Las autoridades del Hospital Braulio Moyano no permiten usar la palabra “manicomio” dentro del Hospital. Los trabajadores pueden tener represalias por su uso. Es más. Dicen que nunca fue un manicomio. Y que los manicomios no existen.
La suposición de que prohibiendo la palabra se pueden transformar los hechos está destinada al fracaso. El problema es más profundo y tiene varias aristas. El Moyano es un manicomio. No sólo por su historia, sino por su presente. Las prácticas manicomiales se basan en la incentivación de procesos de desubjetivación de pacientes y trabajadores de esta institución total. Que es un lugar de represión y no de cuidado fue demostrado durante el siglo pasado. La persistencia de estos lugares en distintos lugares del mundo es un anacronismo. Pacientes y trabajadores lo padecen.
En la guardia hay pacientes internadas hace… dos años. Las admisiones en Consultorios Externos están cerradas (un método que empezó a ser frecuente para erradicar las listas de espera que lucen tan mal). Si alguna paciente se queja de la situación general se la califica de “psicópata” o de “manipuladora”. Si escuchamos a los vecinos podríamos decir que continúa habiendo pacientes que salen a prostituirse por el barrio.
Entre los profesionales, cualquier mención crítica a la institución podría implicar amenazas de sumario. Los médicos psiquiatras son los reyes del lugar. Los demás trabajadores de Salud Mental son auxiliares de los médicos, tal como rezaba la vieja Ley 17.132 de ejercicio de la Medicina. Aunque son quienes sostienen algunos espacios subjetivantes dentro de la institución. Por ello, los cuestionamientos pueden tornarse peligrosos para quienes los profieren, lo cual llama al silencio para poder “cuidarse” o bien si se pretende continuar trabajando en la institución.
¿Hace falta más para decir que es un manicomio?
¿Por qué insistir en que no es un manicomio? Es que si no es un manicomio no debiera ser reemplazado por dispositivos alternativos. El problema es la cercanía del 2020. El Decreto Reglamentario de la Ley Nacional de Salud Mental fija que “la Autoridad de Aplicación en conjunto con los responsables de las jurisdicciones, en particular de aquellas que tengan en su territorio dispositivos monovalentes, deberán desarrollar para cada uno de ellos proyectos de adecuación y sustitución por dispositivos comunitarios con plazos y metas establecidas. La sustitución definitiva deberá cumplir el plazo del año 2020.” Está claro que no hubo políticas de los diferentes gobiernos de estos casi 10 años que avanzaran en este camino.
Sin embargo, la primera defensa es considerar que el Moyano no es un manicomio, para supuestamente evitar su cierre. La otra es pretender que es un hospital polivalente ya que supuestamente allí funcionan los servicios de Psiquiatría, Psicología y Neurología. Un despropósito que implica defender tratamientos desubjetivantes acordes con la hegemonía de la psiquiatría biológica. Como ejemplo podemos mencionar lo que plantea el documental El vecino del PH. Del barrio al manicomio dirigido por Fernando Figueiro, cuyo preestreno fue organizado por la revista Topía. Allí la directora del Hospital Moyano, la Dra. Norma Derito, sostiene que su ideal de la psiquiatría es el tratamiento a través de neuroimágenes: “Por ejemplo, nosotros podemos estar en una entrevista con un paciente y mientras nos habla mirar en una pantalla cómo funciona su cerebro. A partir de esta observación podemos recetar la medicación correspondiente.” Es decir, el paciente no es una persona que sufre y desde su angustia necesita alguien que lo escuche; el paciente es un cerebro y la solución a sus problemas un medicamento.
Cuestionando esta perspectiva hegemónica en el campo de la Salud y la Salud Mental desarrollamos en este número el dossier: “El derecho a la Salud”. Desde distintas perspectivas se analiza la situación de la Salud, que se convirtió en un derecho que instituyó la Organización Mundial de la Salud luego de la Segunda Guerra Mundial. Aunque tal como señala Enrique Carpintero, “es evidente que este Derecho a la Salud se transforma en una frase llena de buenas intenciones que no existe en la realidad.” Para demostrarlo historiza la Salud en el capitalismo hasta la actualidad en el mundo y particularmente en la Argentina, donde “los intereses comerciales se han adueñado de la industria médica donde la obtención de beneficios está por encima de la salud de los pacientes”. También esto sucede en el campo de Salud Mental con la psiquiatrización y medicalización. Esta temática la profundiza Allen Frances en el texto “Controlar la inflación diagnóstica”. Allí, el presidente del grupo de trabajo del DSM IV -el manual de diagnósticos producido por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría- alerta sobre los abusos de la psiquiatría a partir de la cantidad de nuevos diagnósticos, específicamente en el DSM 5. El objetivo es concreto: medicalizar cada vez más a la población, ante lo cual -hasta ahora- “todas las asociaciones profesionales de salud mental se han mantenido extraordinariamente pasivas ante el abuso masivo de fármacos.” Sobre la situación específica de la Salud Mental en la Argentina, Hernán Scorofitz hace un balance de lo (no) hecho por las distintas gestiones y de lo que se puede esperar en su artículo: “El futuro ya llegó. ¿Salud Mental ‘a la portuguesa’?” En el mismo sentido, Héctor Freire analiza el documental “El vecino del PH. Del barrio al manicomio” de Fernando Figueiro. Freire hace una nutrida historia del género que permite contextualizar aquello que denuncia este film. Finalmente, Tom Máscolo aborda una temática silenciada en su artículo “Igualdad ante la Ley, desigualdad en la Salud Integral: una mirada en la población travesti - trans”.
En Topía en la Clínica encontramos diversas temáticas que son poco iluminadas habitualmente. Rafael Sibils cuestiona las categorías rígidas diagnósticas que poco dicen del trabajo clínico específico con los pacientes en “Trastornos de la personalidad, reflexiones y una viñeta”. Ariel Wainer, en “Clínica de las perturbaciones del carácter”, examina este problema clínico demasiado mencionado, pero poco profundizado. Ricardo Silva propone el rescate de una cartografía pendiente de autores y conceptos en el campo de las psicoterapias y el psicoanálisis en la Argentina. Carlos Barzani aborda, a partir de un atrapante caso, la cuestión del abordaje psicoanalítico de la homo-lesbofobia. Para ello, hace una historia de los prejuicios heteronormativos en el psicoanálisis, y propone líneas clínicas en relación al específico trabajo con las identificaciones. Susana de la Sovera muestra la necesidad de dispositivos de trabajo grupales en intervenciones en escuelas secundarias sobre problemáticas de prácticas abusivas, discriminatorias, de exclusión, de avasallamiento u omisión del otro, de la otra.
En relación a la cuestión de género, también encontramos el texto “La ilusión de la deconstrucción de los varones. Tras las huellas de los que lucharon contra el patriarcado”, donde Alejandro Vainer propone cómo la “deconstrucción” reniega de la necesaria herencia que los varones tenemos para avanzar en las transformaciones de hoy.
En Área Corporal publicamos un texto de Leandro Dibarboure donde analiza los nexos entre el expresionismo alemán, la Bauhaus en el surgimiento de la gimnasia conciente. En relación al cuerpo, asimismo, encontramos el texto “Gilbert Simondon y el cuerpo como origen de la técnica y el pensamiento” de Marcelo Rodríguez, quien propone rescatar las propuestas de este autor olvidado.
También en este número César Hazaki nos presenta el fenómeno específico de los Hikikomori en la sociedad japonesa actual, pero que puede esclarecer lo que sucede hoy con los adolescentes, el encierro y la tecnología. Y Laura Ormando, nos trae su escrito de guardia sobre “la noche del demonio”.
El año que viene es el año 30 de Topía. La primera de las actividades es la convocatoria al Séptimo Concurso Libro de Ensayo 30 años de la Revista y la Editorial Topía 2020. Las bases se encuentran en www.topia.com.ar . El premio es la publicación del libro del ensayo ganador. Apostamos a nuevas producciones para ampliar el territorio de pensamiento crítico con propuestas y herramientas para avanzar en tiempos difíciles.
Hasta el año que viene.
Enrique Carpintero, César Hazaki y Alejandro Vainer