Carlos Fuentealba, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán a la luz de El Príncipe | Topía

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Carlos Fuentealba, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán a la luz de El Príncipe

 

A Jorge Julio López en el 8º año de su desaparición

El 5 de setiembre pasado concluyó un proceso de impunidad a favor del ex gobernador Jorge Sobisch. La jueza de Garantías Ana Malvido sobreseyó a todos los imputados en la causa Fuentealba II de sus responsabilidades políticas sobre la represión en Arroyito el 4 de abril de 2007 y del asesinato de Carlos Fuentealba por la policía de la provincia de Neuquén.

Su decisión representa una advertencia a toda la población que lucha por sus derechos. Es la manifestación de una política de profundización de la represión y judicialización de la protesta social que está en sintonía con las causas abiertas por luchar a más de 400 trabajadores/as en la provincia, a las represiones a los vecinos que luchan por un pedazo de tierra para vivir o a la campaña del intendente “Pechi” Quiroga de mano dura.

Es el modo de aplicar un ajuste aún mayor y un mensaje a las luchas que seguramente deberán librarse en defensa del salario, la salud, la educación, etc.

Días después, la presidenta Cristina Fernández criticaba al ex presidente Eduardo Duhalde por hablar de la posibilidad que se produzcan estallidos sociales y preguntándose si pedía una nueva masacre como los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.

¿Qué tienen que ver estos hechos con El Príncipe y su autor, Nicolás Maquiavelo?

Los teóricos de “espejos para príncipes” sostuvieron que el principal asunto del gobierno consistía en mantener al pueblo no tanto en estado de libertad como de seguridad y paz.

El verdadero oficio de un buen gobernante era que el pueblo pudiera vivir en paz y tranquilidad. De allí que en El Príncipe Maquiavelo sostenga varias veces que el principal deber de un gobernante debe ser velar por su propia fuerza y seguridad y, al mismo tiempo, que sus súbditos estén seguros.

Dos principales conceptos de la idea de virtú habían surgido de la tradición humanista del pensamiento moral y político. En primer lugar, que es la cualidad que capacita al gobernante a alcanzar sus fines más nobles y, en segundo lugar, que puede equipararse a la posesión de todas las grandes virtudes. Si un gobernante deseaba conservar su Estado y alcanzar el honor, la gloria y la fama, necesitaría ante todo cultivar toda la gama de virtudes cristianas así como morales. Esta conclusión es negada por Maquiavelo. Está de acuerdo en que son los objetivos apropiados para un príncipe, pero rechaza que siempre haya que actuar de una manera virtuosa (negritas mías).

Aunque siempre es esencial que los príncipes parezcan convencionalmente virtuosos, a menudo es para ellos imposible comportarse de esa manera. El príncipe “encontrará que algunas de las cosas que parecen ser virtudes, si las practica, le arruinarán, y que algunas de las cosas que parecen ser perversas le darán la seguridad y la prosperidad”. Por lo tanto, un príncipe que desee conservar su gobierno “y alcanzar las mayores alabanzas de honor, gloria y fama”, ha de “aprender cómo no ser virtuoso y a valerse de esto, o no, según la necesidad”.

Maquiavelo y los autores de obras sobre el gobierno principesco -Bartolomeo Sacchi, Patrizi, Pontano, Castiglione- están de acuerdo en las metas que el príncipe debe fijarse: conservar el Estado, lograr grandes cosas, tender al honor, la gloria y la fama. La diferencia se encuentra en los métodos para alcanzar esos fines. Para los teóricos más convencionales el príncipe debía seguir los dictados de la moral cristiana porque, según Maquiavelo, admiran a un gran jefe como Aníbal pero “condenan lo que hace posible sus realizaciones”, especialmente la “crueldad inhumana” que ve como la clave de sus triunfos.

Para Maquiavelo, si un príncipe está genuinamente interesado en “conservar su Estado” tendrá que desatender las demandas de la virtud cristiana y abrazar la moral que le dicta la situación. El gobernante puede intentar mantener hasta donde le sea posible la apariencia de poseer las cualidades cristianas, pero debe abandonarlas por completo en la conducción real de su gobierno. El príncipe “no debe desviarse de lo que es bueno, si ello es posible, pero debe saber actuar mal, si ello es necesario”.

En Maquiavelo el concepto de virtú es utilizado para referirse a cualquiera de las cualidades que el príncipe considere necesarias para “conservar su Estado”. La idea de una equivalencia entre virtú y virtudes es un error.

A esta altura el lector se preguntará si no es una arbitrariedad de mi parte asimilar a la figura de príncipes a Jorge Sobisch y Eduardo Duhalde. Pero sigamos.

¿Cuál era la principal razón para que Maquiavelo pensara que “un príncipe no debe preocuparse de la fama de cruel si con ello mantiene a sus súbditos unidos y leales; porque, con poquísimos castigos ejemplares, será más compasivo que aquéllos que, por excesiva clemencia, dejan prosperar los desórdenes de los que resultan asesinatos y rapiñas; porque éstas suelen perjudicar a toda una comunidad, mientras las ejecuciones ordenadas por el príncipe perjudican tan solo a los menos”?

La respuesta es su visión profundamente pesimista de la naturaleza humana. Declara que “podemos hacer esta generalización acerca de los hombres: son ingratos, inconstantes, mentirosos y engañadores, cobardes ante el peligro y ávidos de lucro”. Así se siente en la obligación de advertir al príncipe que, como los hombres comúnmente son “tan miserables criaturas”, deberá estar dispuesto a actuar desafiando las virtudes convencionales si desea permanecer seguro. Un señor prudente no puede, ni debe, mantener la palabra dada cuando se vuelva en su contra porque “si los hombres fuesen todos buenos, este precepto no lo sería, pero como son malos y no mantienen lo que te prometen”, él tampoco deberá hacerlo. Para concluir: “Procure pues el príncipe ganar y conservar el estado: los medios serán siempre juzgados honorables y alabados por todos, ya que el vulgo se deja cautivar por la apariencia y el éxito…” (negritas mías).

La reacción del pueblo neuquino y de todo el pueblo argentino que le dio la espalda a la candidatura presidencial de Jorge Sobisch desmienten a Maquiavelo, así como la lucha que hasta hoy llevan adelante por el juicio y castigo a quienes planificaron el asesinato de Carlos Fuentealba y que le hizo decir a su compañera, Sandra Rodríguez, nuevamente parada bajo una lluvia torrencial como la que el 9 de junio de 2007 cayó sobre los más de 15.000 neuquinos que clamaron justicia por el asesinato de un maestro: “si las Abuelas de Plaza de Mayo tardaron más de 30 años en tener los juicios, yo esperaré también si hace falta 30 años para que se sepa la verdad.“

También los casos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán son aleccionadores ya que sus familiares y compañeros de militancia no cejaron en su lucha hasta ver condenados y presos a los autores materiales de los asesinatos, mientras el poder político y judicial, a pesar de la promesa de Néstor Kirchner en 2003 de investigar “hasta las últimas consecuencias”, mostraron que frente a los poderosos, la respuesta es la inacción y la complicidad.

Sin duda, la “naturaleza humana” ha mejorado desde los tiempos en que Maquiavelo escribió El Príncipe, no así la de su clase política.

 

Bibliografía

Maquiavelo, Nicolas, El Príncipe, Altaya, Barcelona, 1996.

Skinner, Quentin, Los fundamentos del pensamiento político moderno, Fondo de Cultura Económica, México, 1985.

1. Autor de El movimiento de autogestión obrera en Argentina (Editorial Topía, 2013), co-autor, junto a Gerardo Bavio, de El peronismo que no fue. La (otra) otra historia (Editorial Metrópolis, 2014) y compilador de Hugo Chávez y la revolución bolivariana. Ensayos (Metrópolis, 2014).

 

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Articulo publicado en
Noviembre / 2014

Octavo Concurso de Ensayo Breve Topía