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La época del nanosegundo

 
Editorial

Las señales que podemos encontrar en la calle del padecimiento subjetivo son numerosas. Lo que denominamos el exceso de realidad produce monstruos en una subjetividad, construida en la fragmentación y vulnerabilidad de las relaciones sociales. Este se manifiesta en diferentes indicadores sociales: violencia urbana, violencia familiar, aumento de la cantidad de suicidios, soledad, indiferencia hacia el prójimo, etc.

Algunas de estas problemáticas son desarrolladas en el dossier de la revista. En este editorial quisiera detenerme en un tema que caracteriza nuestra cultura: el aceleramiento del tiempo subjetivo.

Hace 2.500 años, el filosofo griego Heráclito dejó una gran cantidad de conceptos fragmentarios que han llegado hasta la actualidad. Uno de ellos lo enunció con una metáfora: nunca podemos meternos dos veces en el mismo río porque, cuando entramos por segunda vez, el río habrá cambiado, ya no será el mismo. Lo único constante es el cambio. Sin embargo hoy, el cambio mismo ha cambiado. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que se ha acelerado nuestra concepción del tiempo en la relación con nosotros mismos y con los demás.

A lo largo de la historia, el tiempo fue una de las variables importantes en las relaciones humanas, aunque no siempre se lo midió de la misma manera. Hasta el medioevo a nadie le importaba medir el tiempo en horas y minutos. Recién fue en el siglo XVI, con el inicio del capitalismo incipiente, que las campanas de Nüremberg comenzaron a sonar cada cuarto de hora. En la actualidad podemos caracterizar nuestra época por el nanosegundo. Este es una unidad de tiempo que se usa en la física cuántica, equivalente a la mil millonésima parte de un segundo. Pareciera que no alcanza para medir el tiempo con las horas y los segundos. Debemos medirlo en nanosegundos. Todo debe ser ya y cuando llegó es tarde. Tenemos la impresión que los días pasan a la velocidad de un nanosegundo. Sin darnos cuenta finaliza un año en el que nos quedaron muchas cosas sin hacer. La sensación de velocidad produce la paradoja de crear impaciencia, de hacernos sentir que no hay tiempo que alcance. Por ello, la ansiedad es uno de los síntomas de nuestra época.

Es que nuestra subjetividad esta construida en una cultura donde el aceleramiento es adecuado para consumir en el mercado de compra y venta en que se ha transformado nuestra sociedad. No es importante lo que se compra, lo que interesa es comprarlo. La consigna es “compre ya”. Puede ser un sacacorchos automático, un curso acelerado de yoga, diez sesiones para curar una fobia, o un psicofármaco de última generación. Lo importante es no detenernos. No detenernos para encontrarnos con el otro. No detenernos para pensar. No detenernos para conocer nuestro deseo. Algunos dirán: para qué detenernos si hay un sistema que nos ofrece todo lo que necesitamos. En realidad éste es el problema: no es que necesitemos lo que nos ofrecen, sino que porque lo ofrecen, lo necesitamos.

El escritor Don DeLillo sitúa el comienzo de este aceleramiento subjetivo del tiempo en la década del noventa. Ésta es la década en que se afirmó mundialmente la hegemonía del capital financiero. Es la década del pensamiento único de este capitalismo llamado neoliberal. El objetivo era obtener ganancias rápidas y fáciles. Pero también fue la década del dinero virtual, de las empresas PuntoCom. Internet se transformó en el medio para invertir dinero a través de agencias que cotizaban en la bolsa de valores. Para ello, era necesario tener datos que cambiaban continuamente. Se ganaba y perdía dinero rápidamente, sentado cómodamente frente a una computadora. Por supuesto, cuando explotó la burbuja virtual, pocos ganaron y muchos perdieron.

Esta cultura de la velocidad abarca el conjunto de las relaciones cotidianas donde lo único importante es un futuro permanente. En la perspectiva postmoderna la historia ha llegado a su fin. El pasado no tiene más importancia. Todo es viejo y pasado de moda. Como dice Don DeLillo siempre hay que ir para adelante, nunca atrás. La duda que nace de la experiencia del pasado ha sido eliminada. Su resultado es haber “inventado una nueva teoría del tiempo. Ésta es la amnesia del futuro. Un lugar sin memoria”.

Sin embargo la memoria aparece. Lo que no queremos recordar interrumpe nuestra velocidad y nos detiene. Quizás, sin saberlo, los excluidos de este sistema encontraron un método: el piquete. Los obreros desocupados cortan una calle o una ruta y nos detienen. Queremos llegar a un lugar y no podemos. Debemos mirarlos. Algunos se sienten asustados ya que en ellos pueden ver un futuro posible. No hay sector que el poder quiera más invisible que los excluidos sociales. Es allí donde el futuro se encuentra con la memoria de un presente que no se puede negar. Aunque siempre existe la posibilidad de huir para adelante. Por ello, nada mejor que recordar a Albert Camus en un fragmento del libro La peste: “Los que se dedicaron a los equipos sanitarios no tuvieron gran mérito al hacerlo, pues sabían que era lo único que quedaba, y no decidirse a ello hubiera sido lo increíble. Esos equipos ayudaron a nuestros conciudadanos a entrar en la peste más a fondo y los persuadieron en parte de que, puesto que la enfermedad estaba allí, había que hacer lo necesario para luchar contra ella. Al convertirse la peste en el deber de unos cuantos se la llegó a ver realmente como lo que era, esto es, cosa de todos.”

 

Articulo publicado en
Noviembre / 2003

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