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Dar en el blanco: Estallidos de la voz. Una Antropología de la Voz

 

David Le Breton es un reconocido sociólogo y antropólogo, Profesor en la Universidad de March-Bloch de Estrasburgo. Es un autor del cual hemos publicado numerosos libros Conductas de riesgo, De los juegos de la muerte a los juegos del vivir (2011), El cuerpo herido. Identidades estalladas contemporáneas (2017), La piel y la marca. Acerca de las autolesiones (2019) y Experiencias del dolor. Entre la destrucción y el renacimiento (2020). Este es un anticipo exclusivo de la introducción del próximo libro que publicaremos, con traducción de Carlos Trosman. Aquí aborda de forma original la cuestión de la voz.

Una antropología de la voz consiste en la paradoja de no escuchar la palabra sino la calidad de su formulación, sus vibraciones sonoras, afectivas, sus singularidades. No detenerse en el sentido de las palabras sino en la tesitura de la voz. Separada de la palabra, la vocalización se brinda como una emisión sutil de un cuerpo, nos toca, nos trastorna o nos irrita, ante todo es un lugar de deseo o de desconfianza. Objeto de fantasía, muchas veces alcanza para suscitar amor u odio en una persona desconocida que únicamente está escuchando la radio o el teléfono a la distancia. Ninguna ciencia puede agotar la cuestión, aunque la acústica, la fonética y la lingüística traten de incluirla dentro de su competencia. La voz escapa de todo y no se deja soslayar. La emoción relacionada con la escucha de la voz no está sostenida por sus propiedades acústicas, sino por su impacto en el deseo de quien escucha. Lo mismo sucede con el rostro, los dos elementos más íntimos, los más destacados de lo humano, y los más elusivos. Al darle carne al lenguaje, la voz lo hace escuchar. Cuando desaparece, la palabra también se borra porque no existe sin la voz que le da cuerpo. Sin embargo, es volátil, parece no tener ninguna frontera, aunque sin medios técnicos para amplificarla, no llegue muy lejos. Atraviesa los límites del cuerpo para disolverse en el espacio y no deja rastro en la mente del interlocutor salvo el del discurso que portaba. No tiene peso, pero puede cambiar el mundo, trastocarlo para bien o para mal. La voz que aquí nos importa es la de la vida cotidiana, la que tiene sentido y cuya influencia marca nuestras vidas. (…) Queda claro, la voz es materia sonora y a la vez social, cultural, sexuada, afectiva, singular, marcada por ritualidades y emociones propias de una comunidad lingüística en un momento de su historia. Entre el cuerpo y el lenguaje la voz es invisible, sale del cuerpo con la emisión de la lengua, inmaterial y sin embargo audible, es una emanación del aliento, está entre el significado y el sonido. Perdiendo la respiración, el individuo pierde la palabra.

El ser humano no dispone de ningún órgano destinado directamente a la producción vocal, la palabra se articula a partir de órganos consagrados a otros fines. Existe sin lugar, separada del cuerpo, aunque tenga su fuente en él. La voz no está localizada en ninguna parte, sino entre los órganos que permiten su emisión. Es un cuerpo sin órganos, un cuerpo sutil flotando alrededor de la carne, emanación sensible de un soplo que viene de los pulmones y hace vibrar las cuerdas vocales. Los sonidos resuenan en el espacio supra laríngeo y se modulan por medio de los labios que les dan su articulación final. Sin embargo, la voz siempre se teje en el silencio, no es una emisión ininterrumpida, debe callarse un instante para recuperar el aliento, dar tiempo a la reflexión. Pero no viene de la nada, está precedida por una voz interior que prepara el terreno para manifestar su formulación. El silencio es un modulador, un péndulo cuyo movimiento permite la claridad de la palabra enunciada. La voz es una vibración sonora en el infinito del silencio que la envuelve. Si no, se ahogaría en un flujo continuo, dejaría de tener significado, se deslizaría como un sonido puro, ininteligible. (…) En todos los aspectos, la voz es una respiración de lo cotidiano. Inorgánica, aérea, intangible, acompaña al individuo durante toda su existencia. Signo eminente y singular de su persona, desde el nacimiento hasta la muerte, desde el primer grito del niño hasta el último suspiro del anciano, su voz será un lazo esencial con los demás, un instrumento para reconocerlo. (…) Dura el tiempo de su emisión y cuando se calla, no queda nada salvo una memoria o una grabación. Como un gesto o un movimiento del rostro, sólo existe en lo efímero. Juega un rol ingrato en las comunicaciones, lleva la palabra, por lo tanto, el significado, pero se borra al ser recibida. Lo verbal suplanta entonces a lo vocal. (…)

La vida cotidiana es una inmersión en un universo de voces a través de las conversaciones o las palabras que se emiten, por ejemplo, en la familia, el barrio o el universo profesional. Esa omnipresencia de las voces que pueblan los lugares donde sociabilizamos se multiplica en las que se difunden por los televisores, las radios, los altoparlantes; voces angelicales, sin cuerpo, sin rostro, separadas de toda dimensión significante y condenadas a ocupar los espacios, a luchar brutalmente contra el riesgo de un silencio que se vuelve cada vez más intolerable. (…)

La palabra es el elemento en el que se desarrolla la vida cotidiana. Existir es darse voz para abastecer los intercambios y escuchar los de los demás. Esta es la primera forma de comunicación entre los individuos. La difusión del teléfono móvil multiplica aún más el alcance porque aun estando solos, gran cantidad de individuos no paran de hablar en las calles o en las estaciones, en los transportes o en los restaurantes. En otra época la voz era poco común, por lo general esencial, porque se nutría de la presencia completa del otro.

El hombre ha comenzado por los pies, como ha dicho A. Leroi-Gourhan evocando el proceso de verticalización que liberó las manos, abriendo de este modo la posibilidad de utilizar herramientas y transferir algunas funciones de la mandíbula como agarrar y la función de autodefensa, por ejemplo. La cara, librada a partir de entonces a funciones expresivas, pudo volverse un rostro, liberando la posibilidad fisiológica de la voz, y en consecuencia de la palabra, dejando el rostro únicamente para funciones expresivas.

Para C. Hagège, la palabra es un atributo de la condición humana, y pasa por el canal de la voz y de la audición: “Tiene lugar en puntos del globo suficientemente dispersos como para que estas lenguas humanas en formación sean desde el origen distintas unas de otras. Podemos entonces plantear una diversidad original de los idiomas perfectamente compatible con la unidad respecto a la aptitud para el lenguaje, la cual cabe en la definición de la especie” (Hagège, 1996). Sin voz no hay palabra. El homo sapiens es un homo loquens, gracias a su voz tiene acceso al significado, es decir, al intercambio con los demás gracias al lenguaje, sólo él tiene la vocación del habla. (…) En formas variadas, hay múltiples convivencias entre el rostro y la voz, uno y otra muestran la singularidad de la persona y su anclaje en las relaciones sociales, uno y otra son signos de identidad porque si bien reconocemos a cada uno por su rostro, también lo reconocemos por su voz, y la alteración del rostro o de la voz recorta al individuo del vínculo social generando malestar hacia él. Interrogándome acerca de la voz, encontré las mismas dudas y las mismas maravillas que cuando escribía sobre el silencio o el rostro, y el mismo asombro al ver que al final poco a poco va naciendo la obra. Se trata aquí de despejar el camino hacia una antropología sensible y explorar el ‘decir a medias’ de la voz.

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Articulo publicado en
Agosto / 2021

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