El espectador de ayer a hoy:
El programa Gran Hermano se repite con similar éxito en todo el mundo. Es necesario encontrar un patrón predominante que permita explicar el por qué es tan interesante para audiencias de diversas extracciones de clase y países, quizás podemos ayudar a desentrañar las identificaciones que los mass media producen para la captura subjetiva. Se trata de comprender cómo las políticas de seducción que los medios de comunicación llevan adelante ponen en movimiento, en el entretenimiento, fenómenos masivos que son parte de las políticas neoliberales.
Las transformaciones tecnologías hicieron posible que los espectadores hayan dejado atrás la famosa pasividad ante la pantalla que dominó la inicial cultura televisiva, hoy la mitad de la población mundial tiene telefonía móvil. Son participantes interactivos y parte necesaria en estas producciones mediáticas: envían mails, MSN por sus celulares, hacen campaña por uno u otro candidato, dejan mensajes en los contestadores telefónicos de las radios, utilizan internet, etc. La velocidad e inmediatez de la comunicación necesita que el espectador sea un actor de reparto imprescindible de los media.
Retrocedamos un poco: En los noventa el neoliberalismo necesitaba una ciudadanía que fuera aceptando el desguazarmiento del estado y los índices de desocupación en alarmante aumento que vendrían. Se trataba de preparar a los ciudadanos para que no se indignaran ante la desigualdad creciente, el miedo a la desocupación fue el eje del sometimiento social.
La televisión aportó lo suyo para este proyecto: Mientras los padres eran ganados por Grondona y Neustadt, hubo una propuesta dirigida especialmente a los jóvenes: los programas de los domingos a la noche de Tinelli y Pergolini. Tomando a los bloppers —también una moda mundial por aquél entonces— y la música como eje de los programas para adolescentes. El objetivo de los mismos era que los jóvenes aceptaran y disfrutaran con un humor que sólo era una expansión sin límite del sadismo dirigido contra el débil. Para el poder era necesario, en el entretenimiento masivo, hacer hincapié en un tipo de humor cuya reiteración permanente era realizar una celada a un inocente y propinarle un castigo del que la víctima no sabía por qué le era asestado. La traición debía ser llevaba adelante por amigos. Es decir había un correlato entre dicha programación y el proceso neoliberal que propugnaba la ruptura de todo tipo de lazo solidario para realizar, sin costo, la exclusión social que el capitalismo necesitaba. Ya no era cuestión de afirmar en sintonía con el poder: “Algo habrán hecho”. Sino de reírse de la desgracia ajena. “Es una joda para Tinelli” fue la frase paradigmática que justificaba la crueldad más terrible, dirigida hacia una sola persona y que contenía dentro de sí los habituales estereotipos del machismo. Con ese plafond el menenismo completó el trabajo que la dictadura había dejado sin terminar, lo que a la luz de los hechos posteriores podemos denominar la segunda oleada neoliberal.
El formato G. H.: goza de gran salud en todo el mundo. Es obvio que esos programas giran en torno al eje inclusión – exclusión, los participantes son votados para poder quedar dentro de los mismos y o salir expulsado hacia el ostracismo. Veamos otros ejemplos: En un programa que hace eje en la gordura y su tratamiento, es necesario adelgazar, semana a semana, para permanecer en el programa. Si no ocurre el participante queda afuera. De lo mismo se trata en aquellos programas donde los convocados brindan sus afanes para conseguir pareja. A los famosos también les toca su parte: se dedican a bailar y son también incluidos como vencedores o mueren en la contienda. Susana Giménez ha declarado que por cuatro millones de dólares y un baño exclusivo para mujeres participaría de la famosa casa de la televisión.
El sector más mediático y personalista del movimiento piquetero (Raúl Castels, Nina Pelossi) participa en Bailando por un Sueño como para reafirmar que el formato G. H. todo lo puede. Por si esto fuera poco, una farsa de un solo programa -un seudo reality que buscaba la promoción de un producto-, varios actores simularon estar necesitados de un transplante de riñón y compitieron por uno que iba a dejar una mujer moribunda, la que obviamente era jurado del mismo. La misma broma de grueso calibre nos indica que lo peor de G. H. todavía no ha llegado.
Es decir que en el orbe, semana a semana, millones de personas toman partido para excluir a alguien de algún evento televisivo. No hay manera de negar lo evidente: Big Brothers se extiende a ritmo vertiginoso y le gusta a millones de personas en todo el mundo.
Lo que se dice un negocio brillante al que millones de televidentes responden con interés y que propugna una identificación con el modelo social imperante. Podemos decir que el eje inclusión-exclusión llegó para quedarse y que las audiencias no son de ninguna manera silenciosas al respecto, dado que se esfuerzan en seguir participando.
Se insiste en que el discurso político ha decaído, ya que el mismo no produce los efectos aglutinantes y apasionados de los ciudadanos. Como consecuencia de lo anterior se afirma que hay un divorcio entre los políticos y la población.
Sin embargo la aceptación de la ideología predominante no se establece solamente de manera directa, muchas veces las propuestas mediáticas, sobre todo esas que hacen estallar pasiones masivas son las que hablan para y por los poderosos. Nos hacen ver lo que necesitan imponer en el día a día en la cultura del sometimiento.
Darwinismo social: Llega el momento de preguntarse de qué hablamos cuando analizamos los exitosos G.H. que hacen eje en el par inclusión – exclusión de sus participantes. Ponen en evidencia, con absoluta transparencia, el “darwinismo social” con el que el poder aspira a someter a excluidos y amenazar a los incluidos. El modelo social se hace entretenimiento masivo.
Este proyecto de la supervivencia del más apto abreva en las ideas de Malthus y Hebert Spencer, éste último, en el siglo XIX, dijo: “Me limito a desarrollar las opiniones del señor Darwin relacionadas con la raza humana. Sólo aquellos que progresan llegan finalmente a sobrevivir y son los seleccionados de su generación”. Una clara división entre winners and losers, que establece como premio la inclusión social para los primeros y la desaparición de la vida comunitaria de los segundos. Los adaptados e incluidos es el voto calificado de los conservadores, son los que cuentan e importan, el resto si desaparecen (o son desaparecidos) mejor. En especial si ponen en cuestión la injusticia. Acción que el estado nunca descarta si de imponerse se trata: el general Dellepiane decía en 1919: “Los hechos de la semana trágica podían haberse evitado haciendo desaparecer uno por uno a los cabecillas, sin ningún arresto legal”. La desaparición del compañero Julio López es una dolorosa afirmación de la misma lógica.
Voto y consumo: Podemos preguntarnos qué hace el público cuando asume un rol protagónico en la exclusión, cómo actúa cuando le “baja el pulgar” a una persona y decide que debe ser expulsada. La primera cuestión es que eso que se llama voto lo constituye como consumidor, debe pagar por su elección. De su bolsillo sale dinero para seguir participando y engrosar el arca del ganador último de las sucesivas exclusiones, en su subjetividad se dan identificaciones que lo llevan a ser parte del proyecto. Primero: hay un adentro y un afuera. El que sale será por sus propias dificultades o limitaciones. Un simulacro de fusilamiento que el consumidor-votante realiza con pasión: Estás fuera y yo, entre muchos miles, lo decido. El espectador y el jurado de individuos que expulsan a las personas trasforman el drama de la exclusión social en una ordalía, una aventura que depende de cada uno de los participantes torcer si aciertan con las actitudes adaptativas correctas.
La “transparencia de la exclusión mediática” indica explicar con sesudez y en forma exhaustiva las razones o pecados que cometió el que queda afuera. Las que deben ser aceptados por el que deberá tomar sus petates y marchar. Se lo echa porque no merece estar en esa comunidad. Es un perdedor ergo un inadaptado social.
El mundo y su relación con la injusticia social:
Una de las preguntas que cabe hacerse, en el contexto mundial de segregación, superpoblación y desempleo creciente, es por qué muchas sociedades de distintas partes del mundo rechazaron la injusticia y la exclusión social en otros momentos históricos y hoy asumen estos costos sociales sin la menor dificultad.
C. Dejours, en La Banalización de la Injusticia Social, dice: “En 1980, frente a la creciente crisis del empleo, los analistas políticos franceses preveían que el número de desocupados no podría tolerar un índice del 4% de la población económicamente activa sin que surgiese una crisis política de envergadura, con disturbios sociales y movimientos de carácter insurreccional capaces de desestabilizar al Estado y la sociedad en su conjunto. Ocurría, en esos años, lo mismo en Japón: los analistas políticos preveían que la sociedad japonesa no podría asimilar, ni política ni socialmente, una tasa de desempleo superior al 4%”. (1)
Los franceses, como la mayoría de las sociedades del denominado primer mundo, pueden soportar hoy sin graves conflictos un 13% o más de su población desocupada. Sigue Dejours: “Hay en Francia un cambio cualitativo de toda la sociedad en su conjunto que implica una atenuación de las reacciones de indignación, cólera y la justicia. Atenuación paralela al surgimiento de reacciones de reserva, duda y perplejidad o franca indiferencia, junto con una tolerancia colectiva a la inacción y una resignación frente a la injusticia y al sufrimiento del otro”. (2)
Como vemos el problema del desempleo y la cantidad de personas que quedan fuera del sistema es tan grave y tan acuciante que recorre el mundo de cabo a rabo. Los poderes preparan a la gente para la aceptación de las gravosas condiciones sociales en que vivimos.
Velada de gala: Veamos un ejemplo paradigmático: La velada de gala de Gran Hermano. Históricamente un tipo de reunión de las clases dominantes, que retrotrae a lugares exclusivos y de selectivo acceso. Las mismas ropas que aún se usan para ese tipo de reunión dicen a las claras de la raigambre aristocrática de la noche: smoking, frac los hombres, vestidos largos exclusivamente realizados para esa reunión, las mujeres. Mucho brillo y riqueza al servicio de la misma, tanto en los cuerpos como en el lugar que ocurre el suceso. La fiesta era a puertas cerradas y lo que allí ocurría sólo era conocido por los participantes.
En esta feria de vanidades la “chusma”, esto es el pueblo, sólo podía ver entrar o salir a los elegidos de tales eventos. Comentar quién entraba con quién, admirar sus ropas, peinados, joyas, etc. Tomar partido por alguno o rechazar a otro.
Recogiendo esa tradición aristocrática, cuando se decreta la partida de uno de los participantes, se publicita como una velada de gala. El televidente que por mail o por teléfono excluye a alguien se cree un participe más de la misma, así el proceso de identificación ha realizado todo el camino que el poder desea. Es una más de las buenas personas que participa activamente en seguir adelante con un mundo dividido entre excluidos e incluidos. Hace campaña por aquello de: “pertenecer tiene sus privilegios”. Es decir es cooptado por la ideología del poderoso. Votando con mayor pasión que en una elección de diputados, más allá de a quién elija, está identificada con un modelo que banaliza la exclusión social.
Es posible que la misma persona después descrea de la manera en que los políticos llevan adelante la función pública, que también sepa y lo diga a los cuatro vientos que la mayoría de ellos son ladrones, pero lo que no puede reconocer que la seducción del poderoso ya está dentro de sus deseos y acciones. Se ha identificado con el agresor, por vía del entretenimiento. La seducción y la consecuente manipulación han realizado su tarea para que acepte las reglas del juego, que le permitirá banalizar la injusticia social y aceptarla cada vez más. De este circuito subjetivo se sumaran voluntades para que la sociedad civil se incline hacia la aceptación creciente de la resignación.
Parafraseando a Dejuors decimos que estos programas son una preparación psicológica para soportar la infelicidad y que tienen por objeto colaborar en anular cualquier acción contestaria.
Jugar a ser el verdugo del que se “ganó su ejecución”, es hacerse cargo de la banalización del mal, eje de todas las políticas del darwinismo social que nos somete, es decir: resolver sin dolor, ni indignación cuánta gente en el mundo debe quedar afuera de la distribución de bienes materiales y simbólicos.
Así vuelve un remanente de la escena del castigo público, aquellos cuerpos supliciados que tan profundamente analizaron Bataille y Foucault y que habían desaparecido de la escena pública en el siglo XIX. Vuelven como la velada de gala para dar raigambre a metáforas de la exclusión y la necesaria banalización de la gravedad de la misma para aceptarla.
Con la caída del muro de Berlín se festejó la expansión del sistema democrático. Hoy vemos que las murallas se extienden por diversas partes del mundo: EE. UU ante México, Israel contra los palestinos, Brasil en la frontera con Paraguay; también que las formas de exclusión y segregación han crecido de manera insospechada. Consecuentemente con lo anterior han crecido el elitismo y el pensamiento religioso.
Las audiencias que votan en la velada de gala colaboran en el auge del sometimiento, se identifican con el agresor creyendo así que son parte de los poderosos y actúan las razones del exterminio. La mayoría de los televidentes son tan prescindibles como los expulsados, por el momento son sólo una necesidad relativa para el poder. Cómo siempre sucede en la historia llegará el momento en que se escandalizarán preguntándose cómo sucedió aquello que lleva directo a lo siniestro.
Notas: (1) y (2) Christophe Dejours La Banalización de la Injusticia Social. Topía editorial Buenos Aires 2006
César Hazaki
Psicoanalista.
cesar.hazaki [at] topia.com.ar