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“Sacha Rupaj”. Una experiencia de intervención en Montequemado

 

Allá bien al norte, en el llamado Chaco Austral y casi integrado en El Impenetrable, un pueblo guapea para abrirse camino en el bosque chaqueño a golpe de hacha. Hacheros argentinos que tienen como fuente de trabajo la tala del quebracho y el mantenimiento de esos montes. Fueron sus primeros pobladores que venían del sur de Santiago del Estero los que, al ver cenizas y restos calcinados de troncos carbonizados, lo llamaron en quechua “sacha rupaj” - Montequemante, Montecaliente.

Montequemado tiene una población de más de 30.000 habitantes. 
No existe el agua potable (el agua que toma la población contiene un índice altísimo de arsénico), ni red cloacal. Es una ciudad con altos niveles de pobreza y necesidades básicas insatisfechas

“No siempre la poesía precisa destacar hermosos paisajes verdes y prados cubiertos por enramadas de flores, o tal vez ríos caudalosos que alimentan la tierra.

Quizá, para el poeta (así como para nosotras), es más difícil transcribir aquello que a la vista de todos salta de indiferencia, pero que guarda dentro suyo la esencia noble de aquellas pequeñas y humildes cosas.(...)

Los Manseros Monte quemado

Esteban A Santillán

 

Desde el 2005 la fundación Cuerpo & Alma brinda atención sanitaria a poblaciones vulneradas del norte, en general en zonas rurales.

En este trabajo vamos a compartir la experiencia de haber concurrido dos años consecutivos (un año cada una) a Montequemado, donde alrededor de 80 profesionales de la salud de distintas especialidades, son convocados por dicha organización para montar el hospital allí existente. (Hospital inaugurado en 2007, actualmente casi en desuso por falta de equipamiento y personal).

En dicho viaje la propuesta es trabajar 7 días en jornadas de 9/10 horas para lograr que todas aquellas personas que se acerquen, reciban la atención que solicitan y merecen.

En los casos de intervenciones con mayor complejidad se trasladan en avioneta sanitaria pacientes y familias (si las hay) a Buenos Aires; y un grupo de profesionales viaja de forma mensual/bimensual para realizar el seguimiento de pacientes que hayan sido intervenidos quirúrgicamente. Con esta información es con la que fuimos...

Estar ahí

Cuando uno se va acercando al hospital por la calle de tierra comienza a escuchar ruidos, gente hablando, niñes jugando y de a poco se vislumbra una larga fila de personas aguardando para retirar un turno. Fila que se forma porque la gente ya sabe la fecha en la cual la organización asiste (se avisa por radio) y permanecen esperando, en la mayoría de los casos, desde hace una semana.

Montequemado tiene una población de más de 30.000 habitantes. No existe el agua potable (el agua que toma la población contiene un índice altísimo de arsénico), ni red cloacal. Es una ciudad con altos niveles de pobreza y necesidades básicas insatisfechas. Además de contar con uno de los índices más altos de suicidio juvenil, maltrato y abuso de menores.

Entre gente, pasillos, instrumental, montamos tímidamente y sin saber qué es lo que allí ocurriría, nuestro consultorio: dos sillas, birome y papel, y algunos lápices para colorear. Se abren las puertas y comienza la vorágine de atención.

En nuestra cabeza aparecen miles de preguntas:

¿Acudirá alguien a la consulta? ¿Con qué situaciones nos encontraremos? ¿Podremos dar alguna respuesta que al menos alivie el malestar que se presente allí? ¿Qué hacer si alguna situación presenta riesgo cierto e inminente? ¿Cómo abordar situaciones que a priori suponemos de suma complejidad? ¿Cómo orientar si no conocemos el lugar? ¿Atenderemos como en un Consultorio Externo, una Guardia o como en Interconsulta?

La oportunidad de que haya un antes y un después

Oscar llega al consultorio derivado por un médico del equipo que lo vio previamente. Impresiona cansado y al ingresar se desploma en la silla del consultorio. Relata que vive a unas cuatro horas caminando del hospital en una pequeña parcela de tierra junto con su esposa. Tiene 58 años, facciones duras, voz ronca con la que comienza a decirme que luego de dos días de cola en la intemperie vino a ver al médico quien le hizo una serie de estudios por un dolor en el pecho que tiene desde hace un año. A la vez que va relatando comienza a desabrocharse los botones de su camisa para indicarme la presión que siente y lo difuso que se le vuelve el dolor en todo el pecho. Lo freno comentándole que el médico ya me había dado aviso, y que en este espacio se trataba de escuchar lo que él tenía para decir.

La intervención que podamos realizar allí, apuntará a disponer-crear un espacio de confianza y contención, un lugar de cierto sostén simbólico; particularizar algo de lo que les sucede a los sujetos apostando a la emergencia de nuevas significaciones

Un poco sorprendido se acomoda en su silla y comienza a responder algunas preguntas, hablar... Arma su historia: Es oriundo del campo en Santiago del Estero donde trabajó siempre del quebracho. Relata que está casado y que tenía un hijo (se produce una interrupción en su relato, silencio) y prosigue contando que hace un año cuando volvía a su casa se encontró con el horror: su hijo se había quitado la vida. Angustia. Se tapa la cara. Voz entrecortada.

Oscar y su mujer continuaron, ella en la escuela rural y él con sus tareas en el campo, aunque con preocupación expresa que empezó a estar más en la casa ya que el dolor en el pecho le impedía salir, lo que lo motivó a venir a consultar buscando un remedio. Se agarra el pecho y me pregunta / se pregunta ¿cómo podría haberlo impedido?, ¿cómo podría haberlo sabido?, la lista de preguntas siguió...

En el encuentro se pudo ubicar que el horror del suicidio había opacado la posibilidad de afrontar el hecho de una pérdida. A partir de nombrar el fallecimiento pudo hablar de las repercusiones que generó en él y en su familia, utilizando el espacio para pensar acciones que pudieran vehiculizar el dolor y acompañarse en el proceso de elaboración de dicha pérdida.

Cuatro días después Oscar toca la puerta del consultorio, ingresa veloz al ver que en aquel momento no había nadie y se sienta cómodo en la silla. Me dijo que ese fin de semana harán una pequeña ceremonia y colocarían una “plaquita” en su honor ya que expresa que no lo habían podido despedir en aquel momento. Se volvió a tocar el pecho con otra cara, me dijo “estoy un poco más aliviado” (sic). Y se fue…

Lugar-consulta donde generar un relato, alguna trama que sea capaz de comenzar a inscribir en el armado de una historia los eventos dejados de lado, imposibles de ser nombrados, las rupturas que han quedado por fuera de lo simbólico y que retornan insistentemente como una llaga que no puede sanar

Mariela de 40 años ingresa a la sala de internación producto de golpes en contexto de violencia por parte de su actual pareja. Pasado unos días a pedido de los cirujanos me presento en su cama; impresiona temerosa, confundida. La habitación de 6 camas vacías parece una inmensidad, ella está recostada en una esquina, no se mueve frente a mi presencia, mira el piso. Me siento a su lado, le ofrezco agua a la vez que me presento, le transmito que trabajo en equipo con los cirujanos y le ofrezco la posibilidad de poder visitarla durante la semana y propiciar un espacio para conversar.

Comienza a armar un relato de su historia. Sostiene que este episodio de violencia (que motivó su internación) superó otros de lo que había sido víctima. Se mira el cuerpo, los hematomas, el dolor, extrañada no se reconoce.

Se formula preguntas y, en palabras de ella, tiene sentimientos encontrados. Expresa que se siente culpable y, en este sentido, piensa si habría podido hacer algo más para que las cosas no terminaran así. Dice que siempre lo quiso mucho y cree que todavía lo quiere. “Los primeros meses fue algo hermoso, impresionante” (sic). Que, si no le hubiera pegado así, aún seguiría intentándolo.

Le cuento que muchas son las mujeres que sufren violencias, que no está sola. Le propongo dibujar un círculo al que presento como el Círculo de la Violencia. A medida que circula la palabra Mariela identifica episodios previos de agresión: gritos, empujones y establece una diferencia: expresa que si bien la violencia era algo que siempre circuló en su entorno antes mantenía un trabajo y los lazos. Paulatinamente se aisló de amigos e incluso familia.

Intento introducir una diferencia. Diferencia que en esta oportunidad le permita salir de ese círculo para poder observar desde fuera.

El próximo encuentro me espera sentada, comenta que está escribiendo las cosas que siente en la libreta que le dejé. Decidió contactar a su familia quienes la están acompañando. Piensa en la denuncia, en cómo seguir... Le brindo el contacto de los efectores en Santiago del Estero que trabajan con mujeres víctimas de violencia, aunque estén a 4 horas de distancia, son los recursos con los cuales trabajar. Asimismo, le presento a la fundación que trabaja en Monte Quemado todo el año “Haciendo Camino” a quienes podría acudir. Tengo una entrevista con sus familiares. Me despido.

Ese día la fila de pacientes “esperando para hablar” era larguísima, una jornada de mucho trabajo, muchos pedidos de interconsulta y consultas por responder. Estuve allí desde las 8 de la mañana y siendo las 19 y ya sin nadie afuera de lo que armamos como el “consultorio”, agarro mi mochila y cierro para irme. En un pasillo, una de las ginecólogas me detiene y pregunta si puedo ver a una paciente que se angustió un poco (y no sabe por qué) en la revisación “de rutina”. De modo que vuelvo con la paciente al consultorio.

Miriam de 63 años se sienta en la silla como hecha un bollito, piel curtida por el sol, manos duras, ojos y mirada de susto. Me mira sin decir palabra. Le agarro la mano, le digo que si quiere contarme yo estoy allí para escucharla. Miriam llora y llora mucho, entre llanto y con voz casi imperceptible me dice que fue abusada desde sus 6 años hasta los 18… únicas palabras que logra emitir, el llanto comienza a ser desconsolado, empieza a temblarle el cuerpo, la respiración se vuelve cada vez más y más agitada. Miriam comienza a vomitar todo el piso del consultorio. Su mano y la mía nunca se soltaron, Miriam me apretaba con fuerza. Lloraba con fuerza, vomitaba con fuerza, hasta que dejó de hacerlo. Le propongo acompañarla al baño y allí fuimos, de la mano. Miriam se lava la cara, yo le mojo la nuca y volvimos al consultorio. Miriam mira el piso todo enchastrado, se sienta en su silla y dice “jamás pude decírselo a nadie, con mis 63 años es la primera vez que lo cuento.” En la consulta con la ginecóloga, la doctora pregunta rutinariamente edad de inicio de las relaciones sexuales, Miriam se angustia y la consulta y control ginecológico se detienen allí a pedido de la paciente.

Miriam me cuenta con detalle y crudeza aquellos años de terror que vivió. Cuenta con cierta culpa que no sabe si a sus hermanas también les pasó o no, y que a sus 18 años conoció a su actual marido y se pudo ir de esa casa, cortando todo vínculo con su familia. “No quise nunca más volver.” Su pareja no sabe, ni nunca supo de su pasado (como ella lo nombra), “nadie nunca supo, yo no supe cómo contarlo.”

Miriam vomitó su verdad y se fue. Le propuse que volviera al día siguiente, que estaría esperándola. (Ultimo día en que nosotros estaríamos en Monte Quemado).

Ese viernes transcurría con muchísimas sensaciones y pensamientos. Al salir para recibir al siguiente paciente, se asoma y saca la cabeza de la fila, Miriam, quien con una sonrisa me saluda con la mano, me acerco, la saludo y le digo que si podía esperar, asiente con la cabeza y así lo hace.

Al ingresar su semblante tenía algo distinto. Le manifiesto mi alegría por verla, me agarra la mano y me dice que había venido a contarme que estaba bien, que quería agradecerme por haber escuchado su historia y que en esa oportunidad quería contarme acerca de sus proyectos. Miriam, su marido y sus hijas vivían en condiciones muy precarias en una habitación desde hacía mucho tiempo, pero estaban terminando de construirse con mucho esfuerzo y dedicación, su casa. Miriam tenía un brillo distinto en sus ojos al contarlo.

Nos quedan por fuera innumerables historias: relatos, miedos, bronca y frustraciones, decisiones, apuestas, encuentros…

Para poder hacer otra historia, primero hay que poder hacer una

Esta experiencia nos puso delante el desafío de tratar de inventar el lugar de la oportunidad.

Lugar-consulta donde generar un relato, alguna trama que sea capaz de comenzar a inscribir en el armado de una historia los eventos dejados de lado, imposibles de ser nombrados, las rupturas que han quedado por fuera de lo simbólico y que retornan insistentemente como una llaga que no puede sanar.

Oportunidad que permitió desplegar la historia, historia de personas “enterradas socialmente”, para que puedan vivir, para que puedan habitar la vida, la oportunidad de tenerla.

En palabras de Aída Perugino1, historizar es poder construir hoy un relato del pasado, es agarrarse algunas palabras de otros, enlazarlas, es poner antes y después, elegir causas, es separar, puntuar, inventar sentidos, descubrir que algo no se sabe, inventar el lugar de lo olvidado, y aparecer ahí, entre significantes.

“...Aquella persona que saca la mano de su entierro o que en el hueco de su oscuridad emite algún sonido que luego puede devenir en demanda, puede disponerse y exponerse a un trabajo sobre sí, solo si es posible que vea algo más allá: Un Otro a quien dirigirse cuando pueda tomar de él una palabra, y que ese Otro contenga y enuncie ese algo de ellos por venir, un por qué desenterrarse; contenga la posibilidad de otra historia.”

Es desde allí donde, por un lado, nos armamos un lugar para nosotras como practicantes del psicoanálisis en este contexto no tradicional, habilitado e implicado a partir del propio deseo. Y, por otro lado, pero desde allí, ofertamos un lugar para el sujeto (destinatario de nuestras intervenciones) en sus posibilidades de ser alojado en ese tal vez y posiblemente único encuentro.

Sostenemos entonces que la intervención que podamos realizar allí, apuntará a disponer-crear un espacio de confianza y contención, un lugar de cierto sostén simbólico; particularizar algo de lo que les sucede a los sujetos apostando a la emergencia de nuevas significaciones, así como también “des-totalizar” otras, para intentar quebrar algo de aquel destino de exclusión que suele acompañar a los que ya han sido marginalizados. Brindando un soporte donde aquellos retazos puedan ir hilándose y así poder comenzar a tejer una trama.

Esto será posible sólo si logramos sostener el alojamiento que implica la Escucha más allá de la pregnancia imaginaria de lo terrible, poder disponer y ofertar Palabras si no las hay; silencio si lo que domina la escena es la palabra desenfrenada. Lazo con otras fundaciones, asociaciones, vecinos, entre otros... que posibiliten la entrada a una terceridad a la cual apelar frente a tantos derechos vulnerados.

Disponer y poner allí el cuerpo y la presencia que oferte la posibilidad de un lugar.

Lucía Plans
Practicante del psicoanálisis
lucia.plans [at] gmail.com

Yamila Wynen
Practicante del psicoanálisis
yamilawynen [at] gmail.com

Nota

1. Aida Perugino, “Otra historia, asoma un sujeto”, Escrito Revista Huellas.

 

 
Articulo publicado en
Noviembre / 2021