DE LA REPÚBLICA INCENDIADA A LA NUEVA REPÚBLICA | Topía

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DE LA REPÚBLICA INCENDIADA A LA NUEVA REPÚBLICA

 

"Quiero ser asesino, ser la víctima, el testigo /
el humo, la bolsa y el vino /
el viaje, el primer paso, el destino /
subir, bajar o reaccionar/
buscar salidas".

Callejeros, 3:2 (tema:disco)

El filósofo italiano Giorgio Agamben afirma que Occidente vive desde la primera guerra mundial en estado de excepción. Lo dice en su último libro, llamado justamente  Estado de Excepción. Esto quiere decir: nunca en estado de derecho, nunca garantizando los beneficios que predica; siempre en una u otra emergencia, siempre justificando el incumplimiento de las promesas que, en apariencia, le darían motivo a su existencia.

La inquietante idea agambeniana de que la excepción es desde hace unos 90 años la regla, explica algunos hechos o procesos históricos que, si no, no entenderíamos cómo pueden ser posibles. Todo tirano y toda tiranía tienen una excepción como coartada: Así, pasa que la población de Santa Elena vota masivamente para intendente a Daniel Rossi pese a que --también de forma masiva-- reconoce, en cualquier charla informal, que "Rossi es un ladrón". Lo votan porque, dicen, "es el político más despierto que tenemos". Es decir: en otro momento no se lo perdonaríamos, pero ahora tenemos que perdonarle que robe, porque él hace algo mientras los demás "se duermen". En otro momento actuaríamos diferente, ahora no tenemos otra alternativa que actuar así. Es el estado de excepción (la "ola de inseguridad" que estamos pasando, por ejemplo) lo que legitima que la tortura se enquiste en todas las policías "modernas" del mundo y no se saltee ni una comisaría paranaense, por más que la ONU la prohíbe expresamente en la famosa Declaración de Derechos del Hombre.

Nunca se produce ese momento Otro en el que actuaríamos a favor de la ley, o con sentido solidario y ciudadano. Nada contradictorio hay, entonces, en que un "Proceso de Reorganización Nacional", algo provisorio por definición, al final dure más que cualquier gobierno constitucional.

Y si la teoría del estado de excepción explica a los inexplicables argentinos, que comemos vidrio, ladrones orgullosos, torturadores de democracia y dictadura y casi cualquier manjar que manden de arriba, vale igual para los estadounidenses, que reeligen al presidente que más libertades ha suprimido --se ha jactado de ello-- dentro y fuera de su país con el pretexto de que "alguien, en algún lado, tal vez, conspira contra nuestra libertad". Ya no debe asombrarnos que Estados Unidos pida total impunidad penal para sus soldados en todo el mundo. Ellos, porque un día decidieron que eran excepcionales, exigen no ser abarcados por leyes pensadas para regir gente común.

En los párrafos que vienen argumentaré por qué considero que la masacre perpetrada en República Cromañón funda, hasta cierto punto, una nueva república. Diré por qué allí hubo un genocidio. No sé si Agamben, de leerlas, compartiría mis deducciones. Cierto es que están inspiradas por su teoría.

La República a.C. y la República d.C. (un antes y un después de Cromañón)

Hay una primera república: la que se quemó, la de Cromañón; la que se sintió siempre satisfecha con su entendimiento cavernario, su inocencia criminal. Esta república, la que adopta despreocupadamente el eslogan "de algo hay que morir" y acepta jugar a la primera ruleta rusa que tiene a mano con la esperanza secreta de que el tiro envenenado le toque a otro, es la que hace --todavía hoy-- que la Argentina sea, de todo el mundo, el país con más muertos en accidentes de tránsito por habitante. Esta república, quemada y todo, aún está aquí.

La segunda república, la que despunta, es la que se ha dado cuenta de que no tiene salidas de emergencia. Corrijo: ve que tiene salidas de emergencia, pero ve que están cerradas. Después de Cromañón los argentinos vemos --podemos ver-- las tragedias que nos infligimos cuando bloqueamos nuestras propias vías de escape y dejamos que nos pongan candados desde afuera. Como país hemos vivenciado la tragedia. Y un país, como una persona, cuando vivencia la tragedia, cambia; pierde alguna clase de inocencia. A un mes y pico de la masacre está claro que si este país no tiene salida, o si su única salida es Ezeiza, como dice el adagio popular, es porque hay quienes se encargan de obturar esas salidas. Y está claro que los obturadores deben ir a la cárcel y las salidas abrirse.

La barra antibarra

Hay un proceso de transformación cultural que ya está en marcha y que debería ser auxiliado por acciones políticas contundentes, cosa que no se demore la depuración que igual va a llegar. Aníbal Ibarra, jefe de gobierno porteño y principal responsable político de la masacre, debe irse de su cargo (renunciar o ser revocado) en vez de minimizar los hechos mintiendo que, si él se va, asume alguien todavía peor: Macri. (Si Ibarra se va, lo sucede su vice, Jorge Telerman, empresario de la noche, codueño de boliches y pubs). Debe irse, Ibarra, en lugar de acusar de golpistas a las Abuelas de Plaza de Mayo. No se puede tapar el fuego más grande de la historia nacional con un dedo.

El psiquiatra argentino Moty Benyakar, especialista en desastres, indica que "por cada víctima fatal hay 400 personas que necesitan ayuda". Multiplicamos 192 muertos x 400 damnificados = 76.800 personas que necesitan reparación. El duelo es familiar, pero también político: ¿a alguien le cabe alguna duda de que para los afectados la exhoneración de Ibarra es parte de la rehabilitación que se les debe? A la vez, que se vaya Ibarra aporta a que se vayan todos los que generaron tanto riesgo país, tanta Argentina Cromañón.

Si las revueltas de diciembre de 2001 grabaron en el ADN nacional la necesidad de un cambio estructural que refunde la nación, las reacciones ante la masacre de Cromañón pueden ser identificadas como la primera señal fuerte sobre el rumbo que empieza a tomar ese cambio.

Reflejos condicionados

La voluntad real de nuestros políticos es la de atrincherarse en su sistema de coimas. Sin embargo, la situación los está forzando a modificar su conducta. Nótese esta ola inédita de funcionarios que han salido a clausurar locales inseguros de una a otra punta del mapa nacional. Nótese que el intendente paranaense Solanas primero salió a hacerse el compadrito con el concejal del Nuevo Espacio Aldo Bachetti y le gritoneó que si sabía de coimas para habilitar locales bailables en Paraná fuera a la justicia y denunciara con nombres y apellidos. Pero después Julio Rodolfo lo pensó mejor y --fue algo histórico-- mandó los inspectores a que, por fin, laburen; y por fin, no recauden. El primer reflejo de Solanas fue responder "no me ensucien a mis ñoquis". Hizo gala de ese patético espíritu de cuerpo tan típico de aquellos a quienes no les importa a qué riesgos de muerte y sufrimiento quedan sometidos otros, mientras no sean de su grupo, por las negligencias de su grupo. Bien de la República a.C. lo suyo. El segundo Solanas, que lo pensó mejor, evaluó que Ibarra había quedado más que jaqueado con esta primera matanza y que una nueva matanza de ese calibre le chamuscaría la carrera a cualquier intendente.

Otro lento de reflejos fue Kirchner, que durante casi una semana no encontró qué decir. Y cuando habló se centró en fustigar a los medios "amarillistas". Con un discurso encendido, sobreactuado (amarillista) se fue por las ramas. Como si hablara de lo importante, sólo tocó cuestiones secundarias. No salió del todo bien parado. Y no podía salir del todo bien, porque para eso tenía que pegarle a Ibarra, cosa que no hizo para no quedarse sin el candidato a vice de su reelección presidencial --ya en vistas-- de 2007. Lo contrario, defender a su aliado en el gobierno porteño, suponía debilitarse él mismo. Kirchner no le ratificó ni rectificó su apoyo. Igual se quedó sin compañero de fórmula. Ahora el Dr. K  ha empezado a apostar por Felipe Solá, quien para mantener los favores kirchnerianos debe actuar una rivalidad con Duhalde.

El ocaso del régimen Cromañón tal vez no extirpe a Ibarra del gobierno capitalino, pero ya le arrancó la vicepresidencia de la nación. De a poco, se van algunos políticos. Y, más importante, algunas políticas. Es de esperarse que haya más cambios ahora que el pueblo empieza a exigir que la versión argenta del estado de excepción pare la mano en la lata de las excepciones y empiece a cumplir.

Boliches: cuanto peor, mejor[i] 

Un dato clave: en materia de boliches bailables, cumplir con las reglas cuesta apenas de 1% a 2% más que no cumplir. De hecho, después de un tiempo de coimear a inspectores municipales, policías, bomberos y agentes de SADAIC, termina saliendo más caro infringir que acatar. ¿Por qué se infringe, entonces? ¿Por qué 95% de las discos prefiere infringir? Simple: porque genera aún más ganancia violar la normativa que honrarla.

El arquitecto Rodolfo Livingston en Arquitectura y autoritarismo (1991) evalúa la legislación sobre arquitectura y urbanismo en la Argentina y dictamina que cumple nítidamente una función represiva. Tanto los grandes edificios, públicos y privados, como las viviendas particulares, son concebidos por nuestras leyes más como lugares de encierro que de esparcimiento. Es injustificable, dice Livingston, la prohibición universal de colocar aberturas (usualmente ventanas) en las paredes medianeras, ya que si bien es atendible en algunos casos --puesto que, es obvio, usted tiene derecho a resguardar su intimidad de la mirada de un vecino--, no es aceptable que el estado le prohíba, digamos, tener vista al río. Máxime si su "vecino" no ha edificado ni habita en el terreno que se extiende entre su casa y el río. Con más ventanas la gente viviría mejor: estaría menos aislada, pagaría menos luz, escaparía más fácil de un incendio…

Beatriz Sarlo en Escenas de la vida posmoderna (1993), libro decisivo del análisis sociológico de la Argentina de los ´90, describe la vida en una novedosa clase de local comercial: el shopping. Este tipo de centro comercial es un "no-lugar", un agujero negro lleno de colorido; un espacio desconectado de la geografía, la historia y la gente que lo circunda; una cápsula diseñada para la deriva y el consumo permanentes; adentro: todo se muestra, todo se oferta (en especial los vendedores); el afuera, para el shopping, es como si no existiera. La distancia es astronómica con cualquier almacén de barrio, siempre sujeto a las idas y vueltas de quienes entran y salen de él. En el almacén se entra y se sale, en el shopping se pasea.

Lo mismo, extrapolemos nosotros, ocurre en los boliches: todos pasean, todos ofertan todo y todos compran menos de lo que quieren aparentar. Lo peor que se le puede hacer a un boliche (y a un shopping) es no entrar en él. Lo segundo peor, es salir de él. Y están diseñados para que cueste salir. Si en nuestra casa o en el trabajo estamos más encerrados de lo saludable, el paroxismo del libre encierro podemos experimentarlo en los boliches. Una disco de Paraná que cerró hace un par de años se llamaba Laberinto.

Un vigilante: 30 pesos. Una matanza: No tiene precio

Si el recital de Callejeros (su sexto de 2004 en Cromañón) no se hubiese interrumpido dos minutos luego de iniciarse, la recaudación al final de la noche podría haber llegado a los cien mil pesos. Aún así, quienes debían contratar a uno o dos patovicas para que cuidasen que nadie se colara vía salida de emergencia, prefirieron ahorrarse esos 30 o 60 pesos y jugar con la vida de 3.500 rockeritos. Parece que van a perder mucha más plata que esa. A Omar Chabán le embargaron 57 millones de pesos. (Los medios de comunicación mencionan con naturalidad esta cifra, pese a que es evidente que esa plata Chabán no la hizo solo. Hay una cadena de complicidades de la cual el empresario que se autodefinió como "un completo amoral" es el primer eslabón visible).

Post-Cromañón una habilitación irregular, parece, va a requerir una serie de coimas largamente más altas. Que así sea depende en buena medida de que vayan en cana o no todos los que tienen que ir esta vez --empresarios, managers, policías, bomberos y funcionarios de variado rango--,  dado que este caso sentará precedentes. Pero también, parece, van a ser más infrecuentes las edificaciones en contra de lo que dicten las normas: los dueños de boliches, de cines o de supermercados no van a ser mejores personas después del siniestro, pero no se van a arriesgar como antes; saben que por una moneda de más, súbitamente pueden perder todo. A la vez, será necesario modificar una legislación que (cuando por excepción se cumple) ayuda a prevenir o mitigar unos desastres y a provocar otros.

El cliente siempre tiene… que morir

Es posible alistar una causa por cada víctima cromañónica y dejar convincentemente explicado por qué la ruleta rusa del país cavernario disparó 192 muertes la noche del 30 de diciembre en Buenos Aires y no lo hizo en otro lugar y momento. Es posible anotar, por ejemplo, estas causales más o menos contingentes: 1) Tocaba Callejeros, grupo bengalero si los hay; y a más bengalas, más riesgo. 2) La fecha: 30/12, día pirotécnico, por si el grupo no lo fuera. 3) La alta temperatura ambiente --que facilita cualquier ignición-- propia del fin de año austral. En ese sentido, recordemos, el incendio en Kheyvis fue el 20/12/1993. 4) La alta temperatura propia del tipo de local --los boliches están hechos para que la gente pase calor y beba más--. 5) La transformación del clima: el calentamiento global. 6) La excesiva cantidad de recitales, a menudo en recintos no previstos para albergarlos, que las bandas están impelidas a ofrecer desde hace tres o cuatro años para compensar la merma de ganancias que le generan las copias piratas de sus discos. Etcéteras al cuadrado…

Pero si bien tiene su importancia desmenuzar por qué pasó eso ese día y allí, me parece más importante proponer el debate de una idea preocupante: Las tragedias y otros eventos disruptivos parecen erigirse como el principal mecanismo de transferencia de capital y de poder en el planeta desde el 11 de setiembre de 2001. Así como la rutinaria producción en serie, la acumulación industrial, lo masivo-cotidiano fue el mecanismo preponderante durante los últimos trescientos años en Europa y cien años en América Latina, así los cataclismos focalizados, hiperdestructivos (los que arrasan cualquier rutina, cualquier tramado industrial), parecen llamados a constituir el motor fundamental del capitalismo del siglo XXI. El sistema económico actual, considero, ya no sufre crisis eventuales, por el contrario vive de ponerse en permanente crisis, vive de violarse, de boicotearse, de perseguirse, de poner reglas para poder violarlas, de hacer excepciones.

Y ya no vive tanto de producir como de desbaratar lo producido. EE UU exporta cada vez menos manufacturas, pero es cada vez más rico y poderoso. El supernegocio de devastar y "reconstruir" Irak no es sólo el más obsceno; también es el más rentable. Dicho sea de paso: la larga violación de Irak (a eso no cabe llamarlo guerra) no debe leerse como una confrontación entre cristianismo e Islam u Occidente y Oriente. El antagonismo no deriva de la otredad, sino de la mismidad. Irak competía libremente con las megacorporaciones petroleras estadounidenses. Si excepción hay una sola, la regla que se confirma es la del totalitarismo.

Quince minutos antes de que se produjera el tsunami, algunos estaban enterados de lo que se venía. El maremoto se llevó 225.000 vidas humanas. Y está generando una ola de inversiones jamás vista en el sudeste asiático. Tal vez los que podían dar la alarma y se callaron ahora sean millonarios.

Aunque la Universidad del Litoral y organizaciones ambientalistas le informaron al gobierno de la provincia de Santa Fe, no una vez sino muchas, no 15 minutos sino 10 años antes, sobre la inundación que se cernía, nunca Reutemann ni sus antecesores ordenaron el cese de la tala a mansalva del Chaco santafesino. Al contrario, incrementaron el desmonte para que sus propios bolsillos de latifundistas y empresarios madereros aprovecharan los 15 minutos de gloria del negocio sojero. La catástrofe fluvial en vez de voltear al gobernador que "no supo" proteger a su pueblo, le dio más poder: reforzó los lazos clientelistas con el pobrerío. Y no porque el pobrerío sea tonto. Pasa que nadie puede disputar poder si sólo tiene urgencias.

La muerte les sienta bien

En un mundo que industrializa y genera empleo, la muerte de un trabajador es en todo sentido una pérdida. En un mundo que desindustrializa y desemplea, la muerte de un sin laburo tiende a incrementar el capital: supone una amenaza menos. Es, en el fondo, contra este nuevo mundo tragi-adicto contra lo que hay que luchar hoy, en la Argentina y en cualquier parte. Me parece, bah.

Cromañón fue un genocidio. Porque no hubo desgracia ni accidente. Se podía evitar: Dos lapidarios informes de la Defensoría de la Ciudad, de mayo y octubre de 2004, indicaban que "la mayor parte de los boliches porteños está habilitada en forma irregular" y que "la falta de controles adecuados pone en riesgo la integridad física de miles de jóvenes que concurren a ellos". Apenas 40 días antes del genocidio, en la inauguración del 1º Congreso de CEDEBA (Cámara de Empresarios de Discotecas), en presencia de Ibarra y Macri, dos altos funcionarios del GCBA disertaron sobre la seguridad en los establecimientos nocturnos. Cámaras y micrófonos registraron ese 9 de noviembre que sabían cabalmente lo que podía pasar. ¿Qué hicieron? Brindaron, se fotografiaron muy juntitos con la mafia bolichera, se creyeron unos vivos bárbaros (a pesar de que no inventaron nada). Desde mucho tiempo antes que entraran ellos en el curro otros ya venían haciendo lo necesario para que tarde o temprano, en R.C. o en otra parte, ocurriera lo peor. Los números de los capitalistas, en esta etapa del sistema caracterizada por la dictadura de la excepción, cierran así.

Entre la tragedia fashion y la tragedia todo mal

Si el estado de excepción está instalado tanto en los países dominantes como en los dominados, lo que  diferencia a unos de otros parece ser la relación con las salidas de emergencia,  los paliativos y limitadores de las tragedias. El primer mundo genera calamidades de toda clase dentro y fuera de su territorio, pero las controla, las domestica y las planifica. El tercer mundo las padece y es domesticado por ellas. Los de allá abren las salidas en caso de emergencia. Los de acá las cerramos.

Paradigmático es el caso Torres Gemelas: Antes de estrellarse el primer jet ya se registraban testimonios de la tragedia: los mensajes de despedida que los viajeros a punto de colisionar enviaban por celular a sus familiares. A dos minutos de chocar un avión ya había filmadoras apostadas para mostrarnos desde todos los ángulos cómo se incrustaba la segunda nave. Los negocios de los alrededores vendieron más cámaras fotográficas en la primera hora del atentado que en todo el mes anterior. El escenario de la tragedia fue dramáticamente rebautizado Zona Cero y hoy es mucho menos un santuario o lloradero que un centro turístico. A la sensación de nada, de vacío, de fin la llenaron de colores, fotos, películas, discurso. Metabolizaron la tragedia en tiempo récord.

También paradigmático es el caso República Cromañón. Por todo lo que se hizo para que sucediera y por todo lo que no se hizo una vez que sucedió. Sergio Touseda, jefe de Bomberos de Villa Soldati declaró a la revista Pronto: "El pésimo operativo provocó más muertes. La policía, los bomberos y el SAME actuaron sin ninguna coordinación. Lo más grave es que los chicos que lograban escapar de los gases tóxicos fueron los encargados de volver para salvar a sus compañeros. Una víctima nunca debe regresar al lugar. Ya nos pasó en la AMIA y la Embajada israelí que no supimos afrontar la tarea de rescate exigida por la catástrofe. Me da mucha pena, Cromañón nos demuestra que todavía seguimos sin saber hacerlo".

Terminar con la excepcionalidad permanente implica poner fin al super-negocio de la ruleta rusa que conduce a la tragedia. Cortemos con la transa una vez. No aceptemos nunca más ser callejeros tocando en callejones sin salida, juguemos otro juego. Que lo que no nos mate nos haga más fuertes. Aprendamos de la tragedia, impulsemos una segunda república. O sentémonos a esperar nuestra Cromañón.

[i] Chabán, viendo la paja en el ojo ajeno y no viendo el Matto Grosso en el ojo propio, dijo: “en el rock, cuanto peor mejor”.

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Articulo publicado en
Abril / 2005