Puede aparecer atrabiliario, e inclusive antojadizo, pretender leer la situación crítica que vive Argentina para el primer semestre de 2002 -sobre la que existen analistas que la definen como terminal- a partir de la relación establecida entre el Estado y los jugadores de fútbol que usan la casaquilla de la selección nacional. La crisis no excluye aspecto, sea político, económico o social por el que se la analice; todos ellos se presentan como caóticos y parecieran apuntar en la dirección de un callejón sin salida.
En el aquí y ahora, a la Argentina puede definírsela -siguiendo la fórmula del pensador romano Cicerón- como "la Presidencia y los jugadores". Aquel -en "Sobre la naturaleza de los dioses", escrito en el siglo anterior al inicio de nuestra cronología- definió al Imperio Romano como que "Roma es el Senado y los Auspicios". En esa escueta descripción se incluyen los elementos racionales e irracionales que se mezclan en el quehacer del Estado, ya que el Senado -institución alrededor de la cual giraba la vida romana- representaba lo racional, mientras que los "auspicios" significaban a los elementos irracionales. Los auspicios eran el examen del vuelo y las entrañas de las aves que practicaban por igual senadores y generales romanos antes de asumir decisiones cruciales. Sin embargo, la institución de los augures ya había sido cuestionada como irracional por parte del dramaturgo griego Eurípides, cuatro siglos antes, bajo la influencia filosófica de los sofistas, al afirmar que "El augurio más seguro es la razón y el buen sentido".
Para el Diccionario de la Lengua los auspicios son "las señales prósperas o adversas que en el comienzo de una actividad parecen presagiar su resultado". En la contemporaneidad y desde el avance del Iluminismo -y hasta los hallazgos de Freud a inicios del Siglo XX- Occidente se movió -y continúa- en torno a la creencia de que actúa bajo el imperio de la racionalidad, ignorando en sus análisis políticos a la irracionalidad de los auspicios o augurios para sus políticas de Estado. Pese a dicha creencia, la realidad muestra que quienes manejan el poder consultan -a veces de manera franca, aunque normalmente encubierta- a toda clase de adivinos y augures, especialmente a los que trabajan con los signos del zodiaco y las cartas astrales. Esto se debe a que la vida política no sólo es el resultado de sesudos cálculos basados en la razón, también está construida por intuiciones, cábalas y pálpitos.
El acto de pensar antes de actuar no se hace como lo haría una computadora, es decir, sin la presencia de la afectividad, sino que se realiza en un clima emocional en el que intervienen presentimientos y presagios. Ellos raramente son confesados, debido a que tal conducta no es bien vista en nuestra cultura racionalista. Al definir a Roma como "el Senado y sus auspicios", Cicerón echó luz sobre ese lado oscuro -para la actualidad, aunque entonces no lo era- de la búsqueda de premoniciones antes de emprender acciones.
La definición racional-irracional de Roma, puede ser aplicada a los hechos políticos de nuestro tiempo. Existe una suerte de relación dialéctica entre el estado de ánimo de los gobernantes y el que impera en sus sociedades. A la hora de tomar decisiones desde el Poder, sin dudas que se consulta a los nuevos augures -los "encuestólogos"- acerca de la confianza -o no- de los gobernados en sus gobernantes. Al observar con atención, bien vale preguntarse cuánto hay de intuitivo en las políticas presuntamente racionales de los gobernantes, se llamen Bush, Sharon, Menem, Cardoso, Aznar o lo que fuese. Es que las variables subjetivas juegan, de tal modo -por ejemplo- el miedo que inspira el posible triunfo electoral de Lula en Brasil para el mundo financiero está afectando el rumbo económico y social de aquel país, cuya crisis se asemeja a la Argentina.
En la definición original de que Argentina es "la Presidencia y los jugadores", se ha considerado a las dos partes de la fórmula por lo siguiente: a) la primera porque así como Roma vivió en torno del Senado, la Argentina gira desde antaño en derredor de la construcción y destrucción del poder presidencial; b) la segunda, en reemplazo de los auspicios de las aves, aparecen los jugadores del seleccionado de fútbol, que viajó al Mundial 2002 y, cabe agregar, con escasa fortuna deportiva. Estos últimos trabajan sobre la tierra -como las aves romanas lo hacían por el aire, aunque últimamente sin su gracia- ante la mirada impávida y absorta de 37 millones de espectadores que los vieron por TV, sospechando que en sus logros y fracasos habría un presagio oculto para el país.
Hay una relación dialectal entre el estado de ánimo de los ciudadanos y el desempeño de los jugadores. Por un lado, el triunfo o la derrota de estos gravita sobre el clima social de la ciudadanía. Por el otro, lo que se siente desde el llano influye en aquellos, haciendo que sean más o menos hábiles o creativos, según cual sea la dirección e intensidad de la esperanza depositada en ellos. Los jugadores -a diferencia de las aves- deben pensar. Su vuelo en el campo de juego no es azaroso, obedece a tácticas y estrategias planificadas, como así también a la cuota de talento individual, pero en ello se encuentran acorralados por una carga de expectativas que se han depositado sobre sus habilidades. En este Mundial, era muy grande su responsabilidad ante el pueblo, no sólo en lo futbolístico sino también en lo político.
La relación política-fútbol se ha dado frecuentemente en nuestra historia reciente. Inclusive, en la época de la última dictadura militar el campeonato mundial organizado por Argentina debía ser ganado por sus jugadores, hasta el punto que se hizo trampa para lograrlo, tal como posteriormente reconocieron los jugadores de Perú que fueron sobornados. Es que los genocidas de turno creyeron que así convencerían al mundo de que los "argentinos somos derechos y humanos", aún a contrapelo de las violaciones de los derechos humanos que eran denunciados por el orbe; es decir, el fútbol servía a intereses políticos espurios. Años después, cuando Alfonsín significaba la esperanza política democrática y su Plan socioeconómico prometía una economía en crecimiento, la selección fue campeona en México -1986- gracias a la "mano de dios" encarnada en Maradona, el que se proyectó ante el país como un salvador. Para el mundial del 2002, la selección argentina -candidata a campeón según los expertos- se encontró paralizada por aquella carga extra y no superó a adversarios supuestamente inferiores, con lo cual hundía en el desconsuelo a quienes habitan en las antípodas. Ellos también encarnaron el estado de crisis y desorientación por la que atraviesa al país todo.
Durante la etapa clasificatoria y hasta los desfavorables resultados contra Inglaterra y Suecia que eliminaron al equipo en la primera fase del torneo, el Director Técnico aparecía como la contracara del Presidente. Era un conductor, nadie lo cuestionaba, tenía la legitimidad que le falta a Duhalde. Más, luego del temprano e inesperado retorno prematuro, las tímidas dudas que pudo haber despertado se convirtieron en críticas ácidas. Quien hasta antes del regreso era juzgado como una persona firme, hoy es criticado por tozudo y caprichoso. La opinión pública duda si debe seguir al frente de la selección. Su iluminada estrella se apagó en un santiamén. Da la impresión de que la pálida estrella que alumbra (¿?) a Duhalde triunfó, aunque sea lo único en que triunfa. La jugada de consultar a los auspicios no le fue favorable y el clima psicopolítico que se vive es de mucha "bronca", la cual se expresa en los "cacerolazos" y la consigna de "que se vayan todos".
Es que el Presidente Duhalde no solamente no goza de capacidad conductiva, sino que adolece de legitimidad política; a todo lo cual hay que añadir sus sucesivos y reiterados fracasos en su gestión económica y social. También él -junto al pueblo argentino- sufre la humillación de la derrota en sus gestiones ante los organismos financieros transnacionales en búsqueda de "ayudas". Sabe el Presidente que su tiempo de maniobras y especulaciones políticas se acorta rápidamente. El Mundial le ofrecía un handicap de tiempo para mantener entretenida a la población. Si se quiere, si retornamos a Roma, se hace necesario poner en marcha la política de "Pan y circo" que se iniciara con el período de la República. Solamente que a más de 2000 años de aquello, hoy escasea el pan y se pretende contar solamente con el apoyo del circo futbolístico. Pero en Argentina falló la expectativa gubernamental. Lo de pan y circo no es una metáfora; Brasil, que al momento de escribirse estas líneas recorre una crisis financiera semejante a la de Argentina, sigue en la fiesta y el baile callejero gracias a los triunfos de su selección, lo cual distrae al pueblo llano que no se alarma con la devaluación del real y la licuación de sus salarios que está sufriendo.
En la actualidad el fútbol es utilizado por la política... cuando ella lo necesita para sus propósitos. Si Marx reviviera, creo que reemplazaría a la religión por el fútbol, escribiendo algo así como que "el fútbol es el opio de los pueblos". Y, sin dudas, tendría razón.
(*) Profesor de Psicología Social y Director del Proyecto de Investigación "Psicología Política", en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Luis, Argentina.