La filosofía y la psicología clásica han planteado el problema de la realidad en términos de conocimiento. Freud rompe con este criterio y presenta la relación del aparato psíquico con la realidad en términos de placer-displacer. En este sentido el principio de realidad no constituye un principio en sí mismo, sino un regulador del principio placer-displacer. Es decir, el principio de realidad transforma por renuncia de lo pulsional el principio de placer. Al imponerse el principio de realidad ya no se busca la satisfacción por caminos más rápidos, sino a través de rodeos, respetando las condiciones de la realidad externa e interna. Varias preguntas se imponen: ¿Cómo escapa el ser humano del apremio de la realidad, de la renuncia al placer inmediato? ¿Qué ocurre cuando “el mundo circundante objetivo” no facilita la satisfacción? La respuesta que podemos dar es que el ser humano se refugia en su mundo fantasmático.
Aquí nos encontramos con una especificidad del descubrimiento freudiano: la realidad psíquica. Esta es la realidad del deseo inconsciente y de los fantasmas que se organizan en torno a él. De esta manera confluyen la realidad psíquica y la realidad externa. Esta última se haya integrada en la teoría psicoanalítica no en tanto a su materialidad, a su estructura, sus relaciones de producción y sus leyes que corresponden al estudio de otros saberes. La realidad externa se integra en la singularidad de su significado psíquico. Por ello el psicoanálisis se ocupa no solo de la realidad psíquica, sino de la realidad externa, pero tal como ella ha quedado inscripta en esa realidad psíquica.
En este sentido el psicoanálisis no trabaja exclusivamente sobre la realidad del mundo interno, tampoco sobre los comportamientos del mundo externo. Trabaja en el lugar de encuentro en que la realidad externa constituye el sujeto y éste a dicha realidad. Este lugar lo denomino un “entre”. En este “entre” el sujeto psíquico no es ni pura interioridad, ni pura exterioridad. Si no tenemos en cuenta la realidad externa caemos en una a-historicidad del inconsciente. Este es atemporal, pero no es a-histórico. Es que para Freud la realidad externa se halla presente en todas sus conceptualizaciones, por lo tanto, no constituye un plano exterior a la teoría, sino que la atraviesa en todas sus direcciones y la integra. Es decir, la subjetividad se construye en la intersubjetividad, en la relación con otro humano en una cultura determinada. Por ello todo síntoma puede ser entendido desde la singularidad de aquél que lo padece; pero también en todo síntoma vamos a encontrar una manifestación de la cultura (Carpintero, Enrique, “La realidad de un principio: el principio de realidad”, revista Topía, Nº 19, abril de 1997).
Desde esta perspectiva debo decir que la actualidad de nuestra cultura se caracteriza por producir un exceso de realidad que no permite ser procesada simbólicamente. Su resultado es generar monstruos crueles y mortíferos. Veamos.
Agamben plantea que hay seres vivientes y dispositivos. Entre ambos encontramos los sujetos. Llama sujeto a lo que resulta de las relaciones entre los vivientes y los dispositivos. Es cierto que desde que apareció el homo sapiens hubo dispositivos para constituir al sujeto en procesos de subjetivación en consonancia con la cultura dominante de cada época histórica. Pero en la actualidad del capitalismo tardío no hay un sólo instante de la vida del sujeto que no esté modelado, contaminado o controlado por algún dispositivo. Su característica es que no actúan tanto a través de la producción de un sujeto, sino a través de procesos de desubjetivación. Estos dispositivos no son sólo una máquina que produce desubjetivación, sino una máquina de gobierno al servicio de escindir el pensamiento de la acción. Por ejemplo, la comunicación en las redes sociales da cuenta de una realidad que se excede en “realidad virtual”. Ésta engloba toda la realidad ya que ese universo de simulacros no solo se sitúan en la pantalla que comunican la experiencia, sino que se vuelve la experiencia misma.
De esta manera estos procesos de desubjetivación llevan al encuentro del sujeto con su desvalimiento primario cuyo efecto es producir un agujero en lo simbólico que en algunos sujetos genera fantasmas particulares que denomino “monstruos”. Llamo “monstruos” a una realidad subjetiva que no está en el orden de la fantasía ni del delirio. No es una neurosis ni una psicosis. Lo denomino un paciente límite con tendencias a actuaciones compulsivas de carácter cruel y mortífero. Esta realidad subjetiva da cuenta de la muerte-como-pulsión que no se ha ligado con la pulsión de vida. Es decir, de algo que nunca se ligó y cuyos efectos continúan a lo largo de la vida. Su dificultad de simbolización lleva a una clínica que le permita con-vivir con ese agujero al hacer desaparecer los efectos del monstruo-mortífero. Una clínica donde el dispositivo analítico pueda dar cuenta del trabajo con lo resistido en acto. Una clínica en la que nos encontramos con un Yo-soporte atravesado por los efectos de la pulsión de muerte (Carpintero, Enrique, “El giro del psicoanálisis II. La negatividad: clínica de los factores psicoentrópicos”, revista Topía, Nº 74, agosto 2015.)
Veamos una breve viñeta clínica. María es una muchacha que padece de un síntoma de anorexia: pesa 45 kilos, pero se ve como una mujer de 100 kilos. No es que se imagina y/o delira que es una obesa: se ve como una obesa. Es cierto, nunca percibimos nuestro cuerpo tal como es, sino tal como lo imaginamos. Es decir, lo percibimos a través de nuestros fantasmas que dan cuenta de sentimientos condicionados por la imago corporal inconsciente que es un código íntimo, propio de cada sujeto. Sin embargo, en María procesar subjetivamente su realidad corporal implica dar cuenta de un cuerpo que la habita como un monstruo mortífero. Un monstruo que no debe alimentar y tiene que tapar compulsivamente para que no la vean como una obesa. El síntoma de María representa un paradigma de nuestra época. A continuación vamos a leer el texto clínico “Me corto y me quiero matar. Adolescentes que interpelan al sistema de Salud pública.”