En todos los campos de la actividad humana han ocurrido, en los últimos veinte años, cambios cuya extensión y profundidad no pueden compararse en su carácter ni en sus consecuencias a los sobrevenidos en ningún otro período tan corto de la historia. Desde los supuestos que empleamos para conocer la realidad hasta las nuevas realidades así visibilizadas, desde las experiencias novedosas que la realidad nos presenta, hasta las respuestas que inventamos para otorgarles un sentido, desde las ofertas tranquilizadoras que nos llegan de la ciencia, del arte, de la tecnología, de la filosofía, de las prácticas mismas, hasta las que nos perturban como nueva inquietud, como amenaza o como problema, estos cambios extensos, profundos, nos confrontan ciertamente con lo múltiple, con lo complejo, con aquello que ya no podemos comprender de un solo modo, pero también con lo incierto y con lo que sigue quedando por fuera de cualquier precario intento de sentido.
En el campo del psicoanálisis hemos sido asimismo testigos y actores de estas transformaciones. Vale la pena detenernos un momento en algunas cuestiones notables que les están asociadas.
En 1971, Didier Anzieu caracterizaba al método psicoanalítico distinguiéndolo con toda claridad del dispositivo diván-sillón que, aunque anudado a su origen, era sólo una de sus aplicaciones, pero con la que sin embargo solía confundirse. Caracterizó entonces al método por la diferenciación de dos posiciones – analista y analizando-- cuyas relaciones recíprocas están organizadas por algunas reglas que son comunes a ambas partes, como la abstinencia de toda relación “real” entre ellas, y otras reglas que son específicas para cada una, como la asociación libre y la interpretación. Aunque esta distinción, por lo demás incontestable, le permitía instalarse de pleno derecho como psicoanalista en una situación grupal, su propuesta cuestionaba fuertemente un paradigma muy preciado para el conjunto de los psicoanalistas en ese momento y hubo que esperar todavía muchos años hasta que la evidencia que él postulaba fuera plenamente aceptada por el psicoanálisis “oficial”.
Antes que Anzieu y también a partir de lo que su trabajo con grupos le había vuelto visible, Wilfred R. Bion había llamado la atención sobre la dependencia existente entre el dispositivo psicoanalítico en el seno del cual Freud ponía a prueba sus hipótesis y descubrimientos y los descubrimientos y comprobaciones que a su vez resultaban de las características propias de ese artificio. Bion afirmaba que: «Se puede decir que cualquiera que haya empleado una técnica de investigación que dependa de la presencia de dos personas, y el psicoanálisis es una de tales técnicas, no sólo que toma parte en la investigación de una mente por otra, sino también que investiga, no la mentalidad de un grupo, sino la de una pareja» (W.R. Bion, 1948, pág.55) Y más adelante, llegaba un poco más lejos: «(...) a la luz de mi experiencia en grupos, el psicoanálisis puede ser considerado como un grupo de trabajo que tiende a estimular el supuesto básico de emparejamiento; siendo así, es probable que la investigación psicoanalítica, como parte de un grupo de emparejamiento, revele que la sexualidad ocupa una posición central» (op.cit. pág. 142-3).
Observemos que, aún cuando Bion está relativizando la centralidad de la cuestión sexual al hacerla depender del dispositivo de investigación, mantiene sin embargo identificado al psicoanálisis con este dispositivo. Bion cuestiona, pues, un paradigma –uno que mucho antes se había probado “intocable” en la ruptura de Freud con Jung--, pero no la pertinencia de un único artefacto para la puesta a prueba de las teorías psicoanalíticas.
Es que, en efecto, no bastan las ideas, por novedosas que puedan ser, para producir un cambio. En lo que refiere a la relación psicoanálisis y grupalidad, ha sido necesario que, por un lado, las formas que fue adoptando el sufrimiento mental siguieran empujando hacia los bordes de su eficacia a las teorías construidas exclusivamente según lo que el dispositivo metodológico freudiano permitía ver y pensar, pero además fue necesario que los cambios sociales en los modos de ver y pensar se modificaran lo suficiente como para que el psicoanálisis se permitiera inventar y alojar nuevas prácticas, producir nuevas hipótesis y las situaciones aptas para ponerlas a prueba, de las cuales, hoy lo sabemos, resultaría una comprensión muy diversa del funcionamiento de la psique, de la naturaleza de sus formaciones y procesos, de la composición y distribución de la materia psíquica, de los atravesamientos que la constituyen.
Al infiltrar todas las dimensiones de la cultura, los nuevos paradigmas han permitido, por un lado, la formulación de hipótesis novedosas, como lo es la concepción del sujeto del inconsciente como sujeto del grupo, «intersujeto», la postulación de un inconsciente cuyos límites no coinciden ya con los del espacio psíquico del sujeto individual, sujeto al que el grupo impone represiones, ofrece significaciones, exige renuncias pulsionales cruciales y un trabajo psíquico particular. Pero lo han permitido en la medida misma en que esos nuevos paradigmas posibilitaron que estas proposiciones consistentemente fundamentadas, así como sus consecuencias, pudieran ser aceptadas dentro de un cuerpo teórico que no por reconocer la puesta en crisis de muchos de sus supuestos, podría hacer lugar a los nuevos sin objeciones. Porque es evidente que, puesto que no sólo la realidad, sino también la ciencia se construye socialmente, únicamente las nuevas propuestas científicas formuladas en consonancia con los paradigmas vigentes en una cultura y momento dados tienen la oportunidad de devenir corrientes de pensamiento.
En nuestra concepción actual, el grupo no sólo es el lugar de una realidad psíquica específica, que incluye una parte de la realidad psíquica individual, sin confundirse con ella. Cada uno de los grupos que conducimos o en los que participamos tiene un tiempo, una memoria, mecanismos de defensa, formas de repetición que son específicamente grupales. En cada uno de ellos pueden identificarse formaciones del ideal que le son propias, cadenas asociativas organizadas por una lógica grupal propia de un pensamiento grupal. Hoy atribuimos al grupo una posición psíquica paradójica, donde el adentro y el afuera se encuentran en puntos indeterminables, tal que sobre los límites, el afuera pueda adquirir para cada sujeto el valor de una prolongación o extensión de sus formaciones grupales internas.
Así concebidas las relaciones sujeto-grupo, el fenómeno grupo en sí, las formaciones que en él actúan y los procesos que le son propios, las funciones que desempeña para los sujetos que lo constituyen, los psicoanalistas en general, y los comprometidos en la práctica de los grupos y otras formas de la vincularidad en particular, nos vemos llevados a repensar nuevamente nuestro lugar.
Nos vemos llevados también a repensar, en nuestros grupos terapéuticos o de formación, las relaciones entre cada uno de los sujetos participantes con cada uno de los otros, con el grupo en su totalidad, como objeto psíquico y como el objeto ofrecido por el analista, como intermediario a ser también inventado-creado por el conjunto y por cada uno, para ser usado. Nos vemos confrontados a repensar el valor y la significación de las posiciones distintas, definidas por su asimetría, que Anzieu distinguía como lo propio del método psicoanalítico.
Recordémoslo ahora. Anzieu proponía, diferenciando método y dispositivo, reconocer la especificidad del método por las funciones distintas atribuidas a cada una de las dos posiciones diferenciadas: el analizando asocia libremente, el analista interpreta.
Apelaré al relato de una breve secuencia, dentro de una sesión de un grupo terapéutico que conduzco desde hace unos años, integrado por jóvenes de 30 a 40 años, para mostrar el efecto de análisis que surge en un momento donde estas funciones aparecen invertidas.
Mara, a Gastón (que había estado silencioso, aunque atento, pero con cara de aburrido) “¿Y qué pasó con tu mamá?”
Gastón: “Ahora está muy bien. Es increíble. Sigue con Yoga. Está re-bien. ¡Qué raro que te acordaste! Lo dije al final de la sesión hace dos semanas”.
Mara: “Sí, pero estabas muy preocupado”
Gastón: “Es verdad. Un día me llamó a la una y media de la mañana porque en su cuarto había entrado un murciélago. Le dan miedo. Yo estaba durmiendo, me levanté y fui. (Vive a dos cuadras). Busqué al bicho e intenté cazarlo con un repasador mojado. Se me escapaba. Es un asco. Siempre entran. Ahora mi mamá puso un mosquitero. Son como ratas con alas. Seguí tratando de cazarlo. Se apoyó en la pared, era como un bollito negro. Después desapareció. Lo busqué por todos lados y no lo pude encontrar. Al otro día, el encargado también lo buscó, pero no lo encontró. Tal vez esté muerto.”
Analista: “Comen insectos”
Gastón: “Sí, pero para mi mamá, parece que son vampiros”
Varios: “Y vos, Batman”
(Risas)
Puede verse cómo la intervención de la analista, no más que una asociación libre, sin ningún propósito interpretativo, es sin embargo un punto de inflexión en la cadena asociativa que, al convocar al paciente a explicitar un indicio de la alianza inconsciente con su madre, abre el juego a la interpretación de su fantasía inconsciente, interpretación de la cual se hace cargo el propio grupo.
Esta viñeta pone de manifiesto hasta qué punto ya no fundamos la diferencia de las posiciones analista-paciente en el tipo de actividad desarrollada por uno y otro. El dispositivo de grupo hace muy particularmente evidente que la función interpretativa no es exclusiva del analista, tanto como nos confronta con la verificación del valor para el trabajo analítico de la comunicación de ciertas asociaciones libres del analista.
Ahora bien, las nuevas ideas no cursan sin nuevos desafíos. Y si bien es cierto que la caída de algunas certezas nos da la dulce sensación de libertad recién ganada, la conquista tiene su precio: falta definir en qué fundamos, nosotros hoy, analistas en nuestra época, la especificidad de nuestra función.
Bibliografía
Anzieu, Didier. (1974) El grupo y el inconsciente. 2º edición. Madrid, Biblioteca Nueva,1986.
Aulagnier, Piera (1975) La violencia de la interpretación. Buenos Aires, 1º edición Amorrortu, 1977
Bion, W. R. (1948) Experiencias en grupos. Buenos Aires, 1ª edición, Paidos, 1963
Kaës, René (1993) El grupo y el sujeto del grupo. Buenos Aires, 1ª edición, Amorrortu, 1995.
(2007) Un singular plural, Buenos Aires, 1ª edición, Amorrortu, 2010
Fried Schnitman, Dora (comp.) (1994) Nuevos paradigmas, cultura y subjetividad. Buenos Aires, Paidos.
Kuhn, Thomas (1962) La estructura de las revoluciones científicas. México, Fondo de Cultura económica, 1971
Segoviano, M. (2011) “René Kaës” en El psicoanalítico Nº 4- publicación digital – enero 2011 http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num4/