"La libertad siempre ha sido y
es la libertad para aquellos
que piensen diferente".
Rosa Luxemburgo.
El nombre de la mujer que me inspira estas páginas revela a una de las más notables féminas del siglo XIX y las primeras dos décadas del XX. Ella fue un personaje de formación teórica en el pensamiento marxista y aquella formación la condujo a la práctica revolucionaria. Pero esto no fue óbice para que tuviera una participación tangencial en favor de los movimientos feministas y sufragistas de su época.
La profundidad de sus ideales revolucionarios llegó a extenderse más allá de su entonces. Cabe recordar que en más de una oportunidad los jóvenes rebeldes de las décadas de los ’60 y 70 del siglo pasado la levantaron como un estandarte de la lucha antiimperialista.
Rosa fue una persona doblemente marginada que combatió aquellas tramposas condiciones. Lo hizo primero al escapar de su Polonia natal ante la persecución que sufría por su condición de judía. Rosa nació -en 1871- en un pueblo polaco cercano a la frontera rusa -sometido a su sojuzgamiento- y ya es harto conocido que los zaristas no tenían estima por los judíos. Sin embargo su huida la realizó con un título secundario bajo el brazo, aunque sus logros académicos no fueron suficientemente reconocidos ni por sus compañeros ni por sus profesores debido -decían- a su actitud rebelde ante las autoridades. Aún en Polonia, Rosa Luxemburgo a los 16 años, participó en la creación de un Partido de orientación marxista (socialista) ya que tuvo la oportunidad de estudiar por su cuenta textos clásicos de C. Marx y F. Engels. Por su enfrentamiento con la mayoría que creían que el objetivo del Partido era bregar por la independencia de Polonia, Rosa consideró que equivocaban el eje del problema desviándose del verdadero problema, cual es la lucha de clases. Esto le costó ser acusada de pertenecer a la policía secreta rusa.
Una vez llegada a Suiza -huyendo de la posibilidad cierta de ser detenida por la policía zarista como consecuencia de su activismo político- continuó con sus aventuras díscolas para con el capitalismo. Pero gracias a aquel título se le permitió -en Suiza- inscribirse en la Universidad de Zurich para continuar con estudios superiores. Ahí también padeció un nuevo marginamiento por su condición de mujer; pese a los pronósticos pesimistas de alumnos y profesores logró doctorarse en Filosofía y Derecho, con una tesis titulada “El desarrollo industrial de Polonia”, la cual fue su primera incursión en economía, la cual continuaría más adelante. Esto sucedió en 1897, y luego se especializó en economía política, merced a la cual creía que se podría cambiar el rumbo del mundo.
Al terminar sus estudios en Suiza se traslada a Alemania, sentando sus reales en Berlín que, por entonces, era el centro álgido en Europa de las discusiones filosóficas sobre el socialismo y la revolución. De ese período, en 1900, es cuando escribió Reforma o revolución, obra que la caracterizaría como la líder del ala más izquierdista del Partido, no solamente en Alemania, sino también en Polonia y Rusia, enfrentando con la vehemencia de sus ideas y de su verborragia a los máximos dirigentes marxistas, incluyendo -en su momento- al mismísimo Lenin debido a que se oponía -argumentativamente- a la expansión con las mismas características que tuvo la revolución bolchevique a otras partes del mundo. Es de hacer notar que Lenin llegó a reconocer que “Rosa Luxemburgo tenía razón; hace tiempo que ella se dio cuenta de que Kautsky era un teórico contemporizador, al servicio de la mayoría del partido, en una palabra, al servicio del oportunismo”.
En Alemania se hizo de la conducción de la Escuela del Partido donde enseñó marxismo y economía. Y no sólo eso, también alcanzó el cargo de la dirección del periódico socialdemócrata, pero esto último le valió serios inconvenientes ya los dirigentes varones eran renuentes a aceptar sus responsabilidades en el periódico, por lo que en 1898 renunció al cargo. Pero ella -con atinado criterio- no quiso hacer de tal episodio una cuestión de discriminación por su condición femenina.
Es necesario recordar, a quienes tienen escasa memoria, que el 8 de marzo no se festeja el día de la mujer, sino que lo que se celebra es el Día Internacional de la Mujer Trabajadora o Día de la Mujer Trabajadora. Vale decir, no se celebra el día de todas las mujeres, sino solamente el de aquellas que trabajan.
Esta iniciativa surgió del seno de la Segunda Internacional donde en 1910 en Dinamarca -luego de ásperas diferencias entre los concurrentes, en especial los machistas- a instancias de las activistas Rosa Luxemburgo y su amiga Clara Zetkin se dispuso tal medida, la que para la época era un hecho auténticamente revolucionario.
Cabe tener en cuenta que Clara Zetkin fue una de las creadoras del movimiento de la liberación femenina, entendido como movimiento de masas, el que actualmente es la Internacional Socialista de las Mujeres; asimismo fue la directora de un periódico femenino “Igualdad”, de la que fue asidua colaboradora Luxemburgo. Ambas, Rosa y Clara, junto a Karl Liebknecht, entre otros, fueron posteriormente fundadores -en 1918- del movimiento espartaquista, el que poco después se convertiría en el Partido Comunista Alemán. Luego pasa dos años y medio en prisión al organizar una huelga general. En aquel sombrío lugar de la cárcel de Breslau es donde escribe algunos de sus artículos más notables: “La Revolución Rusa” (1918) y “La crisis de la socialdemocracia” (1918), los que merced a su perseverancia se publican y son distribuidos de modo ilegal.
Rosa fue una mujer que, en 1907, decidió liberarse de la presencia masculina en su vida sentimental. Esto no debe extrañar ya que Rosa fue una revolucionaria desde joven. Con solamente 16 años participa activamente de un partido polaco marxista, el cual en 1894 pasaría a ser el Partido Socialdemócrata de Polonia y Lituania, en el que ella tendría un papel de conducción.
Sin embargo, K. Marx y F. Engels ya unos años antes fijaron el pensamiento socialista sobre la “cuestión de la mujer” y -particularmente el último de ellos- lo hizo en 1884. En el pensamiento de ambos, las mujeres sólo se emanciparían cuando tuviera éxito la revolución socialista que pusiera fin a la hegemonía capitalista. Es decir, la lucha por la reivindicación de las mujeres debería estar unida a la lucha de clases ya que ambas tienen los mismos fines, debido que de tal forma la emancipación de las mujeres se lograría con su independencia económica ante los hombres que las sojuzgaban, ignoraban y expoliaban.
Marx comentó en su ensayo “La propiedad privada y el comunismo” -incluido en su obra citada de 1844- que la primera división social del trabajo, que caracterizó las sociedades clasistas, fue entre los sexos, y posteriormente se produjo la de campo y la de la ciudad. Él se opuso al patriarcado porque la sociedad familiar contiene en miniatura todos los antagonismos que después se desarrollarían en gran escala en la sociedad capitalista que conocemos. Marx llegó a considerar que una de las formas de eliminar la subordinación de las mujeres no era otra que la revolución de clases, es decir, la del proletariado. En 1848 Marx y Engels escribieron: “Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el poder público perderá su carácter político”. El poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Tal revolución del proletariado debería ser una revolución permanente. Este último concepto Luxemburgo lo haría suyo durante su vida, lo que la hizo distanciarse de Lenin y tener coincidencias con L. Trotski (1929).
Cabe tener en cuenta que Rosa pretendió participar con los movimientos de liberación femenina de su época, pero esto le resultó casi imposible debido a que la mayoría de los dirigentes del partido socialista quisieron que solamente se dedicara a la “cuestión de la mujer”. Pero Rosa no quiso que la clasificaran en tal condición, sino que quería participar activamente en las discusiones políticas e ideológicas en el seno del partido. Rosa era plenamente consciente que para los dirigentes partidarios -más allá de sus palabras. El lugar de la mujer se ubicaba en el hogar.
No es que Rosa se olvidara de la “cuestión de la mujer”, era perfectamente consciente de ella. Pero sus preocupaciones no se centraban sólo en la mujer, sino en el Hombre, con mayúsculas. Por eso, nunca pudo ser lo que se ha dado en llamar una “odiadora de hombres” por considerarlo otra forma de injusticia y confió, tal vez demasiado, en el hombre.
Sobre la base de estos pensamientos es que abrevó Rosa para llevar consigo el ideario feminista revolucionario. Y debido al fervor que Rosa tenía por el ideario revolucionario y, a la vez, por no participar con fuerza de las actividades de las sufragistas de la época es que muchos pensaban que a Rosa no le interesaba el tema y problema de la emancipación de las mujeres. Asimismo, ocurría que el Partido Socialdemócrata Alemán -al cual adhirió luego de regresar de Suiza- la reclamaba a participar directamente en la sección de las mujeres socialdemócratas. Pero su rechazo no fue porque no quisiera participar con las de su género sino que sospechaba -con acierto- que los hombres no querían que se implicara en las discusiones políticas e ideológicas de la agrupación, ya que ese espacio pretendía reservárselo para ellos. Los hombres, desde su machismo decimonónico entendían que las mujeres todavía no estaban capacitadas para participar en esos debates. Incluso, dentro del partido hubo un dirigente que modificaba en los hechos aquello que predicaba en uno de sus textos; se trató de Augusto Bebel, autor de “Mujeres bajo el Socialismo”, (1877), el que no tuvo mejor ocurrencia de llamarla “perra venenosa”, lo cual no es poco como demostración de su sexismo machista, el cual no le permitía expresar sus ideas sino sacándose la bronca contenida.
Ella tenía plena conciencia que para enfrentar dentro del Partido a sus rivales sexistas era únicamente combatiéndolos con la claridad de sus ideas ante la obscuridad política e ideológica de sus contrincantes internos.
Vale recordar que Bebel antes había escrito en el texto mencionado lo siguiente: “Hay socialistas que se oponen a la emancipación de la mujer con la misma obstinación que los capitalistas al socialismo. Todo socialista reconoce la dependencia del trabajador con respecto al capitalista, pero ese mismo socialista frecuentemente no reconoce la dependencia de las mujeres con respecto a los hombres porque esta cuestión atañe a su propio yo”.
Pese a las críticas, Rosa Luxemburgo dedicó parte de su tiempo a escribir sobre la emancipación de las mujeres y, en una nota a su amiga Clara Zetkin, le expresa que ella está orgullosa de llamarse feminista.
Pero aquí vale la pena poner una nota de atención. Rosa no era una feminista al estilo de su amiga Clara y mucho menos al del feminismo contemporáneo. Con mucho acierto y agudeza una mujer -Viviana Carrión (2015)- se refiere a tales movimientos calificándolos como un “nazifeminismo”, el que ha nacido de la mano de la postmodernidad.
1918 fue un año notable para Rosa, no solamente estudió y escribió en la cárcel sino que, al ser liberada del yugo de la prisión, retornó a la lucha revolucionaria que tanto la apasionaba, pero la socialdemocracia alemana que se hizo con el gobierno en noviembre de ese año tras la ubicación del emperador Guillermo II y constituyó la denominada República de Weimar, no podía tolerar los levantamientos obreros y es así que Rosa Luxemburgo junto con Karl Liebknecht son detenidos el 15 de enero de 1919, pero Rosa es asesinada a golpes con saña por la culata de un fusil para luego rematarla con un tiro de gracia y arrojar sus restos a un canal que pasaba por Berlín.
Una dirigente socialista argentina recordaba el nombre de Rosa de esta manera: “Cuando yo era chica, hace tiempo ya, escuchaba cómo en mi casa hablaban de una mujer que ‘estaba en la política’. La mencionaban con respeto pero como si se tratase de algo extraño”. (Moreau, 1933).
Para finalizar sólo tres palabras con las que el dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht definió con justicia a esta mujer: La Rosa Roja.
BIBLIOGRAFIA:
BEBEL, A.: (1879) Mujeres bajo el Socialismo. Grupo Editorial Akal, Madrid, 1997.
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ENGELS, F.: (1884) El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Alianza Editorial, Madrid, 1984.
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MARX, C.: (1844) Manuscritos económico filosóficos de 1844. Archivo Marx-Engels, MIA, Moscú.
MARX, C. y ENGELS, F.: (1848) El manifiesto comunista. Ed. Anteo, Bs. Aires, 1986.
MOREAU, A.: (1933) El socialismo y la mujer. Editorial La Vanguardia, Bs. Aires.
TROTSKY, L.: (1929) La revolución permanente. Júcar, Madrid, 1976.