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Debates teóricos sobre los cuidados: conceptos útiles y miradas situadas

 

El desvalimiento como condición del lazo social

Introducción

Los debates políticos y filosóficos en torno al neoliberalismo y sus derivas, en el sentido de la violencia y del riesgo que supone para la sostenibilidad de la vida, han requerido tejer nuevas nociones y repensar otras.

En el plano académico, la “crisis de los cuidados” conforma una oportunidad para los abordajes interdisciplinarios. Estos abordajes no son frecuentes aunque los investigadores los consideren necesarios.

La producción de subjetividad que instaura el capitalismo no había podido ser considerada en todas sus dimensiones, intensidades y derivas hasta vislumbrar la crisis civilizatoria a la que hoy nos enfrentamos

No obstante, las complementariedades en nociones que provienen de campos diversos, en este caso: de la economía feminista, de la psicología y de otras derivas necesarias -ya que son autores que han dejado una marca en la historia de mis reflexiones- es un riesgo que no se promueve en los circuitos de comunicación propios del mundo académico (revistas arbitradas, compilaciones, entre otros).

La temática y mi implicación con ella: en tanto psicólogo, varón, blanco, de clase media, universitario, uruguayo del sur del continente más desigual del planeta (por enunciar solo las más significativas o las más evidentes), constituye por lo menos un posicionamiento que requiere ser dilucidado a partir de una lectura atenta de la escritura y del diálogo con actores que me ayuden a sortear las invisibilidades que puedan contener estas reflexiones. El análisis de la implicación es siempre intersubjetivo; no es individual sino colectivo y se produce como oportunidad en un espacio de diálogo y de encuentro.

La crisis de cuidados como analizador

Las evidencias psicológicas, sociológicas, demográficas, económicas y políticas de la crisis de cuidados, que afectan a nuestros países, nos remiten a una crisis civilizatoria. Constituye un analizador social que no debe explicarse como consecuencia de los cambios poblacionales fruto del envejecimiento de la población. Tampoco debe concluirse que se produce por la inserción de la mujer en el mercado de trabajo o que es el fruto de los cambios en las conformaciones familiares, de las últimas décadas.

Para comprender la crisis socio histórica de cuidados es oportuno iniciar el camino haciendo foco en sus orígenes y no sólo en el presente. Las investigaciones y debates a los que podemos remitirnos develan que la producción de subjetividad tiene su anclaje en la división sexual del trabajo y en la disociación fundante entre trabajo remunerado y no remunerado en el origen del capitalismo. En este sentido los aportes de Silvia Federici, con su investigación el Calibán y la bruja, mujeres, cuerpo y acumulación originaria (2004) iluminan el anudamiento de la noción de clase social con la historia de las mujeres.

Superar la dicotomía entre género y clase que propone Silvia Federici es clave para pensar la crisis de los cuidados. Por otra parte, es necesario reconocer que la producción de subjetividad que instaura el capitalismo no había podido ser considerada en todas sus dimensiones, intensidades y derivas hasta vislumbrar la crisis civilizatoria a la que hoy nos enfrentamos.

La violencia y la inseguridad aumentan poniendo en riesgo la vida, incluso, para los sectores más beneficiados y privilegiados por este sistema

En efecto, la crisis enunciada como “crisis de los cuidados” cuestiona no sólo al sistema económico, sino todas las esferas de la organización de la sociedad y de la vida (Amaia Pérez Orozco, 2010).

Las disciplinas se ven interpeladas por cuestiones negadas, invisibles o minimizadas a partir de la construcción de sentidos que produce (a través del sistema de producción capitalista en su fase neoliberal) la subjetividad masculina. Normas hegemónicas que para reproducir las relaciones de poder se presentan como universales y violentan las vidas de la mujeres, pero también las vidas de las minorías de todo tipo (J. Butler, 2015).

Aunque evidente, es necesario afirmar que los saberes disciplinarios son producciones sociales que se construyen a partir de la subjetividad dominante. Por tanto, la implicación de los investigadores y las investigadoras si no es analizada, se trasmuta en sobreimplicación. En este escenario las construcciones teóricas tienden a justificar o, en el mejor de los casos, explicar la realidad socialmente producida (R. Lourau, 1970). Ahora bien, la crítica de la realidad y la construcción de objetos de estudio que confronten el paradigma dominante son procesos históricos que hoy se ven favorecidos por la paradoja a la que nos enfrentamos.

El modelo de desarrollo construido socialmente, junto a los conocimientos científicos más sofisticados puestos al servicio del despliegue de las tecnologías, ni siquiera ha garantizado la satisfacción de las necesidades básicas de la población.

¿Cómo se sostiene la vida humana en condiciones dignas de ser vivida?

La violencia y la inseguridad aumentan poniendo en riesgo la vida, incluso, para los sectores más beneficiados y privilegiados por este sistema. La amenaza más cierta se produce con el retorno de los excluidos “encerrados” afuera (crisis de emigrantes en Europa, asentamientos precarios, villas, favelas en territorios de las ciudades que son cercados y vigilados, creación de barrios privados exclusivos también cercados y con acceso restringido en las ciudades o en zonas periféricas, entre otros ejemplos).

Las disciplinas y los investigadores que quieran producir conocimientos no “implicados en la institucionalización”; esto es, que no sean capturados por la subjetividad dominante, deben comprender la clave que la crisis actual ha dejado en evidencia.

Hay preguntas comunes cuyo abordaje es vital y es el momento oportuno para que las certezas de los modelos hegemónicos abran paso a la incertidumbre creadora de nuevas preguntas.

En definitiva, la crisis de los cuidados interpela al mundo académico y para la psicología como para la economía feminista en particular, se impone una pregunta simple y radical:

¿Cómo se sostiene la vida humana en condiciones dignas de ser vivida?

Las fuerzas que impiden el reconocimiento de las vidas que se apartan de las normas comunes (masculinas, de privilegio, raciales), dificultan las aproximaciones en el sentido de comprender cómo es posible que los excluidos se agencien y se desvíen de los objetivos que los preceden (J. Butler, 2015).

Como señala Castoriadis en La Institución Imaginaria de la sociedad (1975): la organización de la sociedad es una construcción inacabada en un proceso permanente de autoinstitucionalización. Los movimientos instituyentes apelan al imaginario radical para encontrar representaciones que se confronten con las fuerzas que llevan a la repetición. Esto genera una tensión entre perpetuar la heteronomía (en el sentido de sostener las relaciones de poder) y la acción política transformadora en el marco de un proyecto de autonomía.

En este presente es posible encontrar las significaciones imaginarias para reinventar la sociedad. Para lograrlo solo se requiere situarse en los desafíos de la vida compartida y el reconocimiento de todas y todos los excluidos del modelo neoliberal individualista.

En América Latina desde la Investigación Acción Participativa y en Europa a partir de la crisis del 2008, las investigaciones han buscado restituir a la esfera de lo público las vidas “lloradas” como las definió Judith Butler. Es una acción política que produce discursos y sentidos alternativos que interrogan a los saberes disciplinarios.

La agencia de los vulnerables

Lo propio del ser humano es la dependencia y la incompletud. En el plano psicológico esta precariedad constituye la vulnerabilidad de cada ser humano y provoca el hecho de que nadie puede hacer su vida en soledad. En el mejor de los casos, la vulnerabilidad constitucional del ser humano funciona bien y produce vínculos de solidaridad y de reconocimiento.

Para aprender a hablar, a caminar, a relacionarse y desarrollar todas las cualidades de lo humano es imprescindible la relación con otros.

La dependencia de los otros en la sociedad de consumo es sustituida por las mercancías que se ofrecen como aquello que va a completar una falta. Un objeto con capacidad de anular la vulnerabilidad primaria.

Sin embargo, la fragilidad de la naturaleza humana hace vulnerables a las personas ante la posibilidad del no reconocimiento, es decir, ante la amenaza de la exclusión social o incluso de no sobrevivir por la ausencia de cuidados. Pero cuando se generan vínculos estables y seguros, la precariedad constitutiva culmina en una triple confianza: confianza en el otro que está allí cuando se lo precisa, confianza en sí mismo que tiene valor ya que el otro se preocupa durante situaciones de desamparo y confianza en el futuro ya que otras situaciones de desamparo podrán producir el mismo vínculo de sostén y ayuda (Furtos, Jean. 2007)2.

La vulnerabilidad, como señala J. Butler, no puede reducirse a una condición existencial ontológica que luego justifique “identidades débiles que deben ser protegidas” o confundirse con la precariedad material en las condiciones de existencia. Las condiciones que reflejan inequidades sociales pueden ser transformadas, “son las vulnerabilidades que no queremos de buena gana” (2015).

En la sociedad actual la vulnerabilidad que produce lazo social se transforma fácilmente en precariedad exacerbada, susceptible de producir una triple pérdida de confianza: la confianza en el otro, la confianza en sí mismo y la confianza en el futuro.

La dependencia de los otros en la sociedad de consumo es sustituida por las mercancías que se ofrecen como aquello que va a completar una falta

Construir esa seguridad básica es condición para transformarse en una persona. Tener una vida que pueda ser vivida sin ser excluida o perseguida por correrse de la lógica binaria de la asignación de género o de las normas comunes hegemónicas de lo masculino, normas de privilegio o de carácter racial.

Ahora bien, en una persona la opresión puede experimentarse de múltiples formas según las posiciones de sujeto que se producen en su singularidad. En este sentido, se puede tener una posición de poder por ser hombre y una posición subordinada por ser negro (Silvia L. Gil; 2014). Al tiempo que el paradigma individual masculino y neoliberal instaura la independencia, anula la vulnerabilidad y promete la realización en la libertad del mercado.

¿Cómo es posible que si todas las personas necesitamos cuidados todos los días de nuestra vida, los cuidados queden subsumidos en un mundo invisible?

En la modernidad y a partir de la industrialización, las mujeres confinadas en el mundo de lo privado se ocupan del cuidado en el hogar para reproducir la vida y la fuerza de trabajo. Por otro lado, con el sistema salario-empleo en el espacio público, al hombre se le asigna el trabajo asalariado.

Como señala Silvia Federici: “Con el salario se puede controlar directamente el trabajo de las mujeres a través del sistema de la familia y el matrimonio. El matrimonio es un sistema fundamentalmente laboral, es el medio por el cual el capitalismo hace trabajar a las mujeres para que reproduzcan su fuerza de trabajo obrero.” (2015)

El Calibán y la bruja deja claro que la persecución de las brujas, la trata de esclavos y los cercamientos fueron aspectos centrales de la acumulación capitalista y de la formación del proletariado moderno, tanto en Europa como en el “nuevo mundo” (Federici; 2004: 24).

Silvia Federici demuestra la validez de sostener la categoría “mujeres” y el análisis de las actividades asociadas a la “reproducción”. Los cuidados han sido precarizados, invisibilizados, escindidos de lo masculino y depositados en las mujeres para controlar sus cuerpos. El control de la reproducción de la fuerza de trabajo, es también la historia del control del cuerpo de las mujeres.

En un mismo movimiento se construye la subjetividad masculina de hombre independiente, pero incapaz de cuidar y de cuidarse y la representación de mujer frágil cuya naturaleza le asigna el destino de cuidar el hogar y a los suyos en la familia. El cuerpo de los hombres es coartado para “el desarrollo de las potencias industriales de los trabajadores” (Federici; 2004: 27).

Los otros que singularizan y la dependencia de los cuerpos que se afectan

Sobre la interdependencia son muy importantes los aportes de la economía feminista. Amaia Pérez Orozco señala que para un cambio radical, es necesario: “…reconocernos como sujetos eco-dependientes (no dueños de la naturaleza, sino parte dependiente de la misma) y socialmente interdependientes; nadie somos autosuficientes, nadie podemos vivir aisladamente comprando todo lo que necesitamos en el mercado gracias a nuestro salario...” (2010: 8).

En la producción para dar visibilidad al trabajo no remunerado Cristina Carrasco (2011) y otras autoras también hacen referencias a la interdependencia y a la producción de subjetividad. Se cuestiona la representación del hombre trabajador y proveedor “champiñón” como un espejismo propio de la cultura patriarcal.

Amaia Pérez Orozco en su trabajo La sostenibilidad de la vida en el centro. ¿Y eso que significa? concluye: los cuidados muestran que la vida es una realidad de interdependencia (2015:10).

Con estos estudios se puede afirmar que la interdependencia se opone directamente el ideal antropocéntrico y androcéntrico de autosuficiencia. Amaia Pérez Orozco citando a María José Capellín (2015: 11), lo define como el sujeto blanco burgués, varón, adulto, con una funcionalidad normativa, heterosexual (BBVAh).

En psicología, la realidad de la interdependencia la han planteado el psicoanálisis y varias escuelas de la psicología social. También las teorías del desarrollo humano han reconocido esta interdependencia desde las investigaciones en niñas y niños traumatizados por los bombardeos en Londres de René Spitz (1947), hasta los más recientes estudios de la neurociencias (B. Cyrulnik, 2003).

En una primera aproximación sobre esta problemática3 observamos que los procesos de subjetivación que hacen posible al sujeto están más allá de cada subjetividad. Se construyen a partir de un espacio intersubjetivo. Los cuidados dan cuenta de relaciones recíprocas que se establecen en dispositivos de subjetivación por los que transitamos. La alteridad es constitutiva de todo ser humano.

Para J. Butler somos cuerpos afectados por otros cuerpos en una red de relaciones posibles. Actuamos a la vez que actúan sobre nosotros. Vulnerables al lenguaje antes de tener un acto discursivo propio. En este sentido nos afectan discursos que nunca elegimos y que tienen que ver con las formas en que somos nombrados por otros. (J. Butler, 2015)

Enrique Carpintero, en El Erotismo y su Sombra (2014: 118) señala: “Para que se desarrolle la potencia del deseo y la necesidad de autopreservación necesitamos de otro significativo, de un Primer otro -de un nebenmesch- que genere un espacio que permita soportar el desvalimiento que nos hace humanos.”

En la sociedad actual la vulnerabilidad que produce lazo social se transforma fácilmente en precariedad exacerbada, susceptible de producir una triple pérdida de confianza: la confianza en el otro, la confianza en sí mismo y la confianza en el futuro

Carpintero se interroga sobre las características de una subjetividad construida en la ruptura del lazo social. Propone que: “el sujeto en la vivencia de desvalimiento queda encerrado en sí mismo ya que no puede encontrar un procesamiento simbólico acumulando mercancías. Mucho menos tomando al otro como mercancía.” (2014: 204) Más adelante señala: “en la actualidad el motor del consumismo no es el goce en la búsqueda de un deseo imposible, sino la ilusión de encontrar un objeto-mercancía que obture nuestro desvalimiento originario” (2014: 211) Por defecto, el no consumo implica la exclusión social. Todo lo cual tiene su correlato en la emergencia de los síntomas que impactan en la salud mental: Crisis de pánico, trastornos de la alimentación, aumento de las adicciones, las depresiones, los suicidios y las conductas violentas.

Las actuales relaciones de poder se sostienen en la ficción de la ruptura del lazo social. En la ficción de proponer la existencia de individuos que se construyen solos y aislados gracias a que la libertad del mercado iguala sus posibilidades de realización.

Hacer visible los cuidados y la vulnerabilidad que potencia el lazo social, confronta la lógica que ha puesto a la vida en un segundo plano para privilegiar el mercado y la riqueza. Este movimiento permite, además, confrontar la cultura consumista y la restitución de la condición de interdependencia que es indispensable para la acción colectiva.

Si nuestra condición es la de ser cuerpos que se afectan como dice J. Butler (2015), o corposubjetividades al decir de E. Carpintero (2014); es necesario concebir a la vida en común como la conformación de sujetos que se modifican a partir de sus relaciones posibles, en el marco de dispositivos de subjetivación que sostienen la vida. Una vida que no es posible ni pensable sin el vínculo con los otros.

Como señala Silvia L. Gil: “la violencia capitalista consiste en desgarrar ese vínculo. Lo hace imponiendo un ideal de independencia que afirma tres cosas. La primera es que la conciencia se basta a sí misma para ser y conocerse (autonomía del yo). La segunda, que la vida es un proyecto individual que nada tiene que ver con la experiencia colectiva (privatización de la existencia). Por último, que no necesitamos a nadie que nos cuide (autosuficiencia en el cuidado) (2014: 51).

En este sentido, reformular el conflicto capital-trabajo y pensarlo como un conflicto capital-vida es una clave que potencia el campo de análisis (Amaia Pérez Orozco; 2015: 13-16).

Heller nos dice: “Al contrario que las necesidades, los deseos no pueden ser completamente verbalizados, a veces ni siquiera aproximadamente. Si alguien me pregunta qué es lo que necesito, se lo puedo decir; si alguien me pregunta qué es lo que deseo, normalmente, sólo puedo sugerirlo aproximadamente.” (1996: 85)

El deseo es difuso pero no deja de ser la potencia que promueve el encuentro entre las personas para la transformación del entorno. En este sentido, es posible concebir colectivos que se alimenten de las diferencias, nosotros inacabados en permanente transformación, pero con la responsabilidad compartida del sostenimiento de la vida o mejor aún, de todas las vidas que puedan ser concebidas como dignas de ser vividas y de satisfacción de necesidades radicales.(Heller; 1996)

La perspectiva de derechos humanos, aunque ha nacido de una concepción liberal, puede convertirse en un ideal emancipatorio si se incorporan los aspectos sociales y ecológicos excluidos para sellar desigualdades y la jerarquización de las vidas. En este sentido, Boaventura De Sousa Santos (2002), considerando una dimensión planetaria, propone el reconocimiento de la naturaleza incompleta de cada cultura. Sostiene que mientras la globalización tiende a anular las diferencias, los derechos humanos pueden propiciar un diálogo entre culturas al que denomina “hermenéutica diatópica”.4 Este diálogo entre pueblos y culturas con concepciones diversas de una vida digna sería el modo de crear un discurso y una práctica de derechos humanos cosmopolitas.

La participación convierte al deseo en una acción sobre uno mismo, sobre los demás y sobre el entorno, desde el inicio de la vida. La no participación es, por lo tanto, una ilusión social construida en el universo simbólico de los que excluyen. Nuestros cuerpos actúan y son afectados, al mismo tiempo, en relaciones sociales que reproducen o modifican las injusticias sociales.

En este sentido, los estudios de Ma. José Izquierdo sobre los cuidados, dan cuenta de los modos de socialización del cuidado en las mujeres, en los hombres y de la producción social de los individuos. Logra describir la distancia que existe en los vínculos singulares para lograr relaciones de cuidados recíprocos. Demuestra que la distribución actual de los cuidados se rige mayoritariamente según la asignación de género (2003).

Hacer visible los cuidados y la vulnerabilidad que potencia el lazo social, confronta la lógica que ha puesto a la vida en un segundo plano para privilegiar el mercado y la riqueza

Ahora bien, Silvia L. Gil nos alerta que las herramientas críticas lanzadas contra el capital -ruptura con la norma, expresión singular, búsqueda de la diferencia o conquista de la autonomía- se han convertido en parte de los dispositivos de dominio social. El mercado ha capturado y mercantilizado los espacios que se fueron produciendo a todo nivel en el mundo de lo privado y de lo público (2014: 300).

Al reflexionar sobre la manera en que la vulnerabilidad puede convertirse en una fortaleza, Silvia L. Gil señala: “La potencia política aparece cuando se pregunta cómo queremos vivir juntos y juntas, partiendo de la certeza de habitar un mundo común desde la diferencia.” (2014:290) Construir colectivamente la vida que querríamos vivir con criterios de dignidad, universalidad y singularidad (2014: 297).

En este sentido, si cuestionamos la actual división sexual del trabajo, debemos admitir con Ma. José Izquierdo que hombres y mujeres son capaces de cuidar o de dañar y maltratar. El cuidado es demasiado importante como para reducirlo a las relaciones familiares (2003).

Compartimos con Enrique Carpintero la necesidad de: “...rescatar una ética que se sostenga en un amor inmanente basado en la alteridad.” (2014:279)

Emprender un camino de superación de la “crisis de cuidados” requiere confrontar los roles subordinados que bajo el supuesto “amor a los otros” se le ha asignado a la mujer (Mari Luz Esteban y Ana Távora; 2008). Al mismo tiempo, es necesario restituir al hombre la capacidad para ocuparse del cuidado en todas las formas de la vida social.

En suma, concebimos al amor como potencia de ser que se opone a la indiferencia y a la violencia de la exclusión y del no reconocimiento.

Referencias Bibliográficas

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Notas

1. Profesor Adjunto efectivo del Programa Psicología y DDHH, del Instituto de Psicología de la Salud, de la Facultad de Psicología, de la UDELAR.- Uruguay

2. “Les effets cliniques de la souffrance psychique d’origine sociale”, Rev. Mentalidées Nº11, 09/2007, pp. 24 a 33.

3. “El cuidado humano en riesgo de extinción.” (2011)

4. De Sousa Santos, Boaventura (2002)

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Articulo publicado en
Abril / 2016