La realidad efectiva del otro implica,
al ser reconocida desde la propia carne que lo anima,
la afirmación de mi propia realidad
León Rozitchner, Freud y los límites del individualismo burgués.
Sedimentos. Somos sedimentos de migajas de identificaciones con los otros que nos rodean a lo largo de nuestra vida. Nuestros Primeros otros, los segundos, los terceros y tantos más van dejando huellas libidinales, en su mayor parte inconcientes, en nuestros cuerpos. En todos nuestros cuerpos. Nuestros otros son fundantes no sólo de nuestro psiquismo, sino de toda nuestra corposubjetividad, tal como conceptualiza Enrique Carpintero. Los Primeros otros, que son espacio soporte de la muerte como pulsión y permiten soportar el desvalimiento originario que nos hace humanos. Los siguientes otros, a lo largo de la vida, también cumplirán esa función además de las diversas variantes de los juegos del Eros. Y a lo largo de ese camino van quedando huellas en nuestros cuerpos.
Nuestros otros dan forma a nuestra corposubjetividad. A lo largo de la vida. Cada crisis esparce las pizcas de identificaciones y permite reorganizaciones caleidoscópicas
Nuestra hipótesis implica llevar a fondo aquello que Freud postulaba en Psicología de masas y análisis del yo hace más de 100 años: “el otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar, como enemigo”. Sin los otros, no somos nada. Mejor dicho, no somos. Las identificaciones son las huellas de la historia con nuestros otros. Gracias a las diversas identificaciones, como señala Víctor Korman, se va adquiriendo aquello que llamamos identidad, “por pizcas”, en combinaciones en movimiento. Y donde los otros nos van constituyendo en los sucesivos lazos libidinales que luego devienen parte de uno mismo. Desde padres, hermanos, familias, hijos, amigos, grupos, instituciones. Todos, todas, todxs son los manantiales que dejan identificaciones, permiten desidentificaciones, y nuevas identificaciones. Nuestros otros dan forma a nuestra corposubjetividad. A lo largo de la vida. Cada crisis esparce las pizcas de identificaciones y permite reorganizaciones caleidoscópicas. Son nuestras ventanas de posibilidades de cambios.
La cultura actual insiste en ocultar nuestros otros, que son quienes nos constituyen. Y la importancia que tienen a lo largo de la vida
Sin embargo, el aparato cultural del capitalismo tardío sigue alimentando la ilusión de que cada cual se hace a sí mismo. Solito, solita. Las versiones neoliberales del psicoanálisis simplemente se acoplan con el pensamiento dominante: se entroniza el deseo propio confundiéndolo con el imperio del narcisismo. Aunque se repita como un slogan ya sin sentido que “el deseo es deseo del Otro”. Otro abstracto… y no otros concretos que con su carnalidad van surcando nuestros cuerpos. La contracara de esta ilusión es la culpa individual, propiedad privada y exclusiva de nuestra vida. El sentimiento de culpa termina poniéndonos en el ombligo del universo. Desde ya, no es lo mismo culpabilizar que responsabilizarse del camino propio. No somos Robinson en una isla desierta. Y si algún día lo fuéramos, lo afrontaríamos con nuestros sedimentos para buscar alimentos, deprimirnos, construir una balsa, pedir ayuda o jugar al fútbol con un coco.
La cultura actual insiste en ocultar nuestros otros, que son quienes nos constituyen. Y la importancia que tienen a lo largo de la vida. No sólo se pueden palpar en la propia biografía consciente de cada uno. Sus horizontes son necesariamente mucho más lejanos. Nuestros otros son como “la carta robada” del cuento de Poe. Se esconden a la vista. Solo hace falta ver algunos campos donde esto es tan visible como indudable: músicos, actores y científicos saben que los maestros, los pares y las agrupaciones que transitan no sólo los forman, sino que los constituyen y posibilitan horizontes.
Si se reniega de los otros se organiza un solipsismo narcisista que nos deja sumergidos en el desvalimiento frente a la muerte-como-pulsión. Encerrados en algún gueto, donde los otros tienen que ser “como uno”. Vivir “como uno”. Consumir “como uno” para alejarnos del desvalimiento. El consumismo teje esta ilusión evanescente que nos deja inermes. Sin otros, sin nosotros.
¿Y los otros? Los otros no son los diferentes, sino que devienen en siniestros monstruos. Y nuevamente siguiendo a Freud, se convierten en proyecciones de aquello propio que no queremos ver. Se volverán siniestros portadores de todos nuestros males. Una cultura donde los otros son los malos de la película nos deja en el terror de vivir en un mundo de muertos-vivos que nos persiguen, una metáfora excelente de la cultura actual.
Nosotros somos los otros. Nuestra riqueza está en nuestros otros, los diferentes. Aquellos que nos dan forma. Los que no son “gente como uno” en el espejo ilusorio. Aquellos que justamente por ser otros nos permiten devenir en eso que llamamos uno mismo.
Alejandro Vainer
Psicoanalista
alejandro.vainer [at] topia.com.ar