“Muchas cosas que si ocurrieran en la vida serían siniestras no lo son en la creación literaria, y en esta existen muchas posibilidades de alcanzar efectos siniestros que están ausentes en la vida real”.
Sigmund Freud
La llegada de la peste
Cuatro son los jinetes del Apocalipsis que en la Biblia identifican con claridad y muy gráficamente cómo la humanidad se comporta desde sus aspectos más temidos y autodestructivos. Los mismos abarcan aspectos universales de las acciones de los hombres. Cada jinete cabalga en un caballo perfectamente identificable que lo hace diferente a los otros tres. A estos temidos y furiosos jinetes se los conoce como: la alegoría de la batalla, el hambre, la guerra y la muerte; siendo este último también considerado la peste dado que esta última ha empujado desde antaño a la humanidad al terror más profundo y descontrolado, es decir se las identifica como gemelas. La historia muestra recurrentemente como esa arrasadora y contagiosa mortandad pone al hombre pone al hombre a temblar y de rodillas ante una enfermedad que se expande en forma imparable, desconocida que jaquea personas y pueblos. Peste y terror son sinónimos desde el fondo de los tiempos.
A veces el caballo bayo de la muerte o de la peste se estaciona en una región pequeña y la invade produciendo desolación y terror. La cita de Freud que inicia este trabajo trata de ubicar el proceso por el cual no en la creación artística, sino en la vida, lo inabordable e incomprensible puede alcanzar efectos siniestros que hacen retroceder al hombre a modos regresivos del pensamiento, como el caso que presentamos en éste texto.
Eso fue lo que ocurrió con la inesperada y focalizada epidemia que invadió Kalachi[1], una pequeña aldea que pertenece a Kazajistán[2] y que fue el último de los países que se reorganizó luego de la caída y fragmentación de la Unión Soviética.
Todo comenzó en marzo del 2010 cuando un extraño mal se posó sobre el pueblo y sorprendió tanto a sus habitantes como a los especialistas en salud pública de Rusia y Europa, que presurosos fueron a investigar para tratar de hacerlo retroceder. El fenómeno consistía en una epidemia de sueño que hacía que los pobladores de la aldea se durmieran en forma instantánea en las situaciones más inesperadas. Quien era atacado por el inexplicable mal, caía en un sueño profundo; podía estar manejando, trabajando o en la escuela, solo o acompañado.
Podía ocurrirle a uno o a varios de los habitantes de una casa y al resto de la misma no, sin que se pudiera establecer algún patrón lógico que permitiera sacar conclusiones o líneas de investigación para detenerla. Lo cierto es que así le ocurrió a ciento veinte personas, en distintos momentos del último quinquenio, de las casi seiscientas que viven en Kalachi. Como se observa estamos hablando de que el veinte por ciento de la población, de una comunidad pequeña y bastante aislada, se vio afectada por el raro mal.
Los anuncios previos eran síntomas que tenían las siguientes características: mareos, alucinaciones, pérdida de memoria. Se trataba de un extraño caso de salud pública que una vez comenzado tuvo distintas explicaciones médicas pero lamentablemente ninguna daba con una solución al acuciante síntoma que seguía a los anteriores: el caer dormido sin previo aviso e instantáneamente. Se comprenderá que el mismo llenaba de terror a los pobladores. Miedo profundo que aumentaba debido a que no se encontraban los posibles virus, bacterias o elementos de alta toxicidad en el agua, el aire o los alimentos que fuesen los causantes.
Para complicar más las cosas, “el ataque de sueño” llegaba sin que respondiera tampoco a patrones climáticos preestablecidos, es decir, podía aparecer en cualquiera de las cuatro estaciones del año[3]. Para que una enfermedad se convierta en peste debe cumplir con algunas condiciones: expandirse rápidamente, no conocerse su etimología o no saber cuáles son los remedios eficaces para enfrentarla y detenerla. Por ende, ante su irrupción, de acuerdo con los recursos que la humanidad cuente al desatarse la misma, es necesario tener un diagnóstico lo más preciso posible. La historia demuestra que el diagnóstico y la terapéutica llegan cuando los daños causados por la peste son enormes y los seres humanos están desvalidos ante la misma, resignación que suele llevar, en muchísimos casos, al sopor que conduce a la imposibilidad de actuar o reaccionar.
Las dificultades con el diagnóstico
En Kalachi, en los primeros momentos, lo único que se podía constatar por los diversos estudios médicos que les realizaban a quienes comenzaban con síntomas era que padecían una encefalopatía tóxica pero no se avanzaba mucho más en el diagnóstico, pese a la dramática cuestión de que el enfermo cayera en coma de un momento para otro. Antes de seguir, de la página de internet Neurowikia extraemos: “Las encefalopatías se desarrollan habitualmente de manera insidiosa y la norma en todas ellas es la alteración del estado mental, en ocasiones de forma tan sutil que puede no detectarse con exploraciones rutinarias. La lesión del sistema reticular y la corteza cerebral inducirán diferentes grados de alteración en la orientación, memoria, percepción, capacidad de concentración, juicio o planificación y ejecución de tareas”. Como se observa nada indica esta definición sobre esta alteración del sueño que ocurría en Kalachi. De acuerdo a las informaciones que disponemos se trataba de una encefalopatía tóxica, es decir que existían uno o más elementos que intoxicaban el cerebro. Henry Ey, en su clásico texto, nos ayuda con su definición de encefalopatía tóxica: “Toda agresión tóxica del organismo puede provocar una reacción encefalítica acompañada de trastornos psíquicos. Estos son muy variados: a) en la fase aguda adquieren el aspecto de trastornos de conciencia que van, según el grado y la masividad de la intoxicación, de la confusión mental al coma más profundo”[4]. Es decir que podemos incluir la epidemia de sueño en esta última observación, pero no deja de ser impactante que este ataque de sueño podía llegar en forma individual o grupal. Tal circunstancia agrega un aspecto más, y muy importante, al interrogante general de la peste localizada en esa pequeña aldea de Kazajistán.
Este proceso grupal daba pie a que nada de lo anterior pareciese tan claro y definitorio para Mikhail Poluektov, especialista en enfermedades neuróticas de Moscú: “Lo que sucede en Kazakstán no tiene nada en común con los 85 desórdenes del sueño conocidos hasta ahora". Pero, a su juicio, “tampoco se asemeja a una encefalopatía tóxica”[5]. Entendía M. Poluektov que podía perfectamente ser interpretado como una identificación histérica en cadena, es decir, comprender el fenómeno como una psicosis colectiva. En definitiva Poluektov plantea que “el desorden podría ser un caso de psicosis masiva”, algo así como lo que se llamó “la urticaria de Bin Laden” en Estados Unidos, cuando cantidad de gente se brotó con placas rojas en la piel, convencidos de que estaban siendo víctimas de un ataque bacteriológico; agregaba que estos procesos se ven más fácilmente en comunidades cerradas. Este último dato es por demás significativo y debe ser tenido en cuenta en cualquier análisis que se haga de este proceso o de cualquier otro de similares características.
El sueño inmediato
El ataque de sueño llegaba sorpresivamente, como si entrara de golpe en el cuerpo, y se instalaba como un coma sin que nada se pudiera hacer para que el paciente reaccionara. El afectado llegaba al sueño en un instante y luego de una cantidad de días que no se podían predecir, volvía a la vigilia para contar lo vívido de sus sueños, lo que vuelve a demostrar lo que Freud había señalado ya hace mucho: la potencia y vitalidad de los mismos, aún en situaciones tan extrañas como ocurría con los que habían caído bajo el influjo de esta controvertida, en términos diagnósticos, encefalopatía tóxica.
La peste atacaba imprevistamente en el trabajo, en la escuela, en el hogar; adultos o niños se hundían solos o en grupo en un estado de coma. Bajo estas circunstancias no había ninguna posibilidad de resguardo, ni en los vínculos familiares como tampoco en buscar algún lugar donde este ataque no ocurriera. Como se comprenderá, con cada oleada de personas que caía en sueño profundo, mayor era el insomnio de los que quedaban de pie, producto del miedo que embargaba a los despiertos[6] que impotentes nada podían hacer. Una vez que se instalaba ese imperioso dormir no buscado nada indicaba cuánto podía durar y tampoco había medicina –alopática o tradicional del lugar- que pudiese hacer retornar al paciente a su estado habitual de vigilia. Uno de los casos más resonantes fue cuando ocho niños cayeron bajo efecto del sueño simultáneamente en la escuela, sin que se supiera qué hacer y mucho menos a quién atender primero en tamaña emergencia.
Los investigadores fueron llevando adelante diversas hipótesis[7], que fracasaban unas tras otras y que iban desde una psicosis colectiva a probables emanaciones de gases tóxicos provenientes de las minas de uranio que habían sido clausuradas ya hace muchos años. Había sobradas razones para ello.
Secuelas imperiales: memoria y sospecha
A la peste localizada se la debe contextualizar en un marco histórico que no sólo es necesario sino que agrega elementos generales que hasta hoy son muy poco conocidos. Kazajistán había sido una parte muy importante del plan militar estratégico y secreto de la URSS para proveerse de uranio y desarrollar y ensayar bombas atómicas. Durante los períodos en que se extrajo uranio -un secreto de estado bien guardado dado que estaba ligado al complejo militar soviético de aquellos años- nadie sabía la verdad sobre la existencia y consecuencias de las radiaciones que emanaban de los yacimientos. Menos aún que muchos de estos lugares eran zonas floreciente económicamente donde se podían conseguir y consumir muchísimos artículos que en el resto de la Unión Soviética brillaban por su ausencia. Es decir, esa población que operaba las minas tenía beneficios y niveles de vida muy altos comparados con el resto de la población soviética. No exista allí la racionalización o la escasez de alimentos y de bienes de consumo. Pertenecer a ese complejo militar-minero daba muchos beneficios a los que trabajaban en el mismo. No nos parece un dato menor esta vida previa más holgada. No sabemos, o mejor dicho, no podemos dar cuenta cuál fue su incidencia, cómo quedó registrado en la memoria colectiva de los pobladores que vivieron esa época de bonanza debido a los secretos impuestos por el gobierno central. Localidades cercanas a Kalachi fueron favorecidas con este proceso, pero lo más relevante no estaba allí sino en el campo de experimentación de bombas atómicas.
En Kazajistán existía el campo de pruebas de bombas atómicas, más precisamente en Semipalatinsky. Conocido como El Polígono, desde la primera detonación dirigida por L. Beria dejó inconmensurables enfermedades en los pobladores, con secuelas a largo plazo que aún existen y graves problemas ambientales que tampoco han desaparecido en la actualidad. Concretamente, desde el año 1949 al 1989 la URSS realizó aproximadamente 460 explosiones nucleares para experimentar y desarrollar bombas atómicas. De todo ese proceso muy poco se conoce, lo cierto es que se calcula que casi un millón y medio de personas han sido afectadas gravemente y sus secuelas aún hoy siguen vigentes. Por ejemplo, nacen niños con deformaciones genéticas, el más alto indicio de suicidio adolescente del país y los daños ambientales son tremendos y de muy larga duración.
Siendo una parte de la Unión Soviética esa zona recibió descargas de bombas nucleares como si efectivamente la guerra atómica estuviera transcurriendo y fuera Kazajistán el objetivo enemigo de la URSS. Es decir, tuvieron sobre su territorio una guerra no declarada donde el poder central de la Unión Soviética decidió hacer de Semipalatinsky y sus alrededores tierra arrasada. Todo esto en la memoria colectiva está y eso hace que Kazajstán, aprendiendo de la dura experiencia a la que fue sometido, actúe en los foros internacionales a favor del uso pacífico de la energía nuclear. Por la misma razón tiene una posición clara para impedir el desarrollo y uso de armas nucleares.
Como se observa, existían muchos factores que hacían dirigir la mirada a todo el proceso de la energía nuclear para uso militar, a los ensayos con bombas atómicas y como consecuencia, a las minas clausuradas de donde se había extraído uranio. En la memoria colectiva estos procesos habían quedado registrados y de existir alguna catástrofe ambiental o sanitaria eran fáciles y rápidamente de traer a la luz para señalar que de allí, desde ese proceso desbastador, venían todos los males.
Concluida la experiencia soviética y acorde con su derrumbe estrepitoso, muchas minas de uranio fueron clausuradas sin más, otras dejadas en un estado de desidia y abandono. Las minas cercanas a Kalachi se convirtieron en ruinas descuidadas y abandonadas. Las mismas pasaron de ser lugares de donde surgía el maná para los trabajadores a un territorio abandonado y cargado de sospechas. Comenzaron a ser un vecino insidioso y extraño que podía traer peligros de diversa índole, que no era difícil de vincular con el desastre que había provocado la explosión de una bomba atómica por parte de los soviéticos en suelo kazajo. Por lo tanto, al surgir la epidemia, la principal sospecha recayó sobre los socavones abandonados y clausurados que estaban cerca de Kalachi. El problema de esta hipótesis es que no había mediciones que indicaran radiación alta y preocupante.
El surgimiento de la Maldición
Al no existir una respuesta científica que pudiera implementar soluciones eficaces para dar fin al extraño mal, el terror y el sentimiento compartido e internalizado de la culpa se expandieron e hicieron de las suyas. En este caso, en Kalachi, se comenzó a edificar lentamente la creencia que se convirtió en convicción: sobre el pueblo había caído una tremenda maldición.
Elías Canetti nos permite ubicar desde qué instancia o momento grupal se comienzan a desarrollar estos fenómenos: “Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido. Desea saber quién es el que le agarra; le quiere reconocer o, al menos, poder clasificar. El hombre elude siempre el contacto con lo extraño”[8]. Se entiende que en Kalachi, donde todo estaba patas para arriba por la epidemia, nada se podía clasificar u ordenar, y que bajo esos temores desbordantes se construyera, como suele ser frecuente en este tipo de situaciones, un delirio compartido: se convencieron de que había un muerto que clamaba justicia desde el más allá y que quería tomar venganza sobre los vivos. Es decir, se creyó que sobre el pueblo había caído una maldición lanzada desde adentro de una tumba de un vecino. Volvieron miedos antiquísimos como el de ser enterrado vivo, en estado cataléptico.[9] En esta situación, donde la vida es amenazada por fuerzas desconocidas, inexplicables y terroríficas, lo siniestro campea; llega para quedarse. Al ser una comunidad pobre y casi aislada, sus escasos pobladores tampoco usaron el recurso habitual ante la peste: la huida. Ese aislamiento funciona como el encierro obligado que habitualmente nos presentan las películas de terror. Es en términos de Canetti “una masa cerrada”[10]. Bajo estas características lo siniestro cobra fuerza y sostén.
Freud analiza el curso de lo siniestro y sus observaciones nos parecen pertinentes y aplicables a este proceso, donde la persistencia de la peste empieza a producirse en los habitantes de Kalachi, cuando dice: “Lo siniestro nos ha reconducido a la antigua concepción del mundo del animismo, que se caracteriza por llenar el universo con espíritus humanos, por sobreestimación narcisista de los propios anímicos, la omnipotencia del pensamiento y la técnica de la magia basada en ella (…)”[11].
La lógica que imperaba en la construcción de la maldición comenzó lentamente a desarrollarse con el entierro de un anciano ocurrido poco tiempo antes de que se iniciara la epidemia de sueño. Se podría aventurar, como un ejemplo de su inicio, que en el proceso del entierro, por ejemplo, algún aspecto del ritual falló o que cuestiones afectivas o de poder anteriores se resignificaron y cobraron una gran entidad para iniciar las primeras sospechas sobre el difunto[12]. Los pobladores de Kalachi al ver cómo los vecinos caían bajo el efecto de ese sopor instantáneo, se convencieron -sin duda por su angustia desbordante que no encontraba cause- de que habían sepultado vivo al viejo y ese era el origen de todos sus males. Es aquí donde la masa, como la entiende Canetti, busca una descarga, un camino urgente de explicación donde lo racional queda de lado, que se podría formular de ésta manera: “todo esto ocurre como producto de la maldición lanzada desde la tumba por el muerto que está furioso con nosotros”.
Lo Siniestro
Por procesos imperceptibles, difíciles de seguir, quizás olvidados, los sentimientos de piedad con que enterraron al anciano se fueron desvaneciendo y apareció un estado compartido de hostilidad y temor. Esos rencores llevan al convencimiento de constituir al muerto como causante de la epidemia. Es sindicado como el chivo emisario y en ese momento lo siniestro encuentra un cauce, se provee de una lógica y se expande. Pichón Riviere comenta cómo entiende Freud lo Siniestro[13]: “Todo aquello que debería haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado (…) Otra observación es que lo siniestro se da cada vez que se desvanecen los límites entre lo fantástico y lo real. Cuando lo fantástico aparece como real, cuando lo que habíamos tenido por fantástico aparece ante nuestros ojos como realidad. El mecanismo general (de lo siniestro), tal como se observa en los niños y los neuróticos, está constituido por la exageración de la realidad subjetiva frente a la realidad material, tendencia que va junto a la omnipotencia de las ideas y que condiciona un tipo de pensamiento prelógico, magicoanimista”. En Kalachi, durante el largo período de la peste, se establecieron todos los elementos necesarios para que lo siniestro irrumpiese. Temas como la muerte, el retorno de los muertos -en éste caso como muerto vivo que lanza una maldición-, emergieron fácilmente para sostener y desplegar lo siniestro. No debemos olvidar que el difunto es un conocido por todos, en una comunidad tan pequeña, alguien familiar a todos sus habitantes.
La consecuencia para los casi seiscientos habitantes de la aldea, constituidos en una masa que no encuentra respuesta, no se hizo esperar, y la misma se tradujo inevitablemente en una conclusión delirante: el anciano los maldijo y el pueblo está bajo el efecto de la abominación que viene desde su tumba al que se cree un muerto-vivo (un zombie). Pese a que al hombre lo enterraron con los rituales correspondientes -en campo santo, al lado de sus de predecesores y llevado a su morada final, de acuerdo a las maneras que Kalachi tiene ya implementadas desde hace mucho- una duda implacable comenzó a constituiré sobre si efectivamente estaba muerto al momento de enterrarlo. Primero como un rumor, que se convirtió en certeza compartida por todos a los pocos días: el viejo había sido el primer atacado por la epidemia y sin saberlo lo habían sepultado dormido, es decir, vivo. Se convencen que lo enterraron bajo estado cataléctico. De esta manera el grupo de habitantes se convirtió en una masa que afirmaba que cada uno de los que cae dormido profundamente parece muerto y su despertar se realiza –bajo indescifrables y caprichosas variables de tiempo- por las acciones del muerto que furioso, les hace a los vivos, algo de lo que le hicieron a él. Así, en la lógica de la maldición, el enterrado se venga una y otra vez de los vivos. Al decir de Freud el muerto ha devenido en enemigo del sobreviviente.
Debemos señalar que la agresividad no encuentra camino hacia el exterior, recordemos que todo el fenómeno está circunscripto a esta comunidad pequeña de seiscientos habitantes. Por fuera de ella no se percibe a un grupo personas a las que se les pueda adjudicar haber traído la enfermedad, la desgracia. No hay portadores del mal, personas con ideas extrañas, que sean quienes lo traen a Kalachi.
Por ejemplo, veamos cómo reaccionaban los pueblos ante la peste negra en el Medioevo: “Los potenciales culpables, sobre quienes puede volverse la agresividad colectiva, son, ante todo, los extranjeros, los viajeros, los marginales y todos aquellos que no están perfectamente integrados en una comunidad, bien porque ha sido preciso rechazarlos por razones evidentes a la periferia del grupo –así, los leprosos-, bien, simplemente, porque vienen de otra parte, y por este motivo son, en cierta medida sospechosos”[14].
Al respecto, debemos señalar que nuestra hipótesis es que la peste del sueño no mataba, es decir que se detenía en el proceso de ataque de sueño, no diezmaba a la comunidad con muertes sucesivas e imposibles de detener. Es por lo tanto difícil de constituir un chivo expiatorio al cual matar, por ley de talión, por fuera de la propia comunidad. Dominados por ese estado, donde lo siniestro abarca al conjunto de la comunidad, buscaban más afirmar el delirio que salir del mismo; desesperados se convirtieron en una masa a merced de la situación que los dominaba. Lo cierto es que por múltiples factores, la piedad con que fue despedido de la vida de los vivos el enterrado, en la emergencia de la epidemia, retrocedió –al decir de S. Freud- hasta convertirse en un amenazante regreso al mundo de los vivos para vengarse[15]. Al quedar la peste circunscripta a la pequeña comunidad no existía la posibilidad de encontrar chivos expiatorios vivos afuera a los cuales culpar, perseguir y sacrificar (por ejemplo: brujas, judíos, homosexuales, políticos, etc.). Es decir, se asumía como una falta gravísima e imperdonable realizada por la comunidad, dado que tomó carácter de verdad absoluta que habían enterrado al viejo vivo y como consecuencia cada uno de los habitantes quedaba embargado por sentimientos de culpa imposibles de elaborar. Dominados por esos sentimientos y desde la más absoluta fragilidad, los habitantes de Kalachi se sindicaban como asesinos.
No hace falta mucha imaginación para comprender que esa masa desesperada, encerrada en los límites de su aldea, necesitaba imperiosamente una explicación, poniendo en esa tumba y en ese muerto, la angustia de muerte que estaban viviendo. Veamos cómo lo explica Canetti: “El acontecimiento más importante que se desarrolla en el interior de la masa es la descarga (…) Se trata del instante en el que todos los que pertenecen a ella quedan despojados de sus diferencias y se siente como iguales (…) Así se consigue un enorme alivio”.[16] En Kalachi, atrapados dentro de esta siniestra situación que se reforzaba al saber que esto les ocurría solamente a ellos en el mundo, todos los habitantes se sentían responsables de ese asesinato por no haber tomado todas las precauciones y cuidados necesarios con el anciano, en consecuencia todos eran igual de asesinos y por lo tanto todos eran posibles víctimas de la maldición, es decir que así recibían el merecido castigo por haber enterrado vivo al anciano.
Agamben pone claridad sobre la necesidad del rito funerario, qué se espera del mismo: “Los honores y los cuidados que se prodigaban al cuerpo del difunto tenían en su origen la finalidad de impedir que el alma del muerto (o, mejor dicho, su imagen o fantasma) permaneciera en el mundo de los vivos como una presencia amenazadora (…) Los ritos funerarios servían precisamente para transformar a este ser perturbador e incierto en un antepasado amigo y poderoso, con el que podían mantenerse relaciones culturales bien definidas” [17].
Al constituirse la maldición, cuando todos los recursos racionales y médicos parecen haber fallado por la persistencia de la epidemia, no es muy difícil imaginar que hayan surgido rituales, procedimientos mágicos y amuletos portables para realizar invocaciones imperiosas ante el pesado e inmenso manto invisible de culpa que cubrió al pueblo por el supuesto crimen y que hacía actuar a los habitantes con remordimiento y terror. De haber continuado la persistencia y el desconocimiento sobre el origen del mal el proceso hubiera seguido lo que Delumeau describe los pasos de la peste negra durante el Medioevo: “Sin embargo, preces, misas, votos, ayunos y procesiones no lo podían todo. Si la peste continuaba tan virulenta, las gentes se instalaban en adelante en una especie de sopor, no tomaban ya precauciones, descuidaban su aspecto: era la incuria del abatimiento”[18]
Verdad y alivio
Luego de muchos esfuerzos médicos infructuosos, que llevaron más de dos años, se llegó a la verdad sobre el origen de la epidemia de sueño. El repentino coma no era producto de una psicosis colectiva, tampoco de la emisión de gas radón[19] que las minas de uranio han lanzado a la atmósfera, ni de una carencia genética de orexina (un neurotransmisor que hace su trabajo en el ritmo circadiano y puede derivar en situaciones de insomnio o en su contrario: la temida catatonia). Se comprobó que la extraña epidemia surgía de la relación entre las estructuras de madera con que se habían construido las minas y el agua estancada dentro del socavón.
Veamos cómo lo explica en su página de internet la BBC: “Los 582 habitantes de la aldea de Kalachi durante cinco años miraron con desconfianza el cielo, el aire, el agua que bebían… Incluso sospecharon del vodka… Pero el misterio de esta aldea del norte de Kazajistán ha quedado ahora descubierto: una combinación de monóxido de carbono y de partículas de hidrocarburos en la atmósfera es la responsable. Cuando el monóxido de carbono (CO) y los niveles de hidrocarburos (CH) aumentan, el oxígeno baja y produce estos desmayos. El uranio no tiene nada que ver con eso. Se utilizaron un montón de estructuras de madera cuando la mina estaba en funcionamiento. Después la mina se cerró y se llenó de agua, y cuando la madera entra en contacto con el agua se produce monóxido de carbono”. Para no caer en simplificaciones debemos hacer notar que la madera en la construcción y desarrollo del socavón de una mina tiene una larga historia.[20]
Este proceso de contaminación como consecuencia de una explotación minera abandonada nos demuestra cómo las incidencias de las explotaciones de los recursos naturales suelen dejar en las poblaciones enormes e imprevisibles costos. Para no apartarnos de nuestra intención principal, esto es conceptualizar la construcción de la maldición, seguiremos la concepción e interpretación freudiana de lo siniestro.
Freud remarcaría que el desvalimiento comunitario y subjetivo y la repetición y persistencia de la peste, llevan a esta construcción y que en definitiva ese delirio comunitario que circulaba sin freno era un anhelo que permitía ilusoriamente buscar formas de protección en las diversas formas de cantos, exorcismos, rituales para detener el mal que vivido como un castigo, se creía que venía desde el más allá y que al no encontrar soluciones médicas trata de buscar alivio en las diversas formas que son características del pensamiento mágico, de esta manera la misma construcción de la maldición puede dar lugar a los rituales de solución. La construcción de esa creencia también permite presumir que todos se alinearan detrás de la misma, es decir que el conjunto no se disgrega ante la adversidad tan desaforada de la peste. La simbolización del mal que atravesó Kalachi quedó en manos de las formas más regresivas del pensamiento humano, apuntando la misma a una unidad en esa masa cerrada en que se habían constituido los casi seiscientos habitante de Kalachi.
Notas
* Publicado en la revista Campo Grupal en la edición de Junio de 2016.
[1] En lo que refiere a la epidemia de sueño en Kalachi, el autor está en deuda con varias páginas de internet pero fundamentalmente con el excelente artículo de Luisas Corradini: “El pueblo dormido” aparecido el 23 de abril de 2015, en la edición impresa del diario La Nación, Buenos Aires, Argentina.
[2] República de Kazajistán, es el noveno país del mundo en extensión. Con muy baja densidad – datos del año 2015 dan cuenta que lo habitan 18,5 millones de personas. Con una población mayormente musulmana (aprox. 67% de la población, el resto son cristianos ortodoxos) hay, luego de la independencia de la URSS en 1991 un reverdecer el nomadismo y el chamanismo de los kazajos, es decir la cultura tradicional previa vuelve a tener relevancia. Es de hacer notar que el país no tiene litoral marino. (Datos tomados de Wikipedia)
[3] Cartewright, Frederick, y Biddiss, Michael: Grandes pestes de la historia. Buenos Aires: Editorial El Ateneo, 2005.
[4] Ey, Henry y otros: Tratado de Psiquiatría, Barcelona, Editorial Toray Masson, 1980
[5] Corradini, Luisa: “El pueblo dormido”, diario La Nación, edición en papel del 23-4-2015
[6] Chacón. E. Pablo: Historia universal del insomnio. Buenos Aires: Editorial BSA, 2004
[7] No existía posibilidad alguna de vincularla con la denominada enfermedad del sueño que llega al humano por la picadura de la mosca tsetsé. Siendo esta infección debida al Trypanosoma y estar situada en el África Subsahariana. Tampoco con la versión sudamericana conocida como Mal de Chagas. Ambas lejanas a Kalachi.
[8] Canetti, Elias: Masa y Poder. Madrid: Editorial Alianza/Muchnik , 1987.
[9] De Wikipedia: “La gravedad radica en que la persona puede ser sepultada estando aún con vida y despertar en cualquier momento. Normalmente puede llegar a durar tres días, en los cuales la persona en estado de muerte aparente podría ser enterrada y despertar ya dentro del ataúd. En casos menos frecuentes pueden ser incluso años de catalepsia. Entre 1870 y 1910 hubo un miedo generalizado a ser enterrado vivo, creándose los llamados "ataúdes de seguridad" con banderas o campanas. Aunque hay casos documentados de catalepsia, los avances tecnológicos han hecho casi imposible que un individuo sea enterrado en estado cataléptico”.
[10] Sucksdorf, Cristián: Del temor a ser tocado, Buenos Aires, Editorial Topía, 2011.
[11] Freud, Sigmund. Lo ominoso, Obras completas, Buenos Aires: Amorrortu editores, 2001.
[12] A modo de ejemplo sobre el ritual funerario: “…durante la vela funeraria, se desarrolla un último rito, muy expresivo de la solidaridad que une en ese instante a los vivos y a los muertos: un banquete. Todas las personas de la familia y de la zona son invitadas a reunirse alrededor de una mesa que preside aquel cuya alma se ha marchado al más allá. Se acercan los pobres y se les ofrece comida; aprovechan por última vez la generosidad del difunto”. Duby, George, Año 1000, año 2000. La Huella de nuestros miedos. Editorial Andres Bello, Santiago de Chile.
[13] Pichon-Rivière, Enrique: El proceso creador. Buenos Aires: Nueva Visión, 1987.
[14] Delumeau, Jean: El miedo en occidente. México: Editorial Taurus, 2013.
[15] Pichón Riviere, Enrique: El proceso creador. Buenos Aires: Nueva Visión, 1987.
[16] Canetti, Elias: Masa y Poder. Madrid: Editorial Alianza/Muchnik, 1987.
[17] Agamben, Giorgio: Lo que queda de Auschwitz. Homo Sacer III. Editorial Pre-Textos, España 2002.
[18] Delumeau, Jean. Op. Cit.
[19] Wikipedia: Gas radón. El principal problema viene cuando se inhala: las partículas radioactivas se adhieren al tejido pulmonar, donde pueden emitir radiación alfa a las células broncopulmonares. La absorción de esta radiación provoca ionizaciones y excitaciones de las estructuras celulares provocando efectos lesivos: puede dañar directa e indirectamente el DNA y provocar mutaciones en el tejido pulmonar. Recordemos que el cáncer es una división incontrolada de células mutadas. En EE. UU. está considerada la segunda causa de muerte por cáncer de pulmón después del tabaco. Además, sus efectos son sinérgicos: fumar y vivir en una casa con alto contenido de radón aumenta el riesgo unas 46 veces más que de darse los 2 fenómenos por separado.
[20] Mumford, Lewis: Técnica y civilización. Madrid: Alianza Editorial, 2006.