Femicidio y feminicidio: las formas más extremas de la violencia hacia las mujeres | Topía

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Femicidio y feminicidio: las formas más extremas de la violencia hacia las mujeres

 
Editorial Revista Topía #92 agosto/2021

A las cuatro de la tarde nos ofrecieron un espectáculo. Veinte mujeres, de diversa estatura y edad, pero todas con traje, fueron conducidas hasta el centro del campo. Digo que fueron conducidas porque iban con los ojos vendados. Tenían las manos esposadas delante. Las colocaron en dos filas, diez y diez. A las de la primera fila las obligaron a ponerse de rodillas, como para una foto en grupo. Un hombre con un uniforme negro peroró por un micrófono sobre cómo los pecadores siempre eran visibles para el Ojo de Dios, y su pecado los delataba. Un murmullo de asentimiento, como una vibración, llegó de los guardias y los asistentes. <Mmmmmmmm…> igual que un motor subiendo de revoluciones. -Dios se impondrá- concluyó el orador. Hubo un coro de amenes en barítono. Entonces, los hombres que habían escoltado a las mujeres de los ojos vendados levantaron las armas y les dispararon. No fallaron: las mujeres se desplomaron en el suelo. Todas las que estábamos sentadas en las gradas ahogamos un grito. Oí gemidos y sollozos…Una vez más, no fallaron: esos hombres estaban entrenados.

Los testamentos, Margaret Atwood

 

En la historia de la humanidad el patriarcado puso a la mujer en un lugar secundario subordinado al hombre. Desde allí se instaló un orden simbólico que relaciona lo femenino con la corporalidad y lo masculino con el logos, el pensamiento; el modelo de libertad donde se subordina el cuerpo a la mente refuerza la perspectiva de que las mujeres son incapaces de autodeterminación.1

Su lugar prioritario era el hogar para tener hijos, en especial varones que garanticen la descendencia del pater familias, el cual tenía poder absoluto sobre la mujer. Esto que era propio de los sectores sociales de cada época histórica se reproducía en los sectores sociales subordinados. Debemos decir que el patriarcado se sostenía no solo por la fuerza y la violencia sino para enseñar que no hay alternativas al poder hegemónico y que la dinámica de clase y patriarcales forman parte del universo. Así como era ridículo pensar en cambiar los cielos del sol y la luna también era ridículo pensar que podían ser reemplazados la esclavitud y el patriarcado.

Con la llegada del capitalismo el patriarcado toma otras características basadas en la propiedad privada.

El patriarcado capitalista

Como dice Pierre Bourdieu, lo que en la historia aparece como eterno es producto de un trabajo que incluye a instituciones interconectadas con características de cada época. Reinsertar en la historia y devolver a la acción histórica la relación entre los géneros implica hablar de las mujeres y de los hombres como agentes históricos. El peligro es recurrir, para concebir la dominación masculina, a un modo de pensamiento que ya es producto de la dominación. Podemos confiar en salir de ese círculo si encontramos una estrategia práctica para encontrar una objetivación del tema. Aquí vamos a citar una frase de Federico Engels cuando establece que en el capitalismo las relaciones familiares encuentran a “la mujer como proletario del hombre”. Es decir, la mujer es una propiedad del hombre en la que tiene que vivir la opresión que sufre en el seno de la familia y la explotación en los lugares de trabajo. De esta manera Engels al historizar la familia cuestiona la idea de que la mujer era la esclava natural del hombre. Lo natural es historizado. Pero es Marx quien publica en un diario de Berlín en 1848 un extenso artículo “Sobre el suicidio” donde podemos leer una de las condenas más poderosas de la opresión de las mujeres. Este texto es una denuncia del poder patriarcal obsoleto de los hombres sobre sus hijas y esposas, pero no por celos, sino como la propia consecuencia de un sistema social basado en la propiedad privada y en una moral que se les niega el derecho a decidir sobre su propio cuerpo.2 Patriarcado y capitalismo se unen para dar el poder al hombre de adueñarse de las mujeres, no por su condición de clase sino de género. Sin embargo, el movimiento obrero estaba atravesado por el patriarcado y no aceptaba el trabajo femenino ya que argumentaba que empeoraba las condiciones de vida de los trabajadores varones. Debemos esperar a principios del siglo pasado, con la lucha de Clara Zetkin y el inicio de la Revolución de Octubre, para que se aceptara el principio del derecho de las mujeres al trabajo, la creación de organizaciones femeninas dentro de los partidos socialistas y la postura a favor del sufragio femenino. Las aplicaciones del socialismo, si bien lograron modificar la condición de la mujer no cuestionaron sus raíces patriarcales; también han permanecido en deuda con el control de la naturaleza y con las economías industriales y extractivas, aunque basadas en la planificación estatal y la equidad distributiva en lugar de la maximización de beneficios. La reivindicación de las mujeres ante el patriarcado durante el siglo pasado se continua en el movimiento sufragista, las mujeres anarquistas y socialistas quienes planteaban una lucha por la igualdad que iría llegando parcialmente. En especial, a partir de los movimientos de mujeres y feministas en las décadas de los ´60 y ´70 hasta llegar a la actualidad con “Ni una menos” en nuestro país y el Me-Too en EEUU.

Si volvemos al texto de Bourdieu decimos que: “El principio de la inferioridad y de la exclusión de la mujer, que el sistema mítico-ritual ratifica y amplifica hasta el punto de convertirlo en el principio de división de todo el universo, no es más que la asimetría fundamental, la del sujeto y del objeto, del agente y del instrumento, que se establece entre el hombre y la mujer en el terreno de los intercambios simbólicos, de las relaciones de producción y de reproducción del capital simbólico, cuyo dispositivo central es el mercado matrimonial, y que constituyen el fundamento de todo el orden social. Las mujeres sólo pueden aparecer en él como objeto o, mejor dicho, como símbolos cuyo sentido se constituye al margen de ellas y cuya función es contribuir a la perpetuación o al aumento del capital simbólico poseído por los hombres.”

Si Marx pone en evidencia el suicidio de las mujeres como un síntoma del capitalismo de mediados del siglo XIX, en estos inicios del siglo XXI el femicidio se ha transformado en el síntoma más evidente de la barbarie del patriarcado

Hoy es indudable que en algunos países -debemos subrayar que, en algunos países- hay cambios en que la dominación masculina no se ha impuesto con la evidencia de la obviedad. Esto se debe, como decimos anteriormente, al inmenso trabajo crítico y de movilización durante el siglo pasado hasta la actualidad del movimiento de mujeres y los diferentes feminismos. Sin embargo, si Marx pone en evidencia el suicidio de las mujeres como un síntoma del capitalismo de mediados del siglo XIX, en estos inicios del siglo XXI el femicidio se ha transformado en el síntoma más evidente de la barbarie del patriarcado.

La experiencia produce realidad

Es el ser social el que determina la conciencia, no la conciencia la que determina el ser social

Carlos Marx

 

Para Freud el concepto de cultura es sinónimo de civilización. Ésta remite al momento en que el ser humano se organiza en “comunidad”, poniendo la naturaleza al servicio de satisfacer sus necesidades y regulando los vínculos recíprocos entre los sujetos. Es así como este espacio de la comunidad se convierte en soporte de la pulsión de muerte.

Las características de la cultura dependen en cada etapa histórica de los sectores sociales hegemónicos que establecen una organización económica, política y social. Para ello reglamentan normas que se formalizan jurídicamente y que regulan las relaciones entre los miembros de la comunidad cuyo objetivo es reproducir las condiciones de dominación. En el capitalismo tardío la relación social se construye en una unidad paradójica; es decir, una unidad en la desunión que lleva a la incertidumbre y la imprevisibilidad, en definitiva, a una vorágine de permanente desintegración y renovación, de ambigüedad y angustia. Su resultado ha sido una cultura que dejó de constituirse en un espacio-soporte de la pulsión de muerte. En ella la fractura del soporte imaginario, libidinal y simbólico del espacio social y comunitario refiere a un mundo perdido. En este sentido la comunidad como espacio heterogéneo que permite los intercambios libidinales y simbólicos se ha transformado en un lugar homogéneo al servicio de un sujeto solo y aislado. Es decir, una comunidad entrópica que ha dejado de constituirse en un espacio-soporte cuya consecuencia es una subjetividad atravesada por los efectos de la pulsión de muerte: la sensación de “vacío”, de “no salida”, la violencia contra el otro y la violencia autodestructiva. Esta situación se ha acentuado con la pandemia. Entre sus síntomas están el femicidio y el feminicidio.

El femicidio es una de las formas más extremas de la violencia hacia las mujeres: el asesinato cometido por un hombre hacia una mujer a quien considera de su propiedad

El femicidio es una de las formas más extremas de violencia hacia las mujeres: el asesinato cometido por un hombre hacia una mujer a quien considera de su propiedad. Este es producto de una multiplicidad de factores cuya complejidad debemos dar cuenta.3

El movimiento de mujeres “Ni una menos” permitió que en nuestro país se tomaran medidas y se dictaran leyes: se adoptan medidas de control cada vez más exhaustivas como los botones antipánico y los cercos perimetrales. Sin embargo, la violencia no cesa y cada semana aparece la noticia de un nuevo caso de femicidio, muchos de ellos con la complicidad de las autoridades policiales y judiciales. Como dice Eva Giberti: “El acto de reconocimiento que impone el derecho penal no es todavía un acto ético propiamente dicho. El acto propiamente ético se desarrolla a partir del reconocimiento de la subordinación y vulnerabilidad de las mujeres en el sistema capitalista/machista/colonial/opresor y de las múltiples violencias contra ellas. Lo cual significa, éticamente, un mandato de lucha, solidaridad, denuncia y compromiso para todxs.”

Antes de tomar fuerza el movimiento de mujeres y los diferentes feminismos se consideraba la violencia hacia la mujer como una cuestión personal y privada. También lo decían los medios de comunicación, que responden muchas veces a esos sentidos comunes y lo decían las leyes. Es más, en otras épocas los maridos tenían legalmente autorización para matar a su cónyuge. Y en muchos países esto sigue sucediendo. Es decir, hasta no hace muchos años, y de hecho algunas veces aún se les “escapa”, los medios de comunicación titulan como “crímenes pasionales”. Podemos decir que el femicidio clásico, supuestamente motivado por los celos o la posesión incondicional por parte del hombre, en el siglo pasado estaba normatizado. Por ejemplo, hace más de 20 años se funda un quinteto de tango que se transforma en uno de los pilares de las nuevas agrupaciones del tango -participaron en varios aniversarios de nuestra revista-. Su nombre era “34 puñaladas”. Este nombre fue sacado del tango “Amablemente” musicalizado por Edmundo Rivero con un gran éxito en los años ´60. Esta es su letra:

“La encontró en el bulín y en otros brazos... / Sin embargo, canchero y sin cabrearse, / le dijo al gavilán: Puede rajarse; / el hombre no es culpable en estos casos. / Y al encontrarse solo con la mina, / pidió las zapatillas y ya listo, / le dijo cual si nada hubiera visto: / Cébame un par de mates, Catalina. / La mina, jaboneada, le hizo caso / y el varón, saboreándose un buen faso, / la siguió chamuyando de pavadas... / Y luego, besuqueándole la frente, / con gran tranquilidad, amablemente, / le fajó treinta y cuatro puñaladas.” La letra es significativa: leída desde hoy podemos decir que es una apología del femicidio. En el 2019 el grupo necesitaba desprenderse de como se lo conocía anteriormente, algo que el cantor Alejandro Guyot describe como “un exorcismo” sobre su antiguo nombre. Ahora se llaman Bombay Bs. As. Era evidente que algo había cambiado. Ya no solo en relación al siglo pasado sino a principios de este siglo XXI.

La experiencia es la que produce realidad en los procesos afectivos y, en general, en todas las formas de materialidad que habitan en la corporalidad, en los procesos inconscientes y en nuestra forma de vivir

Sin embargo, la superación del lugar de la mujer está profundamente arraigado en las estructuras sociales y culturales y, en los cuerpos; éste no ha nacido de un mero efecto de dominación verbal y no puede ser abolido por un acto de magia performativa; el orden de los sexos y de los géneros está inscripto en los cuerpos y en una cultura, que es de donde saca su fuerza y sustenta la eficacia performativa de las palabras. Si tomamos el lenguaje inclusivo, debemos reconocer que alerta sobre un idioma que reproduce una sociedad basada en la dominación patriarcal: no puede ser de otra manera. Por ello la reacción de los conservadores que defienden la supuesta pureza del idioma. También hay que reconocer que si bien algunos sectores de la derecha hablan de las “feminazis” hay otros que lo celebran, como lo atestigua un editorial del diario La Nación que comienza diciendo: “La inclusión es mucho más que una faceta renovada del lenguaje…” para luego afirmar a través de una especialista en redacción corporativa “que solo impulsando cambios en la lengua lograremos que cambie la realidad que ésta designa, invitando a adoptar actitudes inclusivas desde el lenguaje en ámbitos laborales, por ejemplo.” Es la clásica propuesta “políticamente correcta” cuyo fuerte está en EEUU acorde con impedir transformaciones profundas. Por ello es necesario prevenir sobre sus limitaciones para no caer en un idealismo lingüístico, ya que la experiencia es la que produce realidad en los procesos afectivos y, en general, en todas las formas de materialidad que habitan en la corporalidad, en los procesos inconscientes y en nuestra forma de vivir. Dicho de otra manera, la experiencia humana refiere a una realidad con uno mismo y con los otros que luego se reproduce en el hablar. El lenguaje no produce realidad, es nuestra experiencia dentro de un colectivo social inscripta consciente e inconscientemente que produce realidad para luego ser significada por el lenguaje.4

Es necesario acompañar, como se viene sosteniendo desde el movimiento de mujeres, con una teoría crítica de las relaciones entre los géneros

En esta perspectiva es necesario acompañar, como se viene sosteniendo desde el movimiento de mujeres, con una teoría crítica de las relaciones entre los géneros para lo cual -como dice Eva Giberti-: “precisamos abrir otro canal: hoy se mata en otro mundo. Es un mundo en el cual los transgéneros están en la superficie y los dualismos bipolares han caducado. O sea, cuando se afirma que “un hombre mata una mujer” se mantiene esa polaridad convencional que la presencia de las subjetividades e identidades de los transgéneros han desordenado. No obstante, al decirlo de ese modo incorporamos, en la semiosis social, mediante ese estrechamiento discursivo (el que produce la bipolaridad), el giro lingüístico claro y rotundo: un hombre mata a una mujer. Es la palabra compaginada para que nos escuchen. Lo llamaremos asesino, por convención semántica. Pero no se trata de asesinar, sino de matar mujeres, que no es un giro lingüístico intercambiable con mentar el asesinato.”

Femicidio y feminicidio

Fue Diana Russell quien utilizó en 1976 por primera vez el término “Femicidio” en una conferencia ante el Tribunal Internacional sobre los Crímenes contra la mujer en Bruselas, para definir las formas de violencia contra la mujer. El acto de apertura del Tribunal contó con las palabras de Simone de Beauvoir: “Este encuentro feminista en Bruselas intenta que nos apropiemos del destino que está en nuestras manos.”

Luego en 1990 con Jane Caputi, redefine este concepto como “el asesinato de mujeres por hombres motivado por el odio, desprecio, placer o sentido de posesión hacia las mujeres”. Más tarde, en 1992, junto a Hill Radford, definió el “Femicidio” como el “asesinato misógino de mujeres cometido por hombres.” Posteriormente fue Marcela Lagarde quien tradujo al castellano como “Feminicidio”, adoptando este neologismo a partir de la traducción del vocablo inglés femicide. Esta autora definió al “Feminicidio” como el acto de asesinar a una mujer, sólo por el hecho de su pertenencia al sexo femenino, pero dándole un significado político para denunciar la inactividad, el silencio, la omisión o negligencia de las autoridades de Estado encargadas de prevenir y erradicar estos crímenes.

Un ejemplo fue la sentencia pronunciada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre el asesinato de jóvenes mexicanas de Ciudad Juárez donde se encontraron en un campo los cadáveres de ocho mujeres no identificadas con signo de haber sido torturadas y violadas. Esta Corte condenó por primera vez en la historia a un país; México, por considerarlo responsable de “feminicidio” al declararlo “culpable de violentar el derecho a la vida, la integridad y la libertad personal, entre otros delitos.”

Lagarde, como ella misma explica, transitó de femicidio a feminicidio porque en castellano femicidio es una voz homóloga a homicidio y sólo significa asesinato de mujeres. Así lo define: “El feminicidio es el genocidio contra mujeres y sucede cuando las condiciones históricas generan prácticas sociales que permiten atentados contra la integridad, la salud, las libertades y la vida de las mujeres. En el feminicidio concurren en tiempo y espacio, daños contra mujeres realizados por conocidos y desconocidos, por violentos, violadores y asesinos individuales y grupales, ocasionales o profesionales, que conducen a la muerte cruel de algunas de las víctimas. No todos los crímenes son concertados o realizados por asesinos seriales: los hay seriales e individuales, algunos son cometidos por conocidos: parejas, parientes, novios, esposos, acompañantes, familiares, visitas, colegas y compañeros de trabajo; también son perpetrados por desconocidos y anónimos, y por grupos mafiosos de delincuentes ligados a modos de vida violentos y criminales. Sin embargo, todos tienen en común que las mujeres son usables, prescindibles, maltratables y desechables. Y, desde luego, todos coinciden en su infinita crueldad y son, de hecho, crímenes de odio contra las mujeres.” Lagarde redefine y sobre todo resignifica el término incorporando un elemento que lo coloca en el centro del debate: la impunidad. Se trata de una fractura del Estado de derecho que favorece la impunidad: “El feminicidio es un crimen de Estado.”

Rita Segato, plantea el término Femigenocidio, “para los crímenes que, por su cualidad de sistemáticos e impersonales, tienen por objetivo específico la destrucción de las mujeres (y los hombres feminizados) solamente por ser mujeres y sin posibilidad de personalizar o individualizar ni el móvil de la autoría ni la relación entre perpetrador y víctima.” En este sentido, aclara: “se utiliza la categoría de feminicidio a todos los crímenes misóginos que victiman a las mujeres, tanto en el contexto de las relaciones de género de tipo interpersonal como de tipo impersonal, e introduciríamos la partícula “geno” para denominar aquellos feminicidios que se dirigen, con su letalidad, a la mujer como genus, es decir, como género, en condiciones de impersonalidad.”

La violencia contra las mujeres

La violencia contra mujeres y niñas no es uniforme: se manifiesta de formas muy diferentes según las clases sociales. Aunque el maltrato en el ámbito de la pareja es el más conocido, existen varios tipos de violencias: 1º) Violencia en el marco de la pareja; 2º) Violencia sexual; 3º) Trata de seres humanos; 4º) Mutilación genital femenina; 5º) Matrimonio infantil.

En nuestro país durante 2020 se registraron 251 femicidios; una muerte cada 35 horas. Durante el año pasado el propio hogar se convirtió en el espacio más peligroso para aquellas víctimas de la violencia machista que debieron confinarse con su agresor

Según la organización “La Casa del Encuentro” en el ámbito de la pareja, las cifras de violencia de las que más se habla son los feminicidios: asesinatos de mujeres por el hecho de serlo. Los últimos datos conocidos a nivel mundial, de 2017, dicen que 3 de cada 5 mujeres asesinadas lo fueron a manos de su pareja, expareja o algún miembro de su familia. África es el continente con mayor tasa de feminicidio, seguido de América.

Los femicidios fueron los únicos delitos que no descendieron durante la pandemia

En nuestro país durante 2020 se registraron 251 femicidios; una muerte cada 35 horas. Durante el año pasado el propio hogar se convirtió en el espacio más peligroso para aquellas víctimas de la violencia machista que debieron confinarse con su agresor. El 74 por ciento de las víctimas directas de femicidio fueron asesinadas en las viviendas en las que pasaron el período de cuarentena, en sus diferentes etapas. Esto deja en evidencia que “el hogar no es un lugar seguro para las mujeres”, como quedó demostrado en la etapa de aislamiento. Los femicidios fueron los únicos delitos que no descendieron durante la pandemia.

Otra referencia es que varias mujeres se animaron a vencer el temor y acudieron a la Justicia en pedido de ayuda, pero que igualmente fueron asesinadas. Durante el año pasado al menos 41 víctimas de femicidio habían efectuado denuncias formales contra sus agresores, una cifra bastante similar a la que puede encontrarse si se analiza el informe de 2019. En tanto, solo 4 de las 247 causas judiciales por femicidios ocurridos durante el 2020 alcanzaron sentencias, mientras que 209 continúan en proceso judicial y otras 32 fueron archivadas, en su mayoría por la muerte del atacante.

La Casa del Encuentro señala que en lo que va de enero hasta mayo de 2021 se produjeron 92 femicidios, 5 transfemicidios y 7 femicidios vinculados de varones adultos y niños. Buenos Aires sigue siendo la provincia con más casos (29), seguida por Córdoba (10), Santiago del Estero (7) y Santa Fe (7). Otros antecedentes fueron que 12 víctimas habían radicado denuncias, 10 femicidas tenían dictada medida cautelar de prevención, 10 femicidas eran agentes o ex-agentes de la fuerza de seguridad, 5 víctimas tenían indicio de abuso sexual, 4 estaban embarazadas, 5 eran mujeres trans, 6 eran migrantes, una pertenecía a pueblos originarios, 2 víctimas son de presunción de trata de prostitución y 11 femicidas se suicidaron.

El tema de la justicia es solo un aspecto del problema en la medida en que el Estado es responsable por la violencia y los femicidios, porque impone las condiciones en las que prolifera la violencia, abandona a las víctimas, y otorga impunidad a femicidas y abusadores

Si hacemos una breve lectura de estos datos el tema de la justicia es solo un aspecto del problema en la medida en que el Estado es responsable por la violencia y los femicidios, porque impone las condiciones en las que prolifera la violencia, abandona a las víctimas, y otorga impunidad a femicidas y abusadores. No obstante, el problema fundamental es que el aumento de los femicidios son producto de una sociedad que sigue generando una cultura sostenida en un capitalismo patriarcal. La importancia de la sanción de leyes en algunos países que sostienen la equidad de género y la defensa contra la violencia hacia las mujeres son importantes, pero encuentran un límite en una estructura económica, política y social que sigue generando una cultura hegemónica patriarcal. Poner palabras a esta situación de sometimiento e invisibilización del lugar de la mujer es necesario si es acompañada por experiencias que produzcan realidad. Por experiencias -como llevan adelante el movimiento de mujeres y los diferentes feminismos- que generen lucha, denuncias y solidaridad. Por experiencias que puedan crear relaciones equitativas entre los cuerpos que afectan y son afectados en el interior del colectivo social.

Enrique Carpintero
Psicoanalista
enrique.carpintero [at] topia.com.ar

 

Bibliografía

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----- “Femicidios en Argentina. Aportes y análisis de la sacralización popular de un femicidio serial: el caso Barreda” en http://evagiberti.com/femicidios-en-argentina-aportes-y-analisis-de-la-s...

----- “Femicidio ¿contagioso?, diario Página/12, 15 de diciembre de 2016.

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Notas

1. Acá podemos hacer un comentario sobre Spinoza. Su filosofía permite pensar el lugar que la corporalidad juega en el pensamiento, donde el logos forma parte del cuerpo. Además, la idea de que el cuerpo siempre se halla en un contexto social, en tanto que se compone con otros cuerpos, ayuda a dar cuenta de la opresión de las mujeres, ya que la libertad para Spinoza es una cuestión colectiva y no individual. En este sentido, sorprende la exclusión de las mujeres de la política democrática, tal y como se puede leer en los dos últimos parágrafos de su Tratado Político: “He dicho, además, que, aparte de estar sometidos a las leyes del Estado, sean en lo demás autónomos, a fin de excluir a las mujeres y a los siervos, que están bajo la potestad de los varones y de los señores.” La razón principal que Spinoza despliega para expulsar a las mujeres de la “polis” es la desigualdad natural entre los dos sexos, no teniendo las mujeres “por naturaleza, un derecho igual al de los hombres, sino que, por necesidad, son inferiores a ellos.” Entiende el filósofo que del hecho histórico de que las mujeres no hayan participado en la vida política se sigue la necesidad de que ello deba ser así por naturaleza.

2. Marx reconoció la importancia de la relación entre hombres y mujeres en la historia desde sus primeras obras. Denunció la opresión de las mujeres, sobre todo de la familia en el capitalismo. Por ejemplo, en los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, escribe que la relación entre mujeres y hombres en toda sociedad y en todo periodo histórico es la medida de cómo los seres humanos han sido capaces de humanizar la naturaleza. En La ideología alemana, habla de la esclavitud latente en la familia, y de cómo los varones se apropian del trabajo de las mujeres. En El manifiesto comunista, denuncia la opresión de las mujeres en la familia burguesa, cómo las tratan como propiedad privada y cómo las usan para transmitir la herencia. Pero, estos son comentarios que no se traducen en una teoría como tal. Solo en el primer tomo de El capital Marx analiza el trabajo de las mujeres en el capitalismo.

3. Aunque no es tema de este trabajo, donde nos centramos en la violencia contra las mujeres, no podemos dejar de mencionar la violencia contra personas gays, lesbianas, transexuales, bisexuales, transgéneros e intersexuales; es decir, aquellas cuya diversidad sexual y de género cuestionan la “normalidad” de la hegemonía patriarcal.

4. No todos los feminismos acuerdan con el lenguaje inclusivo. Para citar un ejemplo, el colectivo “Trece rosas” cuestiona su inclusión en la Facultad de Ciencias Sociales y la Facultad de Filosofía y Letras; pues sostienen que lo que denominan “el generismo queer” expropia la condición de sujeto político del feminismo: “decirle a una mujer que hay ‘no binaries’ es misógino porque ninguna de nosotras está cómoda en el binarismo de género, ni somos binarias. Esa división es opresora, por eso hay que eliminarla. Ninguna mujer es privilegiada con la subordinación genérica. En este sentido, utilizar la categoría ‘mujeres cis’ implica aceptar la validez del constructo de género que está detrás de la violencia y la desigualdad que sufrimos.” Pezzarino, Andrea y Martínez González, Dolores, “UBA queer: El borrado de las mujeres en la Universidad”, revista El Aromo, junio de 2021.

 

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Agosto / 2021