender pacientes límite. Las características de tales pacientes me permite evocar la noción de límites críticos, o sea, los de aquellas situaciones que provocan dilemas y conflictos. Los mismos, aunque sean impuestos a la propia persona, llevan también al terapeuta a preguntarse por el instrumento teórico y clínico con el cual da cuenta de la situación. Entender el límite como frontera y separación conduce a los límites de las conceptualizaciones y de la propia práctica. En este sentido los nuevos dispositivos psicoanalíticos tienen la potencialidad de hacer aparecer esos problemas teóricos y técnicos que necesitan ser trabajados en el campo de la clínica. Lo que voy a desarrollar a continuación tiene como eje la dimensión de la pulsión de muerte y está sustentado en la práctica con pacientes en situaciones de crisis y psicosis.
Pensar la pulsión de muerte en psicoanálisis está determinado, en parte, por los cambios en las formas de patología que se presentan en la práctica. A partir de ciertas formaciones del aparato psíquico, la individuación de algunos sujetos se ha podido establecer de manera parcial: un trabajo de constitución primera de lo que denomino espacio-soporte no ha sido posible, o bien ha sido insuficiente.
De manera general, puede decirse que lo que no está, lo que falta, lo no dicho, es lo que se trasmite. Para ello deben implementarse nuevos dispositivos psicoanalíticos al trabajar con lo silenciado, lo reprimido y lo negativo. Es así como para aquellos casos que generalmente demandan en una situación de crisis, fue necesario crear un dispositivo tópico analítico. A continuación describiré algunas de sus características.
Acerca del concepto de crisis
Una definición operativa y, si se quiere, descriptiva de crisis lleva a decir que la misma está presente cuando un individuo o grupo se encuentran en un momento dado en una situación que supera su capacidad de funcionamiento (ésta puede estar referida a instancias psíquicas y/o a integrantes del grupo familiar y/o grupo de trabajo, etc.). Implica un grado de desorganización que dificulta la capacidad de funcionamiento armónico con uno mismo y con los demás. Esto lleva a entender que en un sentido amplio la crisis, si bien incluye sus manifestaciones denominadas agudas, también implica otras modalidades sintomáticas y todas aquellas situaciones que tengan que ver con el sujeto y/o con su grupo de pertenencia.
Me parece interesante enunciar la perspectiva que desarrolla Edgar Morin (1976) cuando esboza una "crisología", poniendo en crisis el concepto de crisis. Aunque el campo de aplicación al que se refiere Morin es el de la sociedad, es posible extender este a un sujeto capaz de producir una crisis. En este sentido dice: "En efecto, si para concebir la crisis se quiere ir más allá de la idea de perturbación, de prueba, de ruptura de equilibrio es necesario concebir la sociedad como sistema capaz de tener crisis, es decir, plantear tres órdenes de principios, el primero sistémico, el segundo cibernético, el tercero neguentrópico, sin el cual la teoría de la sociedad es insuficiente y la noción de crisis inconcebible".
El concepto de "sistema" lleva a la idea de antagonismo. La interrelación entre los elementos constitutivos de un sistema presupone la existencia de atracciones y fuerzas de repulsión. Así es como la unidad compleja de un sistema genera y reprime simultáneamente un antagonismo. Por ello, las complementariedades sistemáticas son indisociables de los antagonismos.
El principio "cibernético" enuncia que las retroacciones reguladoras mantienen la estabilidad y la constancia de un sistema. Todo sistema está destinado a perecer; la única posibilidad de luchar contra la desintegración debido al incremento de entropía es utilizar a los antagonistas para mantener la organización. De esta manera el sistema puede automultiplicarse para que la tasa de reproducción supere la de degradación. En el caso de los sistemas vivos, la vida ha integrado de tal manera su propio antagonismo que siempre lleva en sí misma,
necesariamente, la muerte.
Con el principio "neguentrópico", Morin plantea que cuanto más rico es el desarrollo de la complejidad de lo viviente más inestable se hace la relación antagonismo y
complementariedad, y tanto más genera fenómenos de crisis. Estas crisis llevan a la desorganización, al transformar las diferencias en oposición y las complementariedades en antagonismos.
Desde estos tres principios, Morin establece que "El concepto de crisis es, pues, extremadamente rico; más rico que la idea de perturbación; lleva en sí perturbaciones, desórdenes, desviaciones, antagonismos, pero no solamente esto; estimula en sí las fuerzas de vida y las fuerzas de muerte que se convierten, en ella todavía más que en otro lado, en las dos caras del mismo fenómeno. En la crisis son simultáneamente estimulados los procesos casi ‘neuróticos’ (mágicos, rituales, mitológicos) y los procesos inventivos y creadores. Todo eso se confunde, se entrecruza, se ‘entre-combate’, se ‘entre-combina’... Y el desarrollo y el resultado de la crisis, son aleatorios no solamente porque no hay progresión del desorden, sino porque todas estas fuerzas, estos procesos, estos fenómenos extremadamente ricos se influyen y destruyen entre sí en el desorden".
En este sentido, Morin entiende la crisis como riesgo y oportunidad: riesgo de regresión y oportunidad de progresión. Para ello la crisis emplea desorganización y reorganización. Toda desorganización acrecentada lleva el riesgo de muerte, pero también la oportunidad de una nueva reorganización. La crisis no necesariamente es evolutiva, ya que puede reabsorberse en un retorno a lo anterior, pero sí lo es potencialmente. Por ello Morin finaliza afirmando en el artículo que aquí se comenta: " En efecto, podemos comprender mejor la intuición marxiana y la intuición freudiana según las cuales la crisis es a la vez un revelador y un operador. Se ve mejor, en efecto, cómo la crisis revela lo que estaba oculto, latente, virtual en el seno de la sociedad (o del individuo). Los antagonismos fundamentales, las rupturas sísmicas subterráneas, el encarrilamiento oculto de las nuevas realidades; y al mismo tiempo la crisis nos ilumina teóricamente sobre la parte sumergida de la organización social, sobre sus capacidades de supervivencia y de transformación.
"Y es en este punto donde la crisis tiene algo de operador. La crisis pone en marcha, aunque no sea más que por un momento, aunque no sea más que en el estado naciente todo lo que puede aportar cambio, transformación, evolución".
Otra perspectiva que creo interesante enunciar es la de René Thom (1976), quien describe la crisis como una perturbación de los mecanismos de regulación de un individuo. Su definición propone que "se halla en crisis todo sujeto cuyo estado, que se manifiesta en un debilitamiento aparentemente inmotivado de sus mecanismos de regulación, es percibido por el propio sujeto como una amenaza a su existencia". Así, toda crisis es vivida subjetivamente como una catástrofe que amenaza la integridad del sujeto. Esta es una amenaza de muerte.
En este sentido -a partir de lo planteado por estos autores- si la subjetividad se constituye en la intersubjetividad, el psicoanálisis, al pensar la crisis en un sujeto, refiere a la ruptura del permanente proceso de estructuración-desestructuración pulsional que constituye la vida. Esta ruptura determina una estasis del interjuego pulsional, cuyo efecto es la emergencia muda de la muerte como pulsión.
Es así como aparece una desorganización del aparato psíquico debida a la efracción de su sistema regulatorio, tomando como modelo la metáfora de la "vesícula protoplasmática". Esta concepción de la crisis es tributaria de la teoría traumática que Freud elaboró en Más allá del principio de placer (1920), de la segunda teoría de la angustia que se encuentra en Inhibición, síntoma y angustia (1926), y del relato acerca de la cultura que desarrolla en El malestar en la cultura (1930). Es que el recién nacido vive en una situación de desamparo, por lo cual necesita de un otro significativo. Para el adulto el desamparo constituye el prototipo de la situación traumática generadora de angustia. Es decir en una situación de crisis se vive una situación de desamparo que remite a esas primeras vivencias infantiles en las que se carece de un espacio-soporte de la pulsión de muerte, ya que el mismo depende de un otro significativo.
En toda situación de crisis es posible encontrar una falla del espacio-soporte, soporte en tanto implica soportar la emergencia de lo pulsional, que se va a re-crear a través del dispositivo tópicoanalítico. De esta manera, el analista realiza el necesario trabajo de contención al ejercer la función de corte. Lo importante no es que el paciente finalice su crisis a partir de la urgencia del terapeuta y/o de la institución donde trabaja, sino acompañarlo en este proceso para que él mismo encuentre sus propias respuestas.
En esta perspectiva, el trabajo con la transferencia-contratransferencia adquiere nuevos sentidos, ya señalados por Freud. El texto sobre La negación (1925) es revelador de lo afirmado anteriormente, pero es en el tercer capítulo de Más allá del principio de placer donde es desarrollada esta problemática. Allí se dice que la transferencia está motivada por la compulsión de repetición, y que el Yo la reprime al servicio del placer. De esta forma la transferencia está al servicio de la pulsión de muerte, la cual no crea vínculos ni nuevas relaciones, ya que lleva a un estado de estancamiento. Es decir la transferencia que, por definición, es un vínculo, está al servicio de la pulsión de muerte, que por definición no crea vínculos sino que los destruye.
La transferencia pasa a ser entonces lo resistido y no la resistencia, y el Yo, que se opone a la repetición, reprime la transferencia porque la repetición es para el Yo lo aniquilante y lo destructivo.
En síntesis si la transferencia implica una tendencia a repetir, ya que se encuentra bajo la égida de la pulsión de muerte, lo único que puede hacer el sujeto es oponerse a través de una resistencia a la transferencia, que estaría movilizada por el principio de placer.
Sin duda esta concepción implica una nueva perspectiva en la teoría de la transferencia ya que, clásicamente, una forma de trabajar la cura es hacer consciente lo inconsciente. El analista trabaja con las resistencias, aunque muchas veces el paciente repite lo reprimido. Esta repetición se da dentro de la transferencia, la cual constituye una resistencia. Para Freud, sin embargo lo reprimido no representa resistencia alguna a la cura, ya que tiende a abrirse paso hacia la conciencia. La resistencia del paciente parte del Yo, y la compulsión de repetición debe atribuirse a lo reprimido inconsciente. La resistencia del Yo resulta de evitar el displacer que sería causado si lo reprimido apareciera. El conflicto psíquico se da en tanto lo que es placer en una instancia es displacer en la otra; lo reprimido debe salir por recuerdo o repetición, y esto es resistido por las mismas fuerzas que antes lo reprimieron. Para Freud, sin embargo, existe un hecho nuevo y asombroso que es: "...que la compulsión de repetición devuelve también vivencias pasadas que no contienen posibilidad alguna de placer, que tampoco en aquel momento pudieron ser satisfacciones, ni siquiera de las mociones pulsionales reprimidas desde entonces".
¿Cuáles son esas vivencias que no dan placer y que nunca dieron satisfacciones? Si se sigue el desarrollo que plantea el texto, puede decirse que, si en todo síntoma neurótico aparece un placer que no puede ser sentido como tal por el Yo, en esta nueva perspectiva se encuentra la repetición de un displacer más radical. Un displacer producto de nuestra condición de seres finitos, un displacer que proviene de esa primera muerte de la cual nacemos y aparece en toda situación de crisis en tanto el Yo-soporte de la pulsión de muerte es atravesado por sus efectos.
De esta manera, van a hallarse dos tipos de repeticiones. En la primera de ellas: A) repite lo reprimido. B) repite en vez de recordar. C) lo reprimido es placer inconsciente. En la segunda: A) repite algo que nunca fue reprimido. B) repite y no puede olvidar. C) repite lo que nunca fue placentero.
Si en la primera situación la transferencia es una resistencia, en la segunda es lo resistido. Si en la primera hay un placer que el sujeto no puede vivir como tal, en la segunda se encuentra lo siniestro de la muerte como pulsión.
Es en los sueños traumáticos donde Freud analiza las características de esta última repetición. Estos sueños no sirven a la realización de deseos; obedecen a la necesidad de repetición; se ponen a disposición de un trabajo que se llevó a cabo antes que el impuesto por el principio de placer, trabajo que es más primitivo y que es condición necesaria para instaurar el principio de placer: consiste en ligar psíquicamente el trauma. Así, Freud construye el modelo del aparato psíquico como una segunda metáfora del cuerpo: la "vesícula protoplasmática".
Por ello, la repetición en los sueños de las neurosis traumáticas está al servicio de ligar psíquicamente una excitación destructora del aparato psíquico. Ante la irrupción masiva de excitación, el sistema deberá poner como dique grandes cantidades de energía psíquica que ha acumulado, y de este empobrecimiento de los sistemas resulta una parálisis o una disminución del resto de las funciones anímicas. De esta manera, en una situación de crisis no es suficiente la interpretación de lo reprimido, ni trabajar la resistencia. Lo resistido en acto requiere que el terapeuta re-cree un espacio-soporte de la emergencia de lo pulsional para permitir la necesaria ligazón psíquica, ya que en estas situaciones no hay realización de deseos reprimidos. Por más que se interprete, no hay nada reprimido que liberar. Las repeticiones no son actos sintomáticos, es decir, realización simbólica de deseos reprimidos, sino repetición del mismo suceso casi inalterado; sólo se encuentra repetición del mismo material. No existe resistencia del Yo, pues si existiera éste podría realizar una ligazón psíquica. Más que angustia neurótica, aparece angustia automática. El principio de placer no funciona, ya que hay displacer en todas las instancias. En este sentido, ciertas características de este tipo de pacientes hacen que se sitúen "más allá" de la representación de palabra. El funcionamiento narcisista aparece aquí como un desprendimiento libidinal, en el cual se encuentra la fuerza de la pulsión de muerte como desligamiento cuya consecuencia es la tendencia a aislarse y la violencia destructiva y autodestructiva.
En estas condiciones, un tratamiento dirigido exclusivamente a la interpretación no tiene eficacia alguna. La palabra es acción, y ésta es una acción terapéutica. No es importante sólo lo que el terapeuta dice, sino también cómo dice lo que dice. La interpretación se construye en acto, y éste puede permitir que el sujeto se encuentre con su deseo para así reconstruir su trama simbólica.
Para pensar un topoanálisis
Las características del dispositivo que describo remiten a la experiencia realizada en el Plan Piloto de Salud Mental y Social (La Boca Barracas) durante los años 1985-1989 y que luego se continua en el Servicio de Atención para la Salud (SAS).
Este dispositivo que denomino tópico analítico está constituido por diferentes espacios por los cuales circula el paciente (Gráfico). El mismo pude tener las modificaciones necesarias según las diferentes intervenciones en crisis (individual, familiar, grupal, institucional, etc.) así como las posibilidades institucionales o del profesional que realice el tratamiento.
En las primeras entrevistas se realiza un diagnóstico estructural, sintomal y situacional del paciente y/o grupo de pertenencia. En la reunión de equipo se elabora una estrategia de trabajo que incluye la relación del sujeto con sí mismo y con su familia, y sus relaciones con la comunidad. En la medida en que sea necesario, se realizan visitas domiciliarias, acompañamiento terapéutico y trabajo en "red" con amigos, vecinos, etc.
Durante estas primeras entrevistas se establece un contrato con el paciente y/o grupo familiar, en el que se explicitan las condiciones del trabajo terapéutico. Entre ellas se aclara que se trata de un trabajo de equipo, cuyos miembros conocen la problemática planteada, permitiendo de esta manera que cualquiera de los profesionales que lo integran esté capacitado para intervenir ante la eventualidad de una emergencia en el transcurso del tratamiento. Esto determina un primer acercamiento, por parte del paciente, donde lo grupal aparece como un continente de lo disruptivo de la situación de crisis.
Las circunstancias por las cuales se realiza una internación se dan cuando está en peligro la vida del paciente o de un tercero, y cuando el tratamiento ambulatorio puede determinar un deterioro irreversible de su enfermedad. En estos casos, si la situación familiar lo hace posible, se realiza una internación en el domicilio. En caso contrario, se acuerda con la familia una internación en alguna institución en la que se continúa el tratamiento.
En términos generales, en una situación de crisis se pueden observar tres momentos:
1°) El momento agudo de la crisis, generalmente de breve duración. Aquí se utilizan todos los recursos del dispositivo, donde la medicación está al servicio de permitir el trabajo en las sesiones individuales, familiares y/o en pareja.
2°) Cuando el paciente se estabiliza en la situación de crisis. Para transitar este momento se lo incorpora a un grupo de trabajo corporal y a sesiones en grupo.
3°) Alta de la situación de crisis. Luego de la misma, el paciente puede continuar un tratamiento terapéutico.
Uno de los espacios de importancia en el dispositivo lo constituye el encuentro en comunidad. Allí se reúnen el conjunto de pacientes y/o familiares, así como los profesionales de la institución. El mismo tiene la característica de un encuentro con los otros-diferentes, que posibilitan compartir experiencias de vida, y cuyos efectos permiten establecer anudamientos transferenciales, luego trabajados en las distintas sesiones por las que circula el paciente.
De esta manera es imprescindible la reunión del equipo terapéutico donde se trabajan los nudos transferenciales en los que se despliega la fantasmática del paciente y las resonancias contratransferenciales que aparecen en los profesionales. Es que el concepto de crisis se constituye en una metáfora de situaciones que ponen al límite las condiciones de analizabilidad de un paciente. Un psicoanálisis de la crisis requiere implementar un dispositivo que permita el encuentro con lo resistido, efecto de la compulsión a la repetición. De esta manera el terapeuta debe tener en cuenta el cuerpo, el movimiento y la relación con el otro, para desde allí realizar interpretaciones en acto e ir elaborando una estrategia terapéutica adecuada a cada momento del tratamiento. Es aquí donde el trabajo de la contratransferencia se hace imprescindible, y la reunión del equipo terapéutico para analizar la misma es uno de los ejes del tratamiento.
La complejidad y cantidad de fenómenos que aparecen hace necesario profundizar -como plantea Pierre Fédida- la comprensión psicológica de las modalidades de acción del analista en la cura. Por ello, Fedida afirma que "Es comprensible, por otro lado, que el interés dedicado por los analistas desde hace más o menos medio siglo a las patologías que antes parecían sustraerse de las indicaciones de analizabilidad haya demandado un cuidado mayor de vigilancia contra-trasferencial (por razones de ortodoxia técnica y de responsabilidad ética) así como la esperanza en que la contra-trasferencia sirviera de auxilio para extender el psicoanálisis y renovarlo. Desde cierto punto de vista, no sería desacertado pensar que la radicalización que Freud introdujo en la teoría hacia 1924 (refuerzo teórico de la función de lo negativo) no dejó a sus discípulos y continuadores otra opción que poner a prueba el psicoanálisis en una clínica psicopatológica particularmente difícil y buscar en un ‘dominio’ acrecentado sobre el instrumento contra-trasferencial la profundización del análisis.
A partir del trabajo en las sesiones individuales -las cuales se constituyen en la dirección del tratamiento- se plantea la necesidad de realizar sesiones en pareja y/o familia, control psicofarmacológico y todos los recursos necesarios con que cuenta el dispositivo. El abordaje pluridisciplinario implica la posibilidad de reflexionar desde diferentes perspectivas. Esto determina que la supervisión de la tarea la realice grupalmente un miembro de la institución. En caso de ser necesario se hacen supervisiones individuales para dar cuenta de determinadas problemáticas específicas, lo que permitirá que el equipo terapéutico constituya su propio espacio-soporte ante la intensidad de una tarea que provoca reacciones contratransferenciales.
De esta manera es importante señalar que no se puede pensar la cura de pacientes sin analizar el dispositivo en el cual ella se lleva a cabo y, recíprocamente, se debe revisar permanentemente la dinámica del dispositivo en relación a la cura de los pacientes.
Para describir las características del trabajo en el dispositivo utilizaré dos metáforas. La primera refiere al arte del tiro con arco. Esta es una práctica basada en el zen y que se cultiva en el Japón. No entrama ninguna utilidad y tampoco está destinada a brindar ningún goce estético; ante todo, trata de armonizar lo consciente con lo inconsciente. Para ser un maestro en el tiro de arco no basta el dominio técnico: se necesita rebasar este aspecto de manera que el dominio se convierta en arte y artificio emanado del inconsciente. El objetivo central no es solamente que el arquero pueda tirar y tomar conciencia de ese tirar perdiendo su propio yo, sino, además lograr que la flecha vaya sola, sin tomar ningún tipo de conciencia. Lo importante es adquirir la conciencia cotidiana, y ésta no consiste en otra cosa que en dormir cuando se tiene sueño, en comer cuando se tiene hambre. Al razonar y formular conceptos, el inconsciente primario se pierde y surge un pensamiento: ya no comemos cuando comemos, ya no dormimos cuando dormimos. Se disparó la flecha, pero no vuela en línea recta hacia el blanco y éste no está en donde debería estar.
En este sentido, el dispositivo es un artificio donde paciente y terapeuta se encuentran sin dar cuenta de Ello. Pero Ello actúa y el terapeuta, al realizar el necesario trabajo de sus resonancias contratransferenciales, va a permitir que, quizás, la flecha pueda dar en el blanco. Para ello no hay técnica que lo resuelva.
La segunda metáfora es la holográfica. La holografía es un método de fotografía sin lente en donde el campo de onda de luz esparcido por un objeto se recoge en una placa como patrón de interferencia. Cuando el registro fotográfico -el holograma- se coloca en un haz de luz coherente, como el láser, se regenera el patrón de onda original. Como no hay ninguna lente de enfoque, la placa aparece con un patrón absurdo de remolinos. Cualquier punto del holograma reconstruirá toda la imagen.
El dispositivo funciona a la manera de un holograma, donde cada espacio por el que circula el paciente reproduce la totalidad de su problemática. Por ello se habla de sesiones dentro del dispositivo, ya que el mismo no es una sumatoria de diferentes tratamientos sino que los distintos espacios donde circula el paciente constituyen el tratamiento. En él aparecen los remolinos del imaginario en que está atrapado el paciente, para así adquirir una nueva dimensión al ser atravesados por lo simbólico.
En este sentido se habla de un dispositivo tópico, en tanto éste define un lugar donde se juega la situación de crisis, pensando este espacio, al decir de Freud, como una proyección del carácter extenso del aparato psíquico. Recuérdese que hablar de espacio-soporte es referirse no sólo a un cuerpo moviéndose en un espacio, sino a un espacio en un cuerpo. Este es el espacio que se fragmenta en una situación de crisis, dejando al yo atrapado por los efectos de la pulsión de muerte. La creación de un dispositivo donde aparecen espacios de lenguaje para tratar una crisis, permite pensar también en lo que denominaré un topoanálisis desde el cual se han podido desarrollar algunos conceptos específicos para conceptualizarlo.
Quisiera recordar, finalmente, un antiguo aforismo de Hipócrates: "El tratamiento es en definitiva lo que revela la naturaleza de la enfermedad.
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